Authors: Martín de Ambrosio
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Lo que hay un montón es infidelidades de guardia, gente casada, con hijos. Encima pareciera que para algunos es mejor contarla que vivirla. Viene un tipo con el que a lo mejor no tenés una gran relación y te cuenta a quién se cogió, cómo y cuándo. Yo la verdad es que no estuve mucho de joda pero si pasaba más de lo que contaban ya entramos en el terreno del escándalo. Dentro de los que están casados cada uno sabe a la perfección quiénes cogen y quiénes no. Incluso te advierten con una frase: ojo con ese que pese a estar casado o casada no tiene problemas en coger. He ido a casamientos de ciertos pibes y dos o tres años después ya les conozco mÃnimo otras cuatro minas. Sin divorciarse, obvio. Es algo idiosincrático, me dice, no creo que sea sólo algo propio de los médicos, aunque es cierto que el ambiente de guardias las 24 horas con camas disponibles, con acceso a una jerarquÃa que obviamente atrae, esa cosa de médico y enfermeras, es el ambiente propicio. Si es un sábado a la noche y todo el mundo está de joda y vos encerrado, si podés armar una fiesta ahÃ, la armás. No necesariamente tiene que ser sexual, me dice, cerveza, partidos de fútbol, pelÃculas, todo sirve. Pero no creo que pase por el hecho de que seamos médicos. Si hubiera guardias de abogados serÃa igual.
Y por otro lado, hay muchos que son jóvenes también y están solteros, de joda. Quien más quien menos, todos hemos hecho alguna trasgresión. Qué se yo, ponerse en pedo es la más común. Yo estuve todo mi primer año de guardia los sábados, entre septiembre de 2001 y septiembre de 2002. Trabajaba de lunes a viernes y el sábado enterito, asà que algo tenÃa que permitirme. Cumpleaños, salidas de amigos, todo te perdés si laburás el sábado de noche. Y cuando sos residente estás en una etapa de la vida en que querés diversión, asà que muchas veces directamente nos Ãbamos a tomar a un bar a unas cuadras del hospital. Que cualquier cosa nos llamaran.
A los diez minutos estaban todos quebrados. Eso pasaba muy seguido y si justo te tocaba tenÃas que ir a atender al paciente a como diera lugar. Una vez pasó que eran las tres de la madrugada y al traumatólogo, que estaba totalmente borracho, roto, lo llamaron al boliche porque le habÃa caÃdo un paciente. Tuve que ir yo, cruzar los dedos y decirle al señor «buenas noches, soy el traumatólogo, cómo le va», mientras rogaba que no tuviera ningún hueso quebrado o algo más que yo no pudiera tratar. Por suerte no tenÃa nada, apenas un dolorcito en la muñeca, le di un ibuprofeno y lo mandé a dormir.
Otra vez nos tocó un paciente todo lastimado al que habÃa que suturar en áreas cercanas al ojo, de lo que se encarga el oftalmólogo, y en el resto de la cara. Pues bien, como estábamos en una fiesta y nos tuvimos que volver, lo suturamos los dos a la vez para hacerlo rápido. Son cosas que por procedimiento no se deben hacer, es primero una sutura y después otra. Pero no, este tipo, que seguro se habÃa peleado fiero en la calle, tenÃa dos médicos que lo suturaban a la vez. Al menos el trámite fue rápido y volvimos a la fiesta.
Pero las guardias son una mierda, lo peor de la profesión, me dice DarÃo. Son veinticuatro horas encerrado, en las que por ahà dormÃs, pero te despertás y seguÃs laburando al instante. Y eso que como oftalmólogo hay poco estrés, yo dormÃa relativamente bien, pero siempre está la sensación de que te puede sonar el radio y tenes que bajar de raje, no te sacás la ropa, dormÃs casi con el ambo puesto, se come mal. Yo trataba de no descarriar mucho los sábados porque si el domingo me la pasaba durmiendo directamente no veÃa el sol en toda la semana. Igual, la mayorÃa de los que necesitan de urgencia un oftalmólogo es porque se pelearon en el boliche o por cosas menores como que le pican los ojos o tienen una conjuntivitis; sobre todo en las clÃnicas privadas, en las que como tienen cubierto todo vienen por pavadas. De los siete años que llevaré de guardia, te dirÃa que sólo tuve tres o cuatro urgencias verdaderamente complicadas, de esas heroicas, de tener que subir al quirófano. La mayorÃa de las veces dormÃs de corrido; a lo sumo, bajás media hora por una conjuntivitis y seguÃs durmiendo.
Pero te pasás navidades y años nuevos ahà dentro. Se forma una camaraderÃa, se hacen brindis, por ahà hasta te ponés un poco en pedo o alegre, pero seguro que preferÃs estar en tu casa y vestido de civil, porque el ambo es como un traje de preso. ¿Borracho se puede atender? Medianamente borracho, sÃ, la piloteás, te ponés una pastillita de menta y le metés para adelante. Algunas especialidades tienen dos médicos, uno inferior y otro superior, y en general es el inferior el que se hace cargo si el superior quiebra. Nunca vi armarse un lÃo grande, me imagino que de algún modo se resolvÃa sin dejar afectados. En la clÃnica privada, supongo que debe ser porque es difÃcil explicar que sancionaste a uno de tus médicos por atender borracho, debe ser eso, no pueden ser tan boludos de no ver lo que pasa. Porque los telefonistas, que suelen ser medio buchones, se dan cuenta, si pasa un médico y dice «si cae algún paciente, llamame a tal interno», pasa otro y le nombra el mismo interno y asà varios, es que en ese interno hay fiesta, desde ya. Pero si les caés cada tanto con alfajores o cigarrillos por ahà te dan una mano, como cualquiera. Además, los directivos suelen ser médicos grandes que pasaron exactamente por lo mismo unos años antes, asà que si la situación no se desboca, la dejan pasar. Distinto era cuando hacÃa guardias en el Hospital Argerich de La Boca. Eran diurnas y dos o tres veces por dÃa te caÃa alguien gravemente herido, que habÃa que reponerle sangre, vÃctimas de asaltos, de peleas en la Bombonera o ellos mismos delincuentes.
Más allá de ese recuerdo, DarÃo está, sobre todo, desencantado. Yo me hice oftalmólogo porque mi padre lo era, dice. Durante la carrera te das cuenta de que la medicina no es lo que parece. Eso del médico héroe no existe, no me interesa. Soy un oficinista, con un trabajo muy reglado, cuando termina, termina.
Le pregunto por los cirujanos, casi vedettes de todas las entrevistas que llevo hechas. No me responde con diplomacia. Los cirujanos son los peores seres humanos de la Tierra, dice. La medicina es como un régimen militarizado, si sos R-1 no podés hablar con un R-3 si no es a través del R-2; está lleno de malos tratos; si hacés algo que no les gusta, te hacen hacer una guardia castigo. En ese contexto, los cirujanos son los malos de la pelÃcula. Tienen eso de creerse Dios. El clÃnico hace de todo por dos pesos y de repente aparece Dios con dos pases mágicos, te abre de acá hasta acá (DarÃo se señala su propio cuello y desciende hasta su ombligo) y listo, se lleva una pequeña fortuna. Los cirujanos son los que tienen más tiempos muertos y a la vez los que menos bola les dan a los pacientes. Son prepotentes: me cojo a quien quiero, maltrato a todos y me voy con mi camioneta 4x4. Son exhibicionistas, coger o no coger, pero que se sepa, que todos lo sepan, ¿oyeron? Son los que más subalternos tienen. Instrumentadoras, anestesistas, enfermeras, ayudantes. Todos trabajan para él. Para ser cirujano tenés que tener una cierta personalidad previa. Es un poco el ambiente que te va formando y otro poco algo que traés de la cuna. Es raro ver un cirujano introvertido, sumiso, con vida interior y que hable poco. Vienen siempre con personalidad apabullante. En cambio, si hablamos de prototipos, el traumatólogo, que le sigue en la joda, es un poco más divertido. Al cirujano no lo soportás, caricaturizado son todos asÃ, como te dije.
¿Y la instrumentadora?, aporto. Está estigmatizada, me dice. Asà como las que estudian para secretaria ejecutiva estudian para asistir a alguien y es obvio que si pueden se lo van a querer coger, lo mismo pasa con las instrumentadoras: es obvio que se van a querer coger al cirujano. He presenciado peleas entre ellas para ver si cogieron más, o a un cirujano con más estatus. El chiste prejuicioso es que ellas se quieren casar para salvarse, pero mientras tanto se los garchan. En cambio, las enfermeras son más humildes, ellas sà tienen verdadera vocación de servicio, mujeres por lo general que ni siquiera pensaron que podÃan llegar a médicas pero a las que les gusta estar en contacto con los pacientes. Ãsa es la diferencia. La instrumentadora quiere escalar con métodos por ahà más discutibles. Insisto, no son todas asÃ, me aclara. Y yo pienso, o recuerdo (no mientras estoy con él sino ahora, cuando escribo), que MartÃn Caparrós en un libro de crónicas escribió que el prejuicio es un homenaje de la razón a lo que ignora.
El otro lugar común que siempre aparece, sigue DarÃo, es la duda respecto de si los oftalmólogos somos médicos o no. Creen que somos técnicos o algo parecido a lo que son los odontólogos, que tienen su propia Facultad. A mi viejo todos los dÃas le rompÃan las pelotas con eso; a mÃ, no mucho, pero cada tanto alguien salta con la preguntita.
Igual, a mà ya me interesa poco, la medicina, la oftalmologÃa. Ahora busco calidad de vida antes que gusto profesional. El resto, ya no me interesa. No sé qué más, si querés le puedo preguntar a un residente que hizo de todo si quiere charlar con vos, ¿te parece?
CLASES SOCIALES HOSPITALARIAS
Con ésta sÃ, con ésta no, con esta residente
me encamo yo.
SodomÃa, sodomizar, dos de mis palabras predilectas.
Almudena Grandes,
Las edades de Lulú.
Esta rara y floreciente especie (la humana) se muestra orgullosa de poseer el mayor cerebro de todos los primates, pero procura ocultar la circunstancia de que también tiene el mayor pene.
Desmond Morris,
citado por Frans de Waal.
Algunas de mis entrevistas sirvieron para que los médicos me hicieran una especie de autobiografÃa sexual sin que lo pidiera, casi como si estuvieran ante un psicoanalista que los requiere, un cura o un tribunal que les exige la verdad (no seré el primero en decir que en todos los casos citados se está ante el mismo principio de la confesión: el periodista ha venido a cumplir esa función con un aliciente, la posibilidad eventual de que lo contado se haga notorio y ciertas injusticias empalidezcan).
Me pasó con Verónica, cuando el otoño asomaba una tarde en un bar que todavÃa es tradicional en una esquina de un barrio de Buenos Aires con Ãnfulas, con un mozo parlanchÃn y al borde de la hipomanÃa.
Verónica habla y al principio habla en general hasta que su voz sólo recupera casos en primera persona, como en un olvido temporario de todo lo que no sea ego.
Cirujanos y traumatólogos son los más mujeriegos, arranca, le dan a todo lo que pasa por el camino. Las parejas más habituales son de cirujanos con instrumentadoras y enfermeras; y en general no se relacionan con pares cirujanas. Lo que pasa con esos tipos, los cirujanos, es que vienen en una escala imaginaria (imaginada por ellos mismos) apenas después de Dios y pisándole los talones. Cuando los ves caminar parece que los pasillos se abrieran para que la eminencia, con la frente que busca el horizonte, se desplace. Tienen plata, poder y mujeres. Pasan mucho tiempo con las instrumentadoras; no hay cirujano con el que te cruces y no te tire los perros, estén casados o no ellos, casada o no vos, dice.
Cuenta una escena de celos en un hospital del Gran Buenos Aires de una pareja de médicos que se conocieron ahÃ. Parece, dice, que ella le encontró un mail o un chat abierto donde quedaba claro que se iba a encontrar con una ex compañera del secundario, nada demasiado explÃcito al parecer, aunque yo lo conozco y sé que no es un santo (a mà se me tiró muchas veces). Y se volvió loca, entró en terapia a los gritos, revoleando historias clÃnicas, que lo echaba de la casa; después siguió con discusiones, más gritos y llantos. Todo eso con los chicos internados en terapia de testigos. Después se ve que se dieron cuenta o alguien les dice que salgan, que se vayan de la sala. Y la siguen en un pasillo, a la vista de todos. Entre todos rearmamos la historia de lo que pasó, dice Verónica, con lo que cada uno se enteraba.
Parece que en el pasillo ella lo obliga a hablar con la chica en discusión, Natalia. Hablá, hablá con Natalia, le dice. Decile que no la vas a ver nunca más. Lo hace pero igualmente ella se va en el auto, sola y ofendida. Y él retorna y me dice a mÃ, dice Verónica, me tengo que ir, me tengo que ir a casa, y a medida que dice que se tiene que ir reflexiona que tiene que llegar junto con ella: si llega antes me va a tirar todas las cosas. Y se fue, dice Verónica. Esto fue un viernes; no los vemos durante todo el fin de semana. Pero el martes él se aparece con cortes hechos por un cuchillo, evidentemente, en el cuello y las manos. El boludo fue a primeros auxilios del mismo hospital en el que trabajada, se escandaliza Verónica. Y tuvo que volver a vivir con sus padres; pero tres semanas después se amigaron y siguen juntos.
Durante ese receso yo hablé con él y le pregunté cómo estaba y siempre me decÃa que mal, que la extrañaba a ella. Hacé las cosas bien entonces, dice Verónica que le recriminó. Después de eso se calmó, aclara. Bueno, para algo sirven los celos, las peleas, las locuras esas, insinúo yo. Tal vez sirven para poner lÃmites, de un modo exagerado, frenético, irracional, a lo que cada miembro de la pareja puede hacer dentro de ella. El riesgo obvio, además del papelón, es el gasto de energÃa de semejante pelea pública, que se pudo tornar trágica incluso, y con la posibilidad de que en definitiva la pareja se quebrara. Pero sirve para señalar los lÃmites, sà que de un modo drástico, de qué se puede y qué no. Es como un riesgo que hay que correr para mantener lo que uno sin dudas quiere, porque ella estaba enamorada de él y lo querÃa, por eso la bronca y la furia. Verónica no parece muy segura de mis argumentos. Puede ser, me dice, y vuelve a las historias.
Enseguida pasa a contar el caso de Melina, una instrumentadora que andaba con un cirujano. Pero él era joven, recién recibido, aún no tenÃa dinero ni poder, asà que ella lo engañaba: se cagan aún en la misma guardia del mismo hospital, no se filtra nada, no se respeta nada. Se perdieron los valores, concluye. Uno está tentado de preguntar qué valores pero teme perder el hilo de la narración, que es lo que importa, además de la cerveza.
Otro, Pedro, dice, me llegó a confesar que estaba enamorado de su mujer, que serÃa la madre de sus hijos, que no la voy a dejar nunca por nada del mundo, pero si puedo tener sexo con otras no me parece mal. Y este Pedro, tendrÃas que conocerlo, es realmente horrible, con muchos granos en la cara, un tipo feo. Hizo ese comentario delante de varios y varias de nosotros, en un almuerzo. Nos indignó. Podés pensarlo pero en todo caso no decirlo, dice Verónica al borde del escándalo. Con suavidad, yo le digo, o más bien le insinúo, que en realidad lo que cambia entonces no es la conducta sino el discurso. Que serÃa algo asà como el fin de la hipocresÃa, reconocer en el discurso lo que verdaderamente sucede en los hechos aunque parezca una jactancia barata. No sé, dice ella, lo que pasa es que duele escucharlo tan abiertamente. Uno quiere estar bien con alguien y verbalizarlo asà (usa ese verbo Verónica) es no respetar a la otra persona, que hace más de tres años que llevás a fiestas, cumpleaños y reuniones a las que vamos todos, no parece muy coherente.
El último caso es el eslabón previo a que Verónica arranque a explayarse sobre su propia vida sexual. Yo estaba casada, pero hacÃa rato que venÃamos mal. Yo estaba mal. Decidà irme de vacaciones con él para ver si habÃa una chance más. Para entonces yo era residente de tercer año y ahà tenés relación con residentes de años inferiores (R-3 y R-2, en la jerga). Le enseñaba a Germán, al que le decÃan el Rubio por obvias razones. El Rubio tenÃa una novia, Carla, con la que llevaba como cuatro años emparejado. Además salÃa con una compañera de año, Gabriela, y con Jimena, una pediatra ex residente. Ãl me contaba todo esto como amigo. Entonces yo estaba tan mal con mi marido que habÃa empezado a tener una historia con un enfermero, Urquiza, que habÃa surgido porque yo estaba convencida de que era o me estaba volviendo frÃgida, tan mal venÃa con mi marido.
Era un problema existencial, estaba sin sexo desde hacÃa meses; no tenÃa un marido sino que vivÃa con un amigo con el que además estaba casada. Yo siempre tenÃa una excusa para no ir a la cama con él, y claro, cada vez que Ãbamos él estaba tan atrasado, venÃa tan cargado, que a los dos segundos acababa y yo no alcanzaba a disfrutar una mierda. Un desastre. Claro, me habÃa casado a los 17 casi con mi primer novio, y hasta los 28 habÃa sido la única persona que me habÃa tocado. Asà que de repente empecé a tener una buena relación con este Urquiza; estábamos de guardia y por ahà yo no me iba a dormir aunque no hubiera pacientes por quedarme a tomar mate con él. Toda la noche con el enfermero, al principio sólo charlando. Me empezó a despertar cosas. Sobre todo la sensación de que no era finalmente una piedra, una heladera, una frÃgida. La primera vez creo que fuimos a un telo. Yo la pasaba re bien con él, que estaba casado y con un hijo. Nunca habÃa cogido tan bien, querÃa escaparme, irme con él; arreglábamos para que entrara en la habitación en la que yo dormÃa durante las guardias. Pero el pajarito de la conciencia me empezó a torturar al poco tiempo, está mal lo que hacés, está mal lo que hacés, y yo sabÃa que con Urquiza no llegaba ni a la esquina. Me tenÃa que separar. Pero no sabÃa cómo, no querÃa encarar el momento. Hasta que un dÃaâ¦
Un dÃa salgo del telo con Urquiza y me pasa algo que marcó el quiebre mental de la situación. No le habÃa dicho a mi marido que estaba de guardia aunque hay muchos que lo hacen, dicen que están de guardia, nunca van al hospital y se van con sus amantes. Yo nunca me arriesgué asÃ. Le dije que tenÃa un curso. Pero me explotaba la cabeza, tenÃa mucha culpa. Cuando vuelvo a casa, lo encuentro a mi hermano en la puerta y entramos. De repente me doy cuenta de que me habÃa olvidado la billetera. Me la olvidé en el telo, se me paró el corazón. Le tuve que contar a él, a mi hermano que me odió, y le pedà que me llevara de nuevo a buscarla. Fuimos, la busqué, le pedà al conserje que me dejara entrar en la habitación, tuve que esperar porque habÃa gente, horrible todo. Y no estaba ahÃ. En realidad, la encontré después en el auto. TÃpico acto fallido. Ahà dije basta. Y me separé.
Ahà es que aparece el Rubio que te mencioné antes. Era un personaje, salÃa con varias a la vez y no le importaba nada; a mà me contaba como amiga. Pero yo me empecé a preguntar qué le pasa a este que le tira onda a todas menos a mÃ. Ãl sabÃa de lo mÃo con Urquiza; bah, muchos ya sabÃan porque nos habÃan visto en las guardias y demás. Un domingo, finalmente, mi marido se va de casa, pero con la intención de volver, de hacer sólo un pequeño impasse para retomar la senda del matrimonio sanamente constituido. Ahà es que empiezo con el Rubio; mientras sigo viendo a Urquiza, aunque con menos énfasis. Pero este Rubio no: cortó con todas y se puso de novio conmigo, cuando yo no tenÃa interés en embarcarme al toque en algo asÃ. Salimos tres años. Urquiza se me quejó un poquito pero a la larga lo entendió; es un tipo buena onda, pese a que tuvo roces con el Rubio en el hospital, no sé si por esto o por problemas previos. Todo esto en 2002, la Argentina estallaba y yo estaba feliz, habÃa recuperado mi sexo.
Me dije, por favor, todo lo que me estaba perdiendo. Sólo tuve que lidiar un poco con mi ex marido que querÃa volver, y que me pidió que hiciéramos terapia de pareja, lo intentamos pero enseguida nos dimos cuenta los dos de que no tenÃa sentido; yo habÃa accedido a la terapia para ayudarlo a él. Durante un tiempo largo me llevaba todos los dÃas al hospital una flor. Pero todos los dÃas. Y si algún dÃa no podÃa, al siguiente me llevaba dos. Se caÃa en las guardias asà de patético. En las guardias⦠no sé por qué pero ahà te echás los mejores polvos. Debe ser por eso del lugar prohibido, que te pueden oÃr. Muchos cuentan que en los lugares públicos o prohibidos se estimula la libido; a mà me gustaba eso de lo prohibido. No tenÃas todo el tiempo del mundo; bah, eran polvos rapiditos. Pero muy bien.
Después tuve millones de situaciones de levante ahÃ, pero ya paré un poco la mano. Y si acepté las insinuaciones, después la concreción fue afuera. Ya está, en el hospital se trabaja y listo. Ahora en las guardias del domingo, en las que somos muchos, unas doce personas, está todo tranquilo. Nadie con nadie. Ninguno quiere romper un grupo que funciona lindo.
Ahà termina la historia sexual de Verónica (al menos en lo que tiene que ver con sus colegas y con la institución). Pero te puedo contar un par más de casos que supe, continúa:
¿Por qué los médicos parecen tener tantas historias de este tipo? No sé, dice. Creo que los médicos no tenemos algo especial con el sexo, debe ser en todos los laburos igual, ¿no?
Otra idea de sentido común biologicista durante los últimos, digamos, treinta años o más y que combaten con denuedo desde el mismo paradigma las últimas camadas de estudiosos del comportamiento humano a la luz que emana un tal Charles Darwin, es que entre macho y hembra se da lo que alguien alguna vez con tino para el marketing denominó guerra de los sexos o batalla de los sexos. La idea fundamental es argumentar la separación radical entre machos y hembras, que se origina a la hora de cuidar la causa y consecuencia de la reproducción. Mientras las hembras tienen pocos óvulos que no pueden derrochar y deben elegir con cuidado con quien acceder al encuentro carnal, los machos pueden ser más pródigos porque su semen puede abastecer muchas crianzas a la vez; lo que repercute no sólo en el modo de pensar sino en varias conductas. Por ejemplo, machos polÃgamos y hembras monógamas por naturaleza.
Este modo de pensar âque por ejemplo GarcÃa Leal desmonta a favor de la existencia más de cooperación inevitable que de guerraâ se ha extendido incluso al análisis botánico. Las plantas hembras serÃan las que más aportarÃan en cuanto a recursos energéticos para que el retoño (aquà no hay metáfora) crezca fuerte y saludable; en cambio, la planta macho verÃa todo de lejos como sin importarle mucho el futuro de su verde hijo. Unos investigadores de las universidades de Bath, de Exeter y del Albrecht von Haller Institute for Plant Sciences (en Alemania), pusieron a la
Arabidopsis
hembra a reproducirse con diferentes tipos de plantas macho y midieron el tamaño de las semillas producidas en cada caso. Y, como algunas fueron más grandes que otras y dieron lugar a diferentes plantitas bebé, los investigadores se dieron el lujo de concluir que habÃa un aprovechamiento de parte de las plantas macho para dejar una descendencia más exitosa, porque el tamaño puede serlo todo. Parece que antes de este experimento, publicado en el
Proceedings of the Royal Society B
en 2010, se creÃa que el tamaño de las semillas era sólo controlado por los genes de la madre.