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Authors: China Miéville

Tags: #Ciencia Ficción, #Fantasía

La cicatriz (11 page)

BOOK: La cicatriz
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En alguna parte, detrás de ella, la hermana Meriope balbuceaba el Lamento de Darioch.

El asesino devolvió el arma, recibió otra recién cargada. Se volvió hacia los oficiales.

—Oh, Jabber —gimoteó Cumbershum con voz temblorosa. Miró el cuerpo del capitán y luego al pirata—. Oh, querido Jabber —sollozó y cerró los ojos. El hombre de gris le disparó en la sien.


Dioses
—gritó alguien con voz histérica. Los oficiales proferían alaridos, miraban enloquecidos a su alrededor, trataban de encontrar algún lugar al que escapar. Los truenos de aquellos dos disparos parecían merodear aún por la cubierta como sonidos fantasmales.

La gente estaba gritando. Algunos de los oficiales habían caído de rodillas y suplicaban. Bellis había empezado a hiperventilar.

El hombre de gris escaló a buen paso la escalera del castillo de proa y se volvió hacia la cubierta.


Las muertes
—gritó ahuecando las manos alrededor de la boca—
han terminado
.

Esperó a que los sonidos del miedo remitieran.

—Las muertes han terminado —repitió—. No tenemos que matar a nadie más. ¿Me oís? Han terminado.

Extendió los brazos mientras el sonido volvía a empezar, en esta ocasión el eco de asombro y el alivio incrédulo.

—Escuchadme —gritó—. Tengo un anuncio que hacer. Vosotros, los de azul, los marineros de la marina mercante de Nueva Crobuzón. Vuestros días en la marina han terminado. Vosotros, los tenientes y subtenientes, debéis reconsiderar vuestra posición. En el lugar al que nos dirigimos no hay lugar para quienes veneran sus cargos. —Con desesperada y aterrorizada malicia, Bellis lanzó una mirada de soslayo a Fennec. El hombre se estaba mirando las manos entrelazadas con fiera intensidad.

—Vosotros… —continuó el hombre, señalando con un gesto a los hombres y mujeres de las bodegas—, ya no sois Rehechos, ni esclavos. Vosotros… —miró a los pasajeros—, vuestros planes para una nueva vida deben cambiar.

Se sujetó a la barandilla y recorrió con la mirada el grupo de estupefactos prisioneros. Desde los cadáveres del capitán y el primer oficial, lentos regueros de sangre discurrían hacia ellos.

—Debéis venir conmigo —dijo el hombre, lo suficientemente alto como para que todos pudieran oírlo—. A una nueva ciudad.

Primer interludio
En otro lugar

Cosas indistintas se deslizan y asen rocas para abrirse camino por las aguas.

Se mueven de noche por un mar opaco de oscuridad, a través de los campos cultivados de quelpos y algas, hacia las luces de las aldeas jaibas que salpican los bajíos. Penetran con deslizante silencio en los craales.

Las focas prisioneras avistan su llegada y saborean los remolinos y ondas que levantan en su estela y, presa de una furia aterrada se retuercen y se arrojan contra las paredes y techos de sus jaulas. Los intrusos se asoman como trasgos curiosos por las ventanas excavadas de las moradas y aterrorizan a los habitantes, quienes salen precipitadamente sobre sus segmentadas patas, blandiendo lanzas y horcas y haciendo chasquear las pinzas.

Los granjeros jaiba son derrotados fácilmente.

Son apresados, capturados y maniatados y luego interrogados. Sometidas por la taumaturgia, persuadidas por la violencia, las jaibas musitan las respuestas a preguntas siseadas.

Reuniendo jirones fortuitos de información, los sinuosos cazadores descubren cosas que necesitan saber.

Oyen hablar de los sumergibles que navegan entre Salkrikaltor y las aldeas del Canal Basilisco. Patrullando a través de casi dos mil kilómetros de agua, vigilando las nebulosas fronteras de influencia de la mancomunidad de las jaibas. Buscando intrusos.

Los cazadores discuten y traman y urden.

Sabemos de dónde viene
.

Pero quizá no regrese
.

La inseguridad. ¿A su hogar o hacia el este… lejos?

El rastro se bifurca y no hay más que una cosa que puedan hacer. Los cazadores se separan en dos contingentes. Uno se dirige al sudoeste, hacia las aguas bajías, Bahía de Hierro y Bocalquitrán y la espesa y diluida sal del estuario del Gran Alquitrán, para escuchar y vigilar, para esperar noticias, para espiar y esconderse y tratar de descubrir.

Con un revoloteo de agua desplazada, desaparecen.

El otro grupo, con una misión más incierta, se aleja y se sumerge.

Desciende, hacia las aplastantes profundidades.

Segundo interludio
Bellis Gelvino

Oh. Oh, ¿adónde nos dirigimos?

Encerrados en nuestros camarotes e interrogados con el rostro tapado, como si esos asesinos, esos piratas, fueran agentes del censo o burócratas o… ¿Nombre?, preguntan y, ¿profesión? A continuación quieren saber mi, ¿razón para viajar a Nova Esperium?, y creo que me reiré en sus caras
.

¿Adónde coño nos dirigimos?

Toman largas notas, me reducen a hechos en sus formularios y luego se vuelven a la hermana Meriope y hacen lo mismo con ella. Responden de la misma manera frente a la lingüista y frente a la monja, con pequeños gestos de asentimiento y preguntas de clarificación
.

¿Por qué dejan que conservemos nuestras cosas? ¿Por qué no me quitan las joyas, o me violan o me matan? Nada de armas, nos dicen, nada de dinero ni de libros, pero las demás cosas podemos conservarlas y registran nuestros baúles (sin esmerarse demasiado) y sacan los cuchillos y los billetes y las monografías y me ensucian la ropa pero me dejan todo lo demás. Me dejan las cartas, las botas, los dibujos y toda la basura que he ido acumulando
.

Discuto por mis libros. No puedo dejar que os los llevéis, digo, dejad que me los quede son míos, algunos hasta los escribí yo misma, y dejan que me quede el cuaderno de notas en blanco, pero los libros impresos, las historias y los manuales y la larga novela, esos me los quitan. Sin ningún esfuerzo. Les da igual cuando les grito que B. Gelvino soy yo. Se llevan los libros de Gelvino igualmente
.

Y no sé por qué. Nada de lo que están haciendo tiene ningún sentido
.

La hermana Meriope se sienta y reza, murmura sus suras sagradas y siento sorpresa y alegría al ver que no está llorando
.

Nos mantienen encerrados y de tanto en cuanto aparecen con té y comida, ni desconsiderados ni agradables, distantes como cuidadores de un zoológico. Quiero salir, se lo digo. Araño mi puerta y debo ir al baño les digo y trato de asomarme por la puerta y el centinela de mi pasillo me grita que entre y me trae un cubo que la hermana Meriope contempla con aire mortificado. Me da igual. Estaba mintiendo, quería ver a Johannes o a Fennec, quería saber lo que está pasando en otros sitios
.

Por todas partes, ruido de pasos y una discusión que casi alcanzo a escuchar en un idioma que casi comprendo: al norte noroeste, oigo y, otro lado de la cubierta y, ¿dónde está Su Excelencia El Guardián?, y luego más cosas aún más opacas
.

A través de la portilla de mi cama no se ve más que lluvia sobre el agua y oscuridad por encima y por debajo de ella. Fumo y fumo
.

Y cuando se me terminan los cigarrillos me tiendo en la cama y me doy cuenta de que no estoy esperando la muerte, no creo que vaya a morir, estoy esperando otra cosa
.

Llegar. Comprender. Arribar a mi destino
.

Me doy cuenta con sorpresa mientras contemplo el maquillaje del crepúsculo que estoy cerrando los ojos y estoy cansada hasta los huesos y por los dioses, ¿de veras? ¿De veras voy a hacerlo? Voy a hacerlo, voy a dormir, yo

duermo
,

inquieta pero durante largo rato, abriendo los ojos de tanto en cuanto a causa de los lloriqueos religiosos de Meriope pero a pesar de todo

dormida
,

hasta que, con una oleada de pánico, me incorporo y me vuelvo hacia un mar que empieza a brillar
.

Ha llegado la mañana. Frotó mis botas para dejarlas bien limpias. Me maquillo como siempre y me recojo el pelo
.

Son casi las seis y media cuando un cacto llama a nuestra puerta y nos trae unas gachas. Mientras comemos con cuidado nos dice lo que va a pasar: casi hemos llegado, dice. Cuando hayamos limpiado seguid a los demás pasajeros, esperad a que digan vuestros nombres e id adonde se os diga y… pero pierdo el hilo, pierdo el hilo, ¿que hagamos qué?

¿Entenderemos entonces? ¿Entenderemos lo que está ocurriendo?

¿Adónde nos dirigimos?

Guardo mis cosas y me preparo para desembarcar en cualquier parte, en cualquier parte. Estoy pensando en Fennec. ¿Qué está haciendo y dónde está? Estuvo tan callado cuando el capitán fue asesinado (sangre brotando a borbotones de su cabeza)… No querría que supieran que tiene un nombramiento que puede mandar barcos reorganizar viajes oceánicos
.

(Lo tengo en mis manos)
.

Fuera. Bajo un viento rápido y brillante. Me azota con insistencia
.

Mis ojos son como los de un cavernícola. Me he acostumbrado a ver en la luz monótona y parda de mi camarote y esta mañana me deja aturdida. Mis ojos están inundados de lágrimas y parpadeo y parpadeo y las nubes marinas discurren sobre mí, en lo alto. Por todas partes oigo el aplauso de las olas. Puedo oler la sal en el aire
.

Hay otros a mi alrededor. Mollificatt y las Cardomium una y dos, Murrigan y Ettenry y Cohl Gimgewry Yoreling Lacrimosco, mi Johannes que me lanza miradas de soslayo y una sonrisa fugaz antes de desaparecer en medio de una multitud y Fennec en alguna parte, con la cabeza todavía gacha y todos nosotros parecemos muñecos de papiroflexia bajo esta luz severa. Estamos hechos de una materia más básica que el resto de este día. Nos ignora con la arrogancia de un jodido niño
.

Quiero gritarle a Johannes pero la corriente humana se lo ha llevado y con mis ojos ya aclarados miro y miro
.

Lucho contra mi baúl, tropiezo, lo arrastro a trompicones por toda la cubierta. Me siento mareada por la luz y el aire y miro arriba de nuevo y veo aves que nos sobrevuelan. Sigo adelante con dificultades y sigo mirándolos mientras viran sobre nosotros y pasan a estribor y se encaminan con vuelo errático hacia el horizonte, veo mástiles allá adonde los lleva su vuelo. He estado evitando esto. Aún no he mirado por la borda del barco, aún no he visto dónde estamos. Mi destino ha estado insinuándose a hurtadillas por el rabillo del ojo pero ahora, mientras contemplo las gaviotas, se me presenta delante de un salto
.

Está por todas partes. ¿Cómo podía no verlo?

Alguien está gritando nombres mientras pasamos arrastrando los pies, nos divide en grupos y nos da instrucciones, órdenes complejas que no escucho porque estoy mirándolo todo
.

Amado Jabber
.

Dicen mi nombre y aquí estoy de nuevo junto a Johannes

pero no lo estoy mirando porque

estoy contemplando

mástil sobre mástil y vela y torre y

más y más

estamos aquí

junto a este bosque

joder Jabber coño

un juego de un juego de la perspectiva

una ciudad que se mueve y se balancea y oscila sin cesar de lado a lado
.

Señorita Gelvino, dice alguien pero no puedo, no ahora que estoy mirando y he dejado mi baúl en el suelo y estoy
mirando

y alguien le estrecha la mano a Johannes y lo mira con aire divertido mientras le habla: Dr. Lacrimosco es usted bienvenido, es un honor para nosotros, pero no estoy escuchando porque aquí estamos, hemos llegado y yo lo miro todo y lo miro
.

Oh, podría podría podría echarme a reír, claro que sí o vomitar porque mi estómago me grita mira estamos aquí estamos aquí

estamos aquí
.

Segunda Parte
Sal
6

Había lámparas bajo el agua. Globos verdes, grises, blancos y amarillos, de diseño jaiba, que delineaban la parte inferior de la ciudad.

Se veía un hormigueo de luz en partículas suspendidas. No sólo provenía del millar de puntos de iluminación sino de los rayos de luz temprana que descendían abriendo corredores entre las olas y las profundidades. Los peces y los kree flotaban dando vueltas a su alrededor y los cruzaban con aire apacible.

Desde abajo, la ciudad era un archipiélago de sombras.

Era irregular y alargada y enormemente compleja. Desplazaba corrientes. Los bancos de kree se contradecían entre sí en todas direcciones. Se veían cadenas de ancla como pelos, rotas y olvidadas. Por sus orificios se arrojaban desechos, materias y partículas fecales y aceite, que formaba remolinos y ascendía en pequeñas hebras. Un flujo constante de basura manchaba las aguas y era tragado por ellas.

Bajo la ciudad se extendían unos pocos cientos de metros de luz cada vez más escasa y luego kilómetros de agua negra.

Los entresijos de Armada eran un hervidero de vida.

Los peces se arremolinaban entre las construcciones. Había figuras fugaces, semejantes a tritones que se movían con sentido entre los agujeros. Jaulas de alambre entre las rocas o colgadas de cadenas en las que se apelotonaban gordos bacalaos y atunes. Viviendas jaiba como tumores de coral

Más allá de las fronteras de la ciudad y por debajo de ella, hasta donde alcanzaba la luz, nadaban y se alimentaban enormes sierpes de mar a medio domesticar. Un delfín hacía constantes rondas de vigilancia. Una ecología y una política en movimiento estaban unidas a la base calcificada de la ciudad.

A su alrededor, el mar resonaba con un sonido con sustancia física: un
staccato
de clics y vibraciones metálicas, el sonido amortiguado de la fricción de las aguas al frotarse las corrientes. Ladridos que se disipaban cuando alcanzaban la superficie. Entre aquellos que se agarraban y se deslizaban por debajo de la ciudad había docenas de hombres y mujeres. Se movían con torpeza junto a la elegancia de las frondas y las esponjas.

El agua era fría y los habitantes de la superficie estaban equipados con trajes acolchados de cuero, enormes cascos de cobre y cristal templado, unidos a la superficie por tubos de aire. Colgaban de escalerillas y cuerdas de nudos, en equilibrio precario sobre un espacio de dimensiones inconcebibles.

Atrapados en el interior de sus cascos y sus trajes, se aislaban del sonido y cada uno de ellos se movía pesadamente entre sus camaradas, completamente a solas. Trepaban por un tubo que se hundía en las tinieblas del agua como una chimenea invertida. Era una vibrante colonias de algas y crustáceos que proyectaba extraordinarias sombras. Las hierbas y las trepadoras se enroscaban a su alrededor, como hiedras, y extendían unos dedos temblorosos hacia el plancton.

BOOK: La cicatriz
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