La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento (13 page)

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La fiesta del asno es uno de los aspectos de este antiguo tema tradicional.

Junto con la fiesta de los locos, son fiestas especiales en el curso de las cuales la risa desempeña un rol primordial; en este sentido son análogas al carnaval y a las cencerradas. Pero en todas las demás fiestas religiosas corrientes de la Edad Media, como hemos explicado en nuestra introducción, la risa ha cumplido un cierto rol, más o menos importante, al organizar el aspecto público y popular de la fiesta. En la Edad Media, la risa fue consagrada por la fiesta (al igual que el principio material y corporal), la
risa festiva
predominaba. Recordemos ante todo la
risus paschalis.
La tradición antigua permitía la risa y las burlas licenciosas en el interior de la iglesia durante las Pascuas. Desde lo alto del púlpito, el cura se permitía toda clase de relatos y burlas con el objeto de suscitar la risa de los feligreses, después de un largo ayuno y penitencia. Esta risa tenía la significación de un
renacimiento feliz.
Estas burlas y alegres relatos de tipo carnavalesco estaban relacionados principalmente con la vida material y corporal. La risa volvía a ser autorizada del mismo modo que la carne y la vida sexual (prohibidas durante el ayuno). La tradición de la
risus paschalis
(risa pascual) persistía aún en el siglo
XVI
, es decir mientras vivía Rabelais.
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Además de la «risa pascual» existía también la «risa de Navidad». La primera se ejecutaba preferentemente en base a sermones, relatos recreativos, burlas y bromas; la «risa navideña» prefería las canciones disparatadas sobre temas laicos, interpretadas en las iglesias; los cantos espirituales, a su vez, se cantaban en base a melodías laicas, incluso callejeras (poseemos, por ejemplo, la partitura de un
Magnificat
que nos informa de que este himno religioso era interpretado al compás de una canción bufona callejera).

La tradición navideña floreció principalmente en Francia. El tema espiritual se mezclaba con ritmos laicos y elementos de degradación material y corporal. El tema del
nacimiento, de lo nuevo, de la renovación,
se asociaba orgánicamente al de la
muerte de lo viejo,
contemplado desde un punto de vista alegre e «inferior», a través de imágenes de derrocamiento bufonesco y carnavalesco. Gracias a esta peculiaridad la «Navidad» francesa se convirtió en uno de los géneros más populares de la canción revolucionaria callejera.

La risa y el aspecto material y corporal, como elementos «degradantes» y regeneradores cumplían un rol muy importante dentro de las fiestas celebradas dentro o fuera del radio de influencia de la religión, sobre todo las fiestas que, al revestir un carácter local habían absorbido ciertos elementos de las antiguas fiestas paganas. A veces las fiestas cristianas venían a sustituir a las paganas. Es el caso de las fiestas de consagración de las iglesias (primera misa) y las fiestas del trono. Estas coincidían generalmente con las ferias locales y todo el cortejo de regocijos populares y públicos que las acompañaban. Había también un desencadenamiento de glotonería y embriaguez.
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La comida y la bebida eran el centro de atracción de los banquetes conmemorativos. La clerecía organizaba banquetes en honor de protectores y donadores enterrados en las iglesias, se bebía a su salud el
poculum charitatis
o el
chantas vini.
En una conmemoración hecha en la abadía de Quedlinburg se dijo textualmente que el festín de los sacerdotes nutría y agradaba a los muertos
plenius inde recreantur mortuo.
Los dominicos españoles bebían a la salud de sus santos patronos enterrados en sus iglesias pronunciando el voto ambivalente típico: «Viva el muerto».
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En estos últimos ejemplos la alegría y la risa festiva se manifestaba con motivo del banquete y se asociaban con la imagen de la muerte y el nacimiento (renovación de la vida) en la unidad compleja de lo «inferior» material y corporal ambivalente (a la vez devorador y procreador).

Ciertas fiestas adquirían un colorido específico de acuerdo con la estación. Así, por ejemplo, San Martín y San Miguel tenían vestimentas báquicas en otoño, ya que se les consideraba patronos de los viñateros. A veces, las cualidades particulares de algún santo servían de pretexto para el desarrollo de ritos y actos materiales y corporales «degradantes», fuera de la iglesia. En Marsella se hacían desfilar en procesión durante el día de San Lázaro los caballos, muías, asnos, toros y vacas del pueblo. La población se disfrazaba y ejecutaba la «gran danza»
(magnum tripudium)
en la plaza pública y en las calles. El personaje de Lázaro estaba asociado al ciclo de leyendas sobre el infierno que poseían una connotación topográfica material y corporal los infiernos: lo inferior material y corporal
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y se relacionaba también al tema de la muerte y la resurrección. La fiesta de San Lázaro retomaba en la práctica numerosos elementos de las fiestas paganas locales.

Además, la risa y el principio material y corporal estaban autorizados en las fiestas, los banquetes, los regocijos callejeros y los lugares públicos y domésticos.

No nos referiremos por ahora a las manifestaciones cómicas carnavalescas propiamente dichas.
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Volveremos sobre el tema en el momento oportuno. Pero deseamos destacar una vez más la
relación esencial de la risa festiva con el tiempo y la sucesión de las estaciones.
La situación que ocupa la fiesta durante el año se vuelve muy importante en su faceta no oficial, cómica y popular. Se reaviva su relación con la sucesión de las estaciones, las fases solares y lunares, la muerte y la renovación de la vegetación y la sucesión de los ciclos agrícolas. Se le otorga singular importancia, en sentido positivo, a lo nuevo y a punto de llegar. Esto adquiere luego un sentido más amplio y profundo: concreta la esperanza popular en un porvenir mejor, en un régimen social y económico más justo, en una nueva situación.

Hasta cierto punto, el espectáculo cómico popular de la fiesta tendía a representar este porvenir mejor: abundancia material, igualdad, libertad, así como las saturnales romanas encarnaban el retorno a la edad dorada. Debido a esto, la fiesta medieval era un Jano de doble faz: el rostro oficial, religioso, miraba hacia el pasado y servía para sancionar y consagrar el régimen existente, mientras que el rostro popular
miraba alegremente hacia el porvenir y reía en los funerales del pasado y del presente.
Este rostro se oponía al estatismo del régimen, a las concepciones establecidas, ponía el énfasis en la
sucesión
y la
renovación,
incluso en el plano social e histórico.

Lo «inferior» material y corporal, así como todo el sistema de «degradaciones», inversiones e imitaciones burlescas, tenía una relación fundamental con el tiempo y los cambios sociales e históricos. Uno de los elementos indispensables de la fiesta popular era el
disfraz,
o sea la
renovación
de las ropas y la personalidad social. Otro elemento igualmente importante era la permutación de las jerarquías: se proclamaba rey al bufón; durante la fiesta de los locos se elegía un abad, un obispo y un arzobispo de la risa, y en las iglesias sometidas a la autoridad directa del papa, se elegía un papa de la risa. Estos dignatarios celebraban una misa solemne; había fiestas en las cuales se elegían efímeros reyes y reinas (por un día), como por ejemplo en la fiesta de los Reyes o en la fiesta de San Valentín. La elección de estos «reyes de la risa» estaba muy difundida en Francia; en cada festín había un rey y una reina. Era la misma lógica topográfica que presidía la idea de ponerse la ropa al revés, calcetines en la cabeza, la elección de reyes y papas de la risa: había que invertir
el orden de lo alto y lo bajo,
arrojar lo elevado y antiguo y lo perfecto y terminado al infierno de lo «inferior» material y corporal, donde moría y volvía a renacer.

Esto adquirió así una relación substancial con el tiempo y los cambios sociales e históricos. Los conceptos de la relatividad y evolución actuaron como detonadores contra las pretensiones de inmutabilidad e intemporalidad del régimen jerárquico medieval. Las imágenes topográficas tendían a representar el instante preciso de la transición y la sucesión, la dualidad de autoridades y verdades, la antigua y la nueva, la agonizante y la naciente. El ritual y las imágenes festivas tendían a encarnar la imagen misma del tiempo dador de vida y de muerte, que transformaba lo antiguo en lo nuevo e impedía toda posibilidad de perpetuación.

El tiempo juega y ríe. Es el joven juguetón de Heráclito que detenta el supremo poder universal («la supremacía corresponde al niño»). El énfasis se pone en el porvenir, cuyo utópico rostro se encuentra una y otra vez en las imágenes y ritos de la risa festiva y popular. De allí que a partir de los regocijos populares se desarrollaran los orígenes de la visión histórica renacentista.

A modo de conclusión, podemos decir que la risa, separada en la Edad Media del culto y de la concepción del mundo oficiales, formó su propio nido, casi legal, al amparo de las fiestas que, además de su apariencia oficial, religiosa y estatal, poseían un aspecto secundario popular carnavalesco y público, cuyos componentes principales eran la risa y lo «inferior» material y corporal. Este aspecto popular tenía formas propias, temas, imágenes y ritual particulares. El origen de los diversos elementos de este ritual era dispar. Puede decirse con certeza que la tradición de las saturnales romanas sobrevivió durante la Edad Media, al igual que las tradiciones del mimo antiguo. Otra de las fuentes esenciales fue además el
folklore local,
que suministró en cierta proporción las imágenes y el ritual de la fiesta cómica popular.

Los curas de rango bajo e inferior, los escolares, estudiantes, miembros de corporaciones y personas de condición flotante, marginados de la sociedad, eran los participantes más activos de las fiestas populares. Sin embargo, la cultura cómica de la Edad Media pertenecía en realidad a todo el pueblo. La concepción cómica abarcaba y arrastraba a todos irresistiblemente.

La voluminosa literatura paródica de la Edad Media se asocia directa o indirectamente a las manifestaciones de la risa popular festiva. Es posible, como lo afirman ciertos autores como Novati, que algunas parodias de los textos y ritos sagrados se representaran durante la fiesta de los bobos a la que estarían directamente ligadas. Sin embargo, no se puede afirmar lo mismo de la mayoría de las parodias sagradas. Lo importante no es ese lazo directo, sino más bien el vínculo general de las parodias medievales con la risa y la libertad autorizada durante las mismas. La literatura paródica de la Edad Media es una literatura recreativa, escrita en los ratos de ocio y destinada a leerse durante las fiestas, circunstancia en la cual reinaba un ambiente especial de libertad y licencia. Esta alegre manera de parodiar lo sagrado se permitía solamente en esta ocasión, del mismo modo que durante la risa pascual
(risus paschalis)
se autorizaba la consumición de carne y la vida sexual. Estas parodias estaban también imbuidas del sentido de la sucesión de las estaciones y de la renovación en el plano material y corporal. Era la misma lógica de lo «inferior» material y corporal ambivalente.

Las recreaciones escolares y universitarias tuvieron una gran importancia en la historia de la parodia medieval: coincidían generalmente con las fiestas y gozaban en todos sus privilegios. Durante las recreaciones, los jóvenes se desembarazaban momentáneamente del sistema de concepciones oficiales, de la sabiduría y el reglamento escolares, que se convertían precisamente en el blanco de sus alegres y rebajantes bromas. Se liberaban ante todo de las pesadas trabas de la piedad y la seriedad («de la fermentación incesante de la piedad y el temor de Dios»), así como también del yugo de las lúgubres categorías de lo «eterno», «inmutable» y «absoluto». Oponían a esto el lado cómico, alegre y libre del mundo abierto y en evolución, dominado por la alegría de las sucesiones y renovaciones. Por eso las parodias de la Edad Media no eran meros pastiches rigurosamente literarios o simples denigraciones de los reglamentos y leyes de la sabiduría escolar: su misión era trasponer esto al registro cómico y al plano material y corporal positivo: corporizaban, materializaban y al mismo tiempo aligeraban lo que incorporaban a su cosmovisión. No nos detendremos ahora en el examen de las parodias de la Edad Media; nos referiremos a algunas de ellas más adelante, a la
Coena Cypriani,
por ejemplo. Por ahora nos contentamos con definir el sitio que ocupa la parodia sagrada en la unidad de la cultura cómica popular de la Edad Media.
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La parodia medieval (sobre todo la anterior al siglo
XII
) no se propone sólo describir los aspectos negativos o imperfectos del culto, de la organización eclesiástica y la ciencia escolar. Para los parodistas, todo, sin excepción, es cómico; la risa es tan universal como la seriedad, y abarca la totalidad del universo, la historia, la sociedad y la concepción del mundo. Es una concepción totalizadora del mundo. Es el
aspecto festivo del mundo
en todos sus niveles, una especie de revelación a través del juego y de la risa.

Convierte en un juego alegre y desenfrenado los acontecimientos que la ideología oficial considera como más importantes. La
Coena Cypriani,
(la más antigua parodia grotesca escrita entre los siglos
V
y
VII
), utiliza elementos de la historia sagrada, desde Adán hasta Cristo, para relatar un banquete bufonesco y excéntrico.
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Otra obra de literatura recreativa, los
Joca monachorum
(siglos
VI
y
VII
, de origen bizantino, muy difundida en Francia a principios del siglo
VIII
, estudiada en Rusia por A. Vesselovski e I. Jdanov), es una fantasía mucho más moderada, una especie de alegre catecismo, una serie de preguntas extravagantes sobre temas bíblicos; en realidad, los
Joca
son un alegre jugueteo bíblico, aunque menos desenfrenado que la
Coena.

Durante los siglos siguientes (sobre todo a partir del
XI
) las parodias incluyen, en el devaneo cómico, todos los aspectos de la doctrina y el culto oficiales, y,
en general, las formas de conducta serias en relación al mundo.
Conocemos múltiples parodias de plegarias como el
Pater Noster, Ave María
y el
Credo,
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así como ciertas parodias de himnos (por ejemplo, el
Laetabundus)
y letanías. También se han escrito parodias de la liturgia.

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