Read La colonia perdida Online
Authors: John Scalzi
—Me alegro por usted —dijo Jane—. Pero preferiría que nos concentráramos en
nuestra
situación —su voz era fría, un contrapunto a la acalorada furia de Zane.
—Muy bien —respondió Stross—. He enviado los archivos y órdenes relevantes a sus PDA, para que puedan revisarlas a su gusto. Pero la cosa es la siguiente: el planeta que creían que era Roanoke era un señuelo. El planeta en el que están ahora es la
verdadera
colonia Roanoke. Esto es lo que colonizarán.
—Pero no sabemos nada de este planeta —dije yo.
—Todo está en los archivos —dijo Stross—. En general, es mejor planeta para ustedes que el otro. La bioquímica es adecuada para nuestras necesidades alimenticias. Bueno,
sus
necesidades alimenticias. No las mías. Pueden empezar a pastar inmediatamente.
—Ha dicho que el otro planeta era un señuelo —dijo Jane—. ¿Un señuelo para qué?
—Es complicado.
—Inténtelo.
—Muy bien, vale —dijo Stross—. Para empezar, ¿quién sabe lo que es el Cónclave?
Pareció como si hubieran abofeteado a Jane.
—¿Qué? ¿Qué es? ¿Qué es el Cónclave? —pregunté. Miré a Zane, quien hizo un gesto de disculpa. Tampoco lo sabía.
—Se han puesto en marcha —dijo Jane, tras una pausa.
—Oh, sí —dijo Stross.
—¿Qué es el Cónclave? —repetí.
—Es una organización de razas —dijo Jane, todavía mirando a Stross—. La idea era unirse para controlar esta parte del espacio e impedir que otras razas colonizaran —se volvió hacia mí—. La última vez que oí hablar del tema fue justo antes de que nos estableciéramos en Huckleberry.
—Lo sabías y no me lo dijiste.
—Órdenes —replicó Jane, no de muy buen humor—. Era parte del trato que hice. Pude dejar las Fuerzas Especiales con mis condiciones, siempre que olvidara todo lo que había oído acerca del Cónclave. No podría habértelo dicho aunque hubiera querido. Y además, no había nada que decir. Todo estaba aún en fase preliminar y, por lo que yo sabía, no iba a ninguna parte. Y yo lo supe por Charles Boutin. No era el observador de política interestelar más fiable.
Jane parecía verdaderamente enfadada; no pude decir si conmigo o con la situación. Decidí no presionar y me volví hacia Stross.
—Pero ahora eso del Cónclave se está convirtiendo en una preocupación.
—Así es —dijo Stross—. Desde hace más de dos años. Lo primero que hizo fue advertir a todas las especies que no eran parte del Cónclave de que no siguieran colonizando.
—¿O qué? —preguntó Zane.
—O el Cónclave aniquilaría las nuevas colonias —dijo Stross—. Ese es el motivo de este cambiazo. Hicimos creer al Cónclave que íbamos a fundar una colonia y asentarnos en un mundo. Pero de hecho enviamos la colonia a otro mundo completamente distinto. Un mundo que no está en los archivos ni en las cartas de navegación y del que nadie sabe nada, aparte de unos cuantos peces muy gordos. Y yo, porque estoy aquí para decírselo. Y ahora ustedes. El Cónclave estaba dispuesto a atacar la colonia Roanoke antes de que pudieran desembarcar siquiera. Ahora no pueden atacarlos porque no pueden encontrarlos. Eso los hace parecer estúpidos y débiles. Y eso nos hace parecer mejores a nosotros. Así es como yo lo entiendo.
Ahora me tocó a mí el turno de cabrearme.
—Así que la Unión Colonial está jugando al escondite con ese Cónclave —dije—. Qué divertido.
—Divertido es una palabra —dijo Stross—. No le parecería tan divertido si los encuentran.
—¿Y cuánto tiempo va a durar esto? —pregunté—. Si esto es un golpe al Cónclave tan grande como dicen, entonces vendrán a buscarnos.
—En eso tiene usted razón —dijo Stross—. Y cuando los encuentren, los aniquilarán. Así que nuestro trabajo es hacer que sean difíciles de encontrar. Y creo que ésa es la parte que no les va a gustar a ustedes.
* * *
—Punto número uno —dije a los representantes de la colonia Roanoke—. Ningún tipo de contacto entre la colonia Roanoke y el resto de la Unión Colonial.
La mesa se sumió en el caos.
Jane y yo estábamos sentados a ambos extremos, esperando que el alboroto se calmara. Tardó varios minutos.
—Eso es una locura —dijo Marie Black.
—Estoy completamente de acuerdo —contesté—. Pero cada vez que haya un contacto entre Roanoke y cualquier otro mundo colonial, dejará una pista que los conducirá hasta nosotros. Las naves espaciales tienen tripulaciones que se cuentan por centenares. No es realista asumir que ninguno de ellos hable con sus amigos o sus cónyuges. Y todos ustedes saben que habrá gente buscándonos. Sus antiguos gobiernos y sus familias y la prensa estarán buscando a alguien que pueda darles una pista de dónde estamos. Si alguien nos puede señalar con el dedo, ese Cónclave nos encontrará.
—¿Y la
Magallanes? —
preguntó Lee Chen—. Va a regresar.
—No, en realidad no va a hacerlo —dije yo.
Esta noticia fue acogida con exclamacaciones de sorpresa. Recordé la furia absoluta del rostro del capitán Zane cuando Stross le dio esa información. Zane amenazó con desobedecer la orden; Stross le recordó que no tenía ningún control sobre los motores de la nave, y que si la tripulación y él no se dirigían a la superficie con el resto de los colonos, descubrirían que tampoco tenía ningún control sobre los sistemas de soporte vital. Fue un momento bastante desagradable.
La cosa se puso peor cuando Stross le dijo a Zane que el plan era deshacerse de la
Magallanes
lanzándola directamente al sol.
—La tripulación de la
Magallanes
tiene familias en la Unión Colonial —dijo Hiram Yoder—. Cónyuges. Hijos.
—Así es —dije yo—. Eso les dará una idea de lo serio que es esto.
—¿Podemos permitírnoslos? —preguntó Manfred Trujillo—. No estoy diciendo que los rechacemos. Pero los almacenes de la colonia fueron calculados para dos mil quinientos colonos. Ahora vamos a añadir, ¿cuántos, doscientos?
—Doscientos tres —contestó Jane—. No es ningún problema. Cargamos un cincuenta por ciento más de lo habitual para colonias de este tamaño, y este mundo tiene vida vegetal y animal que puede servirnos de alimento. Esperemos.
—¿Cuánto tiempo durará este aislamiento? —preguntó Black.
—Indefinidamente —respondí. Otro gruñido—. Nuestra supervivencia depende del aislamiento. Es así de simple. Pero en cierto modo hace que las cosas sean más sencillas. Las colonias seminales tienen que preparar la siguiente oleada de colonos dos o tres años más tarde. Nosotros no tendremos que preocuparnos por eso ahora. Podremos concentrarnos en nuestras necesidades. Eso marcará la diferencia.
Hubo un sombrío acuerdo ante mis palabras. Por el momento, era lo mejor que podía esperar.
—Punto dos —dije, y me tensé esperando la reacción—. Ningún uso de tecnología que pueda revelar la existencia de nuestra colonia desde el espacio.
Esa vez no se calmaron después de unos cuantos minutos.
—Eso es completamente ridículo —dijo Paulo Gutiérrez al cabo de un rato—. Todo lo que tenga conexión inalámbrica es potencialmente detectable. Lo único que hay que hacer es un barrido con una señal de amplio espectro. Intentará conectar con cualquier cosa y dirá qué es lo que encuentra.
—Lo entiendo —dije.
—Toda nuestra tecnología es inalámbrica —dijo Gutiérrez. Alzó su PDA—. Mire esto. Ni un maldito cable. No podría conectar uno si lo intentara. Todo nuestro equipo automatizado de la bodega de carga es inalámbrico.
—Olviden el equipo —dijo Lee Chen—. Todos mis colonos llevan un localizador implantado.
—Y los míos también —dijo Marta Piro—. Y no tienen ningún interruptor de desconexión.
—Entonces van a tener que extraerlos —dijo Jane.
—Eso requiere una operación quirúrgica —dijo Piro.
—¿Dónde demonios los pusieron? —preguntó Jane.
—En el hombro —respondió Piro. Chen asintió: sus colonos también llevaban el implante en el hombro—. No es una operación de importancia, pero habrá que abrirlos de todas formas.
—La alternativa es exponer a todos los otros colonos a ser descubiertos y aniquilados —dijo Jane, marcando sus palabras—. Supongo que su gente va a tener que sufrir.
Piro empezó a abrir la boca para responder, pero luego pareció pensárselo mejor.
—Aunque extraigamos los localizadores, seguimos teniendo otros equipos —dijo Gutiérrez, centrando de nuevo la conversación—. Todo es inalámbrico. El equipo granjero. El equipo médico. Todo. Lo que nos están diciendo es que no podemos usar
nada
del equipo que necesitamos para sobrevivir.
—No todo el equipo de la bodega de carga tiene conexión inalámbrica —dijo Hiram Yoder—. El equipo que nosotros trajimos no la tiene. Es equipo antiguo. Necesita una persona tras los controles, y nos funciona bien.
—Ustedes tienen el equipo —dijo Gutiérrez—. Nosotros no. Los demás no.
—Compartiremos lo que podamos —dijo Yoder.
—No es una cuestión de compartir —escupió Gutiérrez. Se tomó un segundo para calmarse—. Estoy seguro de que intentarán ayudarnos —le dijo a Hiram—. Pero han traído equipo suficiente para
ustedes.
Somos diez veces más.
—Tenemos el equipo —dijo Jane. Todos en la mesa se volvieron a mirarla—. Les he enviado a todos una copia de los albaranes de la nave. Verán que además de todo el equipo moderno que tenemos, también nos han proporcionado todo tipo de herramientas y utensilios que eran, hasta hoy, obsoletos. Eso nos dice dos cosas. Nos dice que la Unión Colonial pretendía que nos las arregláramos solos. También nos dice que no quieren que muramos.
—Es una forma de verlo —dijo Trujillo—. Otra es que sabían que nos iban a abandonar ante ese Cónclave y, en vez de darnos algo con lo que pudiéramos defendernos, nos dicen que cerremos la boca y agachemos la cabeza, y tal vez ese Cónclave no nos oirá.
Hubo murmullos de acuerdo por toda la mesa.
—No es momento de discutir —dije yo—. Sea cual sea la forma de pensar de la UC, el hecho es que estamos aquí y no vamos a ir a ninguna otra parte. Cuando estemos en el planeta y tengamos la colonia en marcha, podremos discutir qué significa la estrategia de la UC. Pero por el momento, tenemos que concentrarnos en lo que es necesario que hagamos para
sobrevivir.
Bien, Hiram —dije, y le tendí mi PDA—. Entre todos nosotros, es usted quien tiene más idea de la capacidad de este equipo para satisfacer nuestras necesidades. ¿Es factible?
Hiram cogió la PDA y repasó el contenido de los albaranes durante varios minutos.
—Es difícil de decir —contestó por fin—. Necesitaría tenerlo todo delante. Y necesitaría ver a la gente que va a manejar el equipo. Y hay muchos otros factores. Pero creo que podríamos conseguir que funcionara —contempló la mesa—. Les aseguro que todo lo que pueda hacer para ayudarles, lo haré. No puedo hablar por todos mis hermanos en esta cuestión, pero puedo decirles por mi experiencia que cada uno de ellos está dispuesto a atender la llamada. Podemos lograrlo. Podemos hacer que funcione.
—Hay otra opción —dijo Trujillo. Todos los ojos se volvieron hacia él—. No nos escondamos. Usemos todo el equipo que tenemos, todos los recursos que tenemos, para sobrevivir. Cuando ese Cónclave aparezca, si aparece, les diremos que somos una colonia montuna. Ninguna afiliación con la UC. Su guerra es con la Unión Colonial, no con una colonia montuna.
—Estaríamos desobedeciendo órdenes —dijo Marie Black.
—La desconexión funciona a dos bandas —dijo Trujillo—. Si tenemos que estar aislados la UC no podrá comprobar cómo estamos. Y aunque desobedeciéramos órdenes, ¿qué? ¿Somos de las FDC? ¿Van a fusilarnos? ¿Van a
despedirnos?
Y además, ¿consideramos los que estamos aquí presentes que esas órdenes son legítimas? La Unión Colonial nos ha abandonado. Es más, tenían planeado abandonarnos. Han incumplido su promesa con nosotros. Por eso digo que hagamos lo mismo. Volvámonos montunos.
—Creo que no sabe lo que dice cuando propone que nos volvamos montunos —le dijo Jane a Trujillo—. Los colonos de la última colonia montuna en la que estuve habían sido asesinados para comérselos. Encontramos los cadáveres de los niños en un almacén, esperando a ser troceados. No se engañe. Volverse montuno es firmar la propia sentencia de muerte.
Las palabras de Jane flotaron en el aire varios segundos, retando a todos a refutarlas.
—Hay riesgos —dijo Trujillo por fin, aceptando el desafío—. Pero estamos
solos.
Somos una colonia montuna en todo menos en el nombre. Y no sé si ese Cónclave suyo es tan horrible como la Unión Colonial dice. La UC nos ha estado engañando todo este tiempo. No tiene ninguna credibilidad. No podemos confiar en que tenga en cuenta nuestros intereses.
—Así que quiere pruebas de que el Cónclave pretende hacernos daño —dijo Jane.
—No estaría mal.
Jane se volvió hacia mí.
—Enséñaselo —me dijo.
—¿Enseñarnos qué? —preguntó Trujillo.
—Esto —dije. Con mi PDA (que pronto ya no podría usar) envié una señal al gran monitor de pared y le suministré un vídeo. Mostraba a una criatura en una colina o un montículo. Tras la criatura se veía algo que parecía ser un pueblecito. Todo estaba bañado por una luz cegadora.
—La aldea que ven es una colonia —dije—. La fundaron los whaid, poco después de que el Cónclave advirtiera a las razas que no pertenecen a él que dejaran de colonizar. El Cónclave se precipitó, porque no podía reforzar su decreto en ese momento. Así que algunas de las razas no afiliadas colonizaron de todas formas. Pero ahora el Cónclave se está poniendo al día.
—¿De dónde procede esa luz? —preguntó Lee Chen.
—De las naves del Cónclave en órbita —contestó Jane—. Es una táctica de terror. Desorienta al enemigo.
—Tienen que haber un montón de naves allá en lo alto —dijo Chen.
—Sí —respondió Jane.
Los rayos de luz que iluminaban la colonia whaidiana se apagaron de pronto.
—Aquí viene —dije yo.
Los rayos de la muerte apenas eran detectables al principio; su finalidad era destruir, no presentar un espectáculo, y casi toda la energía iba dirigida a sus objetivos, no a la cámara. Sólo hubo un leve ondular en el aire por el súbito calor, visible incluso desde la distancia donde se encontraba la cámara.
Entonces, en una fracción de segundo, la colonia entera prendió y explotó. El aire supercalentado hizo volar por los aires los fragmentos y el polvo de los edificios, estructuras, vehículos y habitantes de la colina en medio de un remolino iluminado por la potencia de los rayos mismos. Los aleteantes fragmentos de materia reflejaban las llamas que, como ellos, ahora también se alzaban al cielo.