La ciudad y la ciudad (38 page)

Read La ciudad y la ciudad Online

Authors: China Miéville

Tags: #Fantástico, #Policíaco

BOOK: La ciudad y la ciudad
8.07Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Puede ser —dijo Ashil.

—Pregúntale a tus superiores. Pregúntales a las autoridades. No lo sé. —¿Qué otros mandos, superiores o inferiores, habría en la Brecha?—. Sabes que nos vigilan. O que algo, en alguna parte, los vigilaba a ellos, a Mahalia, a Yolanda, a Bowden.

—No hay nada en lo que estuviera involucrado el tirador.

Ese fue uno de los otros, que hablaba en ilitano.

—De acuerdo. —Me encogí de hombros. Hablé en besź—. Así que solo era un derechista cualquiera con mucha suerte. Si lo decís vosotros. ¿Es que creéis que los exiliados interiores se dedican a hacer esto? —dije. Ninguno de ellos negó la existencia de los legendarios refugiados intersticiales que hurgan en la basura—. Usaron a Mahalia, y cuando ya no la necesitaron la mataron. Buscaron una forma tan precisa de matar a Yolanda para que no pudierais perseguirlos. Como si de todas las cosas en Besźel, Ul Qoma, u otro lugar, lo que más miedo les diera fuera la Brecha.

—Pero —una mujer me señaló—, mira lo que has hecho.

—¿Una brecha? —Les había abierto un camino hacia aquella guerra contra lo que fuera—. Sí. ¿Qué sabía Mahalia? Averiguó algo de lo que estaban planeando. La mataron. —La envoltura de trémulo brillo de la noche de Ul Qoma y Besźel me iluminaba a través de la ventana. Aquella observación la hice delante de un público cada vez mayor de agentes de la Brecha, sus rostros observándome como búhos.

Me encerraron durante la noche. Leí las anotaciones de Mahalia. Pude distinguir distintas fases en aquellas notas, aunque ninguna de ellas iba en el orden de las páginas, las notas estaban todas en capas, un palimpsesto de interpretación en desarrollo. Hice arqueología.

Al principio, en la primera capa de notas, la escritura estaba más cuidada, las notas eran más largas y más claras, con más referencias a otros escritores y a sus propios trabajos. El idiolecto y las abreviaturas poco ortodoxas que empleaba dificultaban su comprensión. Al principio traté de leer página a página, de transcribir esos primeros pensamientos. La mayor parte de lo que discernía era su rabia.

Sentí algo que se extendía sobre las calles nocturnas. Quería hablar con aquellos a los que conocía en Besźel y Ul Qoma, pero solo podía mirar.

De cualquiera de los jefes invisibles que esperaba en las entrañas de la Brecha, de haber alguno, fue Ashil el que vino a por mí de nuevo a la mañana siguiente cuando yo seguía repasando una y otra vez las notas. Me llevó por un largo pasillo hasta un despacho. Pensé en salir corriendo, pues nadie parecía estar vigilándome. Pero me detendrían. Y si no lo hacían, ¿dónde podría ir yo, un refugiado perseguido que habita en la «intermediedad»?

Había unos doce agentes de la Brecha en la concurrida habitación, sentados, de pie, apoyados inestablemente al borde de los escritorios, murmurando en voz baja en dos o tres idiomas. Habíamos llegado en mitad de una discusión. ¿Por qué me enseñaba esto?

—… Gosharian dice que no, acaba de llamar…

—¿Qué hay de SusurStrász? ¿No se decía que…?

—Sí, pero ya se les pidió cuentas a todos.

Estaban en una reunión de urgencia. Murmuraban por teléfono, un repaso rápido de listas. Ashil me dijo: «se están moviendo las cosas». Llegó más gente y se unió a la charla.

—¿Y ahora qué?

La pregunta, formulada por una mujer joven, que debía de venir de una familia tradicional pues llevaba el pañuelo en la cabeza, como una mujer besźelí casada, iba dirigida a mí, al prisionero, al condenado, al consejero. La reconocí de la noche anterior. El silencio se apoderó de la habitación y la abandonó después, cuando todos me miraron.

—Háblame otra vez de cuando se llevaron a Mahalia —me pidió.

—¿Estás intentando acorralar a Orciny? —pregunté. No tenía nada que sugerirle, aunque había algo que parecía a mi alcance.

Siguieron con sus intercambios de ideas, empleando unas abreviaturas y una jerga que no conocía, aunque estaba claro que debatían entre ellos y traté de entender sobre qué: alguna estrategia, los pasos a seguir.

Cada cierto tiempo todos en la habitación murmuraban algo que parecía concluyente y dejaban de hablar, levantaban o no la mano, y miraban a su alrededor para hacer el recuento de cuántos lo habían hecho.

—Tenemos que entender qué nos ha llevado hasta aquí —dijo Ashil—. ¿Qué harías para averiguar lo que sabía Mahalia?

Sus camaradas se impacientaban, se interrumpían los unos a los otros. Me acordé de Jaris y Yolanda cuando hablaban de la rabia que Mahalia sentía al final. Me puse rígido.

—¿Qué sucede? —me preguntó Ashil.

—Tenemos que ir a la excavación —le dije.

Me miró.

—Voy con Tye —dijo Ashil—. ¿Quién está conmigo?

Tres cuartos de la habitación levantaron un momento la mano.

—Ya he dicho lo que tenía que decir sobre él —dijo la mujer del pañuelo, que no había levantado la mano.

—Lo he escuchado —replicó Ashil—. Pero… —Hizo que mirara a su alrededor. La mujer había perdido la votación.

Me marché con Ashil. Allí fuera, en las calles, aquella tensión indefinida.

—¿Lo sientes? —pregunté. Ashil incluso asintió—. Necesito… ¿puedo llamar a Dhatt?

—No. Todavía está de baja. Y si lo ves…

—¿Qué?

—Estás dentro de la Brecha. Es mejor para él que lo dejes en paz. Verás a gente que conoces. No los pongas en dificultades. Quieren saber dónde estás.

—Bowden…

—La
militsya
lo está vigilando. Para protegerlo. Nadie en Besźel o en Ul Qoma puede encontrar ninguna conexión entre él y Yorjavic. Quienquiera que intentó matarlo…

—¿Aún mantenemos que no fue Orciny? ¿Que Orciny no existe?

—… podría intentarlo de nuevo. Los líderes de los Ciudadanos Auténticos están con la
policzai
. Pero que Yorj o cualquier otro de los miembros pertenecieran a algún tipo de facción secreta, no parecen saberlo. Están rabiosos por eso. Ya has visto las imágenes.

—¿Dónde estamos? ¿Cuál es el camino a la excavación?

Nos hizo entrar y salir de distintos transportes en una increíble sucesión de brechas, horadando el camino como un gusano, excavando un túnel que dejaba el rastro del recorrido de la Brecha. Me pregunté dónde llevaría un arma. El guardia de Bol Ye’an me reconoció y me mostró una sonrisa que se desvaneció enseguida. Quizá le habían llegado noticias de que yo había desaparecido.

—No nos vamos a acercar a los profesores, no vamos a preguntar a los alumnos —dijo Ashil—. Hemos venido aquí para investigar el trasfondo y las condiciones de tu brecha. —Era el policía de mi propio crimen.

—Sería mejor si pudiéramos hablar con Nancy.

—Ni los profesores, ni los estudiantes. Empezamos. ¿Sabes quién soy? —Esto se lo dijo al guardia.

Fuimos hasta donde estaba Buidze, de pie con la espalda apoyada en la pared de su despacho, sin apartar la mirada de nosotros, a Ashil con puro y simple miedo, a mí con un miedo mezclado con desconcierto:
¿Puedo hablar de lo que hablamos antes?
, vi que pensaba,
¿quién es?
Ashil me encaminó hacia el fondo de la habitación, encontró una franja de sombra.

—Yo no he hecho ninguna brecha —repetía una y otra vez Buidze entre susurros.

—¿Es eso una invitación para que lo investiguemos? —dijo Ashil.

—Tu trabajo es evitar el contrabando —afirmé. Buidze asintió. ¿Qué era yo ahora? Ni él ni yo lo sabíamos—. ¿Cómo va eso?

—Luz bendita… Por favor. La única manera en la que cualquiera de estos chicos podría hacerlo sería meterse algún recuerdo en el bolsillo nada más cogerlo del suelo para que no llegue a catalogarse nunca, y no pueden porque se registra a todo el mundo cuando sale del yacimiento. Nadie podría vender este material, de todas formas. Como ya he dicho, los chicos salen a pasear alrededor del yacimiento, y puede que hagan alguna brecha cuando se quedan quietos. ¿Qué vamos a hacer? No podemos probarlo. Eso no quiere decir que sean ladrones.

—Ella dijo que Mahalia podría estar robando sin saberlo —le dije a Ashil—. Que lo dijo al final. ¿Qué os falta? —le pregunté a Buidze.

—¡Nada!

Nos llevó hasta el almacén de los artefactos, tan ansioso por ayudarnos que tropezaba. Mientras íbamos hacia allí nos vieron dos estudiantes a los que me pareció reconocer, se pararon en seco (había algo en la forma de moverse de Ashil, algo que yo estaba imitando) y retrocedieron. Allí estaban los armarios donde guardaban lo que encontraban, donde los últimos objetos encontrados, limpios ya de polvo, eran almacenados. Las consignas estaban llenas de una variedad imposible de vestigios de la era Precursora, milagrosos y obstinadamente opacos restos de botellas, de planetarios de mesa, cabezas de hacha, fragmentos de pergaminos.

—Entra, el que está a cargo por la noche se asegura de que todo el mundo deje lo que se haya encontrado, cierra con llave, deja la llave. No sale de aquí hasta que lo registramos. Ni siquiera se ponen tontos con eso, saben que es lo que hay.

Le hice una señal a Buidze para que abriera el armario. Miré la colección, cada pieza anidada en su pequeño compartimento, su segmento de poliestireno, en el cajón. Los cajones de la parte más alta estaban aún vacíos. Los de abajo estaban hasta los topes. Algunas de las piezas frágiles estaban envueltas en un paño libre de pelusas. Abrí los cajones uno debajo del otro y examiné los objetos clasificados. Ashil se acercó para ponerse a mi lado y miró dentro del último como si fuera una taza de té, como si los artefactos fueran hojas en las que se pudiera predecir el futuro.

—¿Quién tiene las llaves cada noche? —preguntó Ashil.

—Yo, esto… Pues… depende. —El miedo que sentía Buidze de nosotros resultaba inquietante, pero no me parecía que tuviera intención de mentir—. Cualquiera. Da igual. Van rotando, les toca a todos. El que se quede hasta tarde. Hay un calendario, pero siempre lo ignoran…

—Una vez que le han dejado las llaves a seguridad, ¿se marchan?

—Sí.

—¿Directamente?

—Sí. Normalmente. A lo mejor pasan un momento por el despacho, dan una vuelta por la zona verde, pero no suelen quedarse.

—¿La zona verde?

—Es un parque. Está… bien. —Se encogió de hombros, impotente—. Pero no tiene salida; en algunos metros en el interior es álter, tienen que volver por aquí. No salen sin que se los registre.

—¿Cuándo fue la última vez que Mahalia se quedó a cerrar?

—Montones de veces. No lo sé…

—La última vez.

—… La noche que desapareció —dijo al final.

—Dame una lista de quién lo hizo y cuándo.

—¡No puedo! Tienen una, pero diría que la mayor parte de las veces se hacen favores unos a otros…

Abrí los cajones inferiores. Entre las diminutas y rudimentarias figuras, intrincados
lingam
de la era Precursora y pipetas antiguas, había objetos frágiles esmeradamente envueltos. Toqué con cuidado las figuras.

—Esas son viejas —dijo Buidze—. Las extrajeron hace tiempo.

—Ya veo —dije, leyendo las etiquetas. Las habían desenterrado al poco tiempo de empezar la excavación. Me volví al oír los pasos de la profesora Nancy que entraba en el almacén. Se detuvo en seco, miró a Ashil, después a mí. Abrió la boca. Llevaba muchos años viviendo en Ul Qoma, estaba entrenada para ver sus menudencias. Reconoció lo que veía—. Profesora —dije. Asintió. Se quedó mirando a Buidze, y él a ella. Hizo un gesto con la cabeza y se retiró.

—Cuando Mahalia era la encargada de las llaves, se iba a dar un paseo después de cerrar, ¿verdad? —pregunté. Buidze asintió, desconcertado—. Se ofrecía a cerrar también cuando no le tocaba, ¿verdad? Más de una vez. —Todos los pequeños artefactos estaban en sus camas con sábanas de paño. No las revolví, pero tanteé el fondo del cajón con lo que me imaginaba que no sería el mayor de los cuidados.

Se revolvió en su sitio, pero no me dijo nada. Al fondo de la tercera estantería, empezando por arriba, de cosas que habían visto la luz hace un año, uno de los objetos envueltos cedió debajo de mi dedo de tal forma que hizo que me detuviera.

—Tiene que usar guantes —me advirtió Buidze.

Lo desenvolví y encontré un periódico, y, allí enrollada había una pieza de madera aún manchada de pintura en la que las marcas de tornillos seguían siendo visibles. Ni antigua ni tallada: un trazo cortado de una puerta, una pieza de absoluta nada.

Buidze se quedó mirándolo. Yo lo sostuve en la mano.

—¿Y esto de qué dinastía es? —ironicé.

—Déjalo —dijo Ashil. Me siguió hasta fuera. Buidze salió detrás de nosotros.

—Soy Mahalia —dije—. Acabo de cerrar. Me he ofrecido voluntaria para hacerlo, aunque le tocaba a otro. Ahora me voy a dar una vuelta.

Yo guié la marcha hacia el aire libre, cerca del agujero cuidadosamente dispuesto en estratos junto al cual nos miraban boquiabiertos los estudiantes mientras nos alejábamos hacia la tierra baldía, donde descansaban los escombros de la historia, y más allá, salimos por la puerta que un carné universitario podría abrir, pero que también se abrió para nosotros por quienes éramos y por lo que éramos, la puerta que empujamos para pasar y por la que entramos en el parque. No se parecía mucho a un parque, al estar tan cerca de la excavación, pero había matorrales y algunos caminos atravesados de árboles. Se veían ulqomanos, pero no estaban muy cerca. Entre el parque ulqomano y la excavación no había ningún espacio ininterrumpido. Besźel se inmiscuía.

Vimos otras figuras junto a los bordes del claro: besźelíes sentados sobre las rocas del estanque entramado. El parque estaba apenas ligeramente dentro de Besźel; a escasos metros de la vegetación, un arroyuelo cruzaba entre los senderos y los arbustos, y una pequeña franja de totalidad que separaba entre sí las dos secciones ulqomanas. Los mapas aclaraban a los paseantes dónde podían ir. Era allí, en el sombreado de intersección de líneas, donde los estudiantes podían quedarse, escandalosamente, a un palmo de distancia de una autoridad extranjera, una pornografía de separación.

—La Brecha controla zonas como esta —me dijo Ashil—. Hay cámaras. Veríamos a cualquiera que apareciese en Besźel que hubiera entrado por ahí.

Buidze se mantenía retirado de nosotros. Ashil habló de modo que no pudiera oírnos. El jefe de seguridad intentaba no mirarnos. Caminé.

—Orciny… —dije. No se podía entrar o salir a Ul Qoma de otro modo que no fuera por la excavación de Bol Ye’an—.
¿Dissensi?
Y una mierda. No es así como hacía las entregas. Esto es lo que estaba haciendo. ¿Has visto
La gran evasión?
—Caminé hacia el límite de la zona entramada, donde terminaba Ul Qoma en unos metros. Por supuesto que ahora formaba parte de la Brecha, podía deambular por Besźel si quería, pero me detuve como si estuviera solo en Ul Qoma. Caminé hacia el borde del espacio que compartía con Besźel, donde Besźel se volvía íntegra por un momento y se separaba del resto de Ul Qoma. Me aseguré de que Ashil me estuviera mirando. Fingí que dejaba caer el trozo de madera en el bolsillo, de hecho como si me lo metiera más abajo del cinturón, bien dentro de los pantalones.

Other books

Ancestor by Scott Sigler
In Dark Corners by Gene O'Neill
The Color of Rain by Cori McCarthy
The Night of the Burning by Linda Press Wulf
Our Gang by Philip Roth
Armageddon Science by Brian Clegg
Trusted by Jacquelyn Frank