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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Herejía (6 page)

BOOK: Herejía
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—Nos veremos en ese momento —dije mientras empujaba con delicadeza a Sarhaddon para que abandonase el buque conmigo y fuésemos al puerto.

—¿De qué va todo esto? —me preguntó el monaguillo.

—No hay ninguna necesidad de gastar los fondos del viaje pasando la noche en una taberna. El conde Courtiéres de Kula es un viejo amigo de mi padre y, aunque ahora no se encuentra aquí, conozco a su hijo. Sin duda nos acogerá en palacio.

—Ya veo. Celebro la sensatez que acabas de exhibir. ¿Cuál es el camino?

—¿No te parece obvio?

Estábamos de pie en el muelle, exactamente enfrente de la puerta de entrada que comunicaba el muelle con la ciudad. Delante había una ancha calle donde funcionaba un activo mercado. Más allá podía verse una construcción de cinco plantas, el orgullo y alegría del conde, el edificio más alto de Haeden.

Las tiendas de la calle principal estaban cerrando porque se hacia de noche; sus propietarios guardaban las mercancías dentro de los puestos y corrían las persianas. Pocos nos prestaban atención. Lo mismo ocurrió en la plaza central, donde todos los comerciantes estaban retirándose; sólo quedaban los dos centinelas de la marina frente a las puertas del palacio, que custodiaban el esqueleto desnudo de las tiendas, y unos pocos gatos husmeando entre los restos.

—Buenas tardes, maestro y monaguillo. ¿Podemos brindaras ayuda? —dijo el centinela de la izquierda, un joven a quien me era imposible recordar de mi estancia del año anterior. Eso no era sorprendente, ya que las tormentas habían sido entonces tan duras que la mayor parte de los marinos tuvieron que instalarse en los cuarteles que había cruzando la calle. Maestro era un titulo habitual para dirigirse a los extranjeros cuyo rango se desconocía, pero que podía adivinarse superior al propio.

—Soy el vizconde Cathan de Lepidor y él es el monaguillo Sarhaddon —respondí. Vizconde era un titulo otorgado al heredero de un conde—. Estamos aquí para visitar al vizconde Hilaire.

El centinela abrió los ojos en toda su amplitud, pero su compañero asintió con la cabeza y dijo:

—Haced el favor de entrar. El vizconde se encuentra ahora agasajando al capitán del
Lion
, pero sin duda le complacerá vuestra presencia. Meraal, que está aquí conmigo, os conducirá a él.

—Se... seguidme —tartamudeó el otro centinela.

Luego nos guió dentro de los portales en dirección a un gran atrio separado del pequeño patio contiguo. Mientras caminábamos sobre el suelo de piedra de los corredores conseguí relajarme: no había ningún otro lugar, salvo Lepidor, en el que me sintiera tan en casa como en ese palacio. Me acompañaban los recuerdos de tantos días felices transcurridos allí mientras los condes estaban reunidos conferenciando. En ese lugar había cazado, nadado y entrenado en el arte de las armas con Carien, el segundo hijo del conde. Carien era un año mayor que yo y ya había partido para pasar su periodo de aprendizaje comercial en Taneth.

—Aquí está —dijo Meraal, deteniéndose junto a una puerta de madera revestida de bronce. Tras la puerta se oía el sonido de voces masculinas, sonoras y joviales. Era evidente que Hilaire entretenía a los cambresianos con propiedad digna de un rey. Meraal golpeó la puerta.

—¿Quién está ahí? —interrogó una voz bastante aguda para pertenecer a un hombre. Reconocí el tono de Hilaire.

—Se encuentra aquí el vizconde Cathan de Lepidor, su señoría.

Retumbó el ruido de pasos y la conversación se diluyó en el silencio. Entonces la puerta se abrió de repente revelando la figura de un joven de veintiséis años, delgado y de cabellos castaños, imbuido en la túnica blanca de la realeza.

—¡Bien venido, Cathan! —exclamó con calidez, invitándonos a pasar—. Hace mucho tiempo que no te veía. ¿Quién es tu amigo?

—El monaguillo Sarhaddon, mi "escolta”.

—También es bienvenido. —El vizconde entornó los ojos—. ¿Escolta hacia dónde?

—A Taneth.

—Debes informarme de por qué emprendes semejante travesía en ausencia de tu padre. Pero, antes, las presentaciones.

Hilaire hizo una reverencia a los otros tres hombres presentes en el salón y sentados a la mesa.

—Xasan Koraal, capitán de la manta cambresiana
Lion
, su asistente, Ganno, y el representante comercial Miserak de Mons Ferranis.

Los tres inclinaron la cabeza cuando detuve la mirada en ellos del modo más cortés posible. Xasan era un hombre de contextura poderosa con cabello inusualmente rubio y una presta sonrisa; su asistente, Ganno, tenía el pelo negro y un rostro afilado. Miserak era, sin embargo, quien tenía el aspecto más sorprendente: su piel era mucho más oscura que la del resto de los cambresianos y la forma de su cara era diferente. Me hablan comentado que los habitantes de Mons Ferranis tenían la piel negra, pero nunca había tenido la oportunidad de ver a uno de ellos.

El vizconde dio una palmada para llamar a la servidumbre y pidió que trajesen más sillas. Cuando eso estuvo resuelto, nos sirvieron vino y nos sentamos mientras Hilaire exigía conocer el propósito de nuestro viaje.

CAPITULO IIII

Hilaire escuchó con avidez cuanto le contaba sobre el hallazgo de hierro y los motivos del viaje a Taneth. La presencia de los marinos cambresianos nos daba la certeza de que pronto todo aquel al que le importase el tema estaría enterado, pero, como los tripulantes del buque de Bomar estarían ya propagando el rumor por toda la ciudad, eso no representaba ningún problema. Nada relacionado con el comercio ha permanecido demasiado tiempo en secreto.

Observé a Hilaire, detectando en su mirada la esperanza de obtener mayores ganancias. El hierro colocaría a Lepidor dentro del mapa y Kula saldría también beneficiada, ya que serian muchos más los navíos que se detendrían allí al bordear la costa. Los habitantes de Kula, sin embargo, podrían ponerse celosos: Lepidor pasaría de ser uno de los clanes típicamente ignorados, como el de Kula, a convertirse en una de las fuentes de recursos más importantes de Océanus. Pensé que era una gran suerte el hecho de que Kula no fuese una ciudad mucho más poderosa que Lepidor, ni militarmente ni de ninguna otra forma, así como que el conde Courtiéres fuera el más antiguo amigo de mi padre.

—¿Vais en busca de un contrato permanente en Taneth? —indagó el capitán cambresiano Xasan—. ¿Trataréis con una de las grandes familias?

—Así lo creo. El consejero principal dijo que eso es lo que mi padre desearía que se hiciese.

—También tú, jovencito —dijo Miserak, quien hasta entonces había permanecido en silencio—. Comprométete en esas negociaciones, aprende el modo en que funciona todo. Nada derrumba un buen trato.

—Antes de que partáis —intervino Xasan—, os proporcionaré la lista de las grandes familias más convenientes para un asunto de estas características. La mayor parte de ellas no tienen ningún escrúpulo y no dudarán en estafarte o violar el contrato. Son sólo _as pocas las que respetan sus contratos al pie de la letra y esas familias suelen ser las más grandes, aunque no las más vistosas.

—Se lo agradezco de corazón —dije conmovido. Si la información de Xasan era tan fiable como sus buenas intenciones, podría ahorrarnos cientos de coronas y numerosas semanas de búsqueda.

—Pido disculpas por mi intromisión —dijo Sarhaddon tras un silencio—. Supongo que ya os habrán formulado esta pregunta, pero ¿qué le sucedió a vuestra nave? —le preguntó.

Yo sentía tanta curiosidad como el monaguillo.

—Fuimos atacados por alguien —murmuró Ganno con un acento áspero que no le había notado antes. Me pregunté si seria en realidad cambresiano.

—Hace una semana se produjo una violenta tormenta submarina que llegó a agitar la superficie del mar —explicó Xasan—, supongo que habréis sufrido sus coletazos en las costas de Lepidor. Nos cogió en las profundidades del océano y estuvimos a punto de perder el control. Si finalmente no naufragamos y conservamos el pellejo es un poco por milagro y otro por la destreza de Ganno al timón. Tan pronto como pudimos, regresamos a la costa para evitar que nuestra nave sufriese más daño y para hallar cobijo en alguna caverna que comunicara con la superficie. En aquel sector de la costa existe sólo una cueva semejante y la buscamos durante todo el día. Al fin dimos con la boca del río Lyga. No era lo más adecuado, pues también allí habla corrientes y remolinos, pero era por entonces nuestra única posibilidad, y el
Lion
llevaba demasiado tiempo luchando en el agua. Salimos a la superficie y echamos una ojeada con precaución, ya que los nativos que viven en los alrededores no son demasiado amigables y venderían sus propias almas por apoderarse de una manta.

—Y, sin embargo, no fue de los nativos de lo que debimos preocuparnos —intervino Miserak—. Fuimos atacados por otra manta.

—¿Otra manta? —pregunté, incrédulo, intentando adivinar quién se atrevería a atacar una nave cambresiana, aun a unos cuarenta y ocho mil kilómetros de distancia de Cambress. Lo más normal hubiese sido no meterse con ellos; al menos, por lo que yo sabía, eran los mejores marinos del mundo.

—Su nave es mucho más grande que la nuestra —añadió Ganno—. Doscientos cincuenta metros de eslora y con ventanillas opacas. Su blindaje era también negro. Eso me sorprendió. Las mantas suelen ser siempre azules, el color del pulpo con el que son fabricadas. ¿Cómo podía entonces tener un blindaje negro?

—Como no estábamos esperando un ataque por mar y nuestros sensores estaban dirigidos hacia tierra firme —prosiguió Xasan—, no pudimos verla hasta que estaba a sólo unos pocos metros de distancia, embistiéndonos con el latido de sus cañones. Nuestro propio cañón fue dañado, pero conseguimos lanzar un torpedo. No sé si dio en el blanco. Entonces la nave negra empezó a atacarnos decididamente, con el objetivo de inutilizar nuestra coraza. E incluso exigieron que nos rindiésemos, los condenados.

Los tres comenzaron en ese momento a hablar a la vez, y pasé la mayor parte del tiempo tratando de hacerme una idea de lo que había sucedido enlazando de algún modo los tres relatos. El
Lion
había sido dañado en cuatro sitios y su coraza había resultado muy perjudicada. La manta agresora había disparado también torpedos sobre los cambresianos y, entonces, sin razón aparente, dieron la vuelta y volvieron a sumergirse en las profundidades, desapareciendo en seguida en las penumbras.

—Nunca había oído hablar de algo semejante a esa manta negra —dijo el vizconde—. Sólo Pharassa y el Dominio operan con mantas en estas aguas y ¿por qué habrían ellos de construir una nave negra y atacar a los cambresianos? Pharassa y Cambress están en paz, y seria un suicidio para Pharassa efectuar un ataque sin que medie una provocación previa. Es posible que la manta pertenezca a la marina imperial, pero eso me parece dudoso porque seria demasiado flagrante incluso para ellos, que odian a Cambress. En cuanto al Dominio... ¡ellos no pintarían nada de negro!

Los colores de Ranthas eran el rojo y el anaranjado; el Dominio creía en la Luz y el Fuego y, en su opinión, existía algo demoníaco en la oscuridad.

—¿Qué lenguaje empleaban? —preguntó Sarhaddon—. Quiero decir, cuando os hablaron. —El lenguaje del Archipiélago, el mismo lenguaje que hablamos todos nosotros. Quizá con un acento ligeramente extraño, pero no podría identificar de dónde provienen. —Todo cuanto puedo decir —agregó Ganno— es que no volveré a recorrer esa ruta sin compañía.

—¿Es posible que Cambress envíe un escuadrón para investigar? —pregunté.

—Cambress enviará un escuadrón si el Gran Consejo y el Almirantazgo dejan de reñir entre si el tiempo suficiente para dar la orden —dijo Xasan incisivamente—. Actualmente lleva horas de discusión lograr que se pongan de acuerdo en que día de la semana estamos.

—Son peores que los haletitas —asintió Miserak.

El imperio haletita era el que mayor poder ejercía sobre nuestro territorio natal, Equatoria, el único continente cuyo interior estaba habitado por personas civilizadas. Aunque al principio no habían sido más que una pequeña colonia, después de la diáspora fueron creciendo hasta conquistar el resto de los territorios internos. En tiempos recientes, la expansión de los haletitas más allá de los ríos gemelos, Ardanes y Baltranes, en dirección al mar, había sido motivo de preocupación. Su territorio limitaba ahora con el de la propia Taneth. Afortunadamente para el resto de nosotros, carecían de puertos de aguas profundas o cuerpos de mantas, así como de una verdadera flota. Los tanethanos, con su más de medio centenar de mantas, controlaban la boca de los ríos e impedían que los haletitas fuesen más lejos, mientras que los thetianos desembolsaban dinero para mantener el statu quo. Aun sabiendo tan poco sobre la región, me aterrorizaba la idea de que alguna vez los haletitas decidiesen rebelarse.

Pero, lo que era más importante, contaban con el pleno apoyo

del Dominio en todas sus conquistas e invasiones, hasta el punto que, según recordé que me había dicho Sarhaddon cuando más tarde asimilé sus palabras, los sacri fanáticos luchaban con frecuencia junto a los ejércitos haletitas en contra de los asentamientos de herejes en las remotas tierras altas de Equatoria.

—¿Han hecho los haletitas movimientos militares en las últimas semanas? —No en tiempos recientes, pero debemos encarar malas noticias. Reglath Eshar ha regresado del exilio.

La sonrisa de Hilaire se esfumó de sus labios y cogió la copa incrustada de piedras preciosas.

—¿Reglath?, ¿el príncipe Reglath, hermano del Rey de Reyes?

—El mismo. Se presentó en una remota aldea pesquera del sudeste, fuera de las fronteras haletitas, y cuando tal cosa llegó a oídos del rey, éste ordenó que se le diese la bienvenida con los brazos abiertos. Con todo, se dice que Reglath ha cambiado, que ha perdido cualquier rastro de humanidad que hubiese tenido alguna vez. —y ya era una humanidad escasa en extremo subrayó Ganno.

—¿Quién es Reglath Eshar? —inquirí tímidamente, desviando la mirada desde Hilaire a Xasan. Por lo general, yo era reticente a mostrar mi ignorancia, pero estaba ansioso por saber de qué estaban hablando.

—¿No has oído hablar de él? —exclamó Xasan mientras cambiaba de posición en el sillón, cubriéndose con la capa leonada de capitán—. Supongo que Lepidor no tiene ningún contacto con Haleth, por lo cual sus asuntos no os conciernen. Os concernirán de ahora en adelante si pretendéis cerrar un trato con Taneth.

El capitán cambresiano me explicó que Reglath Eshar era el hermano de sangre del actual Rey de Reyes haletita. Nadie sabía exactamente dónde había nacido y no se habían tenido noticias suyas hasta hacia seis años, pero demostró ser un excelente soldado. En dicho lapso habla ganado numerosas batallas para el Rey de Reyes y, al conquistar el último refugio de los aldeanos, su fama amenazó con eclipsar la de su hermano de sangre, Alchrib, el heredero al trono. Un año atrás, Alchrib asesinó a su padre y se coronó rey. Los asesinos fueron también a por Reglath, quien se hallaba participando en otra campaña, pero consiguió eludirlos y desapareció. Alchrib había condenado al exilio a Reglath, pero no ordenó su muerte. Desde entonces no se había sabido nada de Reglath.

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