Harry Potter y el prisionero de Azkaban (39 page)

BOOK: Harry Potter y el prisionero de Azkaban
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—Harry, tenemos que pedir ayuda —gritó Hermione. Ella también sangraba. El sauce le había hecho un corte en el hombro.

—¡No! ¡Este ser es lo bastante grande para comérselo! ¡No tenemos tiempo!

—No conseguiremos pasar sin ayuda.

Otra rama les lanzó otro latigazo, con las ramitas enroscadas como puños.

—Si ese perro ha podido entrar, nosotros también —jadeó Harry, corriendo y zigzagueando, tratando de encontrar un camino a través de las ramas que daban trallazos al aire, pero era imposible acercarse un centímetro más sin ser golpeados por el árbol.

—¡Socorro, socorro! —gritó Hermione, como una histérica, dando brincos sin moverse del sitio—. ¡Por favor...!

Crookshanks
dio un salto al frente. Se deslizó como una serpiente por entre las ramas que azotaban el aire y se agarró con las zarpas a un nudo del tronco.

De repente, como si el árbol se hubiera vuelto de piedra, dejó de moverse.


¡Crookshanks!
—gritó Hermione, dubitativa. Cogió a Harry por el brazo tan fuerte que le hizo daño—. ¿Cómo sabía...?

—Es amigo del perro —dijo Harry con tristeza—. Los he visto juntos... Vamos. Ten la varita a punto.

En unos segundos recorrieron la distancia que les separaba del tronco, pero antes de que llegaran al hueco que había entre las raíces,
Crookshanks
se metió por él agitando la cola de brocha. Harry lo siguió. Entró a gatas, metiendo primero la cabeza, y se deslizó por una rampa de tierra hasta la boca de un túnel de techo muy bajo.
Crookshanks
estaba ya lejos de él y sus ojos brillaban a la luz de la varita de Harry. Un segundo después, entró Hermione.

—¿Dónde está Ron? —le preguntó con voz aterrorizada.

—Por aquí —indicó Harry, poniéndose en camino con la espalda arqueada, siguiendo a
Crookshanks
.

—¿Adónde irá este túnel? —le preguntó Hermione, sin aliento.

—No sé... Está señalado en el mapa del merodeador, pero Fred y George creían que nadie lo había utilizado nunca. Se sale del límite del mapa, pero daba la impresión de que iba a Hogsmeade...

Avanzaban tan aprisa como podían, casi doblados por la cintura. Por momentos podían ver la cola de
Crookshanks
. El pasadizo no se acababa. Parecía tan largo como el que iba a Honeydukes. Lo único en que podía pensar Harry era en Ron y en lo que le podía estar haciendo el perrazo... Al correr agachado, le costaba trabajo respirar y le dolía...

Y entonces el túnel empezó a elevarse, y luego a serpentear, y
Crookshanks
había desaparecido. En vez de ver al gato, Harry veía una tenue luz que penetraba por una pequeña abertura.

Se detuvieron jadeando, para coger aire. Avanzaron con cautela hasta la abertura. Levantaron las varitas para ver lo que había al otro lado.

Había una habitación, muy desordenada y llena de polvo. El papel se despegaba de las paredes. El suelo estaba lleno de manchas. Todos los muebles estaban rotos, como si alguien los hubiera destrozado. Las ventanas estaban todas cegadas con maderas.

Harry miró a Hermione, que parecía muy asustada, pero asintió con la cabeza.

Harry salió por la abertura mirando a su alrededor. La habitación estaba desierta, pero a la derecha había una puerta abierta que daba a un vestíbulo en sombras. Hermione volvió a cogerse del brazo de Harry. Miraba de un lado a otro con los ojos muy abiertos, observando las ventanas tapadas.

—Harry —susurró—. Creo que estamos en la Casa de los Gritos.

Harry miró a su alrededor. Posó la mirada en una silla de madera que estaba cerca de ellos. Le habían arrancado varios trozos y una pata.

—Eso no lo han hecho los fantasmas —observó.

En ese momento oyeron un crujido en lo alto. Algo se había movido en la parte de arriba. Miraron al techo. Hermione le cogía el brazo con tal fuerza que perdía sensibilidad en los dedos. La miró. Hermione volvió a asentir con la cabeza y lo soltó.

Tan en silencio como pudieron, entraron en el vestíbulo y subieron por la escalera, que se estaba desmoronando. Todo estaba cubierto por una gruesa capa de polvo, salvo el suelo, donde algo arrastrado escaleras arriba había dejado una estela ancha y brillante.

Llegaron hasta el oscuro descansillo.


Nox
—susurraron a un tiempo, y se apagaron las luces de las varitas.

Solamente había una puerta abierta. Al dirigirse despacio hacia ella, oyeron un movimiento al otro lado. Un suave gemido, y luego un ronroneo profundo y sonoro. Cambiaron una última mirada y un último asentimiento con la cabeza.

Sosteniendo la varita ante sí, Harry abrió la puerta de una patada.

Crookshanks
estaba acostado en una magnífica cama con dosel y colgaduras polvorientas. Ronroneó al verlos. En el suelo, a su lado, sujetándose la pierna que sobresalía en un ángulo anormal, estaba Ron. Harry y Hermione se le acercaron rápidamente.

—¡Ron!, ¿te encuentras bien?

—¿Dónde está el perro?

—No hay perro —gimió Ron. El dolor le hacía apretar los dientes—. Harry, esto es una trampa...

—¿Qué...?

—Él es el perro. Es un animago...

Ron miraba por encima del hombro de Harry. Harry se dio la vuelta. El hombre oculto en las sombras cerró la puerta tras ellos.

Una masa de pelo sucio y revuelto le caía hasta los codos. Si no le hubieran brillado los ojos en las cuencas profundas y oscuras, habría creído que se trataba de un cadáver. La piel de cera estaba tan estirada sobre los huesos de la cara que parecía una calavera. Una mueca dejaba al descubierto sus dientes amarillos. Era Sirius Black.


¡Expelliarmus!
—exclamó, dirigiendo hacia ellos la varita de Ron.

Las varitas que empuñaban Harry y Hermione saltaron de sus manos, y Black las recogió. Dio un paso hacia ellos, con los ojos fijos en Harry.

—Pensé que vendrías a ayudar a tu amigo —dijo con voz ronca. Su voz sonaba como si no la hubiera empleado en mucho tiempo—. Tu padre habría hecho lo mismo por mí. Habéis sido muy valientes por no salir corriendo en busca de un profesor. Muchas gracias. Esto lo hará todo mucho más fácil...

Harry oyó la burla sobre su padre como si Black la hubiera proferido a voces. Notó la quemazón del odio, que no dejaba lugar al miedo. Por primera vez en su vida habría querido volver a tener en su mano la varita, no para defenderse, sino para atacar... para matar. Sin saber lo que hacía, se adelantó, pero algo se movió a sus costados, y dos pares de manos lo sujetaron y lo hicieron retroceder.

—¡No, Harry! —exclamó Hermione, petrificada.

Ron, sin embargo, se dirigió a Black:

—Si quiere matar a Harry, tendrá que matarnos también a nosotros —dijo con fiereza, aunque el esfuerzo que había hecho para levantarse lo había dejado aún más pálido, y oscilaba al hablar.

Algo titiló en los ojos sombríos de Black.

—Échate —le dijo a Ron en voz baja— o será peor para tu pierna.

—¿Me ha oído? —dijo Ron débilmente, apoyándose en Harry para mantenerse en pie—. Tendrá que matarnos a los tres.

—Sólo habrá un asesinato esta noche —respondió Black, acentuando la mueca.

—¿Por qué? —preguntó Harry, tratando de soltarse de Ron y de Hermione—. No le importó la última vez, ¿a que no? No le importó matar a todos aquellos
muggles
al mismo tiempo que a Pettigrew... ¿Qué ocurre, se ha ablandado usted en Azkaban?

—¡Harry! —sollozó Hermione—. ¡Cállate!


¡ÉL MATÓ A MIS PADRES!
—gritó Harry.

Y haciendo un último esfuerzo se liberó de Ron y de Hermione, y se lanzó.

Había olvidado la magia. Había olvidado que era bajito y poca cosa y que tenía trece años, mientras que Black era un hombre adulto y alto. Lo único que sabía Harry era que quería hacerle a Black todo el daño posible, y que no le importaba el que recibiera a cambio.

Tal vez fuera por la impresión que le produjo ver a Harry cometiendo aquella necedad, pero Black no levantó a tiempo las varitas. Harry sujetó por la muñeca la mano libre de Black, desviando la orientación de las varitas. Tras propinarle un puñetazo en el pómulo, los dos cayeron hacia atrás, contra la pared.

Hermione y Ron gritaron. Vieron un resplandor cegador cuando las varitas que Black tenía en la mano lanzaron un chorro de chispas que por unos centímetros no dieron a Harry en la cara. Harry sintió retorcerse bajo sus dedos el brazo de Black, pero no lo soltó y golpeó con la otra mano.

Pero Black aferró con su mano libre el cuello de Harry.

—No —susurró—. He esperado demasiado tiempo.

Apretó los dedos. Harry se ahogaba. Las gafas se le habían caído hacia un lado.

Entonces vio el pie de Hermione, salido de no se sabía dónde. Black soltó a Harry profiriendo un alarido de dolor. Ron se arrojó sobre la mano con que Black sujetaba la varita y Harry oyó un débil tintineo.

Se soltó del nudo de cuerpos y vio su propia varita en el suelo. Se tiró hacia ella, pero...

—¡Ah!

Crookshanks
se había unido a la lucha, clavándole las zarpas delanteras en el brazo. Harry se lo sacudió de encima, pero
Crookshanks
se dirigió como una flecha hacia la varita de Harry.


¡NO!
—exclamó Harry, y propinó a
Crookshanks
un puntapié que lo tiró a un lado bufando. Harry recogió la varita y se dio la vuelta.

—¡Apartaos! —gritó a Ron y a Hermione.

No necesitaron oírlo dos veces. Hermione, sin aliento y con sangre en el labio, se hizo a un lado, recogiendo su varita y la de Ron. Ron se arrastró hasta la cama y se derrumbó sobre ella, jadeando y con la cara ya casi verde, asiéndose la pierna rota con las manos.

Black yacía de cualquier manera junto a la pared. Su estrecho tórax subía y bajaba con rapidez mientras veía a Harry aproximarse muy despacio, apuntándole directamente al corazón con la varita.

—¿Vas a matarme, Harry? —preguntó.

Harry se paró delante de él, sin dejar de apuntarle con la varita, y bajando la vista para observarle la cara. El ojo izquierdo se le estaba hinchando y le sangraba la nariz.

—Usted mató a mis padres —dijo Harry con voz algo temblorosa, pero con la mano firme.

Black lo miró fijamente con aquellos ojos hundidos.

—No lo niego —dijo en voz baja—. Pero si supieras toda la historia...

—¿Toda la historia? —repitió Harry, con un furioso martilleo en los oídos—. Los entregó a Voldemort, eso es todo lo que necesito saber.

—Tienes que escucharme —dijo Black con un dejo de apremio en la voz—. Lo lamentarás si no... si no comprendes...

—Comprendo más de lo que cree —dijo Harry con la voz cada vez más temblorosa—. Usted no la ha oído nunca, ¿verdad? A mi madre, impidiendo que Voldemort me matara... Y usted lo hizo. Lo hizo...

Antes de que nadie pudiera decir nada más, algo canela pasó por delante de Harry como un rayo.
Crookshanks
saltó sobre el pecho de Black y se quedó allí, sobre su corazón. Black cerró los ojos y los volvió a abrir mirando al gato.

—Vete —ordenó Black, tratando de quitarse de encima al animal. Pero
Crookshanks
le hundió las garras en la túnica. Volvió a Harry su cara fea y aplastada, y lo miró con sus grandes ojos amarillos. Hermione, que estaba a su derecha, lanzó un sollozo.

Harry miró a Black y a
Crookshanks
, sujetando la varita aún con más fuerza. ¿Y qué si tenía que matar también al gato? Era un aliado de Black... Si estaba dispuesto a morir defendiéndolo, no era asunto suyo. Si Black quería salvarlo, eso sólo demostraría que le importaba más
Crookshanks
que los padres de Harry...

Harry levantó la varita. Había llegado el momento de vengar a sus padres. Iba a matar a Black. Tenía que matarlo. Era su oportunidad...

Pasaron unos segundos y Harry seguía inmóvil, con la varita en alto. Black lo miraba fijamente, con
Crookshanks
sobre el pecho. En la cama en la que estaba tendido Ron se oía una respiración jadeante. Hermione permanecía en silencio.

Y entonces oyeron algo que no habían oído hasta entonces.

Unos pasos amortiguados. Alguien caminaba por el piso inferior.


¡ESTAMOS AQUÍ ARRIBA!
—gritó Hermione de pronto—.
¡ESTAMOS AQUÍ ARRIBA! ¡SIRIUS BLACK! ¡DENSE PRISA!

Black sufrió tal sobresalto que
Crookshanks
estuvo a punto de caerse. Harry apretó la varita con una fuerza irracional.
¡Mátalo ya!
, dijo una voz en su cabeza. Pero los pasos que subían las escaleras se oían cada vez más fuertes, y Harry seguía sin moverse.

La puerta de la habitación se abrió de golpe entre una lluvia de chispas rojas y Harry se volvió cuando el profesor Lupin entró en la habitación como un rayo. El profesor Lupin tenía la cara exangüe, y la varita levantada y dispuesta. Miró a Ron, que yacía en la cama; a Hermione, encogida de miedo junto a la puerta; a Harry, que no dejaba de apuntar a Black con la varita; y al mismo Black, desplomado a los pies de Harry y sangrando.


¡Expelliarmus!
—gritó Lupin.

La varita de Harry salió volando de su mano. También lo hicieron las dos que sujetaba Hermione. Lupin las cogió todas hábilmente y luego penetró en la habitación, mirando a Black, que todavía tenía a
Crookshanks
protectoramente encaramado en el pecho.

Harry se sintió de pronto como vacío. No lo había matado. Le había faltado valor. Black volvería a manos de los
dementores
.

Entonces habló Lupin, con una voz extraña que temblaba de emoción contenida:

—¿Dónde está, Sirius?

Harry miró a Lupin. No comprendía qué quería decir. ¿De quién hablaba? Se volvió para mirar de nuevo a Black, cuyo rostro carecía completamente de expresión. Durante unos segundos no se movió. Luego, muy despacio, levantó la mano y señaló a Ron. Desconcertado, Harry se volvió hacia el sorprendido Ron.

—Pero entonces... —murmuró Lupin, mirando tan intensamente a Black que parecía leer sus pensamientos—, ¿por qué no se ha manifestado antes? A menos que... —De repente, los ojos de Lupin se dilataron como si viera algo más allá de Black, algo que no podía ver ninguno de los presentes— ... a menos que fuera él quien... a menos que cambiaras... sin decírmelo...

Muy despacio, sin apartar los hundidos ojos de Lupin, Black asintió con la cabeza.

—Profesor Lupin, ¿qué pasa? —interrumpió Harry en voz alta—. ¿Qué...?

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