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Authors: Michael Crichton

Tags: #ciencia ficción

Esfera (26 page)

BOOK: Esfera
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El capitán consideró que era el momento de pronunciar un breve discurso, decir algunas palabras para levantar el ánimo.

—Sé que todos están perturbados por lo de Jane Edmunds —había dicho—; pero lo que le sucedió fue un accidente. Quizá cometió un error de juicio al salir y meterse entre las medusas. Quizá no. El hecho es que, aun en las mejores circunstancias, se producen accidentes, y el mar profundo es un ambiente cruel.

Mientras lo escuchaba, Norman pensó: «Está escribiendo su informe. Les está explicando lo ocurrido a sus superiores.»

—Ahora —continuó Barnes— insto a todos a mantener la calma. Han pasado dieciséis horas desde que el temporal se abatió sobre el mar abierto. Acabamos de enviar un globo sensor a la superficie, pero antes de que pudiéramos tomar lecturas el cable se cortó, lo que sugiere que las olas de superficie todavía tienen nueve metros de alto, o más, y que el temporal sigue castigando con toda su fuerza. El satélite meteorológico estima que nos aguarda una tormenta de sesenta horas, en el lugar donde deberíamos emerger, por lo que todavía tendremos que permanecer aquí abajo dos días más. No hay mucho que podamos hacer al respecto; tan sólo tenemos que mantener la calma. No olviden que, aun cuando lleguen a la zona de contacto aire-mar, no podrán levantar la escotilla y empezar a respirar; tendrán que pasar otros cuatro días más en una cámara hiperbárica, en la superficie, para la descompresión.

Eso fue lo primero que Norman había oído respecto al tema: que aun después de que dejaran ese pulmón artificial tendrían que disponerse a pasar cuatro días más en otro.

—Creí que lo sabía —había dicho Barnes—. Ése es el PON
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para ambientes saturados. Se puede permanecer aquí abajo el tiempo que se quiera, pero cuando se regresa hay que pasar un período de cuatro días de descompresión. Y, créame, este habitáculo es mucho más agradable que la cámara de descompresión. Así que disfrute esto mientras pueda.

«Disfrute esto mientras pueda», pensó Norman. ¡Jesús! La tarta de fresas ayudaría. De todos modos, ¿dónde diablos estaba Rose Levy?

Retornó al Cilindro D.

—¿Dónde está Rose Levy?

—No sé —respondió Tina—. Por ahí. Durmiendo, quizá.

—Nadie podría dormir durante esa alarma —objetó Norman.

—¿La ha buscado en el comedor?

—De allí vengo. ¿Dónde se encuentra Barnes?

—Volvió a la nave, con Ted. Están poniendo más sensores alrededor de la esfera.

—Les dije que era una pérdida de tiempo —dijo Harry.

—¿Así que nadie sabe dónde se halla Rose Levy? —preguntó Norman.

Alice Fletcher acababa de volver a los paneles de los ordenadores.

—Doctor —dijo—, ¿es usted una de esas personas que necesitan saber en todo momento dónde está toda la gente?

—No —dijo Norman—. Por supuesto que no.

—¿Entonces, por qué tanto lío con Levy, señor?

—Sólo quería saber dónde estaba la tarta de fresas.

—Liquidada —repuso Fletcher en el acto—. El capitán y yo regresamos de cumplir con el funeral, nos sentamos y nos la comimos toda. Así de simple.

—Quizá Rose haga más —le consoló Harry.

Norman encontró a Beth en su laboratorio, en el nivel superior del Cilindro D. Entró justo a tiempo para verla tomar una pastilla.

—¿Qué era eso?

—Valium, por Dios.

—¿Dónde lo conseguiste?

—Mira —dijo Beth—, no me largues una perorata de psicólogo sobre eso...

—Tan sólo preguntaba.

Beth señaló una caja blanca, enclavada en la pared de la esquina del laboratorio.

—Hay un botiquín de primeros auxilios en cada uno de los cilindros. Es bastante completo.

Norman fue hacia la caja y abrió la tapa con un movimiento seco. Había compartimientos bien demarcados que contenían medicamentos, jeringuillas y vendas. Beth tenía razón al decir que era bastante completo: antibióticos, sedantes, tranquilizantes, hasta anestésicos quirúrgicos. Norman no reconoció todos los nombres que aparecían en los frascos, pero las drogas psicoactivas eran fuertes.

—Con las cosas que hay en este botiquín podrías librar una guerra...

—Sí, bueno... La Armada...

—Hay todo lo que se necesita para efectuar cirugía mayor. —Norman reparó en una tarjeta que había en el interior del botiquín, y leyó: «asistmed código 103»—. ¿Tienes alguna idea acerca de lo que quiere decir eso?

Beth asintió con la cabeza.

—Es un código de ordenador. Lo traje desde la memoria.

—¿Y qué?

—Las noticias no son buenas.

Norman se sentó ante la terminal del laboratorio de Beth y preguntó:

—¿Así está bien?

Tecleó 103. La pantalla respondió:

AGENTE HIPERBÁRICO SATURADO COMPLICACIONES MÉDICAS (GRAVES - FATALES)

1.01 Embolia pulmonar.

1.02 Síndrome nervioso por alta presión.

1.03 Necrosis ósea aséptica.

1.04 Toxicidad del oxígeno.

1.05 Síndrome de esfuerzo térmico.

1.06 Seudomoniasis generalizada.

1.07 Infarto cerebral.

Elegir Una:

—No elijas ninguna —aconsejó Beth—. Leer los detalles sólo servirá para inquietarte. Limítate a considerarlo de este modo: estamos en un ambiente muy peligroso. Barnes no se molestó en darnos todos los detalles cruentos. ¿Sabes por qué la Armada tiene una regla que dispone que se debe sacar a la gente al cabo de setenta y dos horas? Porque después de ese tiempo aumenta el riesgo de padecer la llamada «necrosis ósea aséptica». Nadie puede explicar la causa, pero el ambiente sometido a presión produce la destrucción de los huesos de piernas y caderas. ¿Y sabes por qué, cuando caminamos por él, este habitáculo se ajusta de modo constante? No se debe a que sea alta tecnología llamativa pero superficial. Se debe a que la atmósfera de helio hace que sea muy volátil el control del calor corporal; rápidamente te puedes sobrecalentar y, con la misma rapidez, enfriarte, hasta un nivel letal. Puede ocurrir con tanta velocidad que no te des cuenta hasta que es demasiado tarde. Entonces te caes muerto. Y el «síndrome nervioso por alta presión» consiste en convulsiones súbitas, parálisis y muerte si el índice de bióxido de carbono de la atmósfera cae a un nivel muy bajo. Para eso están las placas del pecho, para saber con seguridad que tenemos suficiente CO2 en el aire. Ese es el único motivo por el que llevamos las placas. Agradable, ¿eh?

Norman apagó la pantalla con un movimiento seco y quedó inmóvil en su asiento.

—Bueno, volviendo al punto de partida: ahora no hay mucho que podamos hacer al respecto.

—Es lo que dijo Barnes.

Beth empezó a empujar elementos de su equipo sobre la mesa de trabajo. Reacomodaba las cosas con movimientos nerviosos.

—Qué pena que no tengamos una muestra de esas medusas —comentó Norman.

—Sí; pero, a decir verdad, no sé muy bien cuál sería la utilidad de tenerla. —Frunció el entrecejo y movió algunos de los papeles que había sobre la mesa—. Norman, aquí abajo no estoy pensando con mucha claridad.

—¿Qué quieres decir?

—Después del accidente volví aquí arriba para releer mis notas, para repasar cosas. Y revisé los camarones. ¿Recuerdas que te dije que carecían de estómago? Bueno, pues sí lo tienen. Había hecho una mala disección, fuera del plano sagital medio y, sencillamente, no llegué a exponer las estructuras de la línea media. Pero están ahí, ya lo creo: los camarones son normales. Y en cuanto a los calamares, resulta que el único que disequé tenía una pequeña anomalía: una branquia atrofiada, pero tenía una. Los demás calamares son todos normales, como cabía esperar. Yo estaba equivocada, procedí con demasiada precipitación. Y eso realmente me molesta.

—¿Esa es la razón de que tomaras el Valium?

Ella asintió en silencio.

—Odio ser chapucera.

—Nadie te está criticando.

—Si Harry o Ted repasaran mis investigaciones y descubrieran que cometí esos estúpidos errores...

—No es tan grave cometer un error.

—Ya los puedo oír: «Como todas las mujeres, no es lo bastante atenta; está demasiado ansiosa por hacer un descubrimiento; trata de probarse a sí misma y saca conclusiones con excesiva rapidez. Como todas las mujeres...»

—Nadie te está criticando, Beth.

—Yo lo estoy haciendo.

—Tú y nadie más —dijo Norman—. Creo que tendrías que darte un respiro.

Beth miró con fijeza las cosas que había en la mesa, y luego dijo:

—No puedo.

Algo en el tono con que pronunció esas palabras conmovió a Norman.

—Entiendo. —Y un recuerdo irrumpió en su memoria—. Voy a contarte algo. Cuando era niño fui un día a la playa con mi hermano menor, Tim. Ya murió; pero, en aquel entonces, tenía alrededor de seis años y todavía no sabía nadar. Mi madre me había dicho que lo vigilara con cuidado. No obstante, cuando llegué a la playa vi que estaban allí todos mis amigos, dejándose llevar por las olas hacia la costa. Yo no quería que mi hermano me molestara. Fue un momento difícil, porque yo quería meterme en el mar y mi hermano tenía que quedarse cerca de la orilla. Como quiera que fuese, en cierto momento él salió del agua gritando de un modo atroz, dando chillidos a más no poder, y dando tirones a algo que tenía en el lado derecho. Resulta que le había picado una medusa, la cual estaba todavía agarrada a su cuerpo, colgada del costado. Después, mi hermano se desplomó en la playa. La madre de uno de los chicos corrió hasta donde estaba Timmy; lo levantó y lo llevó al hospital antes de que yo hubiera salido del agua siquiera. Yo no sabía adonde habían llevado a mi hermano, de modo que tardé en llegar al hospital; mi madre ya estaba allí. Tim se hallaba en estado de shock porque la dosis de veneno fue muy alta para su pequeño cuerpo. De todas maneras nadie me hizo ningún reproche, pues de nada habría servido que yo hubiera estado sentado a su lado en la playa, vigilándolo; igual le habría picado la medusa. Sin embargo, como yo no había estado sentado donde debía estar, me culpé durante años, hasta mucho tiempo después de que mi hermano se pusiera bien. Cada vez que le veía esas cicatrices en el costado, experimentaba un terrible sentimiento de culpa. Pero uno lo supera, no eres responsable de todo lo que ocurre en el mundo. De ningún modo.

Se produjo un silencio. Desde algún lugar del habitáculo llegaba un suave golpeteo rítmico, una especie de martilleo. Y el omnipresente zumbido de los purificadores de aire.

Beth contemplaba a Norman.

—Ver morir a Jane Edmunds tiene que haber sido muy duro para ti.

—Es extraño —dijo Norman—. Pero hasta este instante no había relacionado los dos hechos.

—Lo bloqueaste, supongo. ¿Quieres un Valium?

Norman sonrió.

—No.

—Pareces a punto de llorar.

—No. Estoy bien. —Se puso de pie y se estiró. Fue hasta el botiquín, cerró la tapa blanca y regresó junto a Beth.

—¿Qué opinas de los mensajes que estamos recibiendo? —preguntó ella.

—No tengo la menor idea —dijo Norman, y volvió a sentarse—. En realidad, sí tuve una idea loca. ¿Crees que los mensajes y estos animales que estamos viendo pueden hallarse relacionados?

—¿Porqué?

—No había pensado en ello hasta que empezamos a recibir mensajes en espiral. Harry dice que se debe a que la cosa, el famoso eso, cree que pensamos en términos de espirales. Pero es igualmente probable que eso piense de esa manera y, en consecuencia, suponga que también lo hacemos nosotros. La esfera es redonda, ¿no? Y todos esos animales que estuvimos viendo tienen simetría radial: medusas, calamares.

—Sería una buena idea —admitió Beth—, si no fuera por el hecho de que los calamares no tienen simetría radial. Los pulpos sí la tienen y, al igual que los pulpos, los calamares tienen un grupo circular de tentáculos; pero los calamares tienen simetría bilateral, en la que hay un lado izquierdo que coincide con uno derecho, como ocurre con nosotros. Y, además, están los camarones.

—Es cierto, los camarones. —Norman se había olvidado de los camarones.

—No llego a ver una conexión entre la esfera y los animales —confesó Beth.

Otra vez oyeron el golpeteo, suave, rítmico. Sentado en su silla, Norman se dio cuenta de que podía sentir el golpeteo también, en forma de leves choques.

—¿Qué es lo que se oye?

—No lo sé. Suena como si viniera desde fuera.

Norman había empezado a caminar hacia la portilla, cuando el intercomunicador chirrió y se oyó la voz de Barnes:

—Atiendan: todo el personal a Comunicaciones. Todo el personal a Comunicaciones. El doctor Adams descifró el código.

Harry no les dijo de inmediato el contenido del mensaje. Recreándose en su triunfo, insistió en recorrer el proceso de descifrado, paso por paso. Primero, explicó, había pensado que los mensajes podrían expresar alguna constante universal o alguna ley física, enunciada como una forma de abrir el diálogo.

—Pero también podría ser alguna representación gráfica, por ejemplo, el código de una imagen, lo que planteaba inmensos problemas. Después de todo, ¿qué es una imagen? Nosotros trazamos imágenes sobre un plano liso, como una hoja de papel, y dentro de la imagen determinamos posiciones mediante lo que denominamos ejes X e Y, horizontal y vertical. Pero otra inteligencia podría ver otras imágenes, tal vez imágenes de más de tres dimensiones, y organizarías de manera diferente. O podría trabajar desde el centro de la ilustración hacia afuera, por ejemplo. Por todo ello, el código podría resultar muy difícil de descifrar. Al principio no progresé mucho.

Más tarde, cuando recibió el mismo mensaje, pero con huecos entre las secuencias de números, Harry empezó a sospechar que el código representaba grupos discretos de información, lo que sugería que eran palabras, no imágenes.

—Ahora bien, los códigos con palabras pertenecen a varios tipos, desde los más sencillos hasta los muy complejos. No había manera de saber, de inmediato, qué método de cifrado se había utilizado. Hasta que, en cierto momento, tuve una súbita percepción intuitiva...

Esperaron con impaciencia que les dijera cuál había sido esa percepción intuitiva.

—¿Por qué usar un código? —preguntó Harry.

—¿Cómo que por qué usar un código? —exclamó Norman.

—Por supuesto. Si uno está tratando de comunicarse con alguien, no usa un código, ya que los códigos son una forma de esconder la comunicación. Por lo que, tal vez, esta inteligencia piensa que se está comunicando de modo directo, pero, en realidad, al comunicarse con nosotros está cometiendo algún tipo de error de lógica. Está elaborando un código, sin que sea ésa su intención, lo cual podría significar que el código no intencional fuese un código de sustitución, en el que hay números en lugar de letras. Cuando recibí la separación en palabras empecé a probar y a equiparar números con letras, mediante el análisis de frecuencias de aparición. Por este sistema se descifran códigos teniendo en cuenta el hecho de que, en inglés, la letra más común es la «e», la segunda que aparece con más frecuencia es la «t», y así se continúa
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. De manera que busqué los números de mayor frecuencia de aparición. Pero me lo impidió el hecho de que incluso una secuencia numérica corta, como dos-tres-dos, podría representar muchas posibilidades del código: dos, tres y dos, veintitrés y dos, dos y treinta y dos, o doscientos treinta y dos. Las secuencias de código más largas presentaban muchas más posibilidades todavía. Entonces —continuó Harry—, cuando me hallaba sentado frente al ordenador, pensando en los mensajes en espiral, miré el teclado y me pregunté qué inferiría una inteligencia extra-terrestre de nuestro teclado, de esas hileras de símbolos en un dispositivo formado por teclas que se aprietan. ¡Cuán confuso le tiene que parecer a otra clase de ser! Miren aquí: las letras de un teclado común y corriente de ordenador van así.

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