Jugada peligrosa (5 page)

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Authors: Ava McCarthy

BOOK: Jugada peligrosa
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La muchacha tomó una calle estrecha flanqueada por casuchas y mugrientos bloques de pisos. El se quedó atrás. Había menos gente y, por lo tanto, se encontraba más expuesto. Mantuvo las distancias hasta que escuchó el familiar ruido del tráfico acelerado. Habían alcanzado el cruce con Pearse Street, donde los coches iban y venían del centro de la ciudad causando un formidable estruendo.

La joven se unió al grupo de peatones que caminaban sobre el bordillo y Cameron se le acercó por detrás.

Una anciana con gabardina caminaba balanceándose delante de él. Llevaba una bolsa de plástico llena de zapatillas de deporte viejas y apestaba como un urinario. El la apartó de un codazo y se colocó detrás de la chica. Ahora podía ver el logotipo de la cartera con mayor claridad: se trataba de la palabra «DefCon» grabada en plata; la letra «o» enmarcaba una bandera pirata con la calavera.

Desconocía su significado y tampoco le importaba.

Echó un vistazo a los semáforos y al denso tráfico. Los coches y las motos circulaban a toda velocidad por Pearse Street. Los semáforos cambiaron de verde a ámbar y un camión rojo salió disparado. Detrás, un BMW negro también aceleró el motor.

Cameron notó un cosquilleo en la cabeza. Alzó la mano.

Ahora.

Alguien le propinó un golpe de codo en el brazo y le hizo perder la concentración.

—Fíjese en cómo corren. Deberían encerrarlos a todos.

La anciana le plantó la cara enfrente. El aliento le olía a vino rancio.

El BMW rugió al pasar. Se escuchó el pitido del semáforo de los peatones y la muchedumbre se lanzó a la calzada.

Cameron fulminó con la mirada a la hedionda mujer de la bolsa que le había privado de aquel momento de clímax. La anciana abrió aún más sus ojos desvaídos y dio un paso hacia atrás. Él se apartó bruscamente y cruzó la calle dando grandes zancadas y tratando de distinguir a la joven entre el gentío.

No había ni rastro de aquella chica morena.

Aguzó sus sentidos para alcanzar a vislumbrarla mientras se abría camino entre los viandantes. Entonces se detuvo. Se clavó las uñas en las palmas de las manos, ignoró la aglomeración en la que se hallaba sumergido y se fijó en la ruta que seguía aquel reguero de personas que hacían el trayecto diario de casa al trabajo. Pasaban corriendo como ratas procedentes de varias direcciones, pero todos se precipitaban en tropel hacia la gran entrada tenebrosa de la izquierda.

Entonces Cameron sonrió y relajó los dedos. Claro, era Pearse Station.

¿Podía existir algún lugar mejor?

Se abrió paso a empujones en la cola de gente que bloqueaba la entrada y peinó la zona. Tenía que estar allí. Los trenes vibraban arriba y el aire transportaba una mezcla de polvo y sudor. En aquel momento, consiguió verla al otro lado de los torniquetes de acceso. Se dirigía a las escaleras mecánicas que llevaban al andén con dirección sur.

Observó la cola de los billetes. Había diez personas y no se movían. Podía saltar por encima del punto de acceso, pero llamaría la atención. Tenía que alcanzarla antes de que tomara el próximo tren.

Entornó los ojos para inspeccionar los torniquetes más detenidamente. Todos parecían automáticos excepto el último, que era una valla. Los pasajeros la cruzaban y pasaban junto a un hombre de mediana edad con un uniforme azul desaliñado que echaba un vistazo a los billetes.

Era su única oportunidad.

Cameron buscó cobijo entre el gentío. Dos estudiantes japoneses que se dirigían hacia la valla del final pasaron a su lado. El chico más alto sujetaba un amplio mapa de Dublín con los brazos extendidos, como si estuviera leyendo el periódico. Se ocultó detrás de ellos, que se detuvieron enfrente del revisor y trataron de plegar el mapa mientras buscaban torpemente sus billetes. Cameron cruzó por detrás de los muchachos la valla abierta sin que nadie se percatara de ello.

Corrió hacia el andén con dirección sur y subió los peldaños de las escaleras mecánicas de dos en dos. Al llegar arriba, contuvo la respiración.

La estación era enorme, como un hangar para aviones. La gente se colocaba en fila a ambos lados de las vías y miraba hacia los dos extremos, a través de los cuales penetraba la luz del día.

La joven se encontraba veinte metros a la izquierda, cerca del borde del andén. Cameron espiró, y una oleada de calor que le resultó familiar recorrió todo su cuerpo de arriba abajo. Aquella sensación le deleitó.

Caminó con disimulo hacia ella mientras se fijaba en la pantalla que indicaba la hora de llegada del próximo convoy.

Faltaban dos minutos.

Se le acercó con sigilo por detrás. Delante de él, otros viajeros intentaban hacerse un hueco en el andén. Fue avanzando para que nadie pudiera interponerse entre los dos.

Ahora se encontraba lo bastante cerca para poder tocarla y percibir su perfume floral. Respiró hondo. Notó su propio olor agrio y rancio mezclado con la fragancia de la chica. Estaba deseando apretarse contra ella. Pensó en lo que le susurraría justo antes de que ella sobrepasara el borde.

Corrió el aire. Se oyó el clac de los raíles. Algo pequeño se escabulló a través de ellos.

Miró hacia arriba, en dirección a la pantalla. Un minuto.

Levantó la mano.

En cualquier momento.

Capítulo 6

«Permanezcan detrás de la línea.» Harry nunca prestaba demasiada atención a las normas, pero ésta en particular sí la respetaba. No cedió ante el gentío que se apelotonaba detrás y la empujaba.

Una paloma se sujetó fuertemente con las garras al borde del andén e inclinó la cabeza para echar un vistazo a la vía, que estaba situada casi un metro por debajo. Harry también dobló hacia dentro los dedos de los pies al verla. Consultó la pantalla: Dun Laoghaire, un minuto.

Se estremeció al pensar de nuevo en la reunión de KWC. Maldijo a Dillon y su psicología barata.

—Creí que te podría resultar útil presentarte allí —le explicó por teléfono mientras ella toqueteaba el musgo del muro del canal—. Ya sabes, para enfrentarte al asunto.

—Como se te ocurra pronunciar la palabra «catarsis», me pongo a gritar.

—Vamos, nunca hablas sobre tu padre. No lo has visto desde antes de que ingresara en prisión. ¿Cuánto hace ya de eso, cinco años?

—En realidad, seis.

—¿Lo ves? Necesitas una catarsis.

Harry rió.

—Mira, agradezco tu preocupación, pero lo solucionaré a mi manera.

—O sea, que taparás el problema y lo enterrarás vivo.

—Quizá. —Lanzó un trozo de musgo aterciopelado a la orilla del canal—. Verás, mi padre entra y sale de mi vida con frecuencia. Ahora simplemente se ha marchado de nuevo, no es para tanto.

—Buscaré otra persona para el test de intrusión.

—No, Dillon, ya me encargo yo. Me pillaste por sorpresa, eso es todo. En serio, estoy bien.

Pero lo había pasado mal. Se había mostrado susceptible y, aún peor, fanfarrona. Harry era la primera en reconocer que no era un comportamiento habitual en ella, pero aun así odiaba fallarse a sí misma de aquel modo. Había intentado digerir el mal trago paseando a orillas del Liffey en lugar de dirigirse a la estación de trenes cercana al IFSC, pero desistió a los diez minutos. Los tacones no estaban hechos para dar paseos liberadores y vigorizantes.

Harry volvió a mirar la pantalla. Ya había transcurrido un minuto. Una corriente de aire le cortó las mejillas. La paloma echó a volar batiendo las alas como si hubiera visto un gato. La gente se aglomeraba a su alrededor. Alguien se apretó contra su cuerpo obligándola a avanzar unos quince centímetros.

—¡Eh!

Intentó girar la cabeza, pero continuaban empujándola y acabó al borde del andén. Alcanzó a ver las vías negras por debajo y cerró los ojos con fuerza. Mantuvo los pies bien pegados al suelo, se inclinó hacia atrás y propinó algunos codazos.

Se oyó un grito por detrás.

—¡No empujen!

Notó un aliento cálido al oído. Alguien le propinó un fuerte puñetazo en la parte inferior de la espalda y salió despedida hacia delante, ingrávida. Paralizada, abrió los ojos de par en par. Se precipitaba hacia los raíles de acero. Avanzó las manos y se preparó para la caída.

Se golpeó contra el suelo. Las afiladas piedras le desgarraron las palmas de las manos, y una de sus rodillas crujió al impactar contra la franja de cemento de la vía. Alguien chilló.

Harry levantó la cabeza y miró con estupor hacia las vías curvadas que discurrían por delante. Sus extremidades no reaccionaban. Se oyó el clac de los raíles.

¡Debía moverse!

Se agarró a los raíles e intentó ponerse en pie con dificultad. Se le desató un intenso dolor en la rodilla a medida que se erguía. Se desplomó de nuevo en plena vía con el cuerpo extendido.

Sentía la vibración de los raíles contra sus manos. Escuchó el quejido de una bocina e irguió la cabeza bruscamente. El convoy rugía por la curva de entrada a la estación y la cegaba con sus faros. Al instante, el sudor empezó a bañar su cuerpo.

Harry se estiró en el suelo y rodó sobre él. Las piedras y el hierro se le clavaban en los hombros y notó cómo algo tiraba de ella hacia atrás. Giró la cabeza. El bolso se había quedado enganchado en un perno del raíl. El tren traqueteaba a medida que se iba acercando. Consiguió sacarse el asa por la cabeza y se apartó de la vía.

Tumbada boca abajo, respiraba el olor a polvo y metal y se agarró a la vía con dirección norte. Todo su cuerpo temblaba. El primer vagón retumbó al pasar. La gente le gritaba, pero no podía moverse. Aún no.

Entonces, se oyó otro sonido. Tac tac, tac tac. Los raíles vibraron bajo sus dedos. Abrió los ojos como platos y el latido de su corazón se disparó. Un tren rechinaba en el otro extremo de la estación y ella se encontraba justo en medio de su vía.

Era incapaz de gritar. No quedaba tiempo. Echó un vistazo al andén. Nunca conseguiría alcanzarlo. Detrás, el tren con dirección sur seguía avanzando a toda velocidad.

No tenía adónde ir.

Se fijó en el espacio que había entre las dos vías. Eran sólo escasos centímetros, pero no tenía otra opción. Se lanzó sobre las piedras que separaban el raíl con dirección norte del raíl con dirección sur. Era consciente de que tenía que mantenerse bien pegada al suelo. El menor error... y los trenes la partirían en dos.

Harry giró la cabeza a un lado y clavó la mirada en las piedras negras mientras esperaba. Casi se había quedado sin respiración.

Con gran estruendo, los trenes la capturaron entre dos fuegos al cruzarse y la dejaron a oscuras. Una ráfaga de aire le golpeó el rostro. El potente bramido de los motores penetró en su cuerpo; tenía ganas de encorvar los hombros y taparse los oídos, pero debía permanecer quieta.

A su lado, una junta de los raíles crujía al ser presionada por cada una de aquellas ruedas gigantes. Centró su atención en la parte inferior de los trenes, un amasijo de bloques de hierro y tubos arrugados a sólo unos centímetros de su cara.

Los frenos chirriaron y los vagones silbaron hasta que finalmente los convoyes se detuvieron. Harry temblaba en el suelo. Los motores rugían a su lado como dos viejos camiones. Se le había secado la boca y notaba el sabor del hierro y el polvo del carbón.

Se escuchó el golpe de las puertas. La gente gritaba. Unos pasos sobre las piedras se dirigían hacia ella.

—¡Dios mío! Señorita, ¿se encuentra bien?

Harry cerró los ojos. Mala idea. Los volvió a abrir de golpe. La nuca le sudaba y sentía el rugido del mundo en los oídos.

Dios mío, no podía desmayarse ahora.

Unos fuertes brazos la pusieron de pie y la trasladaron a través de las vías. Junto con otras manos, la levantaron hasta el andén.

—¡Déjenle espacio!

—¡Que alguien llame a una ambulancia!

Lentamente, Harry se apoyó con las manos y las rodillas en el suelo. Se quedó allí a cuatro patas, tambaleándose, mientras la sangre le volvía a la cabeza. Junto a ella se encontraba su maltrecho bolso. Alguien debía de haberlo recuperado de la vía. Extendió la mano para cogerlo y sus dedos tocaron el logotipo plateado de «DefCon».

Alguien le tocó el brazo.

—¿Está bien? ¿Usted... ha sido un accidente?

Harry tragó saliva y recordó el puñetazo en la parte inferior de la espalda y las palabras que alguien le había susurrado al oído antes de caer.

«El dinero de Sorohan... La organización... »

Sintió un escalofrío al alzar la vista hacia aquella marea de rostros desconocidos. No podía lidiar con sus preguntas.

Ahora no.

—Sí —contestó—. Sólo ha sido un accidente.

Capítulo 7

—¿Estás segura de que dijo eso?

Harry se estremeció y movió la cabeza.

—Ahora mismo no estoy segura de nada.

Cerró los ojos y se hundió más en el asiento del coche de Dillon intentando no manchar la tapicería. Su vestido estaba sucio y lleno de polvo negro como si lo hubiera sacado de un contenedor, e imaginaba que su rostro debía de ofrecer el mismo aspecto. Le dolía todo el cuerpo y tenía la rodilla derecha hinchada como una pelota.

Lanzó una ojeada al perfil de Dillon. Su nariz siempre le recordaba a la de Julio César, pronunciada y recta con el caballete alto, aristocrático. Era moreno, casi tanto como ella, y su cuerpo de algo más de un metro ochenta encajaba perfectamente en el asiento de conductor de su Lexus.

—Vamos, repítemelo —le pidió—. ¿Qué dijo exactamente ese tipo?

—Más bien fue un susurro áspero y ronco.

Dillon se volvió hacia ella. Tenía la costumbre de colocar los labios rectos con una comisura hacia arriba, como si estuviera reprimiendo una sonrisa.

—¿Y qué te susurró?

—No estoy segura, pero fue algo así como: «El dinero de Sorohan, devuélvelo a la organización».

—Pero ¿qué narices significa eso?

Harry se encogió de hombros y examinó las palmas de sus manos. Aún le escocían en las partes donde se le había clavado la grava de la vía del tren.

—¿No dijo algo más? —preguntó Dillon.

—No hubo tiempo. Me caí, ¿recuerdas?

—No puedo creer que alguien intentara empujarte a la vía.

—A mí misma me está costando asimilarlo. Tampoco estoy segura de que la policía me haya creído.

Un agente de policía joven, alto y con una protuberante nuez había acudido a la estación de trenes para interrogarla. Cubierta con una ruda manta, le explicó la historia mientras tomaba un té dulce y caliente, pero no mencionó las palabras que había escuchado antes de caer; aquello debería esperar un poco. Cuando Dillon la llamó e insistió en pasar a recogerla, ella se alegró de dejar que alguien se hiciera cargo de la situación por una vez.

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