Judy Moody Está De Mal Humor, De Muy Mal Humor (4 page)

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Authors: Megan McDonald

Tags: #Infantil y juvenil

BOOK: Judy Moody Está De Mal Humor, De Muy Mal Humor
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—¿Qué vas a hacer? —preguntó el padre.

—Sólo se me ocurre una cosa.

—¿Ponerle una inyección? —sugirió la madre.

—No. ¡Tiritas!

—¡Mola! —dijo Stink.

Así que pusieron tiritas con dibujos en todos y cada uno de los granos que Sara Secura tenía en la cara. Y luego por todo el cuerpo. Había tiritas de especies en extinción, dinosaurios, tatuajes, sirenas y coches de carreras, incluso tiritas fosforescentes de ojos inyectados en sangre.

—Así no se rascará —concluyó la doctora Judy.

—Me alegro de que hayas resuelto un caso tan urgente —la felicitó su padre.

Judy hizo un último intento de girar la cabeza de la muñeca. No tiró ni se la retorció. Simplemente, apretó muy despacio y con mucho cuidado el botón. Sara movió la cabeza y volvió a aparecer su cara sonriente y sin varicela.

—¡La he curado! —Judy abrazó a la muñeca con un chillido.

—¡Ya estoy mejor! —dijo Sara Secura.

—¡Como nueva! —exclamaron el padre y la madre a la vez.

—Me alegro de que no le salieran granos con la fiebre. ¡No habría tenido tiritas suficientes para taparlos!

El club RM

—Creo que va a llover durante cuarenta días y cuarenta noches —anunció Stink.

Judy estaba colgando la manta de la litera de arriba para hacerse una cubierta de bosque tropical sobre la litera de abajo. Después puso a Mandíbulas en la litera de arriba, para darle más realismo a la jungla. Mucho mejor que un perezoso. Se tumbó en la cama y desplegó el collage que estaba haciendo. Mouse se puso a su lado.

—No me eches pelos en el collage —le advirtió Judy.

Stink metió la cabeza por entre las mantas.

—¿Quién es ésa, toda despeinada? —preguntó señalando el collage.

—Yo de mal humor el primer día de clase.

—¿Por qué no salgo yo? ¿Es que no les hace falta conocer a los hermanos?

—A los plastas, querrás decir —y señaló un poco de tierra pegada en el ángulo inferior izquierdo.

—¿Es que yo soy tierra?

Judy soltó una carcajada.

—Eso es por vender polvo lunar —le explicó.

—¿Qué es ese borrón? ¿Sangre?

—El rojo. MI COLOR FAVORITO.

—¿Son ésas las tiritas de tela de araña? ¿De dónde has sacado la goma brillante? ¿Puedo traer mis alas de murciélago y ponerlas ahí con goma brillante?

Su hermano pequeño, el monstruo de los murciélagos, se estaba convirtiendo en un auténtico Frank Pearl.

—No hay sitio, Stink. Éste es un trabajo serio y no me quedan más que dos semanas para Terminarlo.

Judy recortó una foto de Sara del anuncio que venía en una revista y lo pegó en el rincón de la médica, justo al lado del dibujo de Elizabeth Blackwell que había copiado de una enciclopedia.

Echó un vistazo a la lista de ideas del señor Todd para el collage.

CLUBES. «No soy miembro de ningún club», pensó Judy. Así que ésa no le servía.

AFICIONES. Su afición favorita era coleccionar. Pero no podía poner una costra o una cabeza de Barbie en el collage. Pegó con cinta adhesiva la mesita de la pizza de su última colección, la que le había dado el profesor.

LO PEOR QUE ME HA PASADO. No se le ocurría nada. A lo mejor es que no le había pasado todavía.

LO MÁS DIVERTIDO QUE ME HA PASADO. Se acordó de la vez que dio unos golpes misteriosos en la pared del cuarto de Stink para darle un susto. Pero ¿cómo iba a poner eso en un collage?

Judy estuvo dándole vueltas hasta que dejó de llover de una vez. Entonces llamó a Rocky.

—Nos vemos en la alcantarilla dentro de cinco minutos —le dijo.

Rocky se puso la camiseta de boa constrictor y Judy también.

—¡Igual-igual! —exclamaron los dos al verse, chocando las manos dos veces, al estilo de cuando hacían lo mismo los dos.

Se quedaron encima de la alcantarilla.

—¿Qué crees que hay debajo de la calle? —preguntó Rocky.

—Montones y montones de gusanos.

—Vamos a buscar algunos y los echamos ahí abajo —propuso él.

—¡Qué porquería!

—Podemos buscar arco iris en los charcos.

—Muy cansado.

—Escucha. Oigo ranas. ¡Podríamos buscar ranas!

Rocky corrió hacia su casa para traer un cubo. Cuando volvió, acorralaron a una rana y la atraparon.

—¡Te pillé! —Judy la tomó en sus manos—. Es suave y rugosa a la vez, pero no viscosa. Mola.

De pronto, sintió algo cálido y húmedo en la mano.

—¡Puaf! ¡La rana me ha meado! —la tiró al cubo.

—Seguro que está mojada por la lluvia —la tranquilizó Rocky.

—¿Ah sí? Pues agárrala tú.

Y Rocky lo hizo, la tomó en sus manos. Era suave, rugosa pero no viscosa y molaba, todo a la vez.

En ese momento Rocky sintió algo cálido y húmedo en la mano.

—¡Puaf! Ahora la rana me ha meado a mí —volvió a tirarla al cubo.

—¿Sabes una cosa? —preguntó Judy—. ¡Es increíble que nos haya pasado lo mismo a los dos!

—¡Igual-igual! —se alegró Rocky y chocaron dos veces la mano—. Es como si fuésemos miembros del mismo club. Un club secreto que sólo conociésemos nosotros dos.

—Ahora podemos poner un club en nuestros collages —sugirió Judy.

—¿Y cómo lo llamamos?

—¡El club de la Rana Meona!

—¡Qué raro!… Podemos poner el club RM en los collages. La gente se creerá que es el club del río Misisipí.

—Perfecto…

—Eh, ¿qué estáis haciendo vosotros dos? —interrumpió Stink, que venía corriendo por la acera con unas botas que le quedaban grandes.

—Nada —contestó Judy, secándose las manos en el pantalón.

—Algo estáis haciendo. Lo sé por tus cejas de oruga.

—¿Qué cejas de oruga?

—Se te ponen cejas de oruga cuando no quieres contarme algo.

Judy Moody no tenía ni idea de que tuviese cejas de oruga.

—Sí, de oruga que pica.

—Hemos fundado un club —sentenció Rocky.

—Un club secreto —añadió Judy enseguida.

—Me gustan los secretos. Quiero ser del club.

—No puedes ser del club sin más —dijo Judy—. Tiene que pasarte una cosa.

—Quiero que me pase esa cosa a mí también.

—No, no puedes querer eso.

—Es asqueroso —intervino Rocky.

—¿Qué?

—Déjalo —interrumpió Judy.

—Tienes que agarrar esa rana —le explicó Rocky a Stink.

—Es una broma ¿verdad?… Hacerme tocar una rana viscosa y rugosa…

—Exacto —confirmó Judy.

Stink tomó la rana.

—Eh, parece… interesante. Como algo en escabeche. Nunca había tocado una rana. ¿Ya puedo ser del club?

—No —dijo Judy.

—Parece mentira que no resbale.

—Espera y verás —le avisó Rocky.

—¿No me van a salir verrugas ni nada de eso, verdad?

—¿No notas nada?

—No.

—En fin —dijo Judy—. Deja la rana ahí. ¿La ves? No puedes ser del club.

—¡Pues yo he tenido la rana y quiero ser del club! —Stink se echó a llorar.

—No llores. Hazme caso, Stink, no te gustaría ser de este club.

En ese momento su hermano puso unos ojos como platos. Sentía algo cálido y húmedo en la mano. Judy Moody y Rocky se partieron de risa.

—¿Ya estoy en el club?

—¡Sí, sí, sí! —exclamaron Judy y Rocky—. ¡El club de la Rana Meona!

Lo peor de todo

El Día D, el Día del Juicio, el Día Tonto, el sábado: el día de la fiesta de cumpleaños de Frank Pearl, el que toma cola de pegar. «Prefiero mucho antes tomar cola de pegar que ir a esa dichosa fiesta», pensó Judy.

Durante tres semanas Judy había dejado escondida la invitación de cumpleaños dentro de la caja de un juego que no les gustaba nada a sus podres y donde NUNCA la encontrarían, pero no fue así: su padre se entero el mismo día de la fiesta.

A Judy Moody se le ocurrió pedirle que la llevara a lo tienda de mascotas a por comida para ranas. Estaba mirando una caja de renacuajos con huevos de rana de verdad —«¡Contempla cómo los renacuajos se hacen ranas! ¡Cómo se quedan sin cola y les crecen las patas!», decía la etiqueta— con idea de convencer a su padre de que se la comprase, cuando se encontró de golpe con otra caja igual. La tenía la madre de Frank.

—¡Judy! ¡Qué gracia! Hemos pensado en el mismo regalo para Frank. Pensé que le encantaría. ¡Estaba a punto de comprarle la misma caja!

—Esto, yo no… Me refiero a que usted sí.

—Frank está deseando verte en su fiesta.

—¿Fiesta? —el padre aguzó los oídos—. ¿Qué fiesta?

—¡La de Frank! Soy su madre.

—Mucho gusto en conocerla.

—El gusto es mío. Hasta la tarde, Judy. Adiós.

La señora Pearl devolvió la caja al estante.

—A Frank le ENCANTAN los reptiles —se despidió.

«Anfibios», pensó Judy.

—Judy, ¿por qué no me dijiste que necesitabas venir a por el regalo de cumpleaños de tu amigo? ¿Me habías dicho que tenías que ir hoy a una fiesta?

—No.

En el coche, Judy trató de convencer a su padre de que en la fiesta habría chicos haciendo ruidos groseros e insultándose con nombres de animales.

—Te lo pasarás bien.

—Pues Frank Pearl toma cola de pegar.

—Mira. Ya tienes la caja de renacuajos.

—Yo creía que iba a ser para mí.

—Pero la señora Pearl dejó la suya al verte. No puedes negarte, Judy.

—¿Tengo que envolverla?

La respuesta estaba clara, a juzgar por la cara que puso su padre.

Judy Moody envolvió aquel regalo inmerecido para alguien que come cola de pegar con página aburrida de periódico (no la de los cómics). La fiesta empezaba a las dos, pero les dijo a sus padres que no empezaba hasta las cuatro, con lo que sólo tendría que ir durante los últimos e insoportables minutos.

Toda la familia fue en coche a casa de Frank Pearl, incluso Ranita, a la que Stink había metido en un envase de yogur. Judy tomó el regalo forzoso de Frank y se dejó caer de mal humor en el asiento de atrás. ¿Por qué tenía que ir Rocky a ver a su abuela precisamente hoy?

—¡Judy está llorando! —informó Stink al asiento delantero.

—¡De eso nada! —saltó ella con su peor mirada de trol—. Esperad aquí —les pidió al llegar a la casa de Frank.

—Ve y pásatelo bien —dijo su padre—. Volveremos a por ti dentro de media hora. Cuarenta minutos como máximo.

—Sólo vamos al supermercado —añadió su madre.

Pero era igual que si se fueran a Nueva Zelanda.

La señora Pearl abrió la puerta.

—¡Judy! Creíamos que ya no ibas a venir. Vamos al jardín de atrás. ¡Frank! Ha venido Judy, cariño.

Echó un vistazo al jardín y no vio más que chicos. Chicos tirándose insectos, chicos mezclando chocolate con ketchup y chicos realizando experimentos con un saltamontes.

—¿Dónde están los demás?

—No hay nadie más, cariño. Maggie, la hermana pequeña de Frank, ha ido a casa de una amiga. Creo que ya conoces a todos del colegio. También están los vecinos Sandy y Adrian.

Sandy era un chico, igual que Adrian. ¡Frank Pearl se había burlado de ella! Las «vecinas» eran chicos. Ella, Judy Moody, era la única chica. Ella sola. ¡En la fiesta de cumpleaños de Frank Pearl todo chicos menos ella!

A Judy le entraron ganas de subir por la cuerda del columpio de Frank y aullar como un mono del trópico. Pero se limitó a preguntar:

—¿Dónde esta el baño?

Decidió quedarse allí para siempre, por lo menos hasta que sus padres volvieran de Nueva Zelanda. La fiesta de Frank Pearl sólo para chicos era LO PEOR QUE LE HABÍA PASADO en su vida.

Judy buscó algo que hacer.

Destapó un lápiz de ojos y añadió más dientes nuevos a la camiseta del tiburón que había llevado el primer día de clase. Qué curioso.

Toc, toc.

—¿Estás ahí, Judy?

Abrió enseguida el grifo para que la señora Pearl creyera que estaba lavándose las manos.

—¡Un momento! —exclamó.

Se echo agua por encima para mojarse la camiseta. Los afilados dientes nuevos del tiburón se emborronaron. Judy abrió la puerta.

—Frank iba a abrir tu regalo, pero no te encontrábamos.

Una vez fuera. Brad señaló la camiseta mojada de Judy.

—¡Mirad chicos! ¡Es un tiburón! ¡Con sangre negra chorreando por la boca!

—¡¡Mola!!

—¡Guau!

—¿Cómo lo has hecho?

—Talento. Y agua.

—¡Guerra de agua! —Brad tomó un vaso de agua y se lo tiró a Adam, Mitchell le tiró otro a Dylan, y Frank se echó uno por la cabeza y sonrió.

Un silbido de la señora Pearl puso fin a la batalla de agua.

—¡Dylan! ¡Brad! Han venido vuestros padres. No os dejéis las chucherías que os han tocado.

La señora Pearl se las dio al salir. Cuando le llegó el tumo a Judy, ya no quedaban.

—He debido de hacer mal las cuentas…

—O Brad se ha llevado dos —dijo Frank.

—Mira, Judy. Había comprado chucherías, pero se me han acabado —y le dio una cajita de plástico transparente con una colección de piedras y gemas en miniatura. Jades y amatistas diminutas. Hasta un ámbar reluciente.

—¡Gracias, señora Pearl! —agradeció Judy muy contenta—. Me encanta coleccionar piedras y cosas. ¡Una vez mi hermano se creyó que había encontrado una roca lunar autentica!

—Frank también hace colecciones. Ya se han ido todos los chicos, Frank. ¿Por qué no llevas a Judy a tu cuarto y se lo enseñas mientras vienen sus padres?

—Vamos. ¡El último, moco verde! —exclamó Frank.

Judy estaba segura de que hacía colección de frascos de cola de pegar. Probablemente se los tomaba a medianoche como tentempié.

Las baldas de Frank Pearl estaban repletas de latas de café y potitos. En cada uno había canicas, insectos de goma, borradores, de todo. Judy no pudo contenerse y preguntó:

—¿Tienes gomas de borrar en forma de bate de béisbol?

—¡Diez! Las conseguí gratis cuando vino a la biblioteca uno del equipo de los Oriole.

—¿Ah sí? ¡Yo también! —sonrió Judy. A punto estuvo de gritar «Igual-igual», pero se contuvo a tiempo.

—Voy a poner una en mi collage, junto a mi insecto favorito, una cigarra, en AFICIONES, ya sabes, hacer colecciones.

—También es mi afición.

Además tenía dos sacapuntas —una Estatua de la Libertad y un cerebro— y una libreta de Vic's. Frank Pearl le enseñó una moneda de diez centavos con un búfalo, que guardaba en una hucha con doble cerradura.

—No es una colección de verdad, porque no tengo más que una.

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