Read Imago Online

Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

Imago (23 page)

BOOK: Imago
7.87Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Jamás lo hubiera reconocido si no lo hubiese tocado —me dijo Hozh—. Ni siquiera olía igual. De hecho, no olía a nada.

—No comprendo eso —le dije—. Aún no es un adulto: ¿cómo pudo cambiar su olor?

—Lo había suprimido. Había suprimido su olor, aunque no creo que lo hiciese intencionadamente.

—No parece, en modo alguno, que quisiera convertirse en lo que se ha convertido. Cuando pueda ser metido en casa, dile a Ooan que me lo traiga aquí.

—Ooan se lo ha vuelto a llevar al agua para ayudarle a volver a cambiar a su forma habitual. Dice Ooan que casi se pierde, que estaba convirtiéndose más y más en lo que parecía ser.

—¿Están Tomás y Jesusa por casa, Hozh?

—Están en el río. Todos están allí.

—Diles que vengan aquí.

—¿Puedes ayudar a Aaor?

—Creo que sí.

Se fue. Poco más tarde llegaron Tomás y Jesusa, y se sentaron uno a cada lado. Pensé en sentarme en la cama para decirles lo que tenía que decirles, pero eso me hubiera resultado agotador, y había otras cosas que debía hacer con las energías de que disponía.

—¿Visteis a Aaor? —les pregunté.

Tomás asintió con la cabeza, Jesusa se estremeció y dijo:

—Era… como una babosa gigante.

—Creo que podemos ayudarle —les dije—. ¡Ojalá hubiera venido a verme antes de irse! Creo que incluso entonces hubiéramos podido ayudarle.

—¿Nosotros? —preguntó Tomás.

—Uno de vosotros a mi lado y Aaor al otro. Creo que puedo juntaros lo bastante con él como para satisfacerle. Creo que podré hacerlo sin que os resulte molesto. —Toqué a cada uno de ellos con un brazo sensorial—. De hecho, creo que podré arreglar las cosas para que lo disfrutéis.

Tomás examinó mi brazo sensorial izquierdo, y el tacto del humano le hizo adquirir vida como ninguna otra cosa podría.

—Así que le darás a Aaor un poco de placer —me dijo—. ¿Y de qué le va a servir eso?

—Aaor quiere cónyuges humanos. Debe tener algún tipo de cónyuges. Hasta que los consiga, ¿queréis compartir con él lo que tenemos?

Jesusa tomó mi brazo sensorial derecho y lo mantuvo aferrado.

—Yo no puedo tocar a Aaor —me dijo.

—No hay necesidad de que lo hagas: yo lo tocaré. Tú me tocarás a mí.

—¿Volverá a transformarse en lo que era? ¿Acabará de cambiarlo Nikanj antes de que nos lo traiga?

—Cuando nos lo traigan ya no será una babosa sin miembros. Pero tampoco será como cuando nos abandonó. Nikanj lo convertirá otra vez en un ser terrestre. Eso llevará días; de hecho, Nikanj no lo sacará del río hasta que haya desarrollado de nuevo huesos y pueda mantenerse en pie. Para cuando sea capaz de venir con nosotros, ya estaremos dispuestos para él.

Jesusa soltó mi brazo sensorial.

—No sé si yo podré estar preparada para él. Tú no lo has visto, Khodahs…, no sabes el aspecto que tiene.

—Hozh me lo ha mostrado. Muy feo, lo sé; pero es mi compañero de camada apareado. Y también es el único otro ser en existencia que se parece a mí. No sé lo que le puede llegar a pasar si no le ayudo.

—Pero Nikanj podría…

—Nikanj es nuestro padre. Hará todo lo que pueda. Por mí hizo todo lo que pudo. —Callé un momento, mirándola—. Jesusa, ¿comprendes que lo que le ha pasado a Aaor es lo que estaba en trance de pasarme a mí cuando me encontrasteis?

Tomás se apretó ligeramente contra mí.

—Tú aún estabas al control de ti mismo —me dijo—. Incluso nos pudiste ayudar a nosotros.

—Nunca permanecí tanto tiempo lejos de casa como lo ha estado Aaor. Y, tal como estaban ya las cosas, no creo que hubiese podido regresar, de no ser por vosotros. Me hubiera tenido que tirar al agua o enterrarme en tierra para mi segunda metamorfosis. Y nuestros cambios no funcionan bien cuando estamos solos. No sé en qué me hubiese convertido.

—¿Crees que Aaor está en su segunda metamorfosis? —me preguntó Jesusa.

—Probablemente.

—Nadie lo ha sugerido.

—Os lo hubiesen dicho si lo hubieseis preguntado; para ellos resulta obvio. Una vez tengan a Aaor estabilizado, podrán acabar con su cambio aquí dentro. Yo pronto estaré en pie.

—¿Y dónde dormiremos? —preguntó Jesusa.

¡Conmigo!, pensé al instante. Pero contesté:

—En la sala principal. Si lo preferís, podemos construir una separación.

—Sí.

—Y tendremos que pasar algún tiempo con Aaor. Si no lo hacemos, su cambio volverá a ser erróneo.

—¡Oh, Dios! —susurró Jesusa.

—¿Habéis comido hace poco?

—Estábamos comiendo con tus padres humanos cuando Oni y Hozh hallaron a Aaor —le explicó Tomás.

—Bien. —Podían compartir esa comida conmigo y librarme de la molestia de tener que comer—. Echaos conmigo.

Lo hicieron de buena gana. Jesusa se estremeció un poco cuando, por primera vez, rodeé su cuello con un brazo sensorial. Cuando estuvo quieta, me introduje en ella con cada uno de los tentáculos sensoriales que había en mi cuerpo a su lado. No podía dejarla moverse por un tiempo.

Luego, con una sensación de alivio que iba más allá de cualquier cosa que hubiese notado jamás con Jesusa, tendí mi mano sensorial, agarré con ella su nuca, y le hundí en la piel filamentos de la misma.

Por primera vez la inyecté, no podía evitar el hacerlo, con mi propia sustancia de ooloi adulto.

Por los mensajes neurales que intercepté, supe que ella se habría convulsionado si hubiera sido capaz de moverse en lo más mínimo. Lo que sí hizo fue gritar y, por un instante, me distrajo el repentino aroma de adrenalina de la alarma de Tomás.

Con mi brazo sensorial libre toqué la piel de su rostro.

—Ella está bien —logré obligarme a decir—. Espera.

Quizá me creyó. Quizá le tranquilizó la expresión de la cara de Jesusa. Debería haberme metido a la vez en los dos, pero aquélla era mi primera vez como adulto y deseaba saborear, separadamente, sus esencias individuales.

Mi consciencia de adulto me parecía más aguzada, más precisa y diferente, en algún modo que aún no había logrado definir. El olor-tacto-sabor de Jesusa, el ritmo del latido de su corazón, el flujo de su sangre, la textura de su piel, el fácil, correcto y vitalizador trabajo de sus órganos, de sus células, de las diminutas oraganelas dentro de sus células…, todo esto era de una enorme complejidad, infinitamente absorbente. El error genético que tanto dolor les había causado tanto a ella como a su pueblo me resultaba tan obvio como lo pueda ser una nube solitaria en un cielo por lo demás despejado. Me sentía tentado a iniciar, de inmediato, las reparaciones. Sus células corporales serían más fáciles de alterar, a pesar de que esa alteración llevaría tiempo. No obstante, las células sexuales, los óvulos, tendrían que ser sustituidas. Tanto su padre como su madre habían tenido la enfermedad, y aproximadamente las tres cuartas partes de sus propios óvulos eran defectuosos. Tendría que hacer que algunas partes de su cuerpo funcionasen como no lo habían hecho nunca desde antes de su nacimiento. Pero era mejor dejar ese tipo de tarea para más adelante. Lo mejor, ahora, era simplemente disfrutar de Jesusa…, de las complejas armonías que había en ella, del peligro inherente de su Conflicto Humano, genéticamente inevitable: la inteligencia contra el comportamiento jerárquico. Hubo un tiempo en el que dicho conflicto o contradicción, así se le llamaba, asustaba de tal modo a algunos oankali que se habían apartado de todo contacto con los humanos. Y así se convirtieron en Akjai: gentes que un día abandonarían la vecindad de la Tierra sin haberse mezclado con los humanos.

Para mí, ese conflicto era como la especia de la vida: había sido mortífero para los terrestres, pero para Jesusa o Tomás no sería más mortal de lo que lo había sido para mis propios padres. Y mis hijos no lo tendrían en absoluto.

Jesusa, solemne e inquisidora, hermosa a niveles que ella posiblemente nunca comprendería, sería con toda seguridad una de las madres de esos hijos.

Disfruté de ella durante unos momentos más, gozando especialmente de su placer en mí. Podía ver cómo mi propia sustancia ooloi estimulaba los centros de placer de su cerebro.

—Contrólalos con sumo cuidado —me había dicho Nikanj—. Dales tanto como puedan aceptar, y no más. No les hagas daño, no los asustes, no los sobreestimules. Empieza en ellos lentamente y, cuando haya pasado un poco de tiempo, ellos estarán más dispuestos a dejar de comer que a dejarte a ti.

Jesusa sólo había comenzado a probarme…, a mí como adulto, y ya podía comprobar que eso era cierto. Le había gustado mucho como subadulto, pero lo que sentía ahora iba más allá del simple agrado, más allá del amor, hasta caer en la profunda adicción biológica del estado adulto. Literalmente era así: una adicción hacia otra persona, como lo definía Lilith. Y yo no podía pensar en ello fríamente: para mí, aquello representaba que, pronto, Jesusa no querría abandonarme…, que ya no sería capaz de dejarme más que por unos pocos días antes de sentir la necesidad de volver.

Naturalmente, esto funcionaba en ambos sentidos: pronto yo no sería capaz de soportar una larga separación de ella, y Jesusa podría hacerme daño si me evitaba deliberadamente. Y, por lo que sabía de ella, estaría dispuesta a hacer tal cosa si creía que tenía un motivo para ello…, pese a que hacerlo le ocasionaría a ella tanto dolor como el que me causaría a mí. Lilith le había hecho aquello a Nikanj muchas veces, antes de que se estableciese la colonia de Marte.

Los machos humanos pueden ser peligrosos, y las hembras humanas pueden ser frustrantes. Y, no obstante, yo me sentía impelido a tenerlos a ambos. Lo mismo le sucedía sin duda a Aaor. Si alguna vez Tomás y Jesusa volvían contra mí sus peores características humanas, probablemente sería a causa de Aaor. Yo no tenía más remedio que tratar de ayudarle, y Jesusa y Tomás debían de colaborar en el intento. Y no sabía si podría hacer que la experiencia les resultase fácil.

Tanta más razón, pues, para que intentase que su actuación les resultara placentera.

Mientras la exploraba y curaba los pequeños moretones y heridas que se había hecho últimamente, Jesusa se fue sintiendo placenteramente cansada. Su mayor gozo tendría lugar cuando la uniese con Tomás y compartiese el placer de cada uno de ellos con el otro, mezclando en ambos mi propia sensación. Cuando pudiera hacer de esto un circuito cerrado, nos ahogaríamos los unos en los otros.

Pero eso era para más adelante. Ahora, sin movimiento aparente, acaricié y acuné a Jesusa hasta que cayó en un profundo sueño.

—Nunca comprenderán el tesoro que son —me había dicho Nikanj, en cierta ocasión en que estaba sentado conmigo—. Ellos ven nuestras diferencias, incluso las tuyas, Lelka…, y se preguntan por qué los queremos.

Me desconecté de Jesusa, saboreando por un momento el gusto salado de su piel. En cierta ocasión le había oído a mi madre decirle a Nikanj:

—Es una buena cosa que tu gente no coma carne. Si lo hicieseis, visto el modo en que habláis de nosotros, de nuestros sabores, de vuestra hambre y de la necesidad de probarnos…, creo que, en lugar de trastear con nuestros genes, acabaríais por devorarnos. —Y, tras un momento de silencio—: Quizá eso fuera mejor; al menos sería algo que podríamos comprender y contra lo que podríamos luchar.

Nikanj no había dicho ni palabra. Quizás incluso en ese momento podía haberse estado alimentando de ella…, compartiendo porciones de su más reciente comida, tomando de su piel células muertas o malformadas, o incluso cosechando un óvulo maduro justo antes de que pudiese iniciar su viaje, descendiendo por las trompas de falopio de su útero. Almacenaba algunos de estos óvulos y consumía el resto. Si Jesusa hubiera estado dispuesta, también yo hubiera tomado uno de sus óvulos.

—Cada día nos alimentamos de ellos —me había dicho Nikanj—. Y, haciéndolo, los mantenemos en buena salud y mezclamos niños para ellos. Pero no siempre han de saber lo que estamos haciendo.

Me volví para mirar a Tomás y, sin mediar palabra, se acostó a mi lado y usó sus brazos para acercarme más a él. Cuando me hubo besado muy a conciencia me dijo:

—¿Siempre tendré que estar esperando?

—Oh, no —le contesté, colocándolo de modo que estuviera más cómodo—. Una vez te haya probado de este modo, dudo que pueda volver a ser capaz de tenerte esperando.

Enrollé un brazo sensorial alrededor de su cuello, dejé al descubierto mi mano sensorial. Lo paralicé, como había hecho con Jesusa, pero le dejé la ilusión de que podía moverse.

—Los machos, en especial, necesitan creer que se están moviendo —me había aleccionado Nikanj—. Disfrutarás más de ellos si les das la ilusión de que se están encaramando por encima de ti.

Estaba totalmente en lo cierto. Y, aunque no había podido recolectar un óvulo de Jesusa, recogí una buena cantidad de esperma de Tomás. Mucho de él llevaba el gene defectuoso y era inútil para la procreación. Proteínas. El resto lo almacené para futuro uso.

Tomás era más fuerte que Jesusa. Me duró más antes de cansarse. Justo antes de ponerlo a dormir, me dijo:

—Nunca pensé en dejarte ir de mi lado. Ahora sé que tú nunca lo harás.

Utilicé sus músculos para movernos a ambos, acercándonos a Jesusa. Allí, conmigo en medio de ellos dos, ambos podían dormir, y yo podía descansar y tomar un poco más de su comida. No lo notarían. Les sobraba, y yo la necesitaba para recuperar rápidamente las fuerzas…, en bien de Aaor.

3

Aaor estaba en su segunda metamorfosis. Cuando Nikanj me lo trajo, tras varios días de reconstrucción, aún no era reconocible. No se parecía a ningún humano, oankali o construido que yo hubiese visto antes.

Su piel era de un gris profundo. Pedazos de la misma aún brillaban con la antigua mucosidad. Y no podía caminar demasiado bien: era bípedo de nuevo, pero estaba muy débil, y su coordinación no había vuelto a ser la que debería.

No tenía cabello.

No podía hablar en voz alta.

Sus manos eran aletas palmeadas.

—No deja de resbalar retrocediendo —me explicó Nikanj—. Casi lo he devuelto a la normalidad, pero a él no le queda ningún control. En el momento en que lo dejo, deriva hacia una forma menos compleja.

Colocó a Aaor sobre un jergón que le habíamos preparado. Tomás le había seguido al interior de la habitación. Ahora se quedó mirando, mientras el cuerpo de Aaor se retiraba más y más de lo que debería de ser. Jesusa no había entrado.

—¿Puedo ayudarte? —me preguntó Tomás.

BOOK: Imago
7.87Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Hyacinth by Abigail Owen
Of Guilt and Innocence by John Scanlan
Doing Dangerously Well by Carole Enahoro
Abel by Reyes, Elizabeth
Mine to Tarnish by Falor, Janeal
Change of Heart by Jude Deveraux
Shadow on the Sun by Richard Matheson
Wicked Godmother by Beaton, M.C.