Fundación y Tierra (4 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Fundación y Tierra
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—Has dicho quince mil años. ¿Fue entonces cuando Gaia fue colonizado?

—No, nosotros presumimos que eso ocurrió unos tres mil años antes.

—¿Por qué no estás segura? ¿Es que tú, o Gaia, no lo recordáis?

—Ocurrió antes de que Gaia evolucionase hasta el punto en que la memoria se convirtió en un fenómeno global.

—Sin embargo, antes de que pudieseis confiar en vuestra memoria colectiva, Gaia tuvo que conservar documentos, Bliss. Documentos en el sentido corriente de la palabra: grabados, escritos, películas, o algo similar.

—Supongo que sí, pero difícilmente hubiesen podido conservarse durante tanto tiempo.

—Quizá se copiaron o, mejor aún, se transmitieron a la memoria global, una vez desarrollada ésta.

Bliss frunció el entrecejo. Hubo otra vacilación, ahora más prolongada.

—No encuentro señales de esos antiguos documentos de que hablas.

—¿Cómo puede ser?

—No lo sé, Trevize. Presumo que no tendrían gran importancia. Me imagino que, cuando se comprendió que los primitivos documentos no memorizados se estaban estropeando, se decidió que habían pasado de actualidad y no eran necesarios.

—Pero no lo sabes; presumes y te imaginas, pero no lo sabes. Gaia no lo sabe.

Bliss bajó los ojos.

—Debe ser así.

—¿Debe ser? Yo no soy parte de Gaia y, por consiguiente, no necesito presumir lo que presume Gaia, lo cual te da un ejemplo de la importancia del aislamiento. Yo, como un Aislado, presumo algo más.

—¿Qué?

—En primer lugar, hay algo de lo que estoy seguro. Una civilización viva no es probable que destruya sus documentos antiguos. Lejos de juzgarlos arcaicos e innecesarios, es lógico que los trate con exagerada reverencia y se esfuerce en conservarlos. Si los documentos preglobales de Gaia fueron destruidos, Bliss, esta destrucción es muy improbable que fuese voluntaria.

—Entonces, ¿cómo lo explicarías tú?

—Todas las referencias a la Tierra que existían en la Biblioteca de Trantor fueron sacadas de allí por alguien o por alguna fuerza distintos de los Propios Segundos Fundadores Trantorianos; No es posible que, también en Gaia, fuesen hechas desaparecer todas las referencias a la Tierra por algo distinto de la propia Gaia?

—¿Cómo sabes que los documentos antiguos se referían a la Tierra?

—Según acabas de decir, Gaia fue fundada hace al menos dieciocho mil años. Eso nos lleva a un período anterior al establecimiento del Imperio Galáctico, al período en que la Galaxia fue colonizada, y la primera fuente de colonos provino de la Tierra. Pelorat te lo confirmará.

Pelorat, pillado un poco por sorpresa, carraspeó antes de responder.

—Así lo cuentan las leyendas, querida. Yo me las tomo muy en serio y creo, lo mismo que Golan Trevize, que la especie humana estuvo, al principio, confinada en un solo planeta y que dicho planeta era la Tierra. Los primeros colonizadores vinieron de allí.

—Entonces —dijo Trevize—, si Gaia fue fundada en los primeros tiempos de los viajes hiperespaciales, es muy probable que la colonización la llevasen a cabo hombres de la Tierra o, quizá, nativos de un mundo no muy viejo y que había sido colonizado recientemente por hombres de la Tierra. Por esa razón, los documentos sobre la fundación de Gaia y los primeros milenios siguientes debieron referirse a la Tierra y a su gente, y han desaparecido. Parece que algo procura que la Tierra no aparezca mencionada en los archivos de la Galaxia. Y si es así, tiene que haber alguna razón para ello.

—Esto es pura conjetura, Trevize —repuso Bliss con indignación —No tienes pruebas de ello.

—Pero es Gaia quien insiste en que tengo un don especial para sacar conclusiones correctas basándome en pruebas insuficientes. Por tanto, si llego a una conclusión firme, no me digas que carezco de pruebas.

Bliss guardó silencio.

—Tanta mayor razón para encontrar la Tierra —prosiguió Trevize—.

Pienso partir en cuanto la
Far Star
esté preparada. ¿Todavía queréis venir los dos?

—Sí —respondió Bliss al instante.

—Sí —dijo Pelorat.

II. Hacia Comporellon

Llovía ligeramente. Trevize contempló el cielo, liso y de un color blanco grisáceo.

Llevaba un sombrero impermeable que repelía las gotas de lluvia y las enviaba lejos de su cuerpo en todas direcciones. Pelorat, plantado fuera del alcance de las gotas rebotadas, no tenía aquella protección.

—No comprendo por qué te empeñas en mojarte, Janov.

—La humedad no me preocupa, amigo —dijo Pelorat, con su aire solemne de siempre—. La lluvia es ligera y tibia. Prácticamente, no hay viento. Y además, por citar un viejo dicho, «En Anacreon, haz como los anacreonitas». —Señaló a unos pocos gaianos que se encontraban cerca de la
Far Star
, observando en silencio. Estaban desparramados, como los árboles de un bosquecillo gaiano, y ninguno de ellos llevaba sombrero contra la lluvia.

—Supongo —dijo Trevize —que no les importa empaparse, porque todo el resto de Gaia se está mojando. Los árboles, la hierba, el suelo, todo está mojado, y todo forma parte de Gaia, lo mismo que los gaianos.

—Creo que es lógico —dijo Pelorat—. El sol no tardará en salir y todo se secará rápidamente. La ropa no se arrugará ni encogerá, la sensación de frío no existe y, al no haber microrganismos patógenos nocivos, nadie pillará un catarro, o una gripe, o una pulmonía. Entonces, ¿por qué preocuparse por un poco de humedad?

Trevize comprendió la lógica del razonamiento con facilidad, pero continuó sintiéndose agraviado.

—En todo caso —dijo—, no hace falta que llueva cuando vamos a marcharnos. A fin de cuentas, la lluvia es voluntaria. Si Gaia no lo quisiera, no llovería. Casi se diría que desea mostrarnos su desprecio.

—Tal vez —repuso Pelorat, frunciendo los labios un poco—. Gaia está llorando nuestra partida.

—Es posible —dijo Trevize—, pero a mi no me ocurre lo mismo.

—En realidad —prosiguió Pelorat—, presumo que el suelo de esta región necesita humedad, y que esta necesidad es más importante que tu deseo de ver brillar el sol.

Trevize sonrió.

—Sospecho que este mundo te gusta realmente, ¿verdad? Quiero decir, aun prescindiendo de Bliss.

—Sí, me gusta —dijo Pelorat en tono defensivo—. Siempre he llevado una vida tranquila y ordenada, y creo que me sentiría bien aquí, con todo un mundo trabajando para mantenerse tranquilo y ordenado. Después de todo, Golan, cuando construimos una casa, o esa nave, tratamos de crear un refugio perfecto. Lo equipamos con todo lo que necesitamos; disponemos las cosas de manera que la temperatura, la calidad del aire, la iluminación y todo lo importante, sea controlado y manipulado por nosotros a fin de que el conjunto resulte lo más cómodo posible. Gaia no es más que la realización del deseo de comodidad y seguridad extendido a todo un planeta. ¿Qué hay de malo en ello?

—Lo que hay de malo —respondió Trevize —es que mi casa, o mi nave, ha sido concebida para satisfacerme a mí. Yo no he sido concebido para satisfacerla a ella. Si yo formase parte de Gaia, por muy bien que el planeta hubiese sido ideado para adaptarse a mí, me sentiría sumamente molesto por el hecho de que yo hubiese sido ideado también para adaptarme a él.

Pelorat frunció los labios otra vez.

—Se podría argüir que toda sociedad moldea su población para que se adapte a ella. Se desarrollan costumbres que convienen a la sociedad, y eso encadena firmemente a los individuos a las necesidades de aquélla.

—En las sociedades que conozco, uno puede rebelarse. Hay excéntricos, incluso delincuentes.

—¿Quieres excéntricos y delincuentes?

—¿por qué no? Tú y yo somos excéntricos. En verdad, no somos ejemplares típicos de los habitantes de Términus. En cuanto a los delincuentes, se trata de una cuestión de terminología. Y si los delincuentes son el precio que debemos pagar por los rebeldes, los herejes y los genios, estoy dispuesto a pagarlo. Exijo que se pague.

—¿Son los delincuentes el único precio posible? ¿No se pueden tener genios sin delincuentes?

—No se pueden tener genios y santos sin que haya personas que se alejen mucho de la línea establecida, y no creo que ese alejamiento se pueda producir sólo en un sentido de dicha línea. Debe existir cierta simetría. En todo caso, para mi decisión de hacer de Gaia el modelo para el futuro de la humanidad, deseo contar con una razón mejor que ésta de que se trate de una versión planetaria de una casa confortable.

—¡Oh, mi querido amigo! Yo no trataba de empezar una discusión contigo sobre tu decisión. Sólo estaba haciendo una observa…

Se interrumpió. Bliss caminaba en dirección a ellos, mojados los negros cabellos y pegada su ropa al cuerpo, de manera que hacía resaltar sus anchas caderas. Ella movió la cabeza arriba y abajo al acercarse.

—Siento haberme retrasado —se disculpó, jadeando un poco—. Mi entrevista con Dom ha sido más larga de lo que yo había previsto.

—Supongo —dijo Trevize —que ya te has enterado de todo lo que él sabe.

—A veces se producen diferencias de interpretación. A fin de cuentas, no somos idénticos y por eso discutimos. Mira —dijo con un cierto tono de aspereza—, tú tienes dos manos. Ambas son parte de ti y parecen idénticas, salvo que cada una es como la imagen reflejada en un espejo de la otra. Sin embargo, no las empleas de la misma manera, ¿verdad? Hay algunas cosas que haces con la derecha la mayor parte de las veces, y otras que las realizas con la izquierda. Diferencias de interpretación, por decirlo así.

—Te ha pillado —exclamó Pelorat, con visible satisfacción.

Trevize asintió con la cabeza.

—Es una analogía seductora si fuese pertinente, y no estoy muy seguro de que lo sea. En todo caso, ¿significa que podemos embarcar ahora? Está lloviendo.

—Sí, sí. Nuestra gente ha salido de la nave, y ésta se encuentra dispuesta. —Después, miró a Trevize con curiosidad—. Estás seco. Las gotas de lluvia no te alcanzan.

—Es cierto —dijo Trevize—. Quiero evitar la humedad.

—¿No te gusta mojarte de vez en cuando?

—En efecto; pero cuando yo lo deseo, no cuando la lluvia quiere.

Bliss se encogió de hombros.

—Bueno, haz lo que te parezca. Todo nuestro equipaje ha sido cargado ya; podemos subir a bordo.

Los tres se dirigieron a la
Far Star
. La lluvia se había vuelto más fina todavía, pero la hierba seguía completamente mojada, Trevize caminaba de puntillas, a diferencia de Bliss que se había quitado las zapatillas, llevándolas en la mano, y andaba descalza sobre la hierba.

—Es una sensación deliciosa —dijo, en respuesta a la mirada de Trevize a sus pies.

—Bueno —repuso él con aire distraído. Y después, algo irritado, añadió—: Pero, ¿por qué están esos otros gaianos plantados ahí?

—Están registrando este acontecimiento —respondió Bliss—, que Gaia considera trascendental. Tú eres importante para nosotros, Trevize. Piensa que si cambiases de idea como resultado de este viaje y decidieses contra nosotros, nunca nos integraríamos en la Galaxia, ni siquiera perduraríamos como Gaia.

—Entonces, yo represento la vida o la muerte para Gaia; para todo el mundo.

—Nosotros lo creemos así.

Trevize se detuvo de pronto y se quitó el sombrero que le protegía de la lluvia. Estaban apareciendo manchas azules en el cielo.

—Pero ahora tenéis mi voto a favor vuestro —dijo—. Si me mataseis, nunca podría cambiarlo.

—Golan —murmuró, impresionado, Pelorat—, es terrible que digas eso.

—Es típico de un Aislado —repuso Bliss tranquilamente—. Debes comprender, Trevize, que no nos interesas como persona, ni siquiera tu voto nos interesa, sólo la verdad cuenta, los hechos reales. Tú nos importas porque eres la persona que nos guía hacia la verdad, y tu voto es una indicación de esa verdad. Esto es lo que queremos de ti, y si te matásemos para impedir que cambiases tu voto, lo único que haríamos sería ocultamos la verdad a nosotros mismos.

—Si os dijese que la verdad es no-Gaia, ¿aceptaríais todos la muerte alegremente?

—Tal vez no con alegría, pero ése sería, en definitiva, el resultado.

Trevize sacudió la cabeza.

—Si algo pudiese convencerme de que Gaia es un horror y debería morir, sería la declaración que acabas de hacer —dijo. Después, volvió la mirada hacia los gaianos que observaban (y presumiblemente escuchaban) pacientemente—. ¿Por qué se han desplegado de ese modo? ¿Y para qué necesitabais tantos? Si uno de ellos observa este acontecimiento y lo almacena en su memoria, ¿no estará al alcance de todo el resto del planeta? ¿No podrá ser almacenado en un millón de sitios diferentes, si así lo deseáis?

—Cada cual lo está observando desde diferente ángulo —explicó Bliss —y lo almacena en un cerebro ligeramente distinto. Cuando todas las observaciones sean estudiadas, se comprobará que lo sucedido ahora será comprendido mucho mejor si se parte de todas las observaciones juntas que de cualquiera de ellas en particular.

—En otras palabras, el total es mayor que la suma de las partes.

—Exactamente. Has captado la justificación fundamental de la existencia de Gaia. Tú, como ser humano individual, estás compuesto de quizá cincuenta billones de células, pero, como individuo multicelular, eres mucho más importante que esos cincuenta billones como la suma de su importancia individual. Supongo que estarás de acuerdo con esto.

—Sí —admitió Trevize—. Lo estoy.

Subió a la nave y se volvió un momento para echar otro vistazo a Gaia. La breve lluvia había dado una nueva frescura a la atmósfera. Vio un mundo verde, exuberante, tranquilo, pacífico; un jardín de serenidad plantado en medio de la turbulencia de la cansada galaxia.

Y Trevize esperó ardientemente no volver a verlo jamás.

Cuando la puerta neumática se cerró tras ellos, Trevize tuvo la impresión de haber salido, no exactamente de una pesadilla, sino de algo anormal tan grave que le había estado impidiendo respirar con libertad. Era consciente de que un elemento de aquella anormalidad permanecía todavía con él en la persona de Bliss. Mientras ella estuviese ahí, Gaia seguiría ahí, y, sin embargo, también estaba convencido de que la presencia de la joven era esencial. La caja negra trabajaba de.nuevo, y anheló no tener que empezar a creer demasiado en ella.

Miró a su alrededor y la nave le pareció hermosa. Había sido suya desde que la alcaldesa Harla Branno de la Fundación le había obligado a entrar en ella, o enviándolo entre las estrellas, como un pararrayos viviente destinado a atraer el fuego de los que ella consideraba enemigos de la Fundación. La misión había sido cumplida, pero la nave seguía perteneciéndole, y no pensaba devolverla.

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