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Authors: Josep Montalat

Goma de borrar (39 page)

BOOK: Goma de borrar
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—¡Ah, sí, yo también la veo! —exclamó esta vez Yolanda.

—¿Veis ahí aquellas otras dos, una azul y la otra fucsia? —preguntó Belén.

—¡Oh sí, vienen hacia aquí! ¡Qué bonito! —manifestó Yolanda con la voz cantarina, mientras seguía con sus manos dando vueltas a una goma de borrar, que se había encontrado en un recoveco del sofá—. Mirad aquella otra que va por ahí. ¡Qué bonita!

—¡Cógela, Belén! ¡Está justo encima de ti! —le dijo Mamen.

—No, que igual quema —respondió su amiga, mirando hacia arriba pero sin hacer ningún movimiento para atraparla.

—Podrían provocar un incendio —previno Yolanda, justo en el instante en que la habitación quedó iluminada por un brillante destello.

—¡Ahhh! —gritó Belén, asustada—. ¿Qué ha sido eso?

—¡Ha caído un rayo! —exclamó Yolanda.

—¡Qué coño un rayo! —oyeron la voz de Jordi desde la puerta con su cámara de fotografiar en la mano.

—¡Un muerto! ¡Un muerto viviente! —exclamó Yolanda, señalándolo.

—¡Es Jordi, tonta! —la calmó Gus—. Nos ha tirado una foto con la cámara que ha ido a buscar a su coche.

—¡Jopé! Nos has pegado un buen susto —se quejó Mamen.

—Desde aquí parecías un muerto recién salido de la tumba —dijo Yolanda, visiblemente impresionada.

—Pues vosotros parece que estéis haciendo un aquelarre... ahí, todos con el fuego —dijo Jordi riéndose, al tiempo que en la planta superior sonó otro portazo de una ventana sacudida por la tramontana.

—¡Ahhh! —chillaron algunos.

—¡Hay un fantasma! —exclamó Yolanda, sujetando con fuerza la goma de borrar que tenía en sus manos.

—Os estáis «emparanoiando». Es el viento —dijo Tito, intentando calmar el «yuyulu» que les había pillado.

—Voy a cerrar las ventanas de arriba —anunció Cobre, dirigiéndose al piso superior.

—Te acompaño —se apuntó Tito hiendo tras él.

Mientras tanto, las chicas seguían señalando las cada vez más numerosas chispas que veían salir de la chimenea y desperdigarse por el salón.

—¿Oís el viento? —dijo Belén—. Sopla muy fuerte.

—Poned la música más alta y bailemos. Así nos relajaremos un poco —sugirió Jordi, intentando distender el ambiente de pánico—. Venga, Sonia, vamos a bailar —dijo, cogiéndola de la mano.

Gus también hizo lo mismo con Yolanda, a la que, al incorporarse, se le cayó la goma de borrar con la que había estado jugueteando.

—La goma —dijo mirando cómo rebotaba por el suelo.

—¿Qué goma? —preguntó su novio.

—La goma de borrar. Ha caído por aquí —señaló Yolanda, inclinándose para buscarla.

—Deja la goma en paz y vamos a bailar —le dijo Gus.

—No, déjame cogerla. Creo que se ha ido por allí.

Gus hizo un visible gesto de exasperación con las manos.

—No seas así. Déjale buscar su goma —le dijo entonces Sonia, atenta al desdeñoso gesto, y empezó también a mirar por el suelo.

—¿Qué buscáis? —preguntó Jordi, el único que ahora se movía al son de la música.

—A Yolanda se le ha caído una goma de borrar —respondió Gus, viendo cómo Mamen también la buscaba.

—A ver... —dijo Belén, desde su asiento, mirando también al suelo.

Entretanto, en el piso de arriba Cobre y Tito habían ido cerrando los portones de madera de todas las habitaciones. Mientras volvían por el pasillo, empezaron a notar los efectos del LSD.

—Mira la bombilla esta, ¿ves cuántos colores? —comentó Tito.

—¡Es genial! —dijo Cobre.

—¡Es una pasada! Creo ver incluso colores que no había visto nunca.

—Sí, puede ser. Dicen que el LSD acentúa las percepciones.

Mira aquella otra bombilla como se esparce la luz en infinitos haces —señaló Cobre la luz que iluminaba la escalera mientras bajaban.

Al llegar al salón, vieron al grupo a gatas por el suelo, claramente afectado por la droga, buscando la goma de borrar que Yolanda había perdido. Tito miró a Cobre atónito, mientras giraba un dedo sobre su sien, como si destornillara algo.

—¿Qué estáis haciendo? —preguntó extrañado.

—A Yolanda se le ha caído la goma de borrar —respondió Gus, con su cara de Frankenstein.

—¡Ah, muy divertido! —dijo Cobre, sorprendido por la respuesta—. ¿Es un juego nuevo? —preguntó con retintín.

—«En busca de la goma perdida» —dijo Tito, haciendo reír a su amigo.

Sin querer, Cobre dio un puntapié a la goma, que salió disparada, rebotando.

—¡Ahhh! —chilló Yolanda, viéndola pasar —¡La goma! Se mueve sola —advirtió, apartándose.

—¡Ahhh! Es verdad —gritó Belén.

—¡Jolines! —dijo Gus, levantándose asustado.

—¡Cuidado, que viene! —advirtió Sonia, señalando algo en el suelo.

—¡¡¡Ahhhh!!! —aulló Mamen, aterrada—. ¡Me quiere borrar! —se apartó corriendo, haciendo levantar a los que seguían de rodillas.

—¡Cuidado, Tito! ¡Quítate de ahí! —gritó Belén, pertrechada tras un sofá—. La goma está a punto de borrarte un pie.

Tito subió de un salto sobre uno de los sillones, asustando a Cobre.

—¡Cobre, cuidado, está a tu lado! —advirtió esta vez Mamen.

—¿Dónde? No la veo —dijo, mirando el suelo.

—¡Ahí, en tu pie, junto a la mesa!

—Está creciendo, ha borrado la pata de la mesa y ha crecido —observó Gus.

—¡¡¡Ahhhh!!! Es verdad. Es más grande —dijo Yolanda.

—¡Va por nosotros! —dijo Jordi, situándose tras una columna.

—¡¡¡Ahhhh!!! —chilló Belén, corriendo entre los sofás, obligando a moverse a todos los que estaban escondidos detrás de ellos.

—¡Cuidado, está ahí! —señaló Yolanda, parapetándose detrás de su novio—. ¡Nos quiere borrar!

—¡Vayamos arriba! —sugirió Sonia, marchando hacia las escaleras, haciéndose seguir por el resto del grupo.

Todos subieron precipitadamente. Gus, que iba cuarto, tropezó con sus altos zapatos en medio de la subida y no dejaba pasar a los que venían detrás.

—¡¡¡Ahhhh!!! ¡Que viene, que viene! —gritaba Yolanda, detrás de él—. ¡Sube o nos borra!

—¡Vamos, Gus! ¡Tira, jondia! —dijo Cobre, que era el último y estaba todavía al principio de la escalera.

El Frankenstein pudo incorporarse y siguió escaleras arriba, y al llegar al pasillo entró en la primera habitación que encontró.

—¡¡¡Ahhh!!! —se asustó Sonia, que se había escondido en aquella habitación, al verlo aparecer.

Gus también se sobresaltó con el grito de la chica y regresó al pasillo, espantando a Cobre con toda la altura que le daban sus grandes zapatos y, al apartarse, reparó en que la goma estaba al fondo del pasillo.

—¡¡¡La goma!!! ¡Ha subido! ¡Está aquí arriba en el pasillo! ¡Es más grande! —gritó Gus, señalando el fondo del pasillo.

—¿Dónde? —preguntó asustada Mamen, saliendo de uno de los baños.

—¡¡¡Ahí!!! ¡Está borrando la mesilla! —avisó, dirigiéndose a grandes zancadas en dirección a las escaleras.

Los más rezagados volvieron a las andadas, en sentido inverso y Tito, huyendo de una de las habitaciones, chocó con ellos, al tiempo que Gus, que bajaba con dificultad las escaleras, tropezaba casi al final y se agarraba como podía a Cobre, que intentaba adelantarlo, lo que provocó que cayeran al suelo. Yolanda, por detrás de ellos, sin pensarlo dos veces, cual bruja que volara, los saltó por encima y marchó directa hacia la puerta principal de la casa. Estaba tan nerviosa que no podía abrirla. Finalmente, lo logró, y, dejándola abierta, salió disparada atravesando el jardín en dirección a la calle. A los pocos segundos, Jordi y Sonia despavoridos salieron tras ella.

Cobre se había podido reincorporar de su caída y precipitadamente entró en la habitación que estaba frente a él, cerrándola rápidamente con llave, mientras Gus huía por el salón y también salía de la casa. Mamen, descendiendo las escaleras junto a Belén, había visto cómo Cobre entraba en la habitación y golpeó la puerta para que abriera.

—¡Abre, somos nosotras! —le gritó desde el rellano.

—¡Abre, rápido! —oyó que también le pedía Belén.

Cobre no abrió.

—¡La goma! ¡Está borrando la barandilla! —escuchó a Tito.

—Salgamos de la casa —oyó que les proponía Belén, yendo en dirección a la puerta de salida acompañada por Tito.

—Abre, Cobre —insistió de nuevo Mamen—. Por favor, no me dejes sola Cobre, ábreme.

No lo hizo. Se quedó tras la puerta, en la oscuridad de la habitación. Oyó a Belén llamándola y sus pasos saliendo de la casa y, después, aparte del viento, no escuchó ningún otro ruido en la casa. Permaneció de pie atento a la puerta, expectante, en una extraña postura tipo
Tai-Chi
, quieto como si fuera a poner un huevo. Al cabo de un rato, sus ojos se adaptaron a la oscuridad y vio la luz del salón asomando por debajo de la puerta. Pensó en tapar aquel espacio para que no pudiera entrar por allí la goma de borrar. Encendió la luz y abrió uno de los cajones de la cómoda. Rebuscando, tiró algunas ropas en el suelo y luego puso una blusa muy fina tapando la hendidura. Después pensó en mover el mueble para bloquear la puerta. Encima había un espejo. Se asustó al ver reflejada la terrorífica imagen de un Drácula de capa caída.

—¡Jondia...! ¡Si soy yo! —expresó en voz alta.

Estaba tan acojonado que si hubiera sido el verdadero conde Drácula se habría quedado toda la noche acurrucado en una esquina de su ataúd. Movió la cómoda atrancándola en la puerta y se quedó observando a una prudencial distancia si algo se movía. Se arrepintió de no haber dejado entrar a las chicas. Ahora estaba  solo y en la casa sólo se oía el impetuoso y silbante viento de la tramontana. Estaba aterrado.

Entonces reparó en que sobre la cómoda, apoyada en una cajita, había una estampa religiosa. La cogió y la miró de cerca. Era la imagen de un santo barbudo, vestido con una larga túnica. El nombre del personaje estaba escrito en alemán y debajo de él seguía un texto impreso; supuso que se trataba de una oración.

—Santo quien seas —dirigió sus palabras a la imagen—. Ayúdame, por favor. Que no me borre la goma. Seré bueno, muy bueno, buenísimo, lo prometo. Por favor, ayúdame.

Entonces percibió que la corona en forma de aura que rodeaba la cabeza del santo empezaba a iluminarse y a crecer

—¡Joder, qué fuerte! —exclamó, soltando la imagen sobre el mueble.

—No digas tacos —le pareció escuchar en su cabeza.

—¡¡¡Jondia!!! ¡¡¡Me ha hablado!!! —profirió sorprendido, apartándose hacia atrás, asustado.

Se quedó contemplando la estampa, viendo que seguía reflejando una intensa luz.

—¿Has hablado tú? —le preguntó Cobre en voz alta desde aquella prudente distancia.

—Sí, has pedido mi ayuda —le pareció escuchar en el interior de su cabeza.

—¡Jondia! —exclamó girándose, mirando a todos lados.

No vio a nadie. En la alcoba sólo estaba la cómoda con la que había atrancado la puerta, una cama con una mesilla, una silla y un armario empotrado. Se quedó quieto y oyó el silbante viento. Abrió el armario y sólo vio que colgaba una prenda de ropa y muchas otras perchas vacías. Miró debajo de la cama y no vio nada. Abrió incluso el cajón de la mesilla de noche y en ella sólo encontró un viejo reloj despertador. Se puso la mano sobre la frente temiendo que su cerebro hubiera alcanzado el punto de ebullición y la notó fría. Dirigió de nuevo la vista a la imagen.

—¿Eres tú? —preguntó sobrecogido

—Sí, soy yo. ¿Qué quieres de mí? —oyó en su cabeza.

—¡Joder! Me estoy volviendo loco. ¡La puta de oros!

—No hables mal. No te estás volviendo loco. ¿Qué quieres de mí? —escuchó de nuevo.

—Quiero que me vuelvas normal. Quiero estar bien. Muy bien, completamente bien. Estoy muy asustado —dijo, alucinando pepinos, cebollas y todo tipo de verduras por lo que le estaba sucediendo.

—Entonces reza —escuchó.

—¿Qué? ¿Que rece? —preguntó, muy sorprendido de la voz que escuchaba en su cabeza—. ¿Rezar? ¿A quién?

—A nosotros.

—¿Qué quieres decir a nosotros? —inquirió, pávido, girándose en busca de alguien más, pensando que ya lo venían a buscar dos señores grandotes vestidos de blanco, invitándole a vestir una camisa con correas.

—¿Qué día es hoy? —escuchó de nuevo en su cabeza la voz.

—¿Hoy...? —dijo pensando—. Hoy es viernes...

—Ya es la madrugada del sábado... —le rectificó la voz en su cabeza—. Y es también el día de Todos los Santos, la fiesta de todos nosotros. Cuando se cumplen nuestros aniversarios podemos ofrecer gracias especiales y hoy con mucha más razón ya que somos muchos los que podemos ayudarte. —Y después de un breve espacio de silencio siguió escuchando la voz que le hablaba—: Tienes embotada la mente. Reza una oración pensando en nuestras buenas obras y te ayudaremos.

Cobre dudó.

—Rezar no te hará ningún daño y sí mucho bien —escuchó que le insistía la voz—. En tu época poca gente lo hace y así os va.

Empezó a rezar en dirección a la ilustración. Rezó más de una oración. Se sentía ridículo, pero poco a poco su miedo fue desapareciendo. Estuvo unos diez minutos rezando y empezó a sentir un profundo cansancio. Los ojos se le cerraban. Miró de nuevo la imagen y vio que ya no refulgía. La cogió y se sentó en la cama contemplándola, pero los párpados se le cerraban de agotamiento. Fuera ya no se oía el ruido del viento; la tramontana había cesado. Se recostó sobre la cama poniendo la cabeza sobre la almohada y se quedó profundamente dormido. Soñó. Tuvo un bello sueño y en él incluso rio.

Despertó sin saber dónde se encontraba, percibiendo una sonrisa grabada en los labios. Contempló la desordenada habitación, con el suelo lleno de ropa y la cómoda contra la puerta. Se incorporó, sentándose sobre la cama, y la estampa cayó al suelo. La recogió recordando lo sucedido y luego se levantó.

—¡Ahhhh! —chilló asustado—. ¡Jondia, qué susto me he pegado! —dijo al ver reflejada en el espejo la imagen de un Drácula con el maquillaje corrido.

Fue hacia la cómoda, la apartó, abrió la puerta y salió de la habitación.

CAPÍTULO 15

Goma de borrar

(7 meses más tarde)

A finales del mes de mayo, después de pasar el fin de semana con Mamen en Empuriabrava, Cobre fue con ella el lunes muy temprano a Barcelona. La dejó cerca de la casa de sus padres, en la esquina del paseo de la Bonanova con la calle Anglí, y después se dirigió a una céntrica librería a comprarse unos libros que necesitaba para sus recién reanudados estudios de Empresariales. Se había matriculado por libre de las asignaturas que le quedaban y había prometido a su novia presentarse a los exámenes de junio.

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