Tenía comida para varios días más, una dieta a base de latas. El pequeño salón que hacía las veces de dormitorio y otra habitación, más pequeña, ocupada tan solo por la humedad, la cocina con la electricidad y el abastecimiento de gas desconectados. El baño no estaba en buenas condiciones, pero no les iba a matar quedarse uno o dos días más: Aikam había sacado unos cubos de la acometida del agua para utilizarlos cuando fuera necesario. Los múltiples ambientadores que había comprado hacían que apestara de manera diferente a la forma en que uno esperaba que lo hiciese.
—Quedaos aquí —dije—. Volveré.
Aikam reconoció la frase, aunque la dije en inglés. Sonrió, así que repetí para él esas mismas palabras, pero con acento austriaco. Yolanda no lo entendió.
—Te sacaré de aquí —le dije a ella.
A base de darles algunos empujones a las puertas conseguí entrar en un apartamento de la planta baja, uno que había sufrido los daños de un incendio hace tiempo pero que aún olía a quemado. Entré en una cocina sin cristales y contemplé a los chicos y chicas más resistentes que, fuera, se negaban a refugiarse de la lluvia. Miré durante bastante tiempo, escudriñando todas las sombras que veía. No vi más que a esos niños. Con las mangas estiradas y enganchadas en la punta de los dedos para protegerme de posibles esquirlas de cristal, salté hacia el patio, en el cual ninguno de los niños, si me veía aparecer, le habría dado importancia a mi presencia.
Sé cómo hay que hacer para asegurarme de que nadie me siga. Caminé deprisa por los meandros apartados de aquel complejo de viviendas, entre coches y cubos de basura, grafitis y áreas infantiles, hasta que conseguí salir de aquella tierra laberíntica y entré en las calles de Ul Qoma, y de Besźel. Aliviado por ser uno más de los varios viandantes en vez de la única figura a la vista con un propósito para estar allí, respiré un poco, adopté el mismo modo de caminar que los demás tenían para protegerse de la lluvia y, al fin, encendí el móvil. Me recibió reprendiéndome con el número de todos los mensajes que no había contestado. Todos de Dhatt. Me moría de hambre y no sabía muy bien cómo volver a la parte antigua de la ciudad. Vagabundeé en busca de alguna boca de metro, pero lo que encontré fue una cabina de teléfono. Lo llamé.
—Dhatt.
—Soy Borlú.
—¿Dónde cojones andas? ¿Dónde has estado? —Había enfado en su voz, pero también conspiranoia, y susurró las palabras acercándose al teléfono en vez de gritar. Buena señal—. He intentado llamarte durante horas, joder. ¿Va todo…? ¿Estás bien? ¿Qué coño está pasando?
—Estoy bien, pero…
—¿Ha ocurrido algo?
No era solo enfado lo que transmitía su voz.
—Sí, ha ocurrido algo. No puedo hablar de eso.
—Los cojones que no.
—Escucha. ¡Escucha! Necesito hablar contigo, pero ahora no tengo tiempo para esto. Si quieres saber lo que está pasando, encontrémonos. No sé… —Empecé a rebuscar en el callejero—. En Kaing Shé, en la plaza que hay junto a la estación, en dos horas; y, Dhatt, ni se te ocurra venir acompañado. Esto es algo muy serio. Están pasando más cosas de las que crees. No sé con quién puedo hablar. ¿Vas a ayudarme?
Lo tuve esperando una hora. Lo observé desde una esquina como él seguramente esperaba que hiciera. La estación de Kaing Shé es la terminal más importante de la ciudad, así que la plaza del exterior estaba abarrotada de ulqomanos en cafeterías, de artistas callejeros, de gente que compraba DVD y componentes electrónicos. El
topolganger
en Besźel de aquella plaza no estaba del todo vacío, así que los ciudadanos besźelíes que desví también estaban allí, topordinariamente. Me quedé entre las sombras de un quiosco de tabaco construido a la manera de una de las cabañas provisionales ulqomanas que una vez poblaron los humedales, en cuyo lodo entramado buscaban comida los carroñeros. Vi que Dhatt intentaba localizarme con la mirada, pero permanecí escondido mientras oscurecía y traté de distinguir si hacía alguna llamada (cosa que no hizo) o alguna señal con las manos (cosa que tampoco hizo). Solo se puso más y más tenso mientras bebía tés y escudriñada con el ceño fruncido en la penumbra. Al final di un paso adelante para ponerme en su línea de visión y agité una mano con un ligero movimiento que llamara su atención, invitándolo a acercarse.
—¿Qué cojones está pasando? —dijo—. Me ha llamado tu jefe. Y Corwi. ¿Y quién coño es esa, por cierto? ¿Qué está pasando?
—No te culpo por estar enfadado, pero baja el tono de voz y ten más cuidado si quieres saber lo que está pasando. Tienes razón. Ha pasado algo. He encontrado a Yolanda.
Cuando me negué a decirle dónde estaba se enfureció tanto que empezó a amenazarme con un conflicto internacional. «Esta no es tu puta ciudad», dijo, «vienes aquí, utilizas nuestros recursos y haces tus putas investigaciones» y otras cosas más, pero, incluso a pesar del enfado, lo dijo en voz baja y caminó a mi lado, así que dejé que su rabia se fuera mitigando y empecé a contarle el porqué del miedo de Yolanda.
—Los dos sabemos que no podemos asegurarle nada —le dije—. Venga. Ninguno de los dos sabe de verdad qué demonios ocurre. Ni de los unionistas, los nacionalistas, la bomba, Orciny. Mierda, Dhatt, por lo que sabemos… —Me miraba con atención, así que seguí—. Sea lo que sea lo que está pasando —miré a mi alrededor como dándole a entender todo lo que estaba pasando—, no lleva a nada bueno.
Los dos nos quedamos en silencio durante un rato.
—Entonces, ¿por qué coño me lo cuentas a mí?
—Porque necesito ayuda. Pero sí, tienes razón, a lo mejor es un error. Eres la única persona que puede comprender… la magnitud de lo que está pasando. Quiero sacarla de aquí. Escúchame: esto no tiene nada que ver con Ul Qoma. Confío en los míos tanto como tú. Quiero sacar a esa chica de este lugar, lejos de Ul Qoma y lejos de Besźel. Pero no puedo hacerlo desde aquí; este no es mi terreno. Aquí la vigilan.
—Quizá yo sí podría.
—¿Te ofreces voluntario? —No dijo nada—. Muy bien, yo sí. Tengo contactos en mi tierra. No se pasa uno tanto tiempo de poli sin ser capaz de conseguir billetes y pasaportes falsos. Yo puedo ocultarla; puedo hablar con ella en Besźel antes de ayudarla a escapar, intentar encontrarle un poco más de sentido a todo esto. Esto no va de rendirse, todo lo contrario. Si consigo que no le pase nada tenemos más posibilidades de que no nos cojan por sorpresa. Quizá podamos averiguar qué está pasando.
—Dijiste que Mahalia ya se había ganado algunos enemigos allí en Besźel. Pensé que por eso ibas tras ellos.
—¿Los nacionalistas? Eso ya no tiene mucho sentido. Porque, uno, todo esto va más allá de Syedr y sus chicos y dos, Yolanda no le ha tocado las narices a nadie en Besźel, ni siquiera ha estado allí. En Besźel puedo hacer mi trabajo. —En realidad me refería a que podría extralimitarme en mis funciones, mover algunos hilos y pedir algunos favores—. No pretendo dejarte fuera, Dhatt. Te contaré lo que averigüe si consigo que me cuente algo más, incluso volver y seguir cazando criminales, pero quiero sacar a esa chica de aquí. Está muerta de miedo y ¿de verdad podemos decir que no tiene razones para estarlo?
Dhatt no dejaba de sacudir la cabeza. No estaba ni de acuerdo ni en desacuerdo conmigo. Volvió a hablar después de un minuto, lacónicamente.
—Mandé a los míos de nuevo adonde los unionistas. Ni rastro de Jaris. Ni siquiera sabemos el nombre real de ese cabrón. Si alguno de sus colegas sabe dónde está o lo ha visto, no lo dicen.
—¿Los crees?
Se encogió de hombros.
—Los hemos estado vigilando. No hemos encontrado nada. Parece que no saben nada. Es evidente que a uno o dos de ellos el nombre de «Marya» le suena de algo, pero la mayor parte no la ha visto en la vida.
—Esto es mucho más grande que todos ellos.
—Bueno, están metidos en un montón de mierdas, no te preocupes; los topos nos dicen que hacen esto o lo otro, que quieren acabar con las fronteras y empezar todo tipo de revoluciones…
—Pero no es de eso de lo que estamos hablando. Eso es algo que se oye todo el tiempo.
Permaneció callado mientras le volvía hacer una lista de lo que había pasado delante de nuestras narices. Fuimos más despacio en la oscuridad y más deprisa en las zonas iluminadas. Cuando le dije que, según Yolanda, Mahalia había dicho que Bowden también estaba en peligro, se paró en seco. Nos quedamos en ese gélido silencio durante un momento.
—Hoy, mientras estabas por ahí con la señorita Paranoias, registramos el piso de Bowden. No había señales de que hubieran forzado la entrada, ninguna señal de lucha. Nada. Restos de comida, libros bocabajo sobre la silla. Pero encontramos una carta encima del escritorio.
—¿De quién?
—Yallya me dijo que tendrías alguna pista. No hay remitente. No está en ilitano. Solo una palabra. Pensé que estaba escrita en un besź raro, pero no. Es precursor.
—¿Cómo? ¿Qué pone?
—Se la llevé a la profesora Nancy. Dijo que es una versión antigua del alfabeto que no había visto antes y que tampoco pondría la mano en el fuego, que si blablablá, pero que está bastante segura de que es una advertencia.
—¿De qué?
—Solo una advertencia. Como una calavera con dos huesos cruzados. Una palabra que es en sí misma una advertencia.
Había oscurecido tanto que ya no veíamos nuestros rostros con claridad. No lo hice a propósito, pero había guiado nuestros pasos hasta llegar cerca de una intersección con una calle íntegra de Besźel. Aquellos achaparrados edificios de ladrillo de tonos marrones, los hombres y mujeres que caminaban junto a ellos envueltos en largos abrigos, bajo los carteles de tono sepia que oscilaban con el viento y que yo desví, bisecaban la hilera ulqomana de escaparates y productos de importación iluminada con farolas de sodio como algo viejo y recurrente.
—Entonces, ¿quién usaría ese tipo de…?
—No me vengas ahora con ciudades secretas, joder. No. —Dhatt tenía un aspecto angustioso y atormentado. Parecía enfermo. Se dio la vuelta, se metió de repente en la esquina de una puerta y se dio varios puñetazos de rabia en la palma de la mano.
—Me cago en la puta —dijo con la mirada fija en la oscuridad.
¿Qué podría vivir como Orciny debía de vivir, si uno se abandonaba a las ideas de Yolanda y de Mahalia? Algo tan pequeño pero con tanto poder, alojado en los intersticios de otro organismo. Dispuesto a matar. Un parásito. Una ciudad-garrapata, realmente despiadada.
—Aunque. Aunque, un suponer, algo no fuera bien con los míos, o con los tuyos, lo que sea —dijo Dhatt al fin.
—Controlados. Comprados.
—Lo que sea. Un suponer.
Susurrábamos bajo el extranjero chillido de algo que aleteaba en Besźel llevado por el viento.
—Yolanda está convencida de que la Brecha es Orciny —dije—. No digo que esté de acuerdo con ella, yo ya no sé ni lo que digo, pero he prometido que la sacaría de aquí.
—Eso podría hacerlo la Brecha.
—¿Y estás tan convencido como para jurar que se equivoca? ¿Para jurar que no tiene ninguna maldita razón por la que tener miedo de ellos? —Estaba susurrando. Esta era una charla peligrosa—. Aún no tienen razón alguna por la que intervenir, nadie ha cometido ninguna jodida brecha, y ella quiere que las cosas sigan así.
—Entonces ¿qué piensas hacer?
—Quiero ayudarla a escapar. No quiero decir con eso que haya alguien aquí que la tenga en el punto de mira, no digo que tenga razón en nada de lo que dice, pero está claro que hay alguien que ha matado a Mahalia, y alguien que lo ha intentado con Bowden. Algo está pasando en Ul Qoma. Te estoy pidiendo ayuda, Dhatt. Ven conmigo. No podemos hacer esto por la vía oficial; ella no cooperará con nada que lo sea. Le prometí que cuidaría de ella y esta no es mi ciudad. ¿Vas a ayudarme? No, no podemos arriesgarnos a hacer esto según las reglas. Así que ¿vas a ayudarme? Necesito llevarla a Besźel.
Aquella noche no volvimos a la habitación del hotel, ni tampoco a casa de Dhatt. No nos sentíamos abrumados por la ansiedad sino que nos rendimos a ella, comportándonos como si todo eso pudiera ser cierto. Caminamos.
—Hostia puta, no me puedo creer que vayamos a hacer esto —repetía una y otra vez. Miraba hacia atrás incluso más que yo.
—Podemos buscar la manera de culparme a mí —le dije. A pesar de que me había arriesgado contándole lo que le había contado, no había planeado que él acabara involucrado en esta historia, que se expusiera de esa forma.
—Quedémonos donde haya gente —le dije—. Y en los entramados.
Donde haya más gente, y donde las dos ciudades estén tan cerca que haya patrones de interferencia, donde todo se vuelva más impredecible. Son algo más que una ciudad y una ciudad, eso es aritmética urbana básica.
—En mi visado dice que puedo salir en cualquier momento —dije—. ¿Puedes conseguirle un permiso de salida?
—Claro que puedo conseguir uno para mí. Puedo conseguir uno para un puñetero policía, Borlú.
—Reformularé la pregunta, entonces: ¿puedes conseguir un visado de salida para la oficial Yolanda Rodríguez?
Me miró fijamente. Aún hablábamos entre susurros.
—Si ni siquiera tendrá un pasaporte ulqomano…
—Entonces, ¿puedes sacarla de aquí sí o no? No sé cómo son los de la guardia fronteriza aquí.
—Me cago en la puta —volvió a decir. Cuando el número de paseantes empezó a descender, nuestro callejeo dejó de servir de camuflaje y corrió el riesgo de convertirse justo en lo contrario—. Conozco un sitio.
Un bar de copas, cuyo propietario lo saludó con una alegría casi convincente, en el sótano que estaba frente a un banco en las afueras del casco viejo de Ul Qoma. Estaba lleno de humo y de hombres que no le quitaban el ojo de encima a Dhatt, pues sabían que era policía, a pesar de que iba vestido de calle. Por un segundo pareció como si creyeran que estaba allí para reventar el espectáculo, pero él hizo una señal con la mano para que continuaran. Pidió con gestos el teléfono del encargado. Con los labios apretados, el hombre se lo pasó por encima de la barra y Dhatt me lo dio a mí.
—Luz bendita, hagamos esto de una vez —dijo—. Puedo pasarla al otro lado.
Había música en el bar y el ruido de las conversaciones era bastante alto. Estiré el auricular hasta el final del cable y me agaché para ponerme de cuclillas, junto a la barra, con lo que le llegaba a la altura de la tripa a los hombres que tenía alrededor. Tuve que pasar por una operadora para hacer la llamada internacional, algo que no me gusta hacer.