Hablaré cuando esté muerto (31 page)

Read Hablaré cuando esté muerto Online

Authors: Anna Jansson

Tags: #Intriga, Policíaca

BOOK: Hablaré cuando esté muerto
10.12Mb size Format: txt, pdf, ePub

Pero los recuerdos no estaban por la labor. Helge solía sentarse en la silla de la cocina junto a la ventana, daba chupaditas a su pequeña pipa y lo miraba a través del humo con los ojos entornados. Lennart se desplomó en la silla de enfrente, justo como solían sentarse antes de que Helge rompiera los lazos. Juntos habían preguntado a la gente de la zona, buscando viejos nombres de lugares. Helge había descubierto que la parroquia de Björke, limítrofe con Roma, anteriormente se llamaba Birka, y que al prado llamado Björkhage, que se extiende junto a Kungsgárd en el mapa de 1646, se le conocía como Birkhage. Según el historiador Adán de Bremen, la Birka visitada por Ansgar se hallaba cerca de Upsala. En la ladera de Sjonhem, cerca de Roma, habían encontrado una Upsala, En realidad, había otras setenta Upsalas y un sinfín de Birkas repartidas por toda Suecia antes de que se cambiaran los nombres. Helge había llegado a la conclusión de que Birka significaba simplemente «mercado». Lo importante era saber dónde se ubicaba la Birka que Ansgar visitó.

«Lo realmente curioso… —dijo pensativo— es que Gocia, un puesto comercial tan importante en aquella época, no sea mencionada en absoluto. Como si faltara en la historia. Es totalmente imposible que cronistas como Adán de Bremen y Rimbert hubieran omitido un lugar tan fundamental para el comercio de la plata en el mar Báltico. A no ser, claro está, que se refirieran a este lugar pero lo llamaran Birka. Si Gocia es la Birka a la que llegó Ansgar para cristianizar a los paganos, de repente todo concordaría. Sería el lugar que describieron los historiadores».

Helge se encontraba ahí, junto a la ventana, mirando fijamente hacia la oscuridad y volviendo a llenar su pipa. «Son indicios, muchos y difíciles de pasar por alto, pero indicios, no pruebas. ¿Qué se necesita para que Gocia recupere el lugar que le corresponde en la historia? ¿Cuál podría ser una prueba irrefutable de que Roma era la Birka de Ansgar?» Cuando empezó a amanecer examinaron minuciosamente los textos sobre Ansgar escritos por los antiguos historiadores. Helge estaba totalmente obsesionado por encontrar la prueba definitiva. Entonces, tras un período de mareos y problemas estomacales, llegó su muerte, repentina e inexplicable, Frida no era capaz de explicar las causas de su muerte de una manera inteligible. Afirmaba que se debía a su añoranza de lo sombrío y complicado, que aquello le había corroído el sentido hasta que murió de debilidad.

Pero antes de eso, antes de que Helge se encerrara en sí mismo, habían pasado muchas noches junto a esta mesa de cocina discutiendo el modo en que los historiadores tardíos habían interpretado los documentos primigenios y, finalmente, habían concluido que… el hallazgo necesario para probar de una vez por todas dónde se ubicaba la Birka de Ansgar estaba en la tumba de un obispo.

Helge lo explicó con su estilo meticuloso e intrincado mientras Lennart se limitaba básicamente a escuchar. Ansgar estuvo de misión en Hedeby y luego siguió por la Ruta de la Seda hasta Birka, adonde arribó en torno al año 829. El rey del país, Bjórn, le concedió autorización para predicar sobre el Cristo Blanco y se construyó una iglesia de madera. Poco después, Ansgar regresó en barco a Bremen y fue nombrado arzobispo de la misión, es decir, enviado del Papa en tierra de paganos. Cuando Ansgar regresó en el año 852, o tal vez 853, tras veinte días de travesía, la iglesia de madera había sido reducida a cenizas y se le aconsejó que volviera a casa.

«¡Eso también encaja!», replicó Lennart. En Kulstade, a un kilómetro más o menos de Kungsgárd, se levantó la primera iglesia de Gocia, una iglesia de madera que fue quemada. Ansgar consiguió que su causa se debatiera en el
Thing
, que le volvió a autorizar que predicara, puesto que el dios cristiano había ayudado a muchas personas en peligro de naufragio. Ansgar regresó una vez más a casa y murió en 865.

«Entonces empieza lo realmente interesante». Helge parecía emocionado como un niño con sus regalos de Nochebuena al anunciar lo que podía ser la prueba definitiva. «A Ansgar le sucedió el obispo Unni, que deseaba visitar toda su diócesis. La puerta de la fe estaba ahora abierta entre los paganos. Unni se dirigió primero a Dinamarca y luego a Birka. Corría el año 935. Logró reconvertir al cristianismo a los habitantes de Birka y después murió. ¡Y lo enterraron en Birka! ¿Comprendes lo que significa eso?» Helge no podía mantenerse quieto en la silla. Lennart era capaz de evocar su imagen, de un lado a otro de la cocina, gesticulando y trazando círculos en el aire con su pipa para subrayar sus palabras.

«¿Lo entiendes? Cortaron la cabeza del obispo y la enviaron a la basílica de San Pedro en el año 936, pero el resto de su cuerpo se encuentra enterrado en Birka. Basta con encontrarlo. Encontrar al hombre sin cabeza».

Tras esa conversación, el contacto entre ellos se interrumpió. Desconocía lo que Helge había hallado en sus correrías, pero Lennart había empezado a comprar terrenos en la comarca de Roma. Tal vez un día sería una zona de gran valor.

¿Qué podía haber hecho para mantener viva esa amistad? ¿Debía haberle mentido a Frida en la cara cuando acudió a su casa preguntando por su marido? Reflexionando al respecto, sobre el sacrificio que había hecho en aras de la verdad, Lennart se dijo que tal vez no había merecido la pena.

36

En el mismo momento en que Lennart Björk se dirigía a casa de Mirja, Frida Norrby contemplaba los restos calcinados de lo que un día fue su hogar. En su inocencia pensaba que podría encontrar alguno de esos objetos tan familiares que demostraran que ella había vivido allí. Algún antiguo objeto querido heredado de su madre o su abuela materna, un hilo de conexión con el pasado. Bastaría una cosa pequeñita que pudiera llevarse. Resulta extraño el vínculo que nos une a lo que llamamos «hogan», por modesto que sea. Después de esos días de huida era muy consciente de ello. Hay que sentirse en casa en algún sitio para estar en paz con uno mismo.

La luna iluminaba el muro de la chimenea, lo único que todavía quedaba en pie. El resto se había convertido en montones de tablones calcinados y escombros bajo varias capas de hollín negro y pegajoso. Le había pedido a Joakim que se detuviera un momento antes de ir a casa del sacristán para solicitarle ayuda con una traducción del latín. Solo un instante. Joakim había accedido de mala gana. Frida lanzó un suspiro apesadumbrado al regresar al coche y sentarse junto a él.

—¿Cree realmente que es buena idea hablar con Lennart Björk? —preguntó Joakim desviando su atención de la carretera para mirarla con aire inquisitivo—. Mencionó que Helge y él eran amigos íntimos que se pasaban el día juntos. Y luego nada de nada. Un final repentino. Puede ser incluso peor que si no se hubieran conocido, ¿sabe? Los amigos íntimos que se pelean se convierten en enemigos a muerte. Ríase si quiere, pero lo digo muy en serio. Si has tenido un amigo cercano, la situación puede cambiar y acabar detestándoos por una minucia, aunque nadie lo desee. Puedes odiar a la otra persona en la misma medida en que has estado unido a ella.

—¡Qué va! No creo que sea el caso. No estaban peleados; simplemente aburridos. Helge prefería estar solo. Lennart Björk no es una compañía muy animada, al menos durante mucho tiempo. Después de hablar con él mis de media hora sueles llegar a la conclusión de que al tipo tal vez le gustaría morirse. Bueno, a todos nos llegará la hora, pero no hay motivos para apresurarse.

—Entonces, cuando hablemos con él pondré el reloj del móvil para que suene al cabo de veinticinco minutos, así nos ahorramos sus declaraciones finales sobre la muerte —soltó Joakim con una media sonrisa y se desvió de improviso por un pequeño camino de tierra—. Aparcaremos aquí el coche para que no se vea desde la carretera. ¿Podrá andar o prefiere que la lleve como una corderita sobre mis hombros?

—No hace falta que me trates como a una reina. Me las puedo arreglar. ¿De dónde has sacado eso de la corderita?

—Lo vi en un marcador de libros suyo.

—Me lo dieron cuando hice la primera comunión. Lo llevaba en mi bolso. ¿Has estado rebuscando en él? —Frida le dirigió una mirada implacable.

—Tuve que comprobar si tenía para pagar el alquiler. Y, efectivamente, tenía. ¿Qué banco ha robado? Había veintidós mil coronas.

—Quiero tener control sobre mi dinero.

—¡Pero veintidós mil! Imagínese que alguien le hubiera robado… —replicó Joakim, consternado de solo pensarlo—. ¿Se da cuenta de lo peligroso que es?

Frida asintió silenciosamente para sí misma. Lo entendía y por eso, entre otras cosas, necesitaba la ayuda del joven. Ella precisaba de su fuerza juvenil y él de alguien con quien desahogar su resentimiento. Oírle contar lo que la gente pensaba de él la dejaba estupefacta. Todos querían ponerlo a prueba, pillarle en un renuncio o rebajarlo. Lo sabía sin necesidad de ningún tipo de evidencia. Desde que salieron de la ciudad discutieron sobre qué podía saber o no la gente de lo que otros piensan, hasta que Joakim llegó a un estado de indignación tal que a punto estuvo de salirse de la calzada. Después, durante los últimos kilómetros, permaneció en silencio y pensativo, para finalmente, en el cruce de Dalhem, señalar:

—¡Vaya mierda si tiene razón!

Era imposible sonsacarle una confesión mejor que esa.

—Si es verdad que sabes leer el pensamiento, quiero que me digas lo que estoy pensando ahora. Te doy tres oportunidades. No más —le retó Frida al llegar a la iglesia de Roma. Obviamente, era imposible que acertara, pero hizo un intento:

—Está enfadada conmigo porque soy desagradable y le llevo la contraria. Piensa que no valgo nada porque no conseguí terminar mis estudios.

Frida negó con la cabeza.

—Entonces digo que quiere salir del coche para hacer pis.

—Otro fallo.

Frida le explicó que deseaba encontrar algo entre las cenizas, un objeto cualquiera que le perteneciera, que le hiciera sentirse como en casa. Ahora, al no haberlo encontrado, tenía ganas de llorar, porque eso significaba que ya no tenía casa más allá de lo que había metido en el bolso, y eso tampoco podía decirse que fuera un hogar. Era ahí donde Joakim había rebuscado, y eso podría considerarse un allanamiento de morada.

La grava producía un sonido áspero de camino a la casa del sacristán. Se veía luz dentro, pero el coche no estaba. Un vehículo había pasado por detrás de Frida cuando se encontraba frente a las ruinas de su casa, pero no le había dado tiempo a girarse para comprobar quién era. No parecía que la puerta estuviera cerrada, y eso era raro. ¿Había salido con tanta prisa que ni siquiera le había dado tiempo a cerrarla bien?

—Si hubieran asesinado a mis vecinos, nunca dejaría la puerta de mi casa abierta. Sé que a veces soy un poco descuidado en la ciudad, pero después de lo que ha sucedido… —dijo Joakim.

—Quizá él no tenga a quien temer —respondió Frida de forma críptica.

—¿Qué quiere decir? ¿Piensa que es el asesino o cree que no le preocupa estar vivo o muerto?

—Tú mismo. No es fácil saberlo, pero pregúntate cómo es que Lennart no cierra la puerta con llave cuando todos los demás se han hecho con cerraduras dobles y armas por temor al asesino.

—Bueno, entonces, si está completamente segura de que es una buena idea, entremos y esperémoslo ahí.

—Ya sabes que me queda poco de vida…

—Lo sé, y si lo vuelve a repetir la machaco yo personalmente. Me consta que no tiene intención de morirse con la duda, así que avíseme cuando sepa lo que está buscando y llegue la hora de cavarle un hoyo —dijo Joakim, después reflexionó y una amplia sonrisa burlona se dibujó en su rostro—. Si encontramos lo que quiere desenterrando los mapas, podría aprovechar el hoyo… De esa forma les evitaríamos el trabajo a los operarios del cementerio.

Frida rió de buena gana. El chico tema sentido del humor.

Después de un momento de debate decidieron esperarle en el piso de arriba, mis que nada para que el sacristán, al ver a Frida resurrecta de entre los muertos, no se diera la vuelta en la misma puerta y saliera corriendo despavorido. Arriba podrían esperar cómodamente y al mismo tiempo ocultos tras la escalera del desván.

—Espero que Lennart no pase toda la noche fuera… Si tú echas una cabezada ahora, yo dormiré luego. O podemos dormir los dos pero con un ojo abierto.

—Tranquila, yo me quedo despierto. Oiga, me pregunto una cosa. ¿Por qué no les pide simplemente a los funcionarios del archivo provincial que le ayuden a traducir ese texto en latín? Seguro que se les da mucho mejor que a su vecino. Mi madre conoce a un tipo que trabaja ahí. Un hacha.

—Es un organismo público. Se limitarían a llamar a la policía. Lennart no lo hará, sé lo que guarda en los bidones del sótano. Si afinas el olfato, Joakim, te darás cuenta de que huele a matarratas.

—Molestarse en fabricar aguardiente cuando basta con ir a Tallin con una furgoneta y llenarla…

—Seguro que es un poco tradicional en ese punto —dijo Frida con una carcajada—. Además, guarda también varías cajas con cosas robadas, verdaderos objetos dignos de un museo.

Como Joakim había prometido permanecer despierto, Frida cerró los ojos y se acomodó en el sillón situado detrás de la escalera. Le había dado la vuelta para, a través de las tablillas, poder ver al sacristán entrar por la puerta exterior. Pensó entonces que cuando, eres viejo, el cansancio es tu peor enemigo. El tiempo pasa tan rápido y uno quiere hacer tantas cosas… Hay que mantenerse despierto y no perder el tiempo. Joakim había observado con los ojos muy abiertos cómo Frida producía iones de plata con pilas y varas de plata y cómo acto seguido se bebía el reluciente líquido. Lo había aprendido de Helge, cuando este se mudó a Móllebos. Frida sostenía que con eso Helge se las había arreglado, y que murió al ingresarlo en el hospital. «¿Es usted bruja, o simplemente está chiflada?», le había preguntado Joakim, ¿Qué se contesta a algo así? Todos estamos locos a nuestra manera, pensó Frida. Lo importante es saber quién eres y qué quieres. No hay que explicárselo todo a los demás. Lo cierto es que después de esa cura se sentía mucho mejor. Ya no tenía el estómago revuelto. Cuando eres mayor, el estómago debe funcionar bien para que la vida sea soportable. Las deposiciones sólidas y regulares son un regalo del cielo. Frida relajó su cuerpo y dejó volar sus pensamientos. Después de hablar con Lennart Björk irían a Móllebos. Ya habían retirado el cordón policial, así que podían cavar en el lugar que Helge había marcado en el mapa. Si al menos ella supiera qué andaban buscando…

Other books

The Stair Of Time (Book 2) by William Woodward
Turbulence by Jessica Matthews
To Seduce a Sinner by Elizabeth Hoyt
The Second Time by Janet Dailey
Gilt Trip by Laura Childs
Wicked Becomes You by Meredith Duran
Absolution by Amanda Dick
The Sunday Philosophy Club by Alexander Mccall Smith
No Mercy by McCormick, Jenna