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Authors: Javi Araguz & Isabel Hierro

Tags: #Juvenil, Romántico

La Estrella (33 page)

BOOK: La Estrella
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***

Calan atravesó la sala y subió la escalinata diligentemente. Cuando llegó al pedestal, sostuvo la Esfera entre sus manos y le echó un vistazo por última vez. Había pertenecido durante demasiados años a la gente equivocada. Los Caminantes de la Estrella, considerados los seres más sabios del planeta, habían quedado en evidencia ante la fuerza de voluntad de una simple salviana.

No tenía tiempo que perder; activó la Esfera y entonces el Cubo se elevó en el aire, volviéndose de nuevo traslúcido.

Y todo cambió a su alrededor. Noche y día. Mar y hielo. El planeta se estaba reconfigurando tal y como él lo había dispuesto para que la cura fuera vertida en la Herida.

Cuando llegó al epicentro de las rupturas sólo encontró oscuridad y podredumbre. Hacía un calor insoportable. Millones de Partículas se arremolinaron a su alrededor, cimbreando como garras de cristal a punto de estallar.

Sus ojos brillaron con intensidad… y entonces Calan levantó la cabeza y pronunció su último susurro.

***

A pesar de la distancia, Lan escuchó la dulce voz del Errante diciéndole algo que nunca olvidaría. Luego quiso sonreír manteniendo la entereza, pero no fue capaz y se derrumbó. La había vuelto a salvar. Esta vez a ella y al resto del Linde… Siempre sería su protector.

Todo seguía cambiando. Colinas que se convertían en campos de trigo y ríos que se teñían con el rojo de un volcán; nubes que volaban tan rápido como el viento, estrellas, oscuridad, y, de nuevo, la aurora boreal.

Lan presenció tres hermosos atardeceres antes de que la Quietud perpetua se adueñara de todo… para siempre.

Y entonces dejó de sentir, y todo se volvió oscuro.

23

Curado

A
unque sumida en un profundo sueño, Lan escuchó la melodía de un racimo de cascabeles. Su mente buceaba azarosa por un mar de aguas cálidas y transparentes, tratando de alcanzar los rayos de sol que penetraban en el océano para salir a la superficie y tomar aire.

Música de nuevo. El tintineo de una campanilla.

Entreabrió los ojos con dificultad y distinguió a lo lejos una hilera de grandes animales de transporte. Junto a ellos, la gente portaba largos estandartes que sonaban melódicamente con cada uno de sus pasos.

Supervivientes.

Aquella comitiva parecía estar formada por algunos de los afortunados que habían sobrevivido a las últimas rupturas de la Quietud. De alguna manera, habían logrado replegarse y caminar juntos hacia un lugar seguro. Por primera vez sabían que no se perderían. La mente de Lan se nubló de nuevo, escuchó a alguien acercándose para empapar sus labios con un poco de agua. Abrió los ojos con pesadez y no pudo reconocer su rostro.

Más pasos, más gente. La muchedumbre se arremolinó a su alrededor. Ella era incapaz de articular una sola palabra con sentido.

El tiempo pareció ralentizarse, sus oídos ignoraron el cuchicheo de la gente. Se sentía vacía. Incapaz de controlar su propio cuerpo.

De pronto, notó como la levantaban entre varios, exclamando algo. La estaban tocando, por lo tanto, no era Caminantes.

Una mujer se dirigió a ella, pero la muchacha fue incapaz de descifrar qué intentaba decirle. La mujer sonrió arqueando los ojos y después se llevó las manos a la boca. Sorprendida. Lan pensó que todo aquello pertenecía a otro de sus sueños. Vivía la escena como si no formara parte de ella, como si la estuviera presenciando desde la distancia.

No quería despertar, se negaba a aceptar lo sucedido.

Cerró los ojos y se dejó arrastrar de nuevo por las aguas que borraban su memoria. Allí todo era perfecto, no tenía de qué preocuparse.

Durmió durante tanto tiempo que muchos ya habían perdido la esperanza de que fuera a despertar.

—Lan —dijo una voz que le resultó familiar—. Vamos, despierta —insistió—. Ya ha pasado todo, no tienes nada que temer. Estamos aquí, contigo.

Sintió que alguien le tendía la mano. Era suave y cálida.

—Lan…

Tenía un tacto agradable. Como el de Naya, su madre.

La muchacha abrió los ojos con pesadez, deshaciéndose con dificultada de la sensación que pretendía devolverla a aquel océano infinito.

El mundo real. Su madre.

—¡LAN! ¡Oh! ¡Lan! —exclamó, abrazándola con fuerza mientras empapaba de lágrimas su pecho—. Creía que te había perdido, hija mía. Creía que…

Lan sintió que su cuerpo volvía a responderle. Primero movió los dedos de una mano y después extendió la orden hasta el resto de sus miembros. Se incorporó con lentitud, mirando, aún incrédula, a su madre.

—Mamá… yo también te he echado mucho de menos.

Y se derrumbó como una niña necesitada de atenciones.

Las dos lloraron durante largo rato sin mediar palabra alguna.

A veces mostrando felicidad, otras tristeza. Era un momento de lo más extraño.

Lan por fin dejó de sollozar y entonces preguntó:

—¿Dónde estoy?

Su madre se secó los ojos con la falda de su vestido y dijo:

—En el palacio de Mezvan. Estás aquí porque algunos de los supervivientes que se dirigían a Rundaris te encontraron en un bosque que nadie antes había visto

—¿Qué? —trató de comprender—. ¿Un bosque nuevo?

—Llegan noticias de todo el Linde en las que se dice que la vegetación está desarrollándose con rapidez en el planeta, incluso en los lugares más áridos. Está curado, cariño, nuestro querido Linde está curado gracias a lo que hicisteis tú y ese valeroso joven.

Lan buscó la mano de su madre. El recuerdo de todo lo sucedido la golpeó con fuerza e inevitablemente sus ojos se inundaron de lágrimas otra vez. Un intenso dolor le oprimió el pecho y sintió que le faltaba la respiración.

—Todo ha pasado, pequeña. —Trató de consolarla, arropándola suavemente entre sus brazos—. Todo ha terminado ya…

La muchacha permaneció con la mirada perdida en el vacío. Calan. Calan Calan. No podía quitarse ese nombre de la cabeza. Sus ojos plateados. Su última sonrisa.

De pronto, se percató de que la aguja del amuleto de Ivar, que solía girar siempre de forma errática, ahora apuntaba siempre al mismo sitio. Aunque le pareció de lo más extraño, no le dio importancia.

Se abrió una puerta.

—Naya, por fin he encontrado a…

Era Mona, se había soltado las coletas y parecía algo más mayor. La miró boquiabierta.

—¡LAN! —reaccionó al fin—. ¡Estás despierta!

La niña abrazó a la muchacha con todas sus fuerzas y rompió a llorar de felicidad.

Lan sonrió. Su madre, Mona… todo parecía volver a la normalidad.

Una silueta que había permanecido en silencio, contemplando la escena bajo el marco de la puerta, se adelantó.

—¿Nao? —murmuró.

El muchacho ya podía andar sin cojear, aunque aún llevaba las costillas vendadas. Se acercó a la cama de su amiga y le dio un beso en la frente.

—Eres más dura de lo que creía —le dijo en un tono burlón que le recordó de inmediato a su Secuestrador.

Lan lo miró en silencio hasta que reaccionó tendiéndole una mano.

—Has cumplido tu palabra —dijo Nao, aceptando el silbato que su amiga le estaba devolviendo.

Cuando todo se hubo calmado, le explicaron que la última ruptura había devuelto el mundo a su estado original y que la gente comprendió de inmediato que su sufrimiento por fin había terminado, que la Quietud perpetua se había restablecido en el Linde…

Ahora, los supervivientes se replegaban para formar nuevos clanes y alianzas. Ya no sería necesario marcar Límites Seguros, cualquiera podría dedicarse a viajar por el planeta sin miedo a perderse. Aquel sería un mundo nuevo, sin fronteras.

A pesar de todo lo ocurrido, Mezvan y Nicar habían aprendido mucho de aquellos jóvenes. Desafiaron su autoridad por un fin más elevado. Les habían demostrado que no hay que darse nunca por vencido y que todo debe ser cuestionado.

Al atardecer, una suave brisa se coló por la ventana de su balcón, meciendo las cortinas delicadamente. Lan despertó de un sueño ligero y se encontró completamente sola. Se puso en pie con dificultad y luego se dirigió a la balaustrada.

El aire fresco acarició su rostro y despejó sus ojos, a los que ya casi no les quedaban lágrimas que derramar. Desde allí arriba podía contemplar los edificios de Rundaris que había quedado en pie tras las últimas rupturas. Oteó el horizonte, estático por primera vez.

Quietud.

Todo permanecía en su lugar, sólo las nubes se movían lentamente.

Sintió orgullo. Después paz.

Había recuperado a su familia, había vuelto a ver a sus amigos, había visto una última vez a su padre y salvado el Linde… Y entonces murmuró el nombre de lo único que había perdido: «Calan».

La chica respiró hondo al recordar sus últimas palabras:

«Lan, perdóname por haberte hecho daño, pero como es habitual… tenía que salvarte la vida. Si no te hubiera besado me habría sido imposible contradecir la voluntad de tus ojos dorados. Perdóname por no haberme dado cuenta antes de que te amaba y de que eso no iba a cambiar, por mucho que me distanciara de ti. Por favor, perdóname por todo y lucha por vivir. No pierdas nuca la esperanza… te quiero».

Lan escuchó silbar el viento, y entonces le respondió: «Yo también te quiero», albergando la esperanza de que el muchacho que había secuestrado su corazón hubiera encontrado una forma de sobrevivir.

Agradecimientos

Muchas gracias a mis chicas por su ayuda incondicional y sobre todo a los lectores por su apoyo, al final esto es para ustedes.

Grupo Pandemonium.

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