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Authors: Irene Comins Mingol

Tags: #Filosofía, Ensayo

Filosofía del cuidar (22 page)

BOOK: Filosofía del cuidar
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Una de las soluciones a esta necesidad viene de transformar el actual sistema productivo. «La estructura del sistema productivo debería armonizarse con las transformaciones del ámbito privado» (Bayo-Borràs, 1999: 9). Se trata de una transformación difícil y que puede llevar mucho tiempo. Pero el actual sistema productivo se ha quedado desfasado ya que estaba programado para que el trabajador dedicara todo su esfuerzo, tiempo y dedicación; considerando que su mujer mantendría y repondría sus fuerzas. La cultura del trabajo vigente ignora que la gente que trabaja a cambio de un sueldo tiene otras obligaciones además de las que le marca la empresa (Puertas y Puertas, 1999: 130). Si ahora ambos trabajamos y ambos tenemos responsabilidades domésticas, la situación debería cambiar. «Se trata de distribuir la jornada laboral contemplando que las personas no sólo pueden tener personas dependientes a su cargo, desde el punto de vista de los ingresos, sino que también se tienen personas dependientes en cuanto a los cuidados» (Izquierdo, 1999: 74).

Pero no sólo haciendo una
discriminación positiva
en la jornada laboral de las mujeres sino una remodelación general del sistema laboral. «¿Qué autoriza a pensar que el cuidado de los enfermos, la crianza de los hijos, el mantenimiento del confort en el hogar, la plancha, la limpieza, la cocina, no son actividades de producción?» (Izquierdo, 1999: 44). En el actual sistema laboral no se tiene en cuenta este factor y a menudo la dedicación laboral se plantea como una especie de sacerdocio donde no tiene cabida nada más: «deja tu casa, deja a tu familia y sígueme» (Puertas y Puertas, 1999: 105).

Las políticas gubernamentales, tienen aquí una importante responsabilidad. El gobierno puede frenar las demandas del mercado de forma que garantice a las familias más tiempo para el cuidado (Cancian y Oliker, 2000: 133). Por ejemplo, las leyes y las políticas pueden redefinir la jornada laboral diaria. La actual jornada laboral de 8 horas se adapta al modelo tradicional en el que la esfera privada y la esfera pública estaban separadas, y el hombre trabajaba en la esfera pública mientras que la mujer se dedicaba íntegramente al cuidado en el hogar. Un cambio a una jornada diaria de seis horas pagadas como tiempo completo podría redefinir las normas del trabajo para que se adaptaran mejor a un nuevo modelo de familia en que tanto la mujer como el hombre combinen el cuidado y el trabajo (Cancian, 2000: 133).

Recientemente ha surgido un interés desde diferentes organismos por conciliar trabajo y hogar. Hace poco expertos del Observatorio Europeo de la Familia pedían a la empresas permisos retribuidos para cuidar niños, ancianos y discapacitados además de mayor flexibilidad horaria y más trabajos a tiempo parcial (López, 2002).

El trabajo y la vida se nos presentan como opuestos e incompatibles. Si no tenemos un trabajo remunerado no podemos vivir, pero cuando lo tenemos tampoco podemos vivir porque nos absorbe. No podemos pretender que mejoren significativamente nuestras condiciones de vida, si no logramos administrar de otro modo el tiempo de trabajo (Izquierdo, 1999: 71).

Una medida de transformación del sistema laboral sería la reducción de la jornada laboral.

La reducción de la jornada laboral es un recurso posible de ser implementado, más si cabe en un período caracterizado por la escasez del empleo, lo que permitiría a todos dedicar más tiempo a la crianza de los hijos, sin establecer las enormes fronteras discriminatorias que todavía existen entre hombres y mujeres (Bayo-Borràs, 1999: 10).

Otra opción que ya está en las manos de muchos individuos es la reducción voluntaria de la jornada laboral. La reducción del tiempo de trabajo remunerado, siempre que no comprometa la satisfacción de las necesidades más básicas, es una opción al alcance pero poco utilizada y que un replanteamiento de las prioridades en términos de mayores/menores niveles de consumo, permitiría tenerla más en consideración como estrategia para compaginar mejor trabajo y crianza (Puertas y Puertas, 1999: 120). El grupo mayoritario que solicita esta opción son todavía las mujeres, pero cada vez hay más individuos que se suman a la propuesta de lo que se viene conociendo como
Downshifting
(Schor, 1998), un movimiento en el que los individuos voluntariamente reducen su jornada laboral aunque ello suponga imponer unos límites al consumo, también conocido como
Voluntary Simplicity
o Simplicidad Voluntaria y que se ha desarrollado principalmente en el contexto anglosajón desde finales del siglo pasado (Cortina, 2002: 304-314; Honoré, 2005: 47).

Como vemos estas transformaciones son complejas porque implican toda una serie de cambios correlativos en los valores y hábitos. Una educación en el valor del cuidado debería ir acompañada de una educación en un consumo responsable, por ejemplo, ya que este nos permitiría liberarnos de una parte de nuestro tiempo. Como decíamos al principio, quizás el problema no es que tengamos objetivamente poco tiempo sino que estamos viviendo unos hábitos vertiginosos que producen esa impresión. Si cambiamos nuestra escala de valores, también cambiaremos nuestra experiencia del tiempo. Hoy por hoy el tiempo central es el tiempo de la producción y el tiempo de la y por la reproducción queda subordinado. El sistema funciona considerando que quien trabaja para el mercado no tiene otra ocupación (Puertas y Puertas, 1999: 94).

Desde la investigación para la paz se reconstruye y reivindica el valor de la
austeridad
. Debemos aprender a ser austeros y a reducir nuestros niveles de consumo, ya que el ritmo de producción-consumo-contaminación de los países occidentales está colaborando al desequilibrio ecológico y no puede ser generalizado al resto del planeta.

El torbellino en el que nos envuelve la vida en las sociedades occidentales nos roba el tiempo, y especialmente el tiempo dedicado a disfrutar con las tareas de cuidado. Ahora éstas se han mercantilizado y esto ha subvertido el cuidado al alterar la relación personal original de este tipo de tareas (Tronto, 1998: 347). Para tener unas relaciones de cuidado satisfactorias, auténticas y enriquecedoras para las dos partes es necesario recuperar espacios de tiempo. Recuperar los momentos de comida para tener tiempo de hablar y cuidar anímicamente unos de otros. No dejemos por ejemplo que la televisión nos robe estos momentos. No se trata de un complot contra la televisión sino de reivindicar el acto social del comer que se remonta a la sagrada cena. También recuperar espacios de tiempo con respecto a los hijos.

El mejor regalo que podemos hacerles es nuestro tiempo. Démosles un poco de nuestro tiempo cada día, el que podamos, pero diariamente. Y hagámoslo de una forma relajada, con gozo, un tiempo exclusivo y “sagrado”, un tiempo en el que ambos disfrutemos y seamos nosotros mismos. Aprenderán a entregar lo mejor de sí mismos y a sentirse amados, a entender que son importantes y merecedores de la pasión más dulce y cálida que puede anidar en el corazón humano: el amor (Osoro Iturbe, 1999: 89).

Los primeros en sufrir nuestro ritmo vertiginoso de vida son los niños y niñas. Las actividades extraescolares y la televisión se utilizan en muchas ocasiones como medios de entretener a los hijos e hijas mientras nosotros estamos ausentes u ocupados. La calidad de la atención a la infancia critica el uso indiscriminado de las actividades extraescolares y la manera de vivir acelerada que no encaja con el ritmo vital de niños y niñas (Puertas y Puertas, 1999: 127). Necesitamos recuperar tiempo para cuidar de los hijos y también tiempo para nosotros mismos.
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Las madres y los padres quieren más tiempo para la familia, para los hijos e hijas y para su pareja, pero también quieren un tiempo propio que la crianza parece haber borrado definitivamente (Puertas y Puertas, 1999: 111). «Como todo se acelera, ni siquiera se dispone de
tiempo
, necesario para la maduración personal» (Marías, 1997: 274). En esta época de estadísticas sin interés, habría que hacer una, rigurosa, del tiempo verdaderamente propio que queda a nuestros contemporáneos. Se debería determinar cuánto se destina a la conversación personal, a la soledad reposada y creadora, al ensimismamiento (Marías, 1997: 275).

La sensación de escasez de tiempo que padecemos casi todos los occidentales está muy en relación con la llamada razón instrumental, que según Charles Taylor es uno de los malestares de la modernidad. En este tipo de razón valores como el cuidado o el cariño no tienen lugar, pues se trabaja con la lógica de obtener el máximo beneficio en el mínimo tiempo. «No obstante el profundo anhelo de amor; casi todo lo demás tiene más importancia que el amor: éxito, prestigio, dinero, poder; dedicamos casi toda nuestra energía a descubrir la forma de alcanzar esos objetivos, y muy poca a aprender el arte del amor» (Fromm, 1980: 16). Erich Fromm denunció cómo el sistema industrial alienta la rapidez, en lugar de la paciencia, valor necesario para el correcto desarrollo del ser humano.

Todas nuestras máquinas están diseñadas para lograr rapidez: el coche y el aeroplano nos llevan rápidamente a destino —y cuanto más rápido mejor. La máquina que puede producir la misma cantidad en la mitad del tiempo es muy superior a la más antigua y lenta. Naturalmente, hay para ello importantes razones económicas. Lo que es bueno para las máquinas debe serlo para el hombre —así dice la lógica—. El hombre moderno piensa que pierde algo —tiempo— cuando no actúa con rapidez; sin embargo, no sabe qué hacer con el tiempo que gana —alvo matarlo (Fromm, 1980: 115).

Sería necesaria una educación en el valor del cuidado, para que fuese observado el dedicarle tiempo como algo positivo y no como una pérdida de tiempo. Para replantear las prioridades: si es mejor trabajar más horas para consumir más o trabajar menos horas para cuidar más. En general es necesario educar en el valor del tiempo de interacción, del tiempo social, en el que convivimos con los otros. Entre muchas de las cosas que podemos compartir se encuentra la comida. No es accidental que la palabra
compañero
derive de las palabras latinas que significan
con pan
(Honoré, 2005: 66).

La tribu kwakiutl, que habita en la Columbia Británica canadiense, advierte que comer rápido puede «causar la destrucción del mundo más rápidamente al aumetar la agresividad» que hay en él. Oscar Wilde expresó un sentimiento similar con uno de sus característicos aforismos mordaces: «Después de una buena cena, uno puede perdonar a cualquiera, incluso a sus parientes» (Honoré, 2005: 66).

Se habrá de educar en otra forma de concepción del tiempo, en una escala diferente de valores, en la que producción y reproducción tengan el mismo protagonismo. Tendremos que crear un discurso de la igualdad que revalorice los valores femeninos y el mundo privado y de atención a la familia (Puertas y Puertas, 1999: 133).

Hacemos un mal uso del concepto
tiempo perdido
. La sociedad cree que lo que no es tangible, es decir, que no crea riqueza, no tiene valor. ¿Qué hace que el individuo no adopte más a menudo una actitud de cuidado? El estrés, la sensación de escasez de tiempo.
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Cada vez más individuos se percatan de que el mundo acelerado en el que vivimos no sólo no les conduce a ninguna parte sino que además es generador de frustración, depresión e infelicidad. El movimiento
Slow
es el más representativo al respecto, se trata ya de un movimiento global a favor de una nueva forma de concebir los tiempos (Honoré, 2005: 21).

4.4 NECESIDAD DE REPENSAR EL USO DEL TIEMPO DENTRO
DEL MARCO DE LA CONSTRUCCIÓN DE UNA CULTURA PARA LA PAZ

Hemos expuesto hasta ahora la necesidad de que las tareas de cuidado y atención sean compartidas entre hombres y mujeres (y también entre niños y niñas), para conseguir una distribución más equitativa del tiempo. Además las tareas de cuidado, como ya habíamos indicado, hacen que la muerte y la destrucción de la vida resulten más abominables. Así, al dar la oportunidad a los hombres de cuidar de la vida, también consiguen la oportunidad de despreciar y repudiar la muerte y el maltrato de la vida. Posteriormente hemos reivindicado la importancia de dedicar tanto hombres como mujeres más tiempo a las tareas de cuidado. Especialmente a las que se refieren al cuidado de enfermos, ancianos y especialmente la infancia. Existen determinadas relaciones de cuidado que precisan un mayor calor humano, más compañía. Y a ellas debemos dedicar más tiempo. Algunas propuestas eran el cambio del sistema laboral y la reducción de la jornada de trabajo. Propuestas que debían ir acompañadas ineludiblemente de una educación en un cambio de valores en el que, por ejemplo, se dé más importancia al cuidado que al consumo. Hasta aquí, necesidad de dedicar más tiempo a las tareas de cuidado, y de que ese tiempo sea compartido. Ahora, necesidad de reconstruir un nuevo concepto y uso del tiempo en la construcción de una Cultura para la Paz.

Existen elementos clave en la construcción de una Cultura para la Paz que precisan de un uso de tiempo distendido, relajado, sin horarios. Concretamente analizaré a continuación cuatro pilares básicos en la construcción de una Cultura para la Paz para los que es fundamental una reformulación de nuestra concepción del tiempo: nuestra capacidad moral, para el diálogo, la reflexión crítica y la participación socio-política.

Desde la ética del cuidado aprendemos la importancia de dedicar tiempo a nuestras decisiones morales. Para Carol Gilligan la moral:

Consiste en dedicar tiempo y energía para considerarlo todo. Decidir sin cuidado o de prisa sobre la base de uno o dos factores cuando sabemos que hay otras cosas que son importantes y serán afectadas: eso es inmoral. La forma moral de tomar decisiones es considerar todo lo que se pueda, todo lo que se sepa (Gilligan, 1986: 240).

Según Marta Burguet (1999: 25) estamos en una cultura de la inmediatez en una cultura impulsiva que «reacciona sin un espacio de reflexión previo a la respuesta». Marta Burguet propone frente a esta cultura de la inmediatez una cultura de la mediación que tome en consideración el factor tiempo. Como dijo Herman Hesse «Lo que inhibe o frena a menudo mis pasos en la vida práctica, lo que parece duda o indecisión, quizá sea en mi caso debilidad, pero es lo contrario de ligereza y descansa en un profundo sentido de la responsabilidad del hombre por cada uno de sus pasos» (Hesse, 1992a: 33).

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