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Authors: Kerstin Gier

Esmeralda (13 page)

BOOK: Esmeralda
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Con el cronógrafo envuelto en el albornoz, me deslicé escaleras abajo.

—¿Por qué tienes que arrastrar ese trasto por toda la casa? —preguntó Xemerius—. Podrías saltar sencillamente desde tu habitación.

—Sí, pero ¿quién sabe quién dormía ahí en 1956? Y además, luego tendría que cruzar toda la casa y arriesgarme a que alguien me tomara otra vez por una ladrona… No, saltaré directamente del pasadizo secreto, así no habrá peligro de que nadie pueda verme en el momento del aterrizaje. Lucas me ha dicho que me esperaría ante el retrato del tatatatarabuelo Hugh.

—El número de tas es diferente cada vez —constató Xemerius—. Yo que tú lo llamaría simplemente el antepasado gordo.

La ignoré y preferí concentrarme en los escalones en mal estado.

Luego hice bascular el cuadro, que no hizo ningún ruido porque mister Bernhard había engrasado el mecanismo. Además, había colocado pestillos tanto en la puerta del baño como en la salida de la escalera. Al principio dudé en correrlos los dos, porque si por algún motivo me veía obligada a saltar de vuelta fuera del pasadizo secreto, me quedaría en el exterior con el cronógrafo encerrado dentro.

Después de arrodillarme y deslizar el dedo índice en el registro, lo presioné con fuerza contra la aguja (la verdad es que no había forma de acostumbrarse a aquello: cada vez que hacía un daño de mil demonios) y le dije a Xemerius:

—Cruza los dedos para que funcione.

—Va a ser un poco difícil —dijo Xemerius, y un instante después había desaparecido, y consigo también el cronógrafo.

Respiré hondo, pero el aire enrarecido del pasadizo no ayudaba precisamente a disipar la sensación de vértigo. Me incorporé un poco insegura, sujeté con más fuerza la linterna de bolsillo de Nick y abrí la puerta que daba a la escalera. De nuevo se oyeron crujidos y chirridos como en una película de terror antigua cuando el cuadro se movió hacia un lado.

—Ah, estás aquí —murmuró Lucas, que me había esperado fuera, equipado también con una linterna—. Por un segundo me he temido que pudiera ser un fantasma que aparecía a medianoche puntualmente…

—¿Con un pijama de Peter Rabbit?

—He bebido un poco, por lo de antes…Pero me alegro de haber acertado el contenido del arca.

—Sí, y afortunadamente el cronógrafo sigue funcionando. Tengo una hora, tal como hemos quedado.

—Entonces ven conmigo, rápido, antes de que empiece a berrear y despierte a toda la casa.

—¿Quién? —susurré alarmada.

—Pues el pequeño Harry! Le están saliendo los dientes o qué se yo, y cuando protesta es como una sirena.

—¿El tío Harry?

—Arista dice que, por razones pedagógicas, debemos dejarle llorar, de lo contrario se convertirá en una gallina. Pero no hay quien lo soporte, de modo que, gallina o no, a veces me deslizo en secreto hasta su cama. Cuando le canto Zorra, quién se ha llevado al ganso deja de llorar.

—Pobre tío Harry. El clásico caso de trauma infantil, diría yo.

—No me extraña que actualmente estuviera tan obsesionado con cargarse todo lo que se le ponía a tiro, fueran patos, ciervos o jabalíes, ¡y sobre todo zorros! El tío Harry era presidente de una asociación que luchaba por la introducción de la caza legal del zorro en Gloucestershire. —Tal vez deberías cantarle otra cosa y comprarle un zorrito de peluche.

Llegamos a la biblioteca sin que nadie nos viera, y después de cerrar la puerta tras nosotros, Lucas lanzó un suspiro de alivio.

—Bueno, parece que lo hemos conseguido.

En la habitación apenas había cambiado nada en relación con mi época; solo el tapizado de los sillones era distinto: cuadros escoceses verdes y azules en lugar de rosas crema sobre el fondo verde musgo. En la mesita entre los sillones había una tetera con un calentador, dos tazas y —cerré los ojos y volví a abrirlos para asegurarme de que no era una alucinación— ¡un plato con bocadillos! ¡Nada de galletas secas, sino auténticos y nutritivos bocadillos! No me lo podía creer. Lucas se dejó caer en uno de los sillones y me señaló el de enfrente.

—Si tienes hambre, sirv… —dijo, pero para entonces yo ya había agarrado el primer bocadillo y le había clavado el diente.

—¡Me has salvado la vida! —solté con la boca llena. Y entonces recordé una cosa—. No ser será de pastrami, ¿no?

—Pepino y jamón —dijo Lucas—. ¡Se te ve cansada!

—Y a ti también.

—Aún no me he recuperado de las emociones de la tarde. Como he dicho, antes he tenido que tomarme un whisky. Bueno, dos. Pero mientras tanto también he tenido de reflexionar y he llegado a dos conclusiones…sí, sí, puedes coger tranquilamente el otro bocadillo. Y esta vez tómate tu tiempo para masticar. Da un poco de miedo verte devorarlo así.

—Sigue hablando —dije. ¡Oh, Dios mío, por fin comida de verdad! Tenía la sensación de que nunca había probado unos bocadillos tan buenos—. ¿A qué dos conclusiones has llegado?

—Bien. En primer lugar, por agradables que sean, nuestros encuentros deberían tener lugar mucho más adelante en el futuro si queremos que nos aporten algo. Tan cerca como sea posible del año de tu nacimiento. Para entonces tal vez yo ya haya comprendido qué se proponen Lucy y Paul y cuáles son sus motivos, o en todo caso seguro que sabré más que hoy. Eso significa que la próxima vez que nos veamos en el año 1993, fecha en la que también te podré ayudar con el asunto del baile.

Sí, sonaba lógico.

—Y, en segundo lugar, todo esto solo funcionará si me abro paso hasta el centro de poder de los Vigilantes, es decir, hasta el Círculo Interior.

Asentí con energía, porque para hablar tenía la boca demasiado llena.

—Hasta ahora mis ambiciones en este sentido se habían mantenido dentro de unos límites aceptables. —La mirada de Lucas apuntó al escudo familiar de los Montrose que colgaba encima de la chimenea. Una espada, enmarcada de rosas, y debajo por las palabras HIC RHODOS, HIC SALTA, lo que podía traducirse por <>—. Aunque desde el principio he ocupado un buen lugar en el palco (¡al fin y al cabo la familia Montrose se encontraba representada, ya que en el año 1745, en el grupo de los miembros fundadores y además estoy casado con una portadora potencial del gen de la línea Jade!), la verdad es que no tenía la menos intención de comprometerme más de lo necesario…Pero ahora esto se ha acabado. En atención a ti, Lucy y Paul, incluso le lameré el…trataré de estar en buenas con Kenneth de Villers. No sé si funcionará, pero…

—¡Sí que funcionará! Incluso serás gran maestre —dije yo mientras me sacudía las migas del pijama. Tuve que hacer un esfuerzo para no soltar un eructo de satisfacción. ¡Qué fantástico era volver a sentirse llena!—. A ver, reflexionemos de nuevo: en el año 1993 tú tendrías…

—¡Chist! —Lucas se inclinó hacia delante y me puso un dedo sobre los labios—. No quiero oírlo. Tal vez no sea muy inteligente, pero no quiero saber lo que me depara el futuro en tanto no nos sirva en este asunto. Hasta nuestro próximo encuentro me quedan por vivir treinta y siete años y me gustaría pasarlos tan…libre de interferencias como sea posible. ¿Me comprendes?

—Sí. —Le miré con tristeza—. Lo comprendo muy bien, abuelo.

Después de eso no me pareció muy oportuno hablarle de las sospechas que abrigaban la tía Maddy y mister Bernhard con respecto a las circunstancias de su muerte. Siempre podría dejarlo para 1993.

Me incliné hacia atrás en el sillón y traté de sonreír.

—En ese caso, ¿por qué no hablamos de la magia del cuervo abuelito? Eso es algo que aún no sabes sobre mí.

De los
Anales de los Vigilantes

2 de abril de 1916

CONTRASEÑA DEL DIA: Duo cum faciunt idem, non est idem

(Terencio)

Londres sigue sometida al fuego enemigo, ayer las escuadrillas alemanas incluso volaron de día, y las bombas causaron grandes daños en toda el área urbana. La administración de la cuidad ha dispuesto que parte de los sótanos accesibles desde la City y el Palacio de Justicia sean utilizados como refugios antiaéreos. Por eso hemos empezado a tapiar los pasos conocidos, hemos triplicado la guardia en la zona de los sótanos y hemos completado, además nuestro arsenal de armas tradicionales con armas modernas.

Hoy hemos elapsado de nuevo, ateniéndonos al protocolo de seguridad, en un grupo de tres desde la sala de Documentos al año 1851. Todos llevábamos algo para leer, y habríamos podido pasar un rato tranquilo si lady Tilney hubiera encajado mis comentarios sobre sus lecturas con algo más que humor y no hubiera vuelto a provocar enseguida una disputa por cuestiones de principios. Yo me reafirmo enseguida en la opinión de que las poesías de ese Rile son un puro disparate y un galimatías, además de ser un poco patriótico leer literatura alemana: ¡nos encontramos en medio de una guerra! Personalmente, odio que la gente trate de convertirme a sus ideas, pero, por desgracias, me ha resultado imposible hacer desistir a ello a mi interlocutora. Lady Tilney estaba leyendo un degenerado fragmento sobre unas manos ajadas que saltan húmeda y pesadamente como sapos después de un chaparrón, o algo parecido, cuando han llamado a la puerta.

Naturalmente sobresaltados, y por eso descaro

enigma b aq lady conocer a

aunque luego lo niegue una aclaración nadie!!!

Sangre sin ve un metro ochenta y cin verde

Año.

Nota del margen: 17.5.1986

Ilegible al parecer por mancha de café. Las páginas 34 o 36 faltan enteras. Solicito la introducción de una norma que exija que la lectura de los Anales por parte de los novicios se efectúe en todos los casos bajo supervisión.

D. Clarksen, archivero (¡sumamente enojado!!!)

Capítulo V

—Oh, no ya has vuelto a lloriquear otra vez —dijo Xemerius, que me esperaba en el pasadizo secreto.

—Sí —me limité a responder.

Para mí había sido muy duro despedirme de Lucas, y no había sido la única que había llorado. Mi abuelo y yo no volveríamos a vernos hasta dentro de treinta y siete años, al menos desde su perspectiva, y a los dos nos parecía un tiempo increíblemente largo. Si hubiera sido por mí, habría saltado inmediatamente al año 1993, pero tuve que prometerle a Lucas que antes recuperaría el sueño atrasado. Aunque eso era mucho decir, porque eran las dos de la madrugada y a las siete menos cuarto tenía que levantarme. Probablemente, mamá necesitaría una grúa para levantarme de la cama.

Al no oír ninguna replica impertinente de parte de Xemerius, le ilumine la cara con la linterna. Probablemente solo fuera imaginaciones mías pero pareció un poco triste, y eso me hizo pensar que lo había tenido muy abandonado durante todo el día.

—Me alegro de que me hayas esperado, Xemi…erius —dije en un repentino arrebato de ternura. También me habría gustado acariciarle, pero es imposible acaricia a los espíritus.

—Pura casualidad. Mientras estabas fuera, me he dedicado a buscar un escondite apropiado para este trasto —dijo señalando el cronógrafo.

Volví a envolver el cronógrafo en mi albornoz, lo levanté, lo apoyé en la cadera y me lo coloqué en el brazo. Bostezando, salí a la escalera deslizándome por la abertura, y a continuación empuje el retrato del tatata…del antepasado gordo, que giró silenciosamente hasta tapar de nuevo la entrada.

Xemerius me acompaño volando mientras subía por la escalera.

—Si presionas hacia dentro la pared trasera de tu armario empotrado —no te costará porque solo es cartón enyesado—, podrás deslizarte a rastras hasta el trastero bajo la escalera. Y allí hay un montón de escondites posibles.

—Me parece que por esta noche me conformaré con esconderlo debajo de la cama.

Me caía de sueño y las piernas me pesaban como si fueran de plomo. Había apagado la linterna, de modo que encontré el camino hacia mi cuarto a oscuras. Y probablemente en estado de letargo. En todo caso cuando llegué a la altura de la habitación de Charlotte ya estaba medio dormida, y por eso cuando la puerta se abrió y me quedé atrapada bajo la luz, casi se me cayó el cronógrafo al suelo del susto.

—Oh,
shit
—gruño Xemerius—. Antes dormían todos como lirones, ¡te lo juro!

—¿No eres un poco mayorcita para llevar ese pijama de conejitos? —preguntó Charlotte.

Vestida con un camisón de tirantes finos, mi prima se apoyó graciosamente en el marco de la puerta. Los rizos le caían resplandecientes sobre los hombros. (Una ventana de los cabellos trenzados es que al mismo tiempo pueden producir efecto de tirabuzones con pátina dorada incorporada.)

—¿Estás loca? ¡Me has dado un susto de muerte! —murmuré para que no se despertara también la tía Glenda.

—¿Por qué te deslizas de puntillas por mi pasillo en plena noche? ¿Qué llevas ahí?

—¿Qué quieres decir con eso de «mi pasillo»? ¿Quieres que trepe por la fachada para llegar a mi habitación?

Charlotte se aparó de la puerta y dio un paso hacia mí.

—¿Qué llevas bajo el brazo? —repitió, esta vez en tono amenazador.

El hecho de que hablara en susurros lo hacía todo aún más inquietante, y además Charlotte tenía una mirada tan… peligrosa que no me atreví a pasar a su lado.

—Oh, oh —dijo Xemerius—. He aquí alguien que padece un grave síndrome premenstrual. Yo que tú no le buscaría las cosquillas.

La verdad es que tampoco tenía ninguna intención de hacerlo.

—¿Te refieres a mí albornoz?

—¡Enséñame lo que hay ahí dentro! —exigió.

Retrocedí un paso.

—¿Te falta un tornillo o qué? No pienso enseñarte mi albornoz en mitad de la noche. ¡Haz el favor de dejarme pasar, quiero ir a la cama!

—¡Y yo quiero ver qué llevas ahí! —susurró Charlotte—. ¿Crees que soy tan ingenua como tú y que me chupo el dedo? ¿Te piensas que no me he fijado en vuestras miradas conspirativas y vuestros cuchicheos? Si queréis mantener alguna cosa en secreto, deberías actuar con un poco más de astucia. ¿Qué había en esa arca que tu hermano y mister Bernhard han llevado a tu cuarto? ¿Lo que llevas bajo el brazo?

—Hay que reconocer que la chica no es estúpida —dijo Xemerius rascándose la nariz con un ala.

A otra hora del día y con la cabeza más despejada, seguro que me habría inventado alguna historia para salir del aprieto, pero en ese momento sencillamente no tenía los nervios para eso.

—¡Eso no es asunto tuyo! —resoplé.

—¡Sí que lo es! —resopló a su vez Charlotte—. Tal vez yo no sea el Rubí y por tanto tampoco un miembro del Circulo de los Doce, ¡pero al contrario que tú, al menos pienso como si lo fuera! No he podido oír todo lo que habéis cuchicheado en tu habitación, las puertas de esta casa son demasiado sólidas para ello, ¡pero con lo que he oído tengo más que suficiente! —Dio un paso más hacia mí y señaló mi albornoz—. ¡Deberías darme lo que llevas ahí inmediatamente si no quieres que te lo coja yo!

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