Ha llegado el águila (49 page)

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Authors: Jack Higgins

Tags: #Aventuras, Bélico, Histórico

BOOK: Ha llegado el águila
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No importa —dijo Devlin—. La podemos cruzar más abajo. Y llegar a pie a la playa, como decía usted.

—Será más fácil si les distraemos con otra cosa.

—¿Como por ejemplo?

—Yo, en un coche robado, acelerando por la carretera. Podría ir con su impermeable, además. Pero tendría que considerar el préstamo como algo definitivo.

Devlin no le podía ver la cara en la oscuridad y, de súbito, no quiso vérsela aunque pudiera.

—Maldita sea, Steiner, váyase al infierno como quiera. Se quitó el Sten, se sacó el impermeable y se lo dio a Steiner.

En el bolsillo de la derecha encontrará un Máuser con silenciador y dos cajas extra de municiones.

—Gracias.

Steiner se quitó la
Schiff
y se la guardó debajo de su
Fliegerbluse
. Se puso el impermeable y se apretó el cinturón.

—Me parece que llegamos al final. Creo que debemos despedirnos aquí mismo.

—Dígame una cosa —dijo Devlin—. ¿Valía la pena? ¿Todo esto?

—Oh, no —Steiner se rió ligeramente—, no más filosofía, por favor. Ojalá encuentre lo que está buscando, amigo mío.

Le estrechó la mano.

—Ya lo he encontrado y lo he perdido —afirmó apesadumbrado Devlin.

Entonces de ahora en adelante nada importa nada —le dijo Steiner—. Es una situación peligrosa. Tendrá que andar con cuidado.

Se volvió y regresó a la casa en ruinas.

Sacaron a Ritter del coche y empujaron el vehículo hasta donde el camino empezaba a descender. Allí había una puerta que consistía en varias tablas y la carretera quedaba al otro lado. Steiner se bajó y abrió la rústica puerta. Arrancó una tabla de casi dos metros de largo y se la llevó a Ritter.

—¿Cómo estás? —le preguntó a Ritter.

—Perfecto —contestó el teniente—. ¿A dónde vamos ahora?

—Tú, yo no. Allá abajo hay rangers en la carretera. He pensado que les puedo distraer un poco mientras escapáis. Me reuniré con ustedes después.

Ritter le cogió del brazo. Había pánico en el tono con que habló:

—No, Kurt, no puedo dejar que hagas eso.


Oberleutnant
Neumann, eres, sin duda, el mejor soldado que he conocido. Desde Narvik hasta Stalingrado nunca has eludido tu deber ni me has desobedecido una orden y no tengo la menor intenciónde permitir que ahora empieces a actuar de otro modo.

Ritter intentó incorporarse, aferrándose a la tabla.

—Como quiera, señor —dijo, formalmente.

—Bien —dijo Steiner—. Marchaos ahora, por favor. Y buena suerte.

Abrió la puerta del coche y Ritter le llamó en voz baja.

—¿Señor?

—¿Sí?

—Es un privilegio estar a sus órdenes.

—Gracias,
herr Oberleutnant
.

Steiner subió al Morris, soltó el freno y el vehículo empezó a rodar por el sendero.

Devlin y Molly avanzaron entre los árboles llevando entre ambos a Ritter y se detuvieron junto al pequeño muro.

—Es hora de que te vayas, muchacha —susurró Devlin.

—Te dejaré en la playa, Liam —contestó ella con firmeza.

No pudo responderle porque el motor del coche empezó a funcionar a unos treinta metros de distancia, en la carretera. Se encendieron las luces delanteras del Morris. Uno de los rangers levantó una linterna roja y la hizo oscilar. Devlin esperaba que el alemán arremetiera, pero, para su sorpresa, disminuyó la marcha.

Steiner estaba corriendo un riesgo fríamente calculado; con eso pretendía atraer a todos los rangers que hubiera en las cercanías. Y sólo había un modo de conseguirlo. Esperó que se acercara Garvey, mantuvo la mano izquierda sobre el volante y en la derecha sostuvo el Máuser.

—Lo siento, pero tendrá que identificarse —le dijo Garvey, al acercarse.

Encendió la linterna que llevaba en la mano izquierda e iluminó a Steiner en la cara. El Máuser tosió una vez con el disparo que hizo Steiner aparentemente a quemarropa, pero en realidad apuntando unos centímetros hacia un lado; patinaron las ruedas con la aceleración y el coronel se alejó a toda velocidad.

—¡Era Steiner en persona! —gritó Garvey—. ¡Condenación!

¡Cójanle!

Se produjo un lío de locos; todos trataban de subir a un tiempo.

El jeep de Garvey salió en primer lugar y el otro le siguió. El sonido disminuyó en la distancia.

—Bien, salgamos de aquí ahora mismo —dijo Devlin, y él y Molly ayudaron a Ritter a atravesar el muro y a caminar por la carretera.

El Morris, que era un modelo de 1933, seguía en funciones sólo por la falta de coches nuevos que se produjo en tiempos de guerra.

El motor estaba virtualmente deshecho y aunque bastaba para las necesidades de Vereker, no era lo que requería Steiner esa noche.

Había hundido el acelerador hasta el fondo, lo mantenía así, pero el vehículo se negaba a superar los sesenta kilómetros por hora.

Disponía solamente de algunos minutos. Ni siquiera eso.

Mientras pensaba si debía detenerse de súbito para continuar a pie por los bosques, Garvey, que iba en el primer jeep, empezó a disparar la Browning. Steiner se inclinó sobre el volante. Las balas atravesaron el cuerpo del vehículo y el parabrisas estalló en mil fragmentos que se esparcieron como nieve por la noche.

El Morris patinó hacia la derecha, se estrelló contra unas tablas de madera y cayó por una breve pendiente cubierta de matorrales bajos.Éstos disminuyeron bastante la velocidad del coche y permitieron a Steiner abrir la puerta y saltar afuera. Se puso de pie en seguida y se alejó entre los árboles; la oscuridad le cubrió mientras el Morris continuaba cayendo y se sumergía en las aguas pantanosas.

Los jeeps frenaron y se detuvieron en la carretera. Garvey bajó corriendo con la linterna en la mano. Llegó al borde del pantano; las aguas fangosas se cenaban en ese instante sobre el techo del Morris.

Se quitó el casco y estaba ya despojándose del cinturón, pero Krukowski, que le seguía de cerca, le tomó del brazo.

—Ni lo piense. Allí no hay agua solamente. El fango de estos lugares es capaz de tragarse un hombre entero en pocos segundos.

Garvey asintió lentamente.

—Sí, creo que tiene razón.

Pasó la luz de la linterna por la superficie del agua y el fango; subían burbujas de aire a la superficie. Se volvió y subió a llamar por radio.

Kane y Corcoran estaban cenando en el decorado comedor principal cuando entró corriendo el cabo a cargo de la radio. Traía el mensaje. Kane lo miró y se lo pasó al coronel por encima de la pulida superficie de la mesa.

—Dios mío, y venía en esta dirección, ¿se da cuenta? —dijo Corcoran y frunció el ceño, molesto—. Qué modo de morir un hombre así.

Kane asintió. Debía estar complacido, pero se sentía, cosa curiosa, deprimido. Le dijo al cabo:

—Dígale a Garvey que se quede donde está y avise que envíen algún vehículo de rescate. Quiero que saquen de allí el cuerpo del coronel Steiner.

—¿Y qué pasa con el otro y con el irlandés? —dijo Corcoran apenas se retiró el cabo.

—No creo que nos debamos preocupar. Aparecerán, pero no aquí —suspiró Kane—. No, al final siguió Steiner solo, me parece. Era del tipo de hombre que nunca sabe cuándo debe retirarse.

Corcoran se acercó a un mueble y sirvió dos whiskies. Le pasó un vaso a Kane.

No voy a brindar, porque me imagino cómo se siente usted.

Con una extraña sensación de pérdida personal.

—Exactamente.

—He pasado demasiado tiempo en este juego, me parece —dijo Corcoran, que se estremeció y vació el trago—. ¿Se lo dirá al primer ministro o se lo digo yo?

—A usted le corresponde, señor —dijo Kane y trató de sonreír—. Yo lo comunicaré a mis hombres.

Salió a la puerta principal. Llovía a cántaros. Se quedó de pie en laparte superior de la escalera y llamó.

—¿Cabo Bleeker?

Bleeker emergió de la oscuridad pocos instantes después y subió. Tenía empapado el uniforme de combate, el casco le brillaba con el agua, la crema negra de camuflaje de la cara se le había corrido.

—Garvey y sus hombres atraparon a Steiner en la carretera de la costa —dijo Kane—. Comuníquelo a los demás.

—Se acabó, entonces —dijo Bleeker—. ¿Seguimos de guardia, señor?

—No, pero deje una guardia por turnos. Que los hombres coman algo caliente.

Bleeker bajó la escalera y se perdió en la oscuridad. El mayor se quedó allí un rato, con la vista fija en la lluvia; finalmente entró.

Devlin, Molly y Ritter Neumann se acercaron a la casa de Hobs End, que estaba completamente a oscuras. Se detuvieron junto a la pared.

—Me parece que está tranquilo —susurró Devlin.

—No vale la pena —susurró Ritter.

—Y si no hay nadie seríamos unos condenados cobardes —dijo Devlin, que seguía pensando en recuperar el radiotransmisor—.

Empiecen a avanzar a lo largo del dique. Los alcanzaré.

Se deslizó fuera de su alcance antes de que ninguno de los dos pudiera protestar y atravesó cautelosamente el patio. Se detuvo a escuchar junto a la ventana. Todo estaba silencioso. Sólo la lluvia y un ruido incesante. Ni un átomo de luz adentro. La puerta principal se abrió con un leve empujón, crujiendo ligeramente. Devlin entró al vestíbulo con el Sten a punto.

La puerta del salón estaba abierta y había unos cuantos leños casi apagados en la chimenea. Devlin entró, y en seguida se dio cuenta de que había cometido un grave error. La puerta se cerró tras él y sintió el cañón de una Browning en el cuello; dejó caer el Sten al suelo.

—No se mueva —dijo Jack Rogan—. De acuerdo, Fergus, aclaremos un poco esta situación. Enciende la luz.

Brilló un fósforo mientras Fergus Grant lo acercaba a la mecha de la lámpara de gas y volvía a colocar la pantalla de vidrio. Rogan golpeó a Devlin con la rodilla en la espalda y le envió, tambaleándose, hasta el otro extremo de la habitación.

—Ahora te podemos echar un vistazo.

Devlin se volvió de lado, con un pie junto a la chimenea. Apoyó una mano en la repisa.

—No he tenido el honor.

—Primer inspector Rogan, el inspector Grant. De la sección especial.

—¿La sección irlandesa?

—Exacto, hijo, y no me pidas que me identifique o te ataré ahora mismo.

Rogan se sentó al borde de la mesa, con la Browning apoyada contra la cadera.

—Por lo que sabemos has sido un muchacho muy molesto.

—¿Y me lo dice a mí? —comentó Devlin, que se inclinó un poco más hacia la chimenea, a sabiendas de que, si bien podía alcanzar laWalther, sus posibilidades eran mínimas. Rogan podía hacer cualquier cosa, pero Grant no se arriesgaba en absoluto y le mantenía encañonado.

—Sí, verdaderamente me dan trabajo ustedes —dijo Rogan—.

¿Por qué no se quedan de una vez en los pantanos?

—Es una posibilidad —dijo Devlin.

Rogan sacó un par de esposas del bolsillo de su abrigo.

—Mételas aquí.

Una piedra destrozó el cristal de una de las ventanas del salón.

Los dos policías se volvieron, alarmados. Devlin buscó con la mano la Walther que había dejado colgada de un clavo en la parte interior de la chimenea y disparó. Le dio a Rogan en la cabeza y le derribó de la mesa; pero Grant ya estaba preparado. Alcanzó a disparar una vez y acertó a Devlin en el hombro derecho; el irlandés cayó en la mecedora sin dejar de disparar un momento. Le destrozó al joven inspector el brazo izquierdo y le hirió en el hombro.

Grant cayó contra la pared y se deslizó al suelo. Parecía muy afectado y miraba, como sin entender nada, a Rogan que yacía con el cráneo destrozado al otro lado de la habitación. Devlin recogió la Browning y se la guardó en la cintura, se acercó a la puerta, vació un saco de patatas y recogió el aparato de radio que guardaba en el fondo junto con otras cosas útiles. Volvió a guardar todo en el saco y se lo puso al hombro.

—¿Por qué no me mata a mí también? —dijo Fergus Grant débilmente.

—Eres más simpático que el otro —contestó Devlin— Y búscate un trabajo mejor, hijo.

Salió rápidamente. Abrió la puerta principal. Molly estaba apoyada en la pared.

—¡Gracias a Dios! —exclamó la joven, pero Devlin le puso una mano en la boca y se la llevó velozmente.

Llegaron hasta el muro donde descansaba Ritter.

—¿Qué sucedió? —dijo Molly.

—Maté a un hombre y dejé herido a otro, eso es lo que sucedió —dijo Devlin—. Eran dos policías.

—¿Yo te ayudé a hacerlo?

—Sí —le dijo—. ¿Te irás ahora, Molly, ahora que todavía puedes hacerlo?

Molly se volvió, se apartó de súbito y empezó a correr por el dique. Devlin vaciló, pero, incapaz de contenerse, fue detrás suyo. La alcanzó a los pocos metros y la abrazó. Molly le puso las manos alrededor del cuello, le atrajo hacia sí y le besó apasionadamente.

Devlin la apartó.

—Vete ahora, mi niña, y que Dios te acompañe.

Ella se volvió sin decir palabra y se perdió en la noche. Devlin volvió hasta donde estaba Ritter Neumann.

—Una joven admirable —dijo el
Oberleutnant.

—Sí, puede decir eso —confirmó Devlin—. Pero se equivoca con la edad. —Sacó el radio del saco y lo sintonizó—. Águila a Vagabundo. Águila a Vagabundo. Conteste por favor.

En el puente de la cañonera, donde habían situado el receptor, la voz de Devlin sonó con tanta claridad que parecía que el irlandés estuviera a bordo. Koenig se acercó al micrófono rápidamente. El corazón le latía con violencia.

—Águila. Habla Vagabundo. ¿Cuál es su situación?

—Hay dos aguiluchos todavía en el nido —dijo Devlin—. ¿Puede venir inmediatamente?

—Vamos en camino —le dijo Koenig—. Corto.

Se volvió a Muller, dejó el micrófono y le dijo a su segundo:

—Bien, Erich, pon los silenciadores y enarbola la enseña británica. Nos acercaremos.

Devlin y Ritter llegaron hasta los árboles. El irlandés volvió la vista atrás y vio los faros de vehículos que iban por la carretera principal y se dirigían al sendero del dique.

—¿Qué será eso? —dijo Ritter.

—No tengo la menor idea —respondió Devlin.

Garvey, que esperaba a tres o cuatro kilómetros de distancia, en la carretera, a que llegara el vehículo de rescate, había decidido enviar el otro jeep a averiguar cómo iban las cosas en la granja de Hobs End donde estaban los hombres de la sección especial.

Devlin agarró por el brazo a Ritter.

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