La búsqueda del dragón (22 page)

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Authors: Anne McCaffrey

BOOK: La búsqueda del dragón
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—No me digas lo que tengo que hacer con los huevos, estúpido. Atiende a los tuyos.

La cabeza había surgido, mientras el cuerpo luchaba por mantenerse erguido, con las torpes garras arañando el húmedo cascarón. Kylara se concentró en pensamientos de afectuosa bienvenida, de alegría y de admiración, ignorando los gritos y las exhortaciones a su alrededor.

La pequeña reina, no mayor que su mano, salió tambaleándose de su cascarón e inmediatamente miró en torno suyo, buscando algo para comer. Kylara depositó un trocito de carne delante de ella, y el animal lo engulló. Kylara depositó otro trocito a unos centímetros de distancia de donde había dejado el primero, atrayendo al lagarto de fuego hacia ella. Graznando ferozmente, el lagarto de fuego dio un salto, con paso menos torpe, con las alas extendidas y secándose rápidamente. Hambre, hambre, hambre, era el latido de los pensamientos del animal, y Kylara, tranquilizada por la recepción de aquel mensaje, intensificó sus pensamientos de amor y bienvenida.

El lagarto de fuego reina tomó el quinto bocado de la mano de Kylara. Incorporándose lentamente, introduciendo carne en el amplio buche cada vez que se abría, Kylara fue alejándose del hogar y del caos que reinaba allí.

Ya que aquello era un verdadero caos, con los superexcitados hombres cometiendo todos los errores posibles, a pesar de las advertencias de Kylara. Los tres huevos de Meron se abrieron casi simultáneamente. Dos polluelos se lanzaron inmediatamente uno contra el otro mientras Meron trataba de imitar, torpemente, los movimientos de Kylara. En su avidez, probablemente los perdería a los tres, pensó ella con maligno placer. Luego vio que surgían otros bronce. Bueno, a su reina no le faltaría compañero cuando necesitara aparearse.

Dos hombres habían logrado atraer a lagartos alados hasta sus manos y habían seguido el ejemplo de Kylara, alejándose del confuso canibalismo en el hogar.

—¿Cuánta comida tenemos que darles, Dama del Weyr? —preguntó uno de ellos, con los ojos brillantes de asombro y de alegría.

—Deja que coma hasta que no acepte nada más. Entonces se dormirá y se quedará contigo. En cuanto despierte, vuelve a darle de comer. Y si se queja de picor en ]a piel, báñalo y frótalo con aceite. Una piel mal cuidada se agrieta en el inter y el espantoso frío puede matar incluso a un lagarto de fuego o a un dragón.

Kylara recordó la frecuencia con que les había dicho aquello a los cadetes cuando les aleccionaba en su calidad de Dama del Weyr. Bueno, Brekke se encargaba ahora de eso gracias al Primer Huevo.

—Pero, ¿qué pasará si se marcha al inter? ¿Qué debo hacer para retenerlo?

—No se puede retener a un dragón. Él se queda contigo. No se encadena a un dragón como a un wher guardián, ¿sabes?

Kylara se cansó de su papel de instructora, y fue a renovar su provisión de carne. Luego, observando con disgusto el gran número de animales que morían en el hogar, subió la escalera que conducía al Fuerte Interior. Esperaría en las habitaciones de Meron —sería mejor que no encontrara a otra mujer allí— para comprobar si, después de todo, el Señor del Fuerte había logrado Impresionar a un lagarto de fuego.

Pridith le dijo que no se sentía satisfecha de haber transportado la nidada a la muerte en un hogar frío y desconocido.

—Lo pasan mucho peor en el Weyr Meridional, tonta —le dijo Kylara a su reina—. Esta vez tenemos a un encantado animalito de nuestra propiedad.

Pridith se quejó de lo incómoda que estaba en el saledizo, pero no acerca del lagarto de fuego, de modo que Kylara no le prestó atención.

VII

Media mañana en el Weyr de Benden

Primeras horas de la mañana en el Taller del Maestro Herrero en el Fuerte de Telgar

F'lar recibió el mensaje de F'nor, cinco hojas de notas, en el momento en que estaba a punto de salir hacia el Taller del Herrero para ver el mecanismo de escritura a distancia de Fandarel. Lessa estaba ya en lo alto y esperando.

—F'nor recalcó que era urgente —dijo G'nag—. Es acerca de...

—Lo leeré en cuanto pueda —le interrumpió F'lar. G'nag no se distinguía precisamente por su falta de locuacidad—. Muchas gracias y discúlpame.

—Pero, F'lar...

El resto de la frase del hombre se perdió mientras las garras de Mnementh rascaban la piedra del saledizo y el dragón bronce remontaba el vuelo.

El humor de F'lar no mejoró al comprobar que Mnementh ascendía suavemente. Lessa había tenido razón al advertirle que no se quedara bebiendo y charlando con Robinton. El hombre era una esponja para el vino. Fandarel se había marchado alrededor de la medianoche, llevándose su extraño tesoro. Lessa había apostado a que F'lar no se acostaría. Después de arrancarle la promesa de que procuraría descansar un poco, también ella se retiró.

F'lar tenía la intención de cumplir su palabra, pero Robinton estaba enterado de muchas cosas acerca de los diversos Fuertes, detalles importantes para cambiar los puntos de vista de sus Señores: información esencial si F'lar iba a llevar a cabo una revolución.

El respeto a los caballeros más ancianos y a los combatientes contra las Hebras más capaces formaban parte de la vida del Weyr. Hacía siete Revoluciones, cuando F'lar había admitido humildemente lo inadecuado que era el único Weyr de Pern, Benden, y lo mal preparado que estaba para luchar contra las Hebras, había atribuido muchas virtudes a los Antiguos, virtudes que ahora le resultaba difícil negar arbitrariamente. El —y todos los dragoneros de Benden— había aprendido de los Antiguos los principios básicos de la lucha contra las Hebras. Había aprendido numerosos trucos para esquivar a las Hebras, había aprendido a calibrar las variedades de Caídas, a conservar la fuerza del animal y del jinete, a desviar la mente de los horrores de las quemaduras o de una emisión de fosfina demasiado próxima. Lo que F'lar no tenía en cuenta era hasta qué punto su Weyr y los Meridionales habían mejorado con aquellas enseñanzas, llegando a superar a sus maestros, dado que disponían de dragones de mayor tamaño, más fuertes y más inteligentes. F'lar había sido capaz, en nombre de la gratitud y la lealtad a sus predecesores, de ignorar, de olvidar, de justificar los defectos de los Antiguos. No podría hacerlo por más tiempo, ya que el peso de su inseguridad y de su aislamiento le obligaban a reconsiderar los resultados de sus acciones. A pesar de esta desilusión, una parte de F'lar, aquella alma interior de un hombre que precisa de un héroe, de un modelo contra el cual contrastar sus propios méritos, deseaba unir a todos los dragoneros; barrer la insoportable resistencia al cambio de los Antiguos, acabar con su testarudo apego a lo que había dejado de tener vigencia.

Una hazaña semejante rivalizaba con el otro objetivo que se había fijado... y, sin embargo, la distancia que separaba a Pern de la Estrella Roja no era más que un tipo distinto de paso en el inter. Y un hombre tenía que darlo si quería liberarse para siempre del yugo de las Hebras.

El aire fresco —el sol no daba de lleno todavía en el Cuenco— le recordó las heridas que le habían infligido las Hebras, pero al mismo tiempo alivió su frente dolorida. Cuando se inclinó hacia adelante para apretarse contra el cuello de Mnementh las hojas del mensaje presionaron sus costillas. Bueno, más tarde se enteraría de lo que estaba haciendo Kylara.

Miró hacia abajo, entrecerrando brevemente los ojos afectados por la vertiginosa velocidad. Sí, N'ton estaba ya al frente de un equipo de hombres y dragones encargados de dejar expedita la entrada tapiada. Con más luz y más aire fresco inundando los pasadizos abandonados, la exploración resultaría más eficaz. Procurarían hacerlo de modo que Ramoth no se quejara de que los hombres se acercaban demasiado a su nidada en plena maduración.

Ramoth lo sabe
, informó Mnementh a su jinete.

—¿Y?

Siente curiosidad
.

Ahora estaban planeando sobre la Roca de la Estrella, encima y más allá del caballero de guardia, que les saludó. F'lar contempló el Dedo de Roca con el ceño fruncido. Si un hombre tuviera una lente adecuada, encajada en el Ojo de Roca, ¿podría ver la Estrella Roja? No, porque en esta época del año la Estrella Roja no era visible desde aquel ángulo. Bueno. . .

F'lar contempló el paisaje debajo de él, la inmensa taza de roca en la cima de la montaña, el serpeante camino que empezaba en un punto misterioso de la cara derecha, descendiendo hasta el lago en la meseta debajo del Weyr. El agua resplandecía como un gigantesco ojo de dragón. F'lar se inquietó fugazmente al pensar en el desarrollo de este proyecto con las Hebras cayendo de un modo tan errático. Había establecido patrullas especiales y enviado al diplomático N'ton (de nuevo lamentó la ausencia de F'nor) a explicar las nuevas medidas necesarias a los Fuertes de los que el Weyr de Benden era responsable. Raid se había dado por enterado con una fría respuesta, y Sifer había expresado su desacuerdo, aunque aquel viejo estúpido se avendría a razones tras haber meditado en las alternativas durante una noche de insomnio.

Ramoth plegó sus alas súbitamente y desapareció de la vista. Mnementh la siguió. Un frío instante más tarde estaban volando en círculo encima de los resplandecientes lagos de Telgar, asombrosamente azules bajo el temprano sol matinal. Ramoth estaba deslizándose hacia abajo, enmarcada bre—Yemente contra el agua, con la luz del sol dorando innecesariamente su brillante cuerpo.

Casi duplica el tamaño de cualquier otra reina, pensó F'lar, admirando al espléndido dragón hembra.

Un buen jinete hace buena a su montura
, observó Mnementh espontáneamente.

Ramoth se remontó astutamente antes de demostrarle a su compañero que podía competir con él en velocidad. Los dos volaron, ala con ala, por encima de los lagos en dirección a la Herrería. Detrás de ellos el terreno descendía lentamente hacia el mar, con el río alimentado por los lagos discurriendo a través de extensas tierras de cultivo y de pastos, para unirse al río Gran Dunto que desembocaba finalmente en el mar.

Mientras se posaban delante de la Herrería, uno de los edificios más pequeños situados en la parte posterior del Taller Principal, en medio de un bosquecillo de fallis, salió corriendo Terry, agitando los brazos en señal de bienvenida. Los talleres habían iniciado sus tareas muy temprano, ya que de todos los edificios brotaban sonidos reveladores de una intensa actividad. Cuando sus jinetes se hubieron apeado, los dragones dijeron que se marchaban a nadar y volvieron a remontar el vuelo. F'lar se reunió con Lessa, en cuyos ojos grises danzaba una sonrisa.

—¡Nadar, qué suerte tienen! —comentó Lessa y rodeó la cintura de F'lar con su brazo.

—De modo que mi compañía no te compensa... –gruñó F'lar, pero rodeó a su vez los hombros de Lessa con su brazo y adaptó su larga zancada al paso de ella mientras recorrían la distancia que les separaba de Terry.

—Bienvenidos, me alegro de veras de vuestra llegada —dijo Terry, inclinándose continuamente y sonriendo de oreja a oreja.

—¿Ha desarrollado ya Fandarel un cristal de larga distancia? —preguntó F'lar.

—No del todo, todavía —respondió el ayudante de Fandarel, con ojos sonrientes contrastando con la expresión de fatiga de su rostro—, pero no es porque no lo hayamos intentado durante toda la noche.

Lessa rió cordialmente, pero Terry se apresuró a añadir:

—No me importa, de veras. Es asombroso lo que puede hacer visible el aparato de mirar. Wansor se muestra entusiasmado y deprimido alternativamente. Ha estado delirando toda la noche hasta el punto de derramar lágrimas por su propia incapacidad.

Estaban casi en la puerta del pequeño taller cuando Terry se giró, con el rostro solemne.

—Quería deciros que siento terriblemente lo de F'nor. Si hubiera entregado aquella daga en seguida... pero había sido encargada por el Señor Larad como regalo de boda para el Señor Asgenos, y yo...

—Tenías perfecto derecho a impedir que se apropiaran de ella —le interrumpió F'lar, agarrando el hombro de Terry para dar más fuerza a sus palabras.

—No obstante, si la hubiese entregado...

—Si los cielos cayeran, no nos preocuparíamos de las Hebras —dijo Lessa, en tono tan concluyente que Terry se vio obligado a desistir de sus disculpas.

El Taller, aparentemente de dos pisos a juzgar por las ventanas, era en realidad una sola pieza, muy amplia. Había una pequeña forja en uno de los dos hogares centrados en cada extremo. Las negras paredes de piedra, lisas y sin costuras aparentes, estaban cubiertas de diagramas y guarismos. Una larga mesa ocupaba el centro de la estancia, y encima de ella se veían bandejas con arena, pieles—Archivo, hojas de papel y una variedad de extraños aparatos. El Herrero estaba de pie a un lado de la puerta, con las piernas separadas, los puños apretados contra el ancho cinturón, la barbilla proyectada hacia adelante y el ceño fruncido. Su actitud belicosa estaba dirigida hacia un croquis en la negra piedra delante de él.

—Tiene que ser algo relacionado con el ángulo visual, Wansor——murmuró en tono de enojo, como si el croquis estuviera desafiando su voluntad—. ¿Wansor?

—Wansor es tan de fiar como el inter, Maestro —dijo Terry en voz baja, señalando el cuerpo dormido debajo de unas pieles sobre el reforzado catre instalado en un rincón.

F'lar se había preguntado siempre dónde dormía Fandarel, dado que el Taller principal era todo espacio para trabajar desde hacía mucho tiempo. Ninguna cama corriente sería lo bastante fuerte como para resistir el peso del Maestro Herrero. Ahora recordó haber visto catres como aquel en casi todos los edificios. Indudablemente, Fandarel dormía en cualquier parte y a cualquier hora en que le resultara imposible continuar despierto. El Herrero parecía engordar con lo que hubiera consumido a otro hombre.

Fandarel miró al durmiente con aire malhumorado, gruñó resignadamente, y sólo entonces advirtió la presencia de Lessa y F'lar. Sonrió a la Dama del Weyr con verdadero placer.

—Habéis llegado muy temprano, y yo confiaba en que podría informaros de algunos progresos en lo que respecta al aparato para mirar a distancia —dijo, señalando el croquis. Lessa y F'lar observaron la serie de líneas y óvalos, inocentemente blancos sobre la negra pared—. Es lamentable que la construcción de aparatos perfectos dependa de la fragilidad de mentes y cuerpos humanos. Disculpadme...

—¿Por qué? Apenas ha empezado el día —dijo F'lar, con una expresión burlona en los ojos—. Te daré un plazo hasta que se haga de noche antes de acusarte de ineficacia.

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