—Bienvenidos, buscadores de la verdad divina —dijo en una voz dinámica estilo Oprah, y se produjeron más aplausos—. Hoy vamos a tener una maravillosa experiencia espiritual todos juntos, y alcanzaremos un nuevo plano de iluminación.
Más aplausos.
—Pero no debéis aplaudirme a mí. No soy más que el conducto por el que pasa Isus, el recipiente que él llena. Isus vino a mí por primera vez, o más bien debería decir,
a través de mí
, hace cinco años, pero tuve miedo. No quería creer. Me llevó casi un año aceptar que me había convertido en el foco de energías cósmicas que van más allá de la realidad que conocemos. Hoy oiréis la sabiduría de un espíritu altamente evolucionado, no la mía. Si… —una bonita pausa teatral— …Se digna venir a nosotros. Porque Isus es un sabio, no un sirviente al que dar órdenes. Viene cuando lo desea. Quizá acuda a nosotros esta noche, quizá no.
Ni en sueños. Estas mujeres no habían entregado setecientos cincuenta dólares para no recibir nada a cambio, aun estando en Beverly Hills. Apostaría todo a que Isus se presentaba a su hora.
—Isus sólo vendrá si nuestro plano terrenal está alineado con el cósmico —dijo Ariaura—, si las vibraciones auráticas son correctas. —Miró con seriedad al público—. Si alguno abriga vibraciones negativas, será imposible realizar el contacto.
Ya está, ahí viene, pensé, y esperé a que nos mirase directamente y nos ordenase irnos, pero no lo hizo. Se limitó a decir:
—¿Todos pensáis pensamientos positivos, sentís emociones positivas? ¿Todos creéis?
Por supuesto.
—Tengo la sensación de que todos estáis pensando pensamientos positivos —dijo Ariaura—. Perfecto. Bien, para traer a Isus entre nosotros debéis ayudarme. Cada uno debe calmar su centro —cerró los ojos—. Debéis concentraros en vuestra yo-alma interior.
Miré al público. Como la mitad de las mujeres tenían los ojos cerrados, y muchas habían plegado las manos en actitud de rezar. Algunas se movían de un lado para otro, y la mujer a mi lado zumbaba:
—Om.
Kildy tenía los ojos cerrados, con el cojín naranja pegado al pecho.
—Alinearse… alinearse… —cantaba Ariaura, y luego definitivamente—. ¡Alinearse! —y otra pausa dramática.
—Ahora intentaré entrar en contacto con Isus —dijo—. Enfocar la energía astral es una operación peligrosa y difícil. Debo pediros que permanezcáis perfectamente inmóviles mientras me preparo.
Obedientemente, la mujer a mi lado dejó de canturrear «Om», y todas abrieron los ojos. Ariaura cerró los suyos y se reclinó en su trono, con las manos cubiertas de anillos sobre los brazos. Las luces se redujeron y la música aumentó, el tema para «Marte» de Holst. Todos, incluyendo a Kildy, observaron conteniendo el aliento.
De pronto Ariaura se estremeció como si la estuviesen electrocutando y agarró con fuerza los brazos del trono. Retorció el rostro, dobló la boca y agitó la cabeza. El público quedó boquiabierto. El cuerpo volvió a estremecerse, golpeando el trono, y sufrió una serie de espasmos y retorcimientos, con más estremecimientos. Lo que duró todo un minuto, mientras «Marte» crecía lentamente detrás de ella y el punto de luz se volvía rosa. La música cesó, y se dejó caer inánime contra el trono.
Se quedó allí durante un intervalo de tiempo perfectamente calculado y luego se sentó rígida, mirando directamente al frente, con las manos ligeramente apoyadas en los brazos del trono.
—¡Soy Isus! —dijo con una voz atronadora idéntica a la de «¿Quién se atreve a acercarse al gran Oz?».
—Soy el Iluminado, un sirviente de lo que se llama el Texto y la Primera Fuente. He venido desde el noveno nivel del plano astral —atronó— para ayudaros en vueso viaje espiritual.
Hasta ahora, era un duplicado exacto de Romtha, incluso en lo de la luz rosa y el número de nivel del plano astral, pero junto a mí Kildy se echaba hacía delante expectante.
—He venido a contar la verdad —atronó Isus—, para revelar a vos vueso yo superior.
Me incliné hacia Kildy y le susurré:
—¿Cómo es que en el plano astral jamás aprenden a usar correctamente «vos» y «tú»?
—Shh —me siseó, concentrada en lo que decía Isus.
—Os traigo la verdad largo tiempo perdida del reino de Lemuria y las profecías de Antonious para ayudaros a vos en estos días turbulentos, porque vos vivís en una época de tribulaciones. Son estos los últimos días de la era actual, días repletos de ansiedad, ataques terroristas y relaciones disfuncionales. Pero yo os digo, vos no debéis mirar al exterior sino al interior, porque sólo tú eres responsable de vuesa felicidad, y si eso significa abandonar una mala relación, que así sea. Buscar debéis vuestra propia esencia interior y crear debéis vuesa propia realidad interior. Vos sois el universo.
No sé qué había esperado.
Algo
, al menos, pero no era más que la tontería habitual de la nueva era, un puré de psicojerga, consejos de autoayuda, pseudo-escritura y Sopa de Pollo para el alma.
Miré de reojo a Kildy. Seguía sentada inclinada hacia delante, agarrando el cojín con fuerza contra el pecho, con el hermoso rostro concentrado, la boca ligeramente abierta. Me pregunté si Ariaura la habría convencido. Siempre es una posibilidad, incluso con los escépticos. Kildy no sería la primera en dejarse engañar por una ilusión ingeniosamente ejecutada.
Pero ésta no estaba ingeniosamente ejecutada. Ni siquiera era original. La parte de Lemuria era de Richard Zephyr, lo de «Vos sois el universo» era de Shirley MacLaine, y la sintaxis era puro Yoda.
Y estábamos hablando de Kildy. Kildy, que jamás se dejaba engañar por nadie, ni siquiera por aquel levitador dévico. Debía tener una buena razón para tirar dos mil dólares en esta ocasión, pero hasta ahora no veía cuál:
—Exactamente, ¿qué querías que viese? —murmuré.
—
Shh
.
—Pero no temáis —dijo Ariaura—, porque llega una nueva era, una era de paz, de iluminación espiritual, cuando vos… ¿sentados aquí escuchando estas malditas paparruchas?
Alcé la vista repentinamente. La voz de Ariaura había pasado, en mitad de una frase, del bajo atronador de Isus a un barítono grave, y también sus gestos habían cambiado. Se inclinó hacia delante, con las manos sobre las rodillas, mirando al público con el ceño fruncido.
—Es todo un charloteo infernal —dijo con beligerancia.
Miré a Kildy. Tenía la vista fija en el escenario.
—Estás patochadas son todavía peores que las bravatas pretenciosas que oyes en el chautauqua —gruñó la voz.
¿Chautauqua?, pensé. ¿Qué…?
—Pero ahí estáis, con la boca abierta, como los gañanes en un campamento de Arkansas, escuchando a un predicador encantador de serpientes, esperando a que arregle vuestros romances y os cure de un cálculo biliar…
La mujer junto a Kildy nos miró inquisitiva y luego volvió a centrarse en el escenario. Dos de los acomodadores situados junto a las paredes intercambiaron miradas con el ceño fruncido, y pude oír susurros entre el público.
—¿De verdad os habéis tragado todo esta tabarra mística? Claro que sí. Estamos en América, ¡patria de los imbéciles y los idiotas! —dijo la voz, y los susurros se convirtieron en murmullos.
—¿En el…? —dijo una mujer detrás de nosotros, y la mujer junto a mí cogió sus bolsas, metió el cojín de «Si crees» en una de ellas, se puso en pie y comenzó a pisar a la gente para salir.
Uno de los acomodadores hizo una señal a alguien en la cabina de control y las luces y el «Venus» de Holst empezaron a ganar en intensidad. El maestro de ceremonias dio un paso vacilante hacia el escenario.
—Os quedáis ahí sentados como un montón de primates boquiabiertos, dispuestos a tragaros cualqui… —dijo Ariaura, y su voz cambió de pronto al bajo de Isus—, …pero la era de la iluminación espiritual no puede dar comienzo hasta que vos no hayáis iniciado vueso propio viaje.
El maestro de ceremonias se detuvo de inmediato, y también los murmullos. Y la mujer que se había sentado a mi lado y que casi había llegado hasta la puerta se quedó junto a la salida, sosteniendo las bolsas y prestando atención.
—Y creed. Todos vosotros debéis expulsar ahora mismo las toxinas de la duda y el escepticismo.
Creed
y sucederá. Debía haber vuelto al guión. El maestro de ceremonias suspiró aliviado, y regresó a las sombras, y la mujer que había estado a mi lado se sentó allí donde estaba, con bolsas, cojines y todo. La música se apagó y las luces volvieron a rosa.
—Creed en vuestro propio alma-yo interior —dijo Ariaura/Isus—. Creed, y que se inicie vuestro despliegue espiritual —hizo una pausa, y los acomodadores alzaron la vista nerviosos. El maestro de ceremonias sacó la cabeza por entre las cortinas de mylar dorado.
—Me canso —dijo Ariaura—. Ahora debo regresar a la realidad superior de la que acontecí. Pero no temáis, porque aunque ya no comparta el plano terrenal con vos, aun así estoy con vos —alzó el brazo con rigidez en un cruce entre bendición y saludo nazi, se estremeció una vez y luego se desplomó en un desvanecimiento que hubiese sido el orgullo de Gloria Swanson. «Venus» de Holst volvió a arrancar, y Ariaura se sentó, parpadeando, y se volvió hacia el maestro de ceremonias, quien había regresado al escenario.
—¿Habló Isus? —le preguntó ella en su voz original.
—Sí, lo hizo —le dijo el maestro de ceremonias, y el público estalló en un aplauso tonante, durante el que él la ayudó a ponerse en pie y se la pasó a dos asistentes, que se la llevaron, apoyándose en ellos, subiendo por la escalera negra para desaparecer.
Tan pronto como se fue, el maestro de ceremonias acalló los aplausos y dijo:
—Ejemplares de los libros y vídeos de Ariaura están disponibles en la zona de espera. Si desean solicitar una audiencia privada, pregúntenme a mí o a cualquiera de los otros asistentes —y todos empezaron a recoger sus cojines y dirigirse a la puerta.
—¿No fue
maravilloso
? —le dijo una mujer que iba por delante en el éxodo, a su amiga—. ¡Tan auténtico!
«¿Es Los Ángeles la peor ciudad de América, o sólo la segunda peor? El escéptico, ante la pregunta original, diría que sí, el creyente diría que no. Ahí está la respuesta.»
H. L. M
ENCKEN
Kildy y yo no hablamos hasta no salir del aparcamiento y llegar a Wilshire, cuando Kildy dijo:
—¿Comprendes ahora por qué quería que lo vieses por ti mismo, Rob?
—Vale, fue interesante. ¿Debo asumir que hizo lo mismo en el seminario al que asististe la semana pasada?
Asintió.
—Sólo que la semana pasada se fueron dos personas.
—¿Dijo exactamente lo mismo?
—No. No duró tanto… no sé exactamente cuánto tiempo fue, me cogió por sorpresa… y usó palabras ligeramente diferentes, pero el mensaje fue el mismo. Y sucedió de la misma forma: nada de avisos, ni contorsiones, la voz simplemente cambió de pronto en mitad de una frase. Bien, ¿de qué crees que se trata, Rob?
Giré hacia LaBrea.
—No sé, pero muchos canalizadores tienen más de una «entidad». Joye Wildde hace dos, y antes de que Hans Lighfoot acabase en la cárcel, hacía medida docena.
Kildy parecía escéptica.
—Su material promocional no menciona nada sobre múltiples entidades.
—Quizá esté cansada de Isus y quiera cambiarse a otro espíritu. Cuando eres un canalizador no puedes anunciar «Pronto: Isus II». Debes hacer que parezca auténtico. Así que lo presenta con algunas palabras una semana, un par de frases a la siguiente, etcétera.
—¿Está presentando un nuevo espíritu todavía mejor que le grita al público y los llama imbéciles y gañanes? —dijo incrédula.
—Probablemente se trate de lo que los canalizadores llaman un «espíritu oscuro», una entidad mala que intenta llevar a los incautos por el mal camino. Todd Phoenix solía hacer que una voz desagradable interrumpiese los discursos de Pluma Blanca haciendo comentarios provocativos. Es un truco útil. Refuerza la idea de que el psíquico canaliza de verdad, y cualquier detalle inconsistente o controvertido que pueda decir el canalizador lo puede atribuir al mal espíritu.
—Pero Ariaura ni siquiera parecía ser consciente de que
había
un mal espíritu, si eso se supone que es. ¿Por qué iba a decirle al público que se fuese a casa y dejase de darle dinero a un vendedor de aceite de serpiente como Ariaura?
¿Vendedor de aceite de serpiente? También me sonaba terriblemente familiar.
—¿Fue eso lo que dijo la semana pasada? ¿Vendedor de aceite de serpiente?
—Sí —dijo—. ¿Por qué? ¿Sabes a quién canaliza?
—No —dije frunciendo el ceño—, pero he oído esa frase en algún sitio. Y eso de chautauqua.
—Así que evidentemente es alguien famoso —dijo Kildy.
Pero las figuras históricas de los canalizadores eran siempre reconocibles de inmediato. El Abraham Lincoln de Randall Mars empezaba todas las frases con «Hace cuatro veintenas y siete años», y los demás eran igualmente evidentes.
—Me gustaría haber grabado el estallido de Ariaura —dije.
—Lo hicimos —dijo Kildy alargando la mano al asiento trasero y agarrando el cojín naranja. Bajó la cremallera, metió la mano dentro y sacó una microcámara de vídeo—. ¡Sorpresa! Lamento no haber grabado la de la semana pasada. No me había dado cuenta de que cacheaban a la gente. —Volvió a meter la mano en el cojín y sacó una hoja de papel—. Tuve que correr al baño y apuntar lo que pude recordar.
—Creía que no dejan ir al baño.
Me sonrió.
—Realicé una interpretación digna de un Oscar de una actriz a la que han dejado salir demasiado pronto de desintoxicación.
Miré la lista en el siguiente semáforo. Sólo había algunas frases; la que había mencionado, «Nunca he visto tonterías más desvergonzadas» y «tienen que ser una panda de imbéciles ofuscados para creer algo tan ridículo».
—¿Eso es todo?
Asintió.
—Ya te dije, la última vez no duró tanto. Y como no lo esperaba, me perdí gran parte de la primera frase.
—¿Es por eso que preguntabas en el seminario sobre comprar la cinta?
—Aja, aunque dudo que venga nada. He visto sus tres últimos vídeos y no hay ni rastro de la Entidad Número Dos.
—Pero sucedió en el seminario al que fuiste y en éste. ¿Se te ha ocurrido que pudo pasar
porque
tú estabas presente? —Ocupé un espacio de aparcamiento delante del edificio donde
El ojo cínico
tenía su oficina.