La dalia negra (56 page)

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Authors: James Ellroy

BOOK: La dalia negra
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El acento de Madeleine se iba, su voz se convertía en otra, ronca y gutural. Me preparé para recibir unos cuantos azotes verbales más.

—A esos tipos habría que deportarles a Rusia o fusilarles —dijo el soldado—. No, fusilarles sería demasiado compasivo. Colgarles por donde tú ya sabes, eso estaría mejor.

Madeleine, con voz cantarina, un perfecto acento mexicano:

—Mejor un hacha, ¿no? El policía tiene un compañero. Se encarga de arreglarme unos cuantos cabos sueltos... algunas notas que no tendría que haber dejado para una chica que no era tan buena como parecía. El compañero le dio una paliza a mi papaíto y se fue corriendo a México. Yo dibujo una cara y compro vestidos baratos. Contrato a un detective para encontrarle y represento una mascarada. Voy a Ensenada con un disfraz, me pongo vestidos baratos, finjo que soy una mendiga y llamo a su puerta. «Gringo, gringo, necesito dinero». Me da la espalda, cojo el hacha y le hago pedacitos. Me llevo el dinero que le robó a papaíto. Setenta y un mil dólares, vuelvo a casa con ellos.

—Oye, ¿esto es alguna broma o que? —preguntó el soldado con voz en la que se traslucía el nerviosismo.

Yo saqué mi 38 y amartillé el percutor. Madeleine, que había hecho de «mexicana rica» para Milt Dolphine, cambió al castellano y soltó un áspero torrente de obscenidades. Metí el cañón del arma por la rendija; dentro del cuarto se encendió la luz y vi al amante de Madeleine que intentaba meterse dentro de su uniforme; eso hizo que no apuntara bien.

Vi a Lee metido en un arenal, con los gusanos que se arrastraban por sus ojos.

El soldado salió a toda velocidad por la puerta a medio vestir. Madeleine era un blanco fácil, mientras se enfundaba en su ceñido vestido negro. La apunté con el arma; un último destello de su desnudez me hizo vaciar el arma en el aire. Abrí la ventana de una patada.

Madeleine me vio trepar por el alféizar. No la habían impresionado ni los tiros ni los fragmentos de cristal que volaron por el cuarto. Cuando me habló lo hizo con dulzura, toda una mujer de mundo.

—Ella era para mí lo único real y necesitaba hablarle a la gente de ella. Cuando estaba a su lado, sentía que yo era falsa, forzada. Tenía un talento natural y yo no era más que una impostora. Y era nuestra, cariño. Tú me la devolviste. Ella fue la razón de que lo nuestro fuera tan bueno. Era nuestra.

Moví el cañón y deshice el peinado de
Dalia
que Madeleine llevaba para que pareciera sólo otra zorra más vestida de negro; le esposé las muñecas a la espalda y me vi en el arenal, cebo para gusanos junto con mi compañero. Las sirenas se acercaban a nosotros de todas las direcciones; las luces de las linternas hicieron brillar la ventana rota. Y en mitad del Gran Vacío, Lee Blanchard pronunció de nuevo su misma frase de los disturbios con las cazadoras de cuero:

«
Cherchez la femme
, Bucky. Recuerda eso.»

35

Lo que vino después lo afrontamos juntos.

Cuatro coches patrulla respondieron a mis disparos. Les expliqué a los agentes que debíamos ir a Wilshire con las luces encendidas y la sirena puesta: pensaba acusar a esa mujer de homicidio en primer grado. En Wilshire, Madeleine confesó haber asesinado a Lee Blanchard y tejió una brillante fantasía, un triángulo amoroso con Lee/Madeleine/Bucky, y de cómo estuvo relacionada con nosotros dos en el invierno de 1947. Asistí a su interrogatorio y Madeleine estuvo impecable. Los tipos más duros de Homicidios se tragaron su historia, con anzuelo y sedal incluidos: Lee y yo rivalizábamos por conseguir su mano, y Madeleine me había preferido como esposo potencial. Entonces Lee había ido a ver a Emmett, para exigirle que le «entregara» a su hija, y dándole tal paliza que casi lo mata cuando él se negó. Madeleine persiguió a Lee por todo México para vengarse y acabó con él matándolo con un hacha en la habitación de Ensenada. No hubo ni la más mínima mención al asesinato de la
Dalia Negra
.

Yo corroboré la historia de Madeleine, diciendo que sólo en los últimos tiempos había llegado a descubrir por qué había sido asesinado Lee Luego interrogué a Madeleine repasando todas las circunstancias del crimen y conseguí sacarle una confesión parcial. Fue transportada a la cárcel de mujeres de Los Ángeles y yo volví al Nido..., y me preguntaba todavía qué hacer con Ramona.

Al día siguiente volví al trabajo. Cuando acabé mi ronda, un equipo de duros de la metropolitana esperaban en los vestuarios de Newton. Me tuvieron a fuego lento tres horas; yo seguí con el juego de fantasía inventada por Madeleine. Que su historia fuera tan buena y que mi historial fuera de primera me hicieron aguantar el interrogatorio... y nadie mencionó a la
Dalia
.

A la semana siguiente, la maquinaria legal se encargó de todo el asunto.

El gobierno mexicano se negó a procesar a Madeleine por el asesinato de Lee Blanchard: sin un cadáver y sin pruebas que la apoyaran era imposible poner en marcha la extradición. Se convocó un Gran Jurado para decidir su destino; Ellis Loew fue nombrado para presentar el caso en nombre de la ciudad de Los Ángeles. Le dije que sólo pensaba testificar por escrito. Como sabía demasiado bien lo impredecible que yo era, estuvo de acuerdo en ello. Llené diez páginas con mentiras sobre el «triángulo de amantes», fantasías y adornos dignos de los mejores momentos románticos de Betty Short. No paraba de preguntarme si a ella le gustaría esa ironía.

Emmett Sprague fue acusado por otro Gran Jurado de violaciones a los códigos de salubridad y seguridad derivadas de ser propietario de edificaciones peligrosas a través de sociedades falsas. Se le impusieron multas que superaban los 50.000 dólares... pero no hubo acusaciones criminales contra él. Contando los 71.000 dólares que Madeleine le robó a Lee, había salido ganando unos veinte mil de todo el asunto.

El triángulo de los amantes apareció en los periódicos un día después de que el caso de Madeleine se presentara ante el Gran Jurado. Tanto la pelea Blanchard-Bleichert como el tiroteo del Southside fueron reanimados y fui una celebridad local durante una semana. Después, recibí una llamada de Bevo Means, del
Herald
:

—Ten cuidado, Bucky. Emmett Sprague va a devolver el golpe y las salpicaduras de mierda llegarán hasta el techo. No puedo contarte más.

La revista
Confidential
se encargó de crucificarme.

El número del 12 de julio llevaba un artículo sobre el triángulo. Citaba a Madeleine, y Emmett se había encargado de hacerles unas cuantas confidencias de lo más escandalosas. La chica de la coraza había dicho que yo me escapaba del trabajo para acostarme con ella en el motel Flecha Roja; que robaba el whisky de su padre para aguantar los turnos de noche; que le había explicado cómo podía estafar al sistema de parquímetros y que alardeaba de «golpear a los negros». Había insinuaciones que apuntaban a cosas peores... pero cuanto Madeleine decía era cierto.

Fui expulsado de la policía de Los Ángeles por faltar a mis deberes morales y comportarme de una forma indigna en un agente de policía. Fue decisión unánime de una junta especial formada por inspectores y jefes de los departamentos y no protesté ante tal decisión. Pensé en delatar a Ramona con la esperanza de darle la vuelta a la tortilla pero acabé desechando la idea. Russ Millard podía verse obligado a admitir lo que sabía y salir perjudicado por ello; el nombre de Lee quedaría aún más cubierto de fango; Martha lo sabría todo. Mi expulsión llegaba con dos años y medio de retraso; los descubrimientos de
Confidential
eran el último sonrojo que yo le hacía pasar al Departamento de Policía. Nadie sabía eso mejor que yo.

Entregué mi revólver reglamentario, mi 45 clandestino y mi placa, la 1611. Me mudé otra vez a la casa que Lee había comprado, le pedí prestados 500 dólares al padre y esperé a que mi fama muriese antes de ponerme a buscar trabajo. Betty Short y Kay seguían siendo un peso en mi alma y fui a la escuela de Kay para verla. El director, que me miraba como si yo fuera un insecto que hubiese salido a rastras de la madera, dijo que Kay había presentado su carta de dimisión un día después de que mi nombre apareciera en los periódicos. En su escrito decía que iba a hacer un largo viaje en automóvil a través del país y que no volvería a Los Ángeles.

El Gran Jurado acabó juzgando a Madeleine bajo la acusación de homicidio en tercer grado: «homicidio premeditado bajo tensión psicológica y con circunstancias atenuantes». Su abogado, el gran Jerry Giessler, hizo que se declarara culpable y pidió clemencia a los jueces. Teniendo en consideración «una severa esquizofrenia con ilusiones violentas en las cuales podían actuar varias personalidades diferentes», fue sentenciada a reclusión en el Hospital Estatal de Atascadero por un «período indeterminado de tratamiento que no podría ser inferior al tiempo mínimo prescrito por el código penal del Estado: diez años».

Así pues, la chica de la coraza pagó el pato por su familia y yo por mis propias culpas. Mi despedida a los Sprague fue una foto en la primera página del
Daily News
de Los Ángeles. Las matronas se llevaban a Madeleine de la sala del tribunal mientras que Emmett lloraba en la mesa de la defensa y Ramona, las mejillas vaciadas por la enfermedad, era conducida del brazo por Martha, sólida y respetable en un buen traje cortado a medida. La foto sellaba para siempre mi silencio.

36

Un mes después recibí una carta de Kay.

Sioux Falls, S. D.

17/8/49

Querido Dwight,

Ignoro si has vuelto a la casa y por ello no sé si esta carta te llegará. He buscado los periódicos de Los Ángeles en la biblioteca y sé que ya no estás en el Departamento de Policía, por lo que ése es otro sitio al cual no puedo escribirte. Tendré que limitarme a mandar la carta y esperar a ver qué ocurre.

Estoy en Sioux Falls y vivo en el hotel Plainsman. Es el mejor de la ciudad y desde pequeña siempre he querido vivir en él. Por supuesto, no me lo había imaginado así. Lo único que deseaba era quitarme el sabor de Los Ángeles de la boca y Sioux Falls es todo lo contrario a Los Ángeles que puedes encontrar sin marcharte a la Luna.

Mis amigas de la escuela están todas casadas y tienen niños y dos de ellas son viudas de guerra. Todo el mundo habla de la guerra como si aún continuara, y las inmensas praderas que hay junto al pueblo están siendo preparadas para construir casas en ellas. Las que han edificado por el momento son tan feas y brillantes, con unos colores tan chillones... Me hacen echar de menos nuestra vieja casa. Sé que la odias pero fue un santuario durante nueve años de mi vida.

Dwight, he leído todos los periódicos y esa basura de la revista. Debo haber contado una docena de mentiras, por lo menos. Mentiras por omisión y mentiras de las que saltan a la vista. Sigo preguntándome qué pasó, aunque, en realidad, no quiero saberlo. Sigo preguntándome por qué no se mencionó nunca a Elizabeth Short. Tendría que haberme sentido bien, haber pensado que hice lo justo, pero me pasé la última noche en mi habitación, dedicada a contar el número de mentiras, sin hacer nada más. Todas las mentiras que te dije y las cosas que nunca llegué a contarte, ni tan siquiera cuando las cosas iban bien entre nosotros. Me da demasiada vergüenza decirte el número al que llegué.

Me dan pena. Y admiro lo que hiciste con Madeleine Sprague. Nunca supe lo que significaba para ti pero sé lo que te costó su arresto. ¿Mató en realidad a Lee? ¿O no es más que otra mentira? ¿Por qué soy incapaz de creerlo?

Tengo un poco de dinero que Lee me dejó (ya lo sé, una mentira por omisión), y dentro de unos días me iré al este. Quiero estar lejos de Los Ángeles, en algún lugar fresco, bonito y viejo. Quizá Nueva Inglaterra, los Grandes Lagos tal vez. Sólo sé que cuando vea ese lugar, lo reconoceré.

Con la esperanza de que esto llegue a ti,

Kay

P. D. ¿Sigues pensando en Elizabeth Short? Yo pienso en ella continuamente. No la odio, pienso en ella, nada más. Resulta extraño, después de todo este tiempo.

K. L. B.

Conservé la carta y la releí doscientas veces por lo menos. No pensaba en su significado o en las implicaciones que tenía respecto a mi futuro, o al de Kay, o al de los dos juntos. Lo único que hacía era volver a leerla, y pensar en Betty.

Tiré el archivo de El Nido a la basura y pensé en ella. H. J. Caruso me dio un trabajo de vendedor de coches, y pensaba en ella mientras cantaba las maravillas de los modelos de 1950. Pasé junto a la Treinta y Nueve y Norton, vi que construían casas en ese solar vacío, y pensé en ella. No ponía en duda la moralidad de haber dejado libre a Ramona, no me preguntaba si Betty lo aprobaría o no. Pensaba en ella, nada más. Y había hecho falta que Kay, siempre la más lista de los dos, se encargara de hacer que lo viera todo con claridad.

Su segunda carta tenía remite de Cambridge, Massachussets, y venía en un sobre del Harvard Motor Lodge.

11/9/49

Querido Dwight:

Sigo siendo una mentirosa, una cobarde, pierdo el tiempo con rodeos. Lo he sabido desde hace dos meses y sólo ahora he reunido el valor suficiente para contártelo. Si esta carta no llega a ti tendré que telefonear a la casa o a Russ Millard. Es mejor que antes pruebe suerte con esto.

Dwight, estoy embarazada. Tuvo que ocurrir más o menos un mes antes de que te fueras, esa vez horrible. Espero la criatura para Navidad y quiero que nazca.

Aquí está la huida-avance patentada marca Kay Lake. Por favor, ¿me llamarás o me escribirás? ¿Pronto? ¿Ya?

Ésas son las grandes noticias. En cuanto a la P. D. de mi última carta, ¿te pareció algo extraña? ¿Elegíaca? Bueno, ha ocurrido algo realmente extraño y gracioso.

No paraba de pensar en Elizabeth Short. En cómo trastornó todas nuestras vidas y en que ni tan siquiera la conocimos. Cuando llegué a Cambridge (¡Dios, cómo adoro las comunidades académicas!), recordé que había crecido cerca de aquí. Fui a Medford, me quedé a cenar y me puse a charlar con un ciego que estaba sentado a la mesa de al lado. Tenía ganas de conversar y mencionó a Elizabeth Short. Al principio él estaba triste y luego se animó. Me habló de un policía de Los Ángeles que vino a Medford hace tres meses para descubrir al asesino de «Beth». Describió tu voz y tu estilo de hablar hasta la última coma. Me sentí orgullosa pero no le dije que ese policía era mi esposo, porque no sé si aún lo eres.

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