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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

La dama del lago (33 page)

BOOK: La dama del lago
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—Mucho —musitó Dennis Cranmer—. Mucho, sí, se va decidir...

—Y acabar más todavía.

—Todo... —masculló Jarre, cubriéndose la boca con la mano debido a sus buenos modales—. Todo se va a acabar.

Los enanos le observaron durante un momento, guardando silencio.

—No te he entendido del todo, muchacho —intervino por fin Zoltan Chivay—. ¿Podrías explicar a qué te estabas refiriendo?

—En el consejo del ducado... —pronunció titubeando Jarre—... es decir, en Ellander, se dijo que la victoria en esta gran guerra es tan importante porque... porque es una gran guerra que pondrá fin a todas las guerras.

Sheldon Skaggs pegó un resoplido, escupiéndose a sí mismo la cerveza sobre la barba. Zoltan Chivay bramó de viva voz.

—¿No opináis lo mismo, señores?

Ahora fue a Dennis Cranmer al que le llegó el turno de bufar. Yarpen Zigrin mantuvo la calma, mirando al joven con atención y casi como con preocupación.

—Hijo —habló al cabo muy seriamente—. Mira. Ahí junto al mostrador está sentada Evangelina Parr. Es, hay que reconocerlo, de buenas carnes. ¡Bah!, incluso se puede decir que enormes. Pero, sin ninguna duda y a pesar de sus medidas, no es una puta capaz de poner punto y final a todas las putas.

*****

Después de haber girado hacia un callejón estrecho y sin gente, Dennis Cranmer se detuvo.

—Tengo que alabarte, Jarre —dijo—. ¿Sabes por qué?

—No.

—No disimules. No tienes que hacerlo estando conmigo. Es digno de mérito que ni pestañearas siquiera cuando se habló de Cirilla. Pero más meritorio aún si cabe es que entonces tampoco abrieras la boca... Sí, sí, no me pongas esa cara rara. Sé de sobra lo que pasa en la casa de Nenneke, detrás del muro del santuario, lo sé bien, tienes que creerme. Y por si esto te pareciera poco, sabe que escuché el nombre que te escribió el mercader en el medallón.

«Sigue así siempre. —El enano fingió con tacto no darse cuenta del rubor que invadió al joven—. Sigue así siempre, Jarre. Y no sólo en lo que a Ciri se refiere... ¿Pero qué estás mirando?

Sobre la pared de un granero visible a la entrada del callejón se veía una pintada borrosa, escrita con cal, que rezaba: HAZ EL AMOR, NO LA GUERRA. Justo por debajo, con letras notablemente más pequeñas, alguien había pintarrajeado el siguiente grafito:

HAZ CACA CADA MAÑANA.

—Mira hacia otro lugar, tonto —le advirtió Dennis Cranmer—. Por el simple hecho de mirar frases como ésas te puedes llevar un disgusto. No las digas tampoco fuera de lugar, si no quieres que te azoten de forma sangrienta atado a un poste hasta que te despellejen la espalda. ¡Aquí los juicios son muy rápidos! ¡Increíblemente veloces!

—He visto —murmuró Jarre— a un zapatero con el cepo puesto. Supuestamente por sembrar derrotismo.

—Su faena —afirmó con gravedad el enano, sujetando al muchacho por la manga— seguramente consistió en que cuando condujo a su hijo al destacamento, él lloraba, en vez de lanzar proclamas patrióticas. Aquí el castigo para causas más graves es diferente. Ven, te lo mostraré.

Entraron en una plaza pequeña. Jarre tuvo que retroceder, tapándose la nariz y la boca con la manga. Sobre una enorme horca de piedra colgaban varios cadáveres. Algunos, por lo que revelaban su aspecto y hedor, colgaban ya desde hacía tiempo.

—Éste —señaló Dennis, espantando al mismo tiempo a las moscas— escribía en los muros y en las tapias frases tontas. Ése afirmaba que la guerra es cosa de los señores y que los reclutas campesinos nilfgaardianos no eran sus enemigos. Aquél, estando borracho, contó el siguiente chiste: «¿Qué es una lanza? El arma de los poderosos: un palo que lleva a un pobre en cada extremo». Y ahí, al final de todos, ¿ves a esa mujer? Era la patrona de un burdel militar, y lo había decorado con este letrero: «¡Folla hoy, guerrero! Porque mañana quizá ya no puedas».

—¿Y sólo por eso...?

—Una de sus chicas, según se reveló luego, tenía además gonorrea. Y eso ya entraba dentro del parágrafo de conspiración y sabotaje contra las capacidades de combate.

—Entendido, señor Cranmer. —Jarre se enderezó en posición de firmes, como si eso le diera cierto aire marcial—. Pero no os preocupéis por mí. Yo no soy ningún derrotista...

—No has entendido una mierda y no me interrumpas, que no he terminado. Este último ahorcado, éste que ya apesta bien, su único delito fue que durante una charla con un delator encubierto que le estaba instigando, reaccionó exclamando: «Indiscutibles, señor, son vuesas razones, así es y no de otra manera. ¡Como que dos más dos son cuatro!». ¡Dime ahora que lo comprendes!

—Lo he comprendido. —Jarre miró a su alrededor cautelosamente—. Tendré cuidado. Pero... Señor Cranmer... ¿Qué está pasando de verdad?

El enano también echó una ojeada de precaución.

—Ésta es —dijo en voz baja— la verdadera situación: el grupo de ejércitos Centro del mariscal Menno Coehoorn avanza hacia el norte con una fuerza que ronda los cien mil hombres. La realidad es que si no se hubiera sublevado la provincia de Verden, ya estarían aquí. La verdad es que sería bueno que se iniciaran negociaciones. La realidad es que Temería y Redania no tiene fuerzas suficientes para contener a Coehoorn. Por lo menos, no antes de la línea estratégica del Pontar.

—El río Pontar —susurró Jarre— se encuentra al norte de nosotros.

—Es justo lo que quería decir. Pero recuerda: sobre esto échale el candado a la boca.

—Me andaré con cuidado. Pero cuando ya esté en el regimiento, ¿también debo seguir prevenido? ¿Puedo toparme allí con algún delator?

—¿En tu unidad de combate? ¿Cerca de la línea del frente? Más bien no. Por eso los delatores se afanan tanto lejos del frente, porque tienen miedo de acabar ellos mismos allí. Además, si ahorcaran a cada soldado que protesta, se queja o maldice, no habría quien combatiera. Pero la boca, Jarre, tú como con el asunto ése con Ciri, mantenía siempre cerrada. En boca cerrada, quédate con mis palabras, no entra una mosca de la mierda. Ahora ven conmigo, te conduciré hasta la comisión.

—¿Intercederéis por mí allí? —Jarre miró ilusionado al enano—. ¿Qué decís, señor Cranmer?

—¡Ay, qué tonto eres, pisaverde! ¡Esto es el ejército! Si te recomendara y te protegiera, es como si en la espalda te bordara con hilo de oro «gilipollas». No te dejarían en paz en tu unidad, mozalbete.

—¿Y con vos...? —inquirió Jarre—. ¿En vuestra unidad...?

—Ni se te ocurra pensarlo.

—Porque en ella —habló amargamente el joven— sólo hay lugar para los enanos, ¿no es cierto? Pero para mí no, ¿verdad?

—Cierto.

Para ti no, pensó Dennis Cranmer. Para ti no, Jarre. Porque sigo teniendo deudas que saldar con Nenneke. Por eso quiero que regreses entero de esta guerra. Y en cuanto al Tercio de Voluntarios de Mahakam, compuesto por enanos, unos voluntarios procedentes de una raza inferior y para colmo extranjera, a nosotros siempre nos van a asignar las tareas más detestables en los peores sectores del frente. Aquéllos de los cuales no se regresa. Aquéllos a donde no se enviaría a humanos.

—¿De qué manera podría conseguir —empezó de nuevo Jarre entristecido— acabar destinado en una buena unidad?

—¿Y cuál sería, en tu opinión, la mejor unidad, merecedora de tanto esfuerzo por entrar en ella?

Jarre se dio la vuelta al oír un canto que crecía como las olas en una marejada, aumentando como los truenos de una tormenta que se acerca deprisa. Un canto ruidoso, arrogante, fuerte, duro como el acero. Ya había escuchado antes aquel canto. Por la callejuela del alcázar, en columna de a tres, desfilaba marcando el paso el regimiento de condotieros. A la cabeza, sobre un semental rucio, bajo una pértiga decorada con cráneos humanos, cabalgaba el jefe, un hombre de pelo gris y nariz aguileña, y con una coleta de cabellos trenzados que le caía sobre la coraza.

—Adam «Adieu» Pangratt —murmuró Dennis Cranmer.

El canto de los condotieros tronaba, retumbaba y producía un estruendo increíble. Acompañado al contrapunto por el sonido de las herraduras contra el adoquinado, invadía la callejuela incluso más allá de la cima de las casas, elevándose sobre ellas muy lejos, muy alto, hacia el cielo azul sobre la ciudad.

No nos llorarán esposas ni amantes cuando sangrando

mordamos la tierra, pues por ducados como soles

radiantes, ¡sin pensarlo nos vamos a la guerra!

—Vos me preguntáis en qué unidad... —dijo Jarre, sin poder apartar la mirada de aquella caballería—. ¡Ojalá en una como ésta! En una así valdría la pena...

—Cada una tiene su propio himno —rompió el silencio el enano—. Y cada cual a su manera acabará mordiendo la tierra cruelmente. Sí, según le toque en suerte. Y puede que lloren su pérdida, o puede que no. A la guerra, chupatintas, sólo se canta y se marcha marcando el paso, dentro de formación se está en posición de firmes. Y después, durante la batalla, a cada cual le aguarda lo que tiene escrito. Ya sea en la Compañía Libre de «Adieu» Pangratt, ya en la infantería o bien destinado en los campamentos... Ora con reluciente armadura y hermosísimo penacho, ora con unas alpargatas y una zamarra piojosa... Ya sea sobre un veloz purasangre, ya sea detrás de un pavés... A cada cual algo distinto. ¡Lo que le toque! Vaya, mira, la caja de reclutas. ¿Ves el rótulo sobre la entrada? Por ahí discurre tu camino si sigues pensando en ser soldado. Ve, Jarre. Guárdate. Nos veremos cuando todo esto haya terminado.

El enano siguió con la mirada al muchacho hasta que éste desapareció por la puerta de la posada, ocupada por la caja de reclutamiento.

—O quizá no nos veamos —añadió en voz baja—. No se sabe qué tiene cada uno escrito. Qué le va a tocar.

*****

—¿Montas a caballo? ¿Disparas con arco o ballesta?

—No, señor comisario. Pero sé escribir y caligrafiar, también las runas antiguas... Conozco la Antigua Lengua...

—¿Diestro con la espada? ¿Manejar una lanza?

—... he leído la Historia de las guerras. Obra del mariscal Pelligramo... Y de Roderick de Novembre...

—¿No serás tal vez capaz de cocinar?

—No, no sé... Pero se me da bien calcular...

El comisario puso mala cara y llamó a alguien con la mano.

—¡Docto sabelotodo! ¿Qué número hace éste hoy? Redáctale un papel para la Tupuma. Muchacho, vas a servir en la Tupuma. Vete con este resguardo hasta el extremo sur de la ciudad, luego, en cuanto salgas por la puerta de Maribor, junto al lago.

—Pero...

—Darás con ella sin problemas. ¡El siguiente!

*****

—¡Eh, Jarre! ¡Eh! ¡Espera!

—¿Melfi?

—¿Y quién si no? —El tonelero se tambaleaba, pero le sujetó el muro—. ¡Yo, cojones, je, je!

—¿Qué te pasa?

—¿Qué me qué? ¡Je, je! ¡Nada! ¡Eché un traguillo! ¡Brindé pa que ahorquen a todos los nilfgaardianos! ¡Ay, Jarre, qué alegría verte! Porque pensaba que te me habías perdió por ahí... Amigo mío...

Jarre se echó hacia atrás como si alguien le hubiera golpeado. El tonelero no sólo apestaba a una asquerosa cerveza y a un aguardiente todavía más nauseabundo, sino también a cebolla, ajo y sólo el diablo sabe qué cosas más. Era insoportable.

—¿Y dónde está tu honorabilísima compaña? —preguntó sarcásticamente.

—¿Lucio dices? —se enfadó Melfi—. ¡Pues te diré! ¡Que me da un ardite! Sabes, Jarre, pienso que no es buena gente.

—¡Bravo! Rápido lo has descerrajado.

—¡Cierto —Melfi se irritó aún más, pero sin percatarse de sus pullas—. ¡Anduvo con cuidao, mas que el diablo se lleve a quien mengañe! ¡Ya sé qué es lo que tenía maquinado! ¡Pa qué tanto deseaba llegar a Wyzima! De seguro que piensas, Jarre, que él y esos granujas suyos venían al ejército por lo mismo que nosotros. ¡Ja! Equivocado estás. ¿Quies saber qué es lo que andaba tramando? ¡No darías fe de ello!

—Me lo creería.

—Caballos, le hacían falta, y uniformes —concluyó Melfi triunfal-mente—. Quería robarlos aquí en alguna parte, pues tuvo la ocurrencia de querer ir vestido de soldado a correrías de bandolero.

—¡Así le prenda fuego el verdugo en la hoguera!

—¡Y que sea pronto! —El tonelero se balanceó ligeramente y apoyándose contra el muro se desabrochó las calzas—. Pena me da que Ograbek y Milton, ese par de paletos cabezas de chorlito, dejáranse también embaucar. Tras Lucio fueron y por eso ahora estará presto también el verdugo para quemarlos vivos. ¡Pero así les cague un perro, los muy tarugos! ¿Mas y qué tal lo tuyo, Jarre?

—¿El qué?

—¿Destino te fue ya dado por los comisarios? —Melfi empezó a soltar el chorro sobre el muro encalado—. Pregunto porque yo ya estoy alistado. He de ir hasta la puerta de Maribor, a la parte del sur de la ciudad. ¿Y a ti adonde te mandan?

—También al sur.

—¡Ja! —El tonelero pegó algunos saltos, se sacudió y se abrochó la bragueta—, ¿A lo mejor vamos a batallar juntos?

—No lo creo. —Jarre miró hacia él con aire de superioridad—. Me han destinado a una unidad conforme a mis cualificaciones. A la Tupuma.

—Normal... ¡Hip! —Melfi hipó, exhalando sobre él su terrible mezcla de gases—. ¡Tú tienes estudios! De seguro que a los listos como tú los eligen pa alguna tarea de importancia, no pa cualquier cosa. ¿Mas qué más da? Mientras tanto seguiremos andando un rato juntos. Al cabo, hasta el sur de la ciudad el mismo camino tenemos.

—Eso parece.

—Vámonos, pues.

—Vamos.

*****

—Tal vez no sea aquí —juzgó Jarre contemplando aquella explanada rodeada de tiendas, sobre la cual estaba levantando polvo una compañía de harapientos con largos palos sobre los hombros. Cada harapiento, como se percató el joven, tenía atado en la pierna derecha un manojo de heno, y en la izquierda un haz de paja.

—Quizá nos hayamos confundido, Melfi.

—¡Paja! ¡Heno! —se escuchaban desde la explanada los rugidos del sargento que estaba dirigiendo a aquellos andrajosos—. ¡Paja! ¡Heno! ¡Coge el paso, cago en tu puta madre!

—Un estandarte ondea sobre las tiendas —dijo Melfi—. Mira tú mismo, Jarre. Los lises éstos iguales son que los que platicaste en el camino. ¿Hay estandarte? Sí. ¿Hay tropas? Sí. Significa que es aquí. Bien dimos.

—Puede que tú. Yo seguro que no.

—Mira, allá cabe la empalizada está uno con no sé qué rango. Preguntémosle al tal.

Luego ya todo empezó a pasar deprisa.

—¿Nuevos? —estalló el sargento— ¿Del reclutamiento? ¡Los papeles! ¡Qué coño hacéis ahí parados el uno junto al otro! ¡Firmes! ¡Ar! ¡No os mováis, cago en.,.! ¡Izquierda! ¡Ar! ¡Gira a la izquierda, cenutrio! ¿O es que no sabes dónde cojones la tienes? ¡De frente cabeza, paso ligero! ¡Ar! ¡Date la vuelta, cabrón! ¡Escuchar y recordar! ¡Lo primero, gilipollas, al maestre de avituallamiento! ¡Recogida de armamento! ¡Cota de malla, tabardo, pica, casco y puñal, hijos de perra! ¡Después hay retreta! ¡Listos para el toque del ocaso, capullos! ¡Rompan filas! ¡Ar!

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