Fuera de la ley (42 page)

Read Fuera de la ley Online

Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Fuera de la ley
6.32Mb size Format: txt, pdf, ePub

—O nos tendrán aquí encerrados hasta que vuelvan a invocar a tu demonio.

Yo solté una carcajada.

—No se atreverán, Jenks está fuera, y yo me encuentro bajo la protección de Rynn Cormel. Los aniquilaría. —A continuación, vacilé y le pregunté—: ¿Te sentirías más cómodo si lo esperamos arriba?

La oscura sombra de David se desplazó espectral hacia la ventana como una voluta de niebla.

—Pues sí. ¿Cómo tienes pensado salir de aquí? ¿Tirando la puerta abajo? Te advierto que mi empresa no correrá con los gastos.

—Tengo a Jenks —dije, sorprendida por que no hubiera aparecido todavía. Si todo lo demás fallaba, David podría impulsarme para que saliera por la ven­tana. Betty era una estúpida si creía que nos íbamos a quedar allí hasta que decidieran negociar con nosotros.

Abrí la cartera para sacar mi teléfono móvil para decirle a Ivy que era posible que llegara un poco tarde aquella noche, y la luz roja del amuleto detector de magia de alto nivel resplandeció haciendo que todo se cubriera de una desa­gradable neblina.

—La cobertura es excelente —dije entrecerrando los ojos.

—Alguien se acerca —dijo David, alejándose de la ventana y reuniéndose conmigo en la mesa—. A ese perro le va a dar un síncope.

Justo en el momento que oí a Sampson, hice una mueca ante su repentino aullido de dolor. El ruido de pasos en el hueco de la escalera era claro, y la voz de Betty, parloteando histérica, resultaba muy molesta.

—Si alguna vez me pongo así, tienes mi permiso para darme un guantazo —dije apoyándome en la mesa con la mirada puesta en la puerta. No sabía quién iba a aparecer, pero quería parecer segura de mí misma. El hombre lobo se rio entre dientes y se unió a mí. Justo en ese instante se encendieron las luces y parpadeó, guiñando los ojos. A continuación la cerradura, que debía de estar bien engrasada, sonó suavemente. La pesada puerta se abrió y Jenks entró apenas un instante antes de un hombre menudo vestido con un cómodo par de pantalones y un jersey informales. Detrás de él llegó Betty, que había perdido completamente los papeles.

—Lo siento, Rache —dijo Jenks aterrizando en mi pendiente—. Querría haber llegado antes pero, estando en el jardín, me encontré con el capullo de Tom, Pulgarcito para los amigos, y me quedé a entretenerle un poco.

¿
Tom
? ¿
El Tom que amenazó con arrestarme por invocar demonios en una tienda de hechizos
? Dejé caer los brazos y me fijé mejor. Entonces me relajé y solté una carcajada.

—¡Será posible! ¿Tú? —dije demasiado aliviada para estar enfadada. Aquello podía manejarlo. Si era capaz de encarcelar a uno de los peces gordos de la ciudad, eludir maestros vampiros y burlar demonios, conseguir que un estúpido agente de la SI dejara de liberar demonios para matarme iba a ser pan comido. Por fin algo empezaba a salir a pedir de boca, para variar.

Tom se detuvo al final de la escalera e, ignorando a Betty, nos examino a David y a mí para evaluar hasta qué punto el hombre lobo suponía una amenaza. David entrelazó las manos con calma, y esperó. Yo, en cambio, di un paso adelante intentando mostrarme lo más desafiante y odiosa que podía.

—¡Uau! —exclamé en tono sarcástico—. Estoy impresionada. ¡Felicidades! Has conseguido engañarme por completo. Ni siquiera te había incluido en la lista de «personas que quieren cargarse a Rachel». ¿Vas a matarnos ya, o esperarás a que se ponga el sol para echarnos encima a Al?

Tom sacudió el brazo para soltarse de Betty. La tía no callaba la boca, y estaba consiguiendo sacarme de quicio.

—No sabes cuándo parar, ¿verdad? —dijo. Parecía más inepto que nunca. Era demasiado joven para conseguir la cantidad de dominación que pretendía obtener. Trent podía hacerlo, pero él llevaba la ropa adecuada para ello, por no mencionar el porte. Los pantalones y el jersey informales echaban por tierra sus intenciones.

—No cuando coges por costumbre liberar demonios para que se paseen ale­gremente por Cincy —dije—. Y no creas que vas a endilgarme los destrozos en la tienda de hechizos. Tú lo invocaste, tú lo pagas.

Tom soltó una carcajada y se acercó aún más, mientras echaba un vistazo al muro. A continuación se colocó entre nosotros y la escalera con una postura agresiva. Sentí como interceptaba una línea y, como quien no quiere la cosa, saqué la pistola de bolas del bolso para revisar el embudo. David se puso a la defensiva y se aflojó la corbata. Desde lo alto del hueco de la escalera, los ladridos de Sampson se volvieron aún más frenéticos.

—Señor Bansen —gimió Betty con los ojos puestos en la pistola de color cereza—. No tenía ni idea de las investigaciones demoníacas. La póliza no decía nada.

—¡Vete arriba! —gruñó Tom apartándola una vez más—. La póliza no dice nada porque te ha mentido.

David suspiró y yo esbocé una sonrisa de satisfacción.

—¡Pero sabían que se trataba de un demonio! —lloriqueó.

—¡Te dije que no reclamaras, pedazo de imbécil! Vete arriba y quítate de una vez ese ridículo disfraz. ¡Pareces mi madre!

La pobre mujer huyó despavorida, taconeando por los escalones con sus zapatos rojos y yo sentí un ligero asomo de lástima. Sampson se fue con ella, y la tensión del sótano disminuyó.

—¿Tienes problemas con los neófitos? —le dije cuando la puerta de arriba se cerró de un portazo—. ¡Caramba, Tom! No me extraña que quisieras que me uniera a tu club. Es realmente patético.

Tom torció el gesto y sacudió la cabeza para apartarse el pelo de los ojos. Era evidente que mis palabras le habían escocido.

—¿Una pistola de bolas? Las brujas de verdad no necesitan armas —dijo.

—Las brujas de verdad utilizan todos los recursos que tienen a su dis­posición—. David se agitó inquieto y, antes de que pudiera decir nada, añadí: —Mira. Sé que has estado invocando a Al y dejándolo en libertad para que me matara.

—¿
Moi
? —preguntó él, haciéndose el tonto. Aquello era de lo más ridículo.

—Te conviene dejar de hacerlo —dije dando un paso hacia él—. Vivirás más tiempo.

Tom se quedó mirando a Jenks, que estaba suspendido en el aire junto a mí, y retrocedió.

—Sé muy bien lo que estoy haciendo —respondió altivo—. Lo tengo todo controlado.

—¿Ah, sí? —pregunté dirigiendo la mirada hacia la grieta—. Y eso de ahí ¿qué es?

El rostro del brujo adquirió un tono verdoso y el olor a lejía se hizo más intenso.

—Un pequeño descuido —dijo sin bajar la vista.

—¿Y a ti te han ascendido? —exclamé. No me daba ninguna lástima. ¡Dios! Me tenía justo delante, y seguía sin pillarlo—. ¿Cómo puedes ser tan imbécil?

—Soy un visionario —rebatió.

—No, perdona. Eres un cadáver andante. Al está jugando contigo. ¿De veras crees que tu pequeño círculo te protegerá? —le pregunté apuntando hacia la tarima—. He conseguido cercarlo todas y cada una de las veces que me lo has mandado y, una vez que lo capturo, no importa lo que le ordenaras hacer. A esas alturas ya es mío. ¿Qué pasaría si lo mandara contra ti en vez de enviarlo a siempre jamás? ¿Eh? ¿Crees que sería divertido intentar encerrarlo en este pequeño escondite que utilizas para invocarlo? O tal vez se presente cuando te estés duchando, o durmiendo.

El brujo palideció. Detrás de él, David se desplazó hacia las escaleras, con el típico sigilo de un lobo alfa, para proteger mi huida. Jenks estaba con él, lo que me hizo sentir doblemente segura.

—No se te había ocurrido, ¿verdad? —pregunté intentando aprovecharme de su precaria situación. Yo era una buena chica, pero no tenía por qué seguir siéndolo. No sería la primera vez que mandaba a Al contra sus invocadores—. Maldito enano —dije amargamente, pensando en que no me gustaba nada lo que me estaba obligando a hacer—. Te lo advierto. No te conviene jugar conmigo.

Tom se irguió y David se puso en guardia. No podía permitir que pensara que era él el que llevaba las riendas y, tras mirar a David para dejarle claro que sabía lo que hacía, me acerqué a la cara de Tom.

—Deja de invocarlo —dije. Había interceptado una línea, de manera que el pelo empezó a ondearme—. Si Al vuelve a importunarme, te lo mandaré de vuelta y tendrás que limpiar algo más que los daños de una persona al golpear una pared de cemento. ¿Queda claro?

Temblando por dentro, me giré para marcharme, contenta de que David estuviera protegiendo la escalera.

—¡Ah! Y dile a Betty que no espere un cheque por los desperfectos. Su póliza no cubre los daños demoníacos.

Con los ladridos de Sampson resonando a lo lejos, subí las escaleras a toda prisa. Jenks se colocó delante de mí con su suave zumbido, mientras que David ascendió lentamente cubriéndome las espaldas. Me sentía como si fuera un montón de crema entre dos galletas, con la mente llena de pelusa y de estupideces. ¿Por qué demonios le había dicho a Tom que le enviaría a Al? No tendría ninguna posibilidad de sobrevivir. Se lo cargaría en menos de treinta segundos.

Cuando hube atravesado la mitad de la insulsa casa, con sus paredes de colores pastel y sus muebles angulosos, me di cuenta de que tenía a Sampson pegado a los talones intentando llamar mi atención.

—¿Te compró porque hacías juego con el sofá? —le pregunté con amargura. El perrito se puso a ladrar, moviendo la cola con tanta energía como para abas­tecer Cincy durante un año. De repente, me asaltó un fugaz pálpito, me detuve unos segundos frente a la puerta principal y eché un vistazo al amuleto para detectar magia de alto nivel. Estaba verde. No era más que un perro.

—Menudo chucho apestoso —comentó Jenks desde la seguridad de mi hombro. David abrió la puerta y yo sacudí la pierna para impedir que saliera.

—Es un santo por soportar a esa mujer —dije deseando cogerlo en bra­zos y llevármelo a casa. Ni siquiera me gustaban los perros. Echándole un último vistazo, reprimí las ganas de darle unos golpecitos en la cabeza y cerré la puerta.

David se me quedó mirando con expresión interrogante y yo, ignorándolo, bajé las escaleras con decisión. Quería salir de allí antes de que Tom decidiera echarle un par de huevos y venir a por mí.

Mientras subían al coche, tanto David como Jenks estaban extrañamente callados, casi dubitativos.

—¿Qué pasa? —les espeté provocando que Jenks despidiera un poco de polvo que iluminó el hombro de David.

Este se encogió de hombros y, tras lanzarle una miradita a Jenks, preguntó:

—¿Te encuentras bien?

Yo miré a la casa y vi a Sampson sentado en el ventanal sin dejar de mover la cola.

—No.

El hombre lobo respiró hondo, giró la llave y arrancó el coche.

—Espero que no se haya dado cuenta de que te estabas tirando un farol.

Yo me quedé en silencio, mirando los adornos de Halloween para no tener que pensar.

—Porque era un farol, ¿verdad? —preguntó David intentando salir de dudas. En ese momento Jenks comenzó a agitar las alas con nerviosismo, y yo esbocé una sonrisa fingida.

—Sí, claro. Era un farol —dije, e inmediatamente las alas de Jenks adquirieron su translucidez habitual. No obstante, mientras intentaba distraerme cambiando la emisora de música country de David por algo más radical, una parte de mí se preocupó porque quizá no lo fuera.

Al menos, no había sido Nick.

18.

Me coloqué la blusa de encaje por encima de mi camiseta negra, consciente de que habría necesitado el hechizo para aumentar el tamaño de los pechos para rellenarlo como es debido y conseguir que la parte más espesa del en­caje quedara situada en los lugares estratégicamente previstos. No merecía la pena arriesgarse a hacer el ridículo al que me enfrentaría si el amuleto resultaba defectuoso, así que lo volví a colocar en el perchero y me puse a buscar algo más sustancial. Con una sonrisa, agarré una blusa drapeada de seda negra con destellos plateados que me sentaría de miedo porque llegaría justo al borde de mis vaqueros de cintura baja. Era una mezcla de sofisticación informal y atrevida modestia, y estaba segura de que Kisten habría dado su aprobación.

Al recordar sus ojos azules, contuve la sonrisa, aunque se volvió decidida­mente melancólica cuando consideró la posibilidad de comprarme la blusa. No la necesitaba. No tenía previsto asistir a ningún acontecimiento elegante en Un futuro cercano.

La cabeza de Ivy asomó por encima del perchero de al lado. Estaba muy con­centrada y sus movimientos eran tan frenéticos que estaba a punto de rozar la velocidad vampírica mientras revolvía las piezas de ropa siguiendo un criterio de clasificación que se me escapaba. Siempre nos había gustado ir juntas de compras, pero cuando le propuse salir aquella tarde me sorprendió que accediera a regañadientes. Probablemente sospechaba que intentaba ponerla de buen humor antes de sacar a relucir lo que había sucedido el día anterior. Todavía no había dado muestras de estar preparada para hablar de ello pero, cuanto más lo retrasáramos, más patético resultaría mi razonamiento.

Ir de compras juntas no iba a conseguir que se pusiera de tan buen humor como para aceptar de buen grado mi promesa de no permitir que volviera a morderme, pero por algún sitio había que empezar. Por mucho que lo detestara, tenía que madurar de una vez. No podía volver a poner en peligro mi vida por algo tan efímero como el éxtasis, aunque sirviera para que mi relación con Ivy se fortaleciera. Haber recuperado la normalidad antes de que Jenks metiera las narices había amortiguado el impacto, teniendo en cuenta que había tenido que hacerle daño para que recuperara el control de sus ansias de sangre. Jenks no se equivocaba cuando dijo que no estaba preparada, y yo no iba a correr el riesgo de verme obligada a lastimarla una vez más.

Había mejorado muchísimo, pero los instintos de Ivy seguían siendo mucho más fuertes que su fuerza de voluntad. Solo ese hecho no hubiera bastado para hacer que mi decisión se tambaleara, porque lo que me había hecho tomar aquella determinación habían sido aquellos aterradores segundos en los que creí que estaba ligada a un vampiro.

Tenía que empezar a tomar decisiones drásticas y sensatas. En un mundo perfecto tal vez hubiéramos podido hacer lo que nos viniera en gana sin con­secuencias, pero el nuestro no era un mundo perfecto. De la misma manera, en un mundo perfecto hubiera sido capaz de salir aquella noche, pero la realidad era que no podía correr el riesgo. No me fiaba de la sensatez de Tom.

Además, ser sensato es un coñazo
, pensé con tristeza mientras miraba la blusa negra con destellos plateados. Me lo pasaba mucho mejor cuando era una irresponsable.

Other books

Riotous Retirement by Brian Robertson, Ron Smallwood
Arcadio by William Goyen
Before I Sleep by Ray Whitrod
Iceman by Rex Miller
Bubbles and Troubles by Bebe Balocca
The Sea Glass Sisters by Lisa Wingate
Time Enough To Die by Lillian Stewart Carl