Fuera de la ley (25 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Fuera de la ley
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—Lo siento —se disculpó, con un atisbo de falsedad en su voz—. No era mi intención incomodarte.

No te lo crees ni tú
, pensé, cuidándome mucho de no expresarlo en voz alta. Entonces me alejé de la encimera, necesitada de la falsa seguridad que me ofrecía el poner mayor distancia entre nosotros.

—¿Estás seguro de que no te apetece un café? —le pregunté dirigiéndome deliberadamente hacia la cafetera para poder darle la espalda. Estaba asustada pero, si conseguía disimularlo, él retrocedería.

—He venido a Cincinnati porque quería verte —dijo—. Me enteré de que Ivy y tú estabais viviendo juntas en esta iglesia y de lo que ella esperaba de ti —añadió haciendo que las mejillas se me encendieran—. Si consigues salvar su alma después de su primera muerte —continuó—, sería el hallazgo más significativo de la historia de los vampiros desde la alimentación en directo por medio del vídeo.

¡
Ah
!…
Era eso
, me dije a mi misma, avergonzada. No tenía nada que ver con lo que había imaginado.

El maestro vampírico sonrió.

—La carencia de alma es la razón por la que la mayoría de los vampiros no pasan del trigésimo aniversario de su muerte —explicó—. A esas alturas, la gente que los amaba y que había estado dándoles su sangre o bien ha fallecido, o se ha convertido a su vez en no muerta. La sangre de alguien que no te ama es un alimento muy pobre y, al no tener alma, les resulta muy difícil convencer a alguien de que su amor es sincero. Reduce las posibilidades de establecer lazos emocionales reales y no artificiales. —En aquel momento cambió de posición inundándome con el aroma a incienso típico de los vampiros—. Se puede con­seguir, pero requiere una buena dosis de astucia.

Por alguna razón, no creía que Rynn Cormel tuviera ese problema.

—O sea que, si consigo salvar el alma de Ivy… —apunté, a pesar de que sabía que no me iba a gustar lo que venía después.

—… los no muertos continuarán formando lazos de aura con gente nueva, lo que permitirá que su existencia se prolongue eternamente.

Yo me apoyé en la encimera y crucé los tobillos. Mientras daba algunos sorbos al café pensé en todo aquello, recordé que, cuando Ivy me había mordido, además de mi sangre se había apoderado también de una parte de mi aura. Todo aquello concordaba perfectamente con mi teoría, según la cual los vampiros no muertos necesitaban de la ilusión de tener un alma o un aura, de lo contrario el cerebro se daría cuenta de que estaba muerto y los obligaría a exponerse a la luz del sol para matarlos y que la mente, el cuerpo y el alma recuperaran el equilibrio.

—Lo siento —dije pensando que al papa le daría un síncope si supiera lo que estaba pensando—. No puedo hacerlo. No tengo ni idea de cómo salvar el alma de Ivy cuando muera.

Rynn Cormel se quedó mirando las hierbas aplastadas que estaban desperdi­gadas por el suelo, y yo, más animada, me pregunté si sabría que había estado experimentando para frenar de forma segura las ansias de sangre de Ivy.

—Fuiste tú la que rompió el equilibrio de poder entre los vampiros y los hombres lobo —me dijo a modo de reproche, haciendo que me diera un esca­lofrío—. Encontraste el foco.

—No fui yo, fue mi novio. Mejor dicho, mi exnovio.

—Es una mera cuestión de matices —dijo agitando una mano—. Tú lo sa­caste a la luz.

—Y también lo enterré.

—Lo sé. En el cuerpo de un hombre lobo —exclamó mostrando cierto enojo.

Es posible que pretendiera intimidarme, pero sus palabras habían surtido el efecto contrario. ¡Joder! Aquella misma noche me las había arreglado yo sólita para inmovilizar a un demonio. Me sentía como en una nube.

—Como se te ocurra tocar a David… —dije apartando mi taza a un lado.

Sin embargo, Rynn Cormel se limitó a arquear las cejas y su enfado desapa­reció por lo divertida que le pareció mi amenaza.

—No te pongas chula conmigo, Rachel. Resultas bastante ridícula. Te estoy diciendo que rompiste el equilibrio. La maquinaria ya se ha puesto en marcha y el poder se está traspasando. Lo hace lentamente, siguiendo el suave ritmo de las generaciones, pero pasará a los hombres lobo.

A continuación se levantó. Yo aparté la vista de mi pistola de bolas, aunque era consciente de que, desgraciadamente, estaba demasiado lejos.

—Si consiguieras descubrir la manera de que los no muertos conserven su alma, su número crecería aproximadamente al mismo ritmo. —A continuación sonrió mientras empezaba a abotonarse el abrigo—. El equilibrio se mantendría y nadie moriría. ¿No es eso lo que quieres?

Yo me puse una mano en la cadera. Tendría que habérmelo imaginado. Antes o después, el que se mete a redentor, acaba crucificado y todo ese rollo.

—¿Y qué me dices de los brujos y de los humanos? —pregunté.

Cormel miró por la ventana de la cocina hacia la oscuridad de la noche.

—Es posible que también eso dependa de ti.

Yo sabía que, en realidad, quería decir «¿Y a quién le importa?».

—Ya te he dicho que no sé cómo hacerlo —dije deseosa de poner fin a todo aquello—. Te has equivocado de bruja.

En ese momento Rynn Cormel encontró su sombrero y, con una graciosa inclinación, lo levantó del suelo.

—Pues yo pienso que eres la única bruja capaz de hacerlo —dijo sacu­diendo de la superficie las semillas de diente de león—. De todos modos, aunque no encontraras la manera de hacerlo, otros verían todo lo que has conseguido y partirían de ahí. Mientras tanto, yo no pierdo nada declarando tu sangre prohibida para todos menos para Ivy, ni asegurándome de que tengáis la oportunidad de desarrollar un lazo de sangre libre de estrés y de complicaciones.

En ese momento sentí un escalofrío y me llevé la mano al cuello.

—No te preocupes. No ha sido ninguna molestia —dijo poniéndose el som­brero.

De acuerdo. Se estaba ocupando de mantener mi culo a salvo de los vampiros.

—Gracias —dije a regañadientes—. Eres muy amable.

Cormel apartó una de las cacerolas de cobre con la punta de su elegante zapato y esta chirrió al entrar en contacto con la sal.

—No lo puedes soportar, ¿verdad? Me refiero al hecho de deberle algo a alguien.

—Perdona, pero… —empecé. Seguidamente, con una mueca de dolor, me puse a frotarme la espalda en el lugar en el que me había raspado con el tirador de un armario—. Tienes razón —admití finalmente y detestándolo por ello.

Su sonrisa se hizo más amplia, mostrando una parte de sus colmillos, y se giró como si estuviera a punto de marcharse.

—Entonces espero que cumplas con tu obligación moral.

—No te pertenezco —le espeté.

Seguidamente se dio la vuelta en el umbral. Tenía un aspecto fantástico con aquel abrigo largo y el elegante sombrero. Sus ojos se habían vuelto completa­mente negros, pero yo no le tenía miedo. Ivy era una amenaza mayor, dándome caza lentamente. Pero yo le estaba permitiendo que lo hiciera.

—Quiero decir, que espero que hagas honor a tu relación con Ivy.

—Ya lo hago —dije cruzándome de brazos.

—Entonces estamos en perfecta sintonía.

Una vez más se giró para marcharse y yo lo seguí hacia el vestíbulo mientras pensaba en Ivy y luego en Marshal. No era mi novio, pero acababa de irrumpir en mi vida. Y estábamos teniendo serias dificultades para conseguir hacer hasta las cosas más simples.

—¿Estás detrás de que Marshal y yo no hayamos conseguido vernos esta tarde? —lo acusé—. ¿Has decidido ahuyentarlo para que Ivy y yo acabemos juntas en la misma cama?

—Sí —reconoció desde la sala de estar por encima de su hombro.

Yo apreté los labios con fuerza y mis zapatillas de estar por casa rasparon la madera que habíamos encontrado debajo de la moqueta.

—Deja en paz a Marshal —dije con los brazos en jarras. En ese momento la pulsera de Kisten se deslizó hasta mi muñeca y yo la subí de nuevo para esconderla—. Es solo un tipo como otro cualquiera, y si quiero acostarme con alguien, lo haré y punto. Que espantes a los hombres no quiere decir que me vaya a echar a los brazos de Ivy, sino que me cabrearé y me convertiré en una persona con la que será difícil convivir. ¿Lo pillas?

De pronto me di cuenta de que estaba desafiando a un antiguo líder de los Estados Unidos y me ruboricé.

—Siento haberte hablado de ese modo —farfullé toqueteando la pulsera de Kisten y sintiéndome culpable—. Ha sido un día muy difícil.

—Soy yo el que tiene que disculparse —dijo con una sinceridad que casi me creí—. A partir de ahora, dejaré de interferir.

Yo inspiré profundamente y apreté las mandíbulas con tal fuerza que empezó a dolerme la cabeza.

—Gracias.

En ese momento el ruido de la puerta principal me hizo dar un respingo. Rynn Cormel soltó la manivela de la puerta y se giró hacia el vestíbulo.

—¿Rachel? —gritó la preocupada voz de Ivy—. ¡Rachel! ¿Estás bien? Ahí fuera hay un par de tipos en un coche.

Yo miré a Rynn Cormel y sus ojos se oscurecieron hasta ponerse negros. Estaba hambriento.

—¡Estoy bien, Ivy! —respondí fuerte y claro—. ¡Estoy aquí atrás!

—¡Maldita sea, Rachel! —dijo mientras sus tacones resonaban por el ves­tíbulo—. ¡Te dije que no te movieras del terreno consagrado!

En aquel momento entró disparada en la sala de estar y frenó tan en seco que casi empieza a dar vueltas sobre sí misma como un remolino. Su rostro adquirió un color rojo intenso y sus cortos cabellos oscuros oscilaron al dete­nerse. Instintivamente se llevó la mano a su cuello desnudo, y luego se obligó a sí misma a bajarla y apoyarla en la cadera cubierta por el mono de cuero.

—Disculpad —dijo con el rostro cada vez más pálido—. Siento mucho ha­beros interrumpido.

Rynn Cormel cambió de pierna el peso del cuerpo y ella adoptó una actitud servil.

—No te preocupes, Ivy —dijo con una voz más profunda y comedida. Había suavizado su comportamiento habitual para calmarme y, desde luego, había funcionado—. Me alegro mucho de que estés aquí.

Ivy levantó la vista, claramente avergonzada.

—Tendrás que perdonarme por lo de tus hombres. No los he reconocido, Intentaban impedirme que entrara.

Yo arqueé las cejas y me di cuenta de que Ivy parecía tan sorprendida por la carcajada de Cormel como yo.

—Así que les has dado una lección. Pues, ¿sabes qué te digo? Que no les venía mal un pequeño recordatorio. Además, se lo tienen merecido. De hecho, te agradezco que les hayas obligado a reconsiderar la poca fe que tenían en tus capacidades.

Ivy se pasó la lengua por los labios. Era una especie de tic nervioso al que no estaba muy acostumbrada y aquel gesto hizo que me pusiera aún más tensa.

—Esto… —añadió intentando sujetarse el pelo detrás de la oreja—. En rea­lidad creo que debería llamar a una ambulancia. He roto algunas cosas.

Haciendo como que no le importara, el maestro vampírico se acercó a ella y, lentamente, agarró con su mano cubierta de cicatrices la impoluta mano de Ivy.

—Eres demasiado buena.

Ivy se miró los dedos, parpadeando rápidamente.

—Rachel es una mujer increíblemente fuerte —dijo de repente, haciéndome sentir como si acabara de aprobar algún tipo de examen—. Entiendo perfec­tamente que te sientas atraída por ella. Tienes mi bendición para cultivar una relación de descendencia, si es eso lo que quieres.

Mi enfado iba en aumento, pero Ivy me dirigió una mirada asesina para advertirme de que mantuviera la boca cerrada.

—Gracias —dijo, y yo me cabreé todavía más cuando Rynn Cormel me dirigió una sonrisa petulante, consciente de que me había mordido la lengua porque Ivy me lo había pedido.

¿
Y qué más da
?, pensé entonces. ¿Por qué debía importarme lo que pensaba mientras nos dejara en paz?

Rynn Cormel se acercó aún más a Ivy y le rodeó la cintura con el brazo con una familiaridad que no me gustó nada.

—¿Te apetecería acompañarme esta noche, Ivy? Ahora que he conocido a tu amiga, lo entiendo todo mucho mejor. Me gustaría… probar a ver las cosas desde un ángulo diferente. Si te parece bien, claro está.

¿
Un ángulo diferente
?, pensé percibiendo indicios de deseo en la forma en que intentaba seducirla.
Vaya, vaya
. ¿
Asi que estamos trabajando en la conti­nuación
? No estaba de acuerdo en cómo funcionaba la sociedad de los vampiros, pero Ivy respiró aliviada y su rostro se iluminó.

—Sí —dijo sin pensárselo dos veces, aunque luego me lanzó una mirada inquisitiva.

—Ve —dije secamente, alegrándome de que no hubiera visto el estado en que se encontraba la cocina.

A continuación se acercó aún más a Rynn Cormel y me di cuenta de que su delgada figura enfundada en el mono de cuero quedaba estupendamente junto a su elegante refinamiento.

—No tienes por qué preocuparte —dije mirando como Rynn la cogía sua­vemente por el hombro—. Al no volverá.

Ivy se apartó de él y se acercó a mí.

—¿Ha estado aquí? —me preguntó—. ¿Seguro que estás bien?

—¡Ya te he dicho que sí! —respondí reculando hasta que se vio obligada a soltarme el brazo. Entonces miré a Rynn Cormel y no me gustó un pelo des­cubrir que estaba intentando contener una sonrisa.

—¡Te dije que no abandonaras el terreno consagrado! —me recriminó Ivy casi como si me estuviera soltando una regañina—. ¡Si hasta te hice un cartel!

—¡Me olvidé! ¿Vale? —le espeté—. Lo quité porque me molestaba y luego me olvidé. Me puse tan nerviosa con la visita de tu maestro vampiro que me olvidé.

Ivy vaciló y luego dijo quedamente:

—De acuerdo.

—De acuerdo —repetí yo sintiendo cómo se desvanecía mi enfado al ver lo rápidamente que rectificaba.

—Entonces… nada.

Yo dirigí la mirada a Rynn Cormel, que estaba ajustándose el sombrero y que sonreía ante el intercambio de opiniones.

—No volveré a moverme del terreno consagrado —dije deseando que se marchara.

Ivy dio un paso en dirección a la puerta y luego vaciló.

—¿Y qué hay de la cena? No puedes pedir una pizza. Al podría venir a traértela.

—Estoy esperando a Marshal —dije mirando deliberadamente a Cormel, que estaba sopesando nuestra conversación—. Me dijo que se encargaría él de traerla.

Ivy pareció algo celosa, pero se le pasó enseguida. Rynn Cormel se dio cuenta de todo y, cuando nuestras miradas se encontraron, supe que había entendido que la relación entre Ivy y yo se regía por una serie de reglas establecidas, y que esas reglas incluían a otras personas. La mayor parte de las relaciones entre vampiros funcionaban de esa manera, aunque ese hecho no quitaba que fuera en contra de mi sentido de la moralidad.

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