La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 (32 page)

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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

BOOK: La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3
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—Supongo que ahora estamos empatados… porque yo tampoco sé quién eres ahora.

Le pareció que el detective daba un respingo, y estaba casi segura de que iba a decir algo, pero al final, Santiago se metió en el coche patrulla y cerró la puerta de un portazo. Tan solo cuando se alejó en el vehículo, Elena se dobló en dos, como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Respiró hondo para superar el golpe, se enderezó y caminó hasta la casa para llamar a Veneno. Necesitaba descargar su agresividad con alguien, y el vampiro conseguía hacerle perder el control. Justo lo que necesitaba aquel día.

Veneno no solo estaba libre, también estaba de un humor de perros. Como resultado, aquella noche Elena cayó en la cama exhausta y llena de moratones. Rafael enarcó una ceja al verla en semejantes condiciones cuando se reunió con ella.

—¿Por qué estuvo el mortal aquí?

Cómo no iba a saberlo…

—Quería hablar sobre el caso.

Un silencio ominoso que decía mucho más que las palabras.

Elena dio un puñetazo a la almohada y se colocó de costado.

—Carece de importancia, sobre todo si se tiene en cuenta lo que está ocurriendo.

—Siempre podría preguntárselo al mortal.

Elena frunció el ceño, se dio la vuelta y se quedó mirándolo. Rafael se había tumbado de espaldas en la cama.

—El chantaje no funciona conmigo.

Con los brazos cruzados bajo la cabeza, la miró con esos ojos azules que tenían una expresión peligrosamente calmada.

—No era una amenaza.

Elena apretó los puños con tanta fuerza que no circulaba la sangre.

—¡No pasa nada!

Una mirada expectante.

—Está bien. —Apoyó la espalda sobre el colchón y contempló el techo—. Es solo… que resulta difícil estar dividida entre dos mundos. —Una vez pronunciadas aquellas palabras, la furia desapareció y fue sustituida por una emoción mucho más dolorosa que le oprimía y le abrasaba el pecho.

Rafael se incorporó para apoyarse sobre un codo a su lado, movimiento que hizo caer su cabello sobre la frente. A Elena le resultó imposible contener el impulso de levantar la mano y deslizar los dedos entre los sedosos mechones del color de la medianoche.

—No te lo había contado —empezó a decir, ansiosa por hablar de ello—, pero Beth me dijo una cosa. Que ella moriría y yo seguiría viva. —Las emociones ardían en el fondo de sus ojos—. No debería vivir más que mi hermana pequeña, Rafael.

—Cierto. —Una respuesta solemne—. Pero ¿cambiarías esto? ¿Cambiarías algo de lo que tenemos?

—No. Jamás. —Una verdad sin tapujos—. Aun así, duele saber que un día estaré de pie frente a su tumba. —Una lágrima escapó a su control y se deslizó por su mejilla.

Rafael se inclinó para rozarle los labios.

—Tu corazón mortal te causa mucho dolor, Elena… pero te hace ser quien eres. —Un beso que le robó el aliento—. Te daré la fuerza que necesitas para soportar el precio de la inmortalidad.

Rafael la había acariciado de muchas formas, pero esa noche la acarició con una ternura que le partió el corazón. Enjugó con besos la sal de sus lágrimas, rozando con labios firmes y suaves sus mejillas, su mandíbula, su boca. Y sus manos, aquellas manos letales y poderosas…

Nunca la habían tratado con tan exquisito cuidado. Nunca se había sentido tan apreciada.

Yal final, aquel arcángel que había presenciado sus momentos de mayor debilidad, la había llamado «Guerrera mía». Aquellas palabras la habían sumido en un sueño profundo y sin pesadillas, amparado por el latido fuerte y firme del corazón de Rafael bajo su palma.

Rafael

Elena se despertó de golpe al oír aquel susurro. Se volvió y descubrió que su arcángel dormía bocabajo, con las alas extendidas sobre la cama y sobre ella. Se había acostumbrado a colocarse así en la cama, pensó ella, cuyo corazón se encogió al recordar la ternura que le había mostrado esa noche. No obstante, mientras acariciaba las plumas blancas y doradas con una mano, utilizó la otra para coger la daga que guardaba junto a la cama.

Si era Lijuan la que susurraba en la oscuridad de su dormitorio, una daga no serviría de mucho, pero Elena se sentía mejor al notar el roce del acero sobre la piel. Se apartó el pelo enredado de la cara con la otra mano y recorrió la habitación con la mirada. No había ningún intruso, nada que no debiera estar allí. Sin embargo, su corazón seguía latiendo con fuerza, como si…

Rafael

Con la sangre helada, clavó la mirada en una zona de aire fluctuante situada a los pies de la cama. Parecía un espejismo, pero no lo era. Daba la impresión de que el tejido del mundo se retorcía, como si alguien intentara cobrar forma sin conseguirlo. Con la garganta seca y sin apartar los ojos de esa cosa, extendió el brazo y zarandeó el musculoso hombro de Rafael. La desconcertaba que no se hubiera despertado: solía hacerlo en el instante en que ella abría los ojos, ya que en realidad no necesitaba dormir.

Músculos firmes bajo su mano. Pero Rafael no despertó.

Arcángel
, le dijo a su mente,
despierta. Hay algo en la habitación
.

Silencio. Vacío.

Elena se puso rígida, con la mano apretada sobre su hombro. Nada, nada en absoluto, había impedido jamás que Rafael respondiera a una súplica mental suya. La había encontrado en mitad de Nueva York cuando Uram la mantuvo cautiva en una sala convertida en un matadero. Había seguido su rastro a lo largo del Refugio cuando Michaela se convirtió en una bomba nuclear en la Galena. Había interrumpido una reunión del Grupo para salvarle la vida en Pekín. Era imposible que no despertara al oír su llamada, sobre todo cuando estaba sentada a su lado.

Sin desviar los ojos de aquel extraño espejismo, Elena apretó la mandíbula y levantó el acero que tenía en la mano.

—Vete al infierno —susurró con un hilo de voz al tiempo que arrojaba la daga.

25

E
l cuchillo atravesó el aire y se clavó en la pared opuesta. La empuñadura empezó a vibrar a causa del impacto. Sin embargo, el espejismo no desapareció… solo se «fracturó». Fue entonces cuando Elena captó el vestigio de una esencia que no debería estar allí.

Exuberante. Sensual. Exótica.

Orquídeas negras, pero distintas a las que había percibido en el cuerpo de la niña asesinada y en el de los hombres que colgaban del puente.

Sin embargo, no tuvo tiempo para procesar los matices, ya que una fracción de segundo después de que el espejismo se fracturara, un ala se alzó bajo su mano. Rafael se movió tan rápido que no pudo seguirlo con la vista y al momento siguiente se encontraba de pie junto a la cama. Su cuerpo brillaba con un resplandor tan intenso que difuminaba las líneas de su silueta y lo convertía casi en una antorcha. Aturdida, Elena se cubrió los ojos con la mano y agachó la cabeza a fin de prepararse para salir de la cama; quería recuperar las armas que había escondido debajo, hacer algo para ayudar.

Pero, en un abrir y cerrar de ojos, el resplandor de poder había desaparecido.

Mientras palpaba el suelo con los dedos en busca de un arma, alzó la vista y vio que la «cosa» que estaba en el centro de la habitación había desaparecido. No quedaba el menor rastro de orquídeas negras en el aire. Con todo, no bajó la guardia hasta que Rafael dijo:

—Mi madre ya no está aquí, Elena. —Se percibía un tono distante en su voz que a la cazadora no le hizo ninguna gracia.

Apartó las mantas y se bajó de la cama.

Rafael ya había cubierto su magnífico cuerpo con unos pantalones.

—Regresaré antes del amanecer. Ella no volverá esta noche.

—¡Espera!

Ni siquiera se detuvo ante las puertas de la terraza, que abrió de par en par de un empujón. Elena consiguió llegar al balcón justo a tiempo para verlo desaparecer en el cielo estrellado de la noche. Volaba a tal velocidad que lo perdió de vista en cuestión de segundos. Sintió el aguijonazo de una furia ardiente y decidida. Maldito fuera por hacerle aquello… En especial después de los momentos de intimidad que habían compartido no solo aquella noche, sino desde que despertó del coma; después de los vínculos que habían fraguado.

Regresó a grandes zancadas a la habitación, se puso unos pantalones y uno de esos tops que se ceñían con correas alrededor de las alas; luego metió los brazos en las suaves mangas forradas que se ajustaban con suavidad a sus brazos y le dejaban las manos libres. Unos minutos después de que Rafael se marchara, se encontraba de nuevo en la terraza, muy consciente del olor a chocolate negro y a pieles que se colaba por debajo de la puerta del dormitorio; un olor que indicaba que el hombre que desprendía aquella esencia se acercaba cada vez más. Dmitri se había reunido con Rafael a última hora y había decidido pasar la noche en una de las habitaciones reservadas para los Siete.

Era evidente que Rafael le había pedido que la vigilara.

Y aquello también se iba a acabar, pensó Elena con los dientes apretados.

Bajó la vista y comprendió que no podría remontar el vuelo desde aquella posición, no cuando su concentración estaba hecha añicos. Así que en lugar de intentarlo, saltó desde el balcón y utilizó las alas para descender lentamente. Luego corrió entre los árboles hasta el borde del acantilado y se lanzó en picado hacia el Hudson. Sacudió las alas (más fuertes, más resistentes) con rapidez para alejarse de las aguas turbulentas y ascender hacia el hermoso cielo nocturno, cuyas estrellas brillaban como el hielo sobre una manta de terciopelo negro.

Sentía el viento frío sobre la piel, sobre las alas. Por debajo de ella, Manhattan era un mar azabache salpicado de joyas brillantes. Nueva York. Podía ser un lugar despiadado, una ciudad difícil. Igual que el arcángel que la gobernaba.

Pero era su hogar.

Y el arcángel también era suyo.

Rafael
.

Se esforzó por dirigirle sus pensamientos solo a él, tal y como habían ensayado en los últimos días para agudizar las habilidades mentales que ya tenía. Según Rafael, adquiriría otras con el paso del tiempo. Ella esperaba que pasara bastante tiempo, porque ya tenía bastantes dificultades para manejar algunos de los inesperados superpoderes que poseía.

No obtuvo respuesta, pero la intuición le hizo girar la cabeza en dirección a Camden, New Jersey. Rafael estaba vinculado a ella a un nivel más profundo que el del corazón. La cazadora que había sido una vez se habría reído de semejante idea. Pero aquella antigua cazadora no había saboreado el placer dorado de la ambrosía que Rafael había depositado en su boca cuando le dio el beso de la inmortalidad a su cuerpo moribundo.

¿Quién podría haberse imaginado que un acto así tendría consecuencias tan profundas?

Vete a casa, Elena
.

Sorprendida, descendió y echó un vistazo por encima del hombro. Rafael surcaba el cielo nocturno sobre ella.

Volveremos a casa juntos
.

No puedes seguir mi ritmo
. Palabras teñidas de arrogancia, pero muy ciertas.

En lugar de responder, Elena siguió volando. Cabalgó los vientos nocturnos para concederse un respiro de vez en cuando. Al cabo de un rato dejaron atrás los límites de la ciudad, y las farolas que brillaban abajo mostraban vecindarios tranquilos que ya descansaban en los brazos de Morfeo.

Sintió una ráfaga de viento en la cara cuando su arcángel descendió por delante de ella a una velocidad sobrecogedora. Ya había presumido delante de ella antes. Pero aquello no era ningún juego. Aquel arcángel pretendía demostrarle lo insignificante que era.

Tengo noticias de última hora para ti, arcángel. Ya sé que soy tan débil como un bebé en comparación contigo. Pero eso todavía no ha impedido que baile contigo
.

En cuanto dejó de comunicarse mentalmente, recordó otra cosa, una sensual promesa que él le había hecho en el Refugio.

Dijiste que me enseñarías cómo danzan los ángeles
.

No estoy de humor para gentilezas, cazadora del Gremio
.

Elena enarcó una ceja.

Consorte
.

Te estás agotando. Puedo ver que tus alas empiezan a fallar
.

Elena soltó un juramento por lo bajo, ya que tenía razón. Buscó un lugar para aterrizar. Cuando divisó una rama gruesa que se elevaba a bastante altura sobre el suelo, la rama de un árbol situado en lo que parecía un parque desierto, descendió sin pensárselo dos veces. Tal vez se rompiera unos cuantos huesos… pero, qué diablos, había entrenado duro por una razón, y no para apostar sobre seguro.

En el último instante, justo cuando ya tenía claro que iba a romperse varios huesos, Rafael se coló en su mente y corrigió su ángulo de descenso para que pudiera agarrarse a la rama y sentarse sobre ella sin sufrir daños. Elena lo fulminó con la mirada.

No puedes controlar mi mente siempre que te apetezca
.

Una pausa peligrosa.

¿
Preferirías haber pasado las próximas semanas escayolada
?

Preferiría aprender a hacer esto sin ayuda
.

Intentas atravesar las nubes cuando apenas sabes volar en línea recta
.

Elena hervía de rabia.

Baja y dime eso a la cara
.

Una ráfaga de viento le sacudió el cabello, y un instante después Rafael flotaba cerca de su rama. Los ángulos de su rostro eran severos y masculinos, y sus ojos resplandecían con aquel tono metálico que nunca auguraba nada bueno.

—No deberías recorrer distancias tan largas volando, y mucho menos cazar —le dijo con la arrogancia de un inmortal que había vivido mucho más de mil años—. Tienes que pasar otros cuantos años en el Refugio, como mínimo.

Elena resopló.

—Los ángeles pasan tanto tiempo en el Refugio porque son niños, en el sentido literal de la palabra. Yo ya soy adulta.

—¿Estás segura? —Una pregunta cortante—. A mi parecer, intentar romperse la crisma en un aterrizaje que queda fuera del alcance de uno es propio de alguien de cinco años.

Elena cambió de posición para dejar las dos piernas colgando a un lado de la rama y extendió las alas para mantener el equilibrio. Luego cerró los dedos en torno a la madera viva en un intento por calmarse.

—¿Sabes una cosa, Rafael? —le dijo mientras hundía las uñas en la madera—. Creo que estás buscando pelea. —El inmortal que estaba delante de ella no dijo nada. Mantenía una expresión tan severa que Elena casi llegó a creer que jamás se habían amado, que jamás habían reído juntos—. Y yo también —añadió mientras se inclinaba hacia delante.

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