Harry Potter y el prisionero de Azkaban (45 page)

BOOK: Harry Potter y el prisionero de Azkaban
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¡NO ESTAMOS CONFUNDIDOS!
—gritó Harry.

—¡Señor ministro! ¡Profesor! —dijo enfadada la señora Pomfrey—. He de insistir en que se vayan. ¡Potter es un paciente y no hay que fatigarlo!

—¡No estoy fatigado, estoy intentando explicarles lo ocurrido! —dijo Harry furioso—. Si me escuchan...

Pero la señora Pomfrey le introdujo de repente un trozo grande de chocolate en la boca. Harry se atragantó y la mujer aprovechó la oportunidad para obligarle a volver a la cama.

—Ahora, por favor, señor ministro... Estos niños necesitan cuidados. Les ruego que salgan.

Volvió a abrirse la puerta. Era Dumbledore. Harry tragó con dificultad el trozo de chocolate y volvió a levantarse.

—Profesor Dumbledore, Sirius Black...

—¡Por Dios santo! ¿Es esto una enfermería o qué? Señor director, he de insistir en que...

—Te pido mil perdones, Poppy, pero necesito cambiar unas palabras con el señor Potter y la señorita Granger. He estado hablando con Sirius Black.

—Supongo que le ha contado el mismo cuento de hadas que metió en la cabeza de Potter —espetó Snape—. ¿Algo sobre una rata y sobre que Pettigrew está vivo?

—Eso es efectivamente lo que dice Black —dijo Dumbledore, examinando detenidamente a Snape por sus gafas de media luna.

—¿Y acaso mi testimonio no cuenta para nada? —gruñó Snape—. Peter Pettigrew no estaba en la Casa de los Gritos ni vi señal alguna de él por allí.

—¡Eso es porque usted estaba inconsciente, profesor! —dijo con seriedad Hermione—. No llegó con tiempo para oír...

—¡Señorita Granger!
¡CIERRE LA BOCA!

—Vamos, Snape —dijo Fudge—. La muchacha está trastornada, hay que ser comprensivos.

—Me gustaría hablar con Harry y con Hermione a solas —dijo Dumbledore bruscamente—. Cornelius, Severus, Poppy. Se lo ruego, déjennos.

—Señor director —farfulló la señora Pomfrey—. Necesitan tratamiento, necesitan descanso.

—Esto no puede esperar —dijo Dumbledore—. Insisto.

La señora Pomfrey frunció la boca, se fue con paso firme a su despacho, que estaba al final de la sala, y dio un portazo al cerrar. Fudge consultó la gran saboneta de oro que le colgaba del chaleco.

—Los
dementores
deberían de haber llegado ya. Iré a recibirlos. Dumbledore, nos veremos arriba.

Fue hacia la puerta y la mantuvo abierta para que pasara Snape. Pero Snape no se movió.

—No creerá una palabra de lo que dice Black, ¿verdad? —susurró con los ojos fijos en Dumbledore.

—Quiero hablar a solas con Harry y con Hermione —repitió Dumbledore.

Snape avanzó un paso hacia Dumbledore.

—Sirius Black demostró ser capaz de matar cuando tenía dieciséis años —dijo Snape en voz baja—. No lo habrá olvidado. No habrá olvidado que intentó matarme.

—Mi memoria sigue siendo tan buena como siempre, Severus —respondió Dumbledore con tranquilidad.

Snape giró sobre los talones y salió con paso militar por la puerta que Fudge mantenía abierta. La puerta se cerró tras ellos y Dumbledore se volvió hacia Harry y Hermione. Los dos empezaron a hablar al mismo tiempo.

—Señor profesor, Black dice la verdad: nosotros vimos a Pettigrew.

—Escapó cuando el profesor Lupin se convirtió en hombre lobo.

—Es una rata.

—La pata delantera de Pettigrew... quiero decir, el dedo: él mismo se lo cortó.

—Pettigrew atacó a Ron. No fue Sirius.

Pero Dumbledore levantó una mano para detener la avalancha de explicaciones.

—Ahora tenéis que escuchar vosotros y os ruego que no me interrumpáis, porque tenemos muy poco tiempo —dijo con tranquilidad—. Black no tiene ninguna prueba de lo que dice, salvo vuestra palabra. Y la palabra de dos brujos de trece años no convencerá a nadie. Una calle llena de testigos juró haber visto a Sirius matando a Pettigrew. Yo mismo di testimonio al Ministerio de que Sirius era el guardián secreto de los Potter.

—El profesor Lupin también puede testificarlo —dijo Harry, incapaz de mantenerse callado.

—El profesor Lupin se encuentra en estos momentos en la espesura del bosque, incapaz de contarle nada a nadie. Cuando vuelva a ser humano, ya será demasiado tarde. Sirius estará más que muerto. Y además, la gente confía tan poco en los licántropos que su declaración tendrá muy poco peso. Y el hecho de que él y Sirius sean viejos amigos...

—Pero...

—Escúchame, Harry. Es demasiado tarde, ¿lo entiendes? Tienes que comprender que la versión del profesor Snape es mucho más convincente que la vuestra.

—Él odia a Sirius —dijo Hermione con desesperación—. Por una broma tonta que le gastó.

—Sirius no ha obrado como un inocente. La agresión contra la señora gorda..., entrar con un cuchillo en la torre de Gryffindor... Si no encontramos a Pettigrew, vivo o muerto, no tendremos ninguna posibilidad de cambiar la sentencia.

—Pero usted nos cree.

—Sí, yo sí —respondió en voz baja—. Pero no puedo convencer a los demás ni desautorizar al ministro de Magia.

Harry miró fijamente el rostro serio de Dumbledore y sintió como si se hundiera el suelo bajo sus pies. Siempre había tenido la idea de que Dumbledore lo podía arreglar todo. Creía que podía sacar del sombrero una solución asombrosa. Pero no: su última esperanza se había esfumado.

—Lo que necesitamos es ganar tiempo —dijo Dumbledore despacio. Sus ojos azul claro pasaban de Harry a Hermione.

—Pero... —empezó Hermione, poniendo los ojos muy redondos—. ¡AH!

—Ahora prestadme atención —dijo Dumbledore, hablando muy bajo y muy claro—. Sirius está encerrado en el despacho del profesor Flitwick, en el séptimo piso. Torre oeste, ventana número trece por la derecha. Si todo va bien, esta noche podréis salvar más de una vida inocente. Pero recordadlo los dos: no os pueden ver. Señorita Granger, ya conoces las normas. Sabes lo que está en juego. No deben veros.

Harry no entendía nada. Dumbledore se alejó y al llegar a la puerta se volvió.

—Os voy a cerrar con llave. Son —consultó su reloj— las doce menos cinco. Señorita Granger, tres vueltas deberían bastar. Buena suerte.

—¿Buena suerte? —repitió Harry, cuando la puerta se hubo cerrado tras Dumbledore—. ¿Tres vueltas? ¿Qué quiere decir? ¿Qué es lo que tenemos que hacer?

Pero Hermione rebuscaba en el cuello de su túnica y sacó una cadena de oro muy larga y fina.

—Ven aquí, Harry —dijo perentoriamente—. ¡Rápido! —Harry, perplejo, se acercó a ella. Hermione estiró la cadena por fuera de la túnica y Harry pudo ver un pequeño reloj de arena que pendía de ella—. Así. —Puso la cadena también alrededor del cuello de Harry—. ¿Preparado? —dijo jadeante.

—¿Qué hacemos? —preguntó Harry sin comprender.

Hermione dio tres vueltas al reloj de arena.

La sala oscura desapareció. Harry tuvo la sensación de que volaba muy rápidamente hacia atrás. A su alrededor veía pasar manchas de formas y colores borrosos. Notaba palpitaciones en los oídos. Quiso gritar, pero no podía oír su propia voz.

Sintió el suelo firme bajo sus pies y todo volvió a aclararse.

Se hallaba de pie, al lado de Hermione, en el vacío vestíbulo, y un chorro de luz dorada bañaba el suelo pavimentado penetrando por las puertas principales, que estaban abiertas. Miró a Hermione con la cadena clavándosele en el cuello.

—Hermione, ¿qué...?

—¡Ahí dentro! —Hermione cogió a Harry del brazo y lo arrastró por el vestíbulo hasta la puerta del armario de la limpieza. Lo abrió, empujó a Harry entre los cubos y las fregonas, entró ella tras él y cerró la puerta.

—¿Qué..., cómo...? Hermione, ¿qué ha pasado?

—Hemos retrocedido en el tiempo —susurró Hermione, quitándole a Harry, a oscuras, la cadena del cuello—. Tres horas.

Harry se palpó la pierna y se dio un fuerte pellizco. Le dolió mucho, lo que en principio descartaba la posibilidad de que estuviera soñando.

—Pero...

—¡Chist! ¡Escucha! ¡Alguien viene! ¡Creo que somos nosotros! —Hermione había pegado el oído a la puerta del armario—. Pasos por el vestíbulo... Sí, creo que somos nosotros yendo hacia la cabaña de Hagrid.

—¿Quieres decir que estamos aquí en este armario y que también estamos ahí fuera?

—Sí —respondió Hermione, con el oído aún pegado a la puerta del armario—. Estoy segura de que somos nosotros. No parecen más de tres personas. Y... vamos despacio porque vamos ocultos por la capa invisible. —Dejó de hablar, pero siguió escuchando—. Acabamos de bajar la escalera principal...

Hermione se sentó en un cubo puesto boca abajo. Harry estaba impaciente y quería que Hermione le respondiera a algunas preguntas.

—¿De dónde has sacado ese reloj de arena?

—Se llama
giratiempo
—explicó Hermione—. Me lo dio la profesora McGonagall el día que volvimos de vacaciones. Lo he utilizado durante el curso para poder asistir a todas las clases. La profesora McGonagall me hizo jurar que no se lo contaría a nadie. Tuvo que escribir un montón de cartas al Ministerio de Magia para que me dejaran tener uno. Les dijo que era una estudiante modelo y que no lo utilizaría nunca para otro fin. Le doy vuelta para volver a disponer de la hora de clase. Gracias a él he podido asistir a varias clases que tenían lugar al mismo tiempo, ¿te das cuenta? Pero, Harry, me temo que no entiendo qué es lo que quiere Dumbledore que hagamos. ¿Por qué nos ha dicho que retrocedamos tres horas? ¿En qué va a ayudar eso a Sirius?

Harry la miró en la oscuridad.

—Quizás ocurriera algo que podemos cambiar ahora —dijo pensativo—. ¿Qué puede ser? Hace tres horas nos dirigíamos a la cabaña de Hagrid...

—Ya estamos tres horas antes, nos dirigimos a la cabaña —explicó Hermione—. Acabamos de oírnos salir.

Harry frunció el entrecejo. Estaba estrujándose el cerebro.

—Dumbledore dijo simplemente... dijo simplemente que podíamos salvar más de una vida inocente... —Y entonces se le ocurrió—: ¡Hermione, vamos a salvar a
Buckbeak
!

—Pero... ¿en qué ayudará eso a Sirius?

—Dumbledore nos dijo dónde está la ventana del despacho de Flitwick, donde tienen encerrado a Sirius con llave. Tenemos que volar con
Buckbeak
hasta la ventana y rescatar a Sirius. Sirius puede escapar montado en
Buckbeak
. ¡Pueden escapar juntos!

Hermione parecía aterrorizada.

—¡Si conseguimos hacerlo sin que nos vean será un milagro!

—Bueno, tenemos que intentarlo, ¿no crees? —dijo Harry. Se levantó y pegó el oído a la puerta—. No parece que haya nadie. Vamos...

Harry empujó y abrió la puerta del armario. El vestíbulo estaba desierto. Tan en silencio y tan rápido como pudieron, salieron del armario y bajaron corriendo los escalones. Las sombras se alargaban. Las copas de los árboles del bosque prohibido volvían a brillar con un fulgor dorado.

—¡Si alguien se asomara a la ventana..! —chilló Hermione, mirando hacia atrás, hacia el castillo.

—Huiremos —dijo Harry con determinación—. Nos internaremos en el bosque. Tendremos que ocultarnos detrás de un árbol o algo así, y estar atentos.

—¡De acuerdo, pero iremos por detrás de los invernaderos! —dijo Hermione, sin aliento—. ¡Tenemos que apartarnos de la puerta principal de la cabaña de Hagrid o de lo contrario nos veremos a nosotros mismos! Ya debemos de estar llegando a la cabaña.

Pensando todavía en las intenciones de Hermione, Harry echó a correr delante de ella. Atravesaron los huertos hasta los invernaderos, se detuvieron un momento detrás de éstos y reanudaron el camino a toda velocidad, rodeando el sauce boxeador y yendo a ocultarse en el bosque...

A salvo en la oscuridad de los árboles, Harry se dio la vuelta. Unos segundos más tarde, llegó Hermione jadeando.

—Bueno —dijo con voz entrecortada—, tenemos que ir a la cabaña sin que se note. Que no nos vean, Harry

Anduvieron en silencio entre los árboles, por la orilla del bosque. Al vislumbrar la fachada de la cabaña de Hagrid, oyeron que alguien llamaba a la puerta. Se escondieron tras un grueso roble y miraron por ambos lados. Hagrid apareció en la puerta tembloroso y pálido, mirando a todas partes para ver quién había llamado. Y Harry oyó su propia voz que decía:

—Somos nosotros. Llevamos la capa invisible. Si nos dejas pasar, nos la quitaremos.

—No deberíais haber venido —susurró Hagrid.

Se hizo a un lado y cerró rápidamente la puerta.

—Esto es lo más raro en que me he metido en mi vida —dijo Harry con entusiasmo.

—Vamos a adelantarnos un poco —susurró Hermione—. ¡Tenemos que acercarnos más a
Buckbeak
!

Avanzaron sigilosamente hasta que vieron al nervioso
hipogrifo
atado a la valla que circundaba la plantación de calabazas de Hagrid.

—¿Ahora? —susurró Harry

—¡No! —dijo Hermione—. Si nos lo llevamos ahora, los hombres de la comisión creerán que Hagrid lo ha liberado. ¡Tenemos que esperar hasta que lo vean atado!

—Eso supone unos sesenta segundos —dijo Harry. Les empezaba a parecer irrealizable.

En ese momento oyeron romperse una pieza de porcelana.

—Ya se le ha caído a Hagrid la jarra de leche —dijo Hermione—. Dentro de un momento encontraré a
Scabbers
.

Efectivamente, minutos después oyeron el chillido de sorpresa de Hermione.

—Hermione —dijo Harry de repente—, ¿y si entráramos en la cabaña y nos apoderásemos de Pettigrew?

—¡No! —exclamó Hermione con temor—. ¿No lo entiendes? ¡Estamos rompiendo una de las leyes más importantes de la brujería! ¡Nadie puede cambiar lo ocurrido, nadie! Ya has oído a Dumbledore... Si nos ven...

—Sólo nos verían Hagrid y nosotros mismos.

—Harry, ¿qué crees que pasaría si te vieras a ti mismo entrando en la cabaña de Hagrid? —dijo Hermione.

—Creería... creería que me había vuelto loco —dijo Harry—. O que había magia oscura por medio.

—Exactamente. No lo comprenderías. Incluso puede que te atacaras a ti mismo. La profesora McGonagall me dijo que han sucedido cosas terribles cuando los brujos se han inmiscuido con el tiempo. ¡Muchos terminaron matando por error su propio yo, pasado o futuro!

—Vale —dijo Harry—, sólo era una idea. Yo pensaba nada más que...

Pero Hermione le dio un codazo y señaló hacia el castillo. Harry movió la cabeza unos centímetros para tener una visión más clara de la puerta central. Dumbledore, Fudge, el anciano de la comisión y Macnair, el verdugo, bajaban los escalones.

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