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Authors: Gena Showalter

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

Entrelazados (20 page)

BOOK: Entrelazados
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—Será mejor que te calles —le susurró Aden en mitad de la clase—. Te vas a meter en problemas, y no querrás enfadar a la señora Carrington. Tengo entendido que muerde.

—No te preocupes, tío. A nadie le importa lo que haga yo —dijo el chico nuevo con una sonrisa. Tenía el pelo rubio y despeinado. No dejaba de caerle sobre los ojos.

Parecía que absorbía la luz de la habitación. No dejaba de brillar. Aden había visto aquel brillo en otra persona, pero no recordaba quién era. Ah, sí, la señora del centro comercial. Exacto. Y, como la señora, aquel chico le ponía los pelos de punta a Aden.

—Por cierto, me llamo John O’Conner.

—Aden Stone.

—Escucha, ¿has visto a Chloe Howard por el pasillo? Es una morenita con aparato. Tiene muchas pecas. Es muy guapa.

—No.

—Oh, tío, pues tú te lo pierdes. Pero no pasa nada, tienes todo el día para ir a buscarla y…

—Señor Stone —dijo la profesora, dando una palmada sobre su escritorio—. ¿Quiere explicar los vectores usted mismo o puedo continuar?

Él se encogió en el asiento mientras todos se volvían a mirarlo.

—Puede continuar.

¿Por qué no le había dicho nada a John?

Ella lo miró fijamente durante un instante. Después asintió y volvió a dar la clase.

—Ven a comer conmigo —le dijo John—. No quiero estar solo, y te hablaré de Chloe.

—Está bien —dijo Aden, para terminar con la conversación—. Te esperaré junto a las puertas de la cafetería.

—Genial.

Por fin, se hizo el silencio.

Cuando sonó la campana del final de la clase, Aden tomó sus cosas y se dirigió hacia la puerta sin saber qué hacer. Iba a reunirse con Shannon, y también con John, para comer, así que no podía marcharse a casa de Mary Ann para averiguar si estaba allí.

Había memorizado su número de teléfono. Tal vez la recepcionista del instituto le permitiera hacer una llamada. Salvo que…

Aquella ráfaga de viento que ya le resultaba familiar lo golpeó en el pecho, y Aden se detuvo en seco.

Mary Ann tenía que estar cerca.

Miró por el pasillo y la vio caminando hacia él. Sintió un gran alivio.

—Aden —dijo ella, y sonrió tímidamente, como si no supiera cuál iba a ser su recibimiento.

—Bueno, ¿entonces me hablas otra vez? —le preguntó Aden—. ¿Por qué me has estado haciendo el vacío?

A Mary Ann se le borró la sonrisa de los labios.

—¿Qué dices? Yo no te he hecho el vacío. Tú eres el que me has evitado a la hora de comer.

—Pero si tú te marchabas enseguida después del instituto —le recordó él—. Si yo me acercaba a ti, tú echabas a correr.

—Lo siento. No quería… no era por ti… Oh, lo estoy explicando muy mal. Pero te prometo que has malinterpretado mi intención. Eres amigo mío y necesito hablar contigo —le dijo ella. Miró a ambos lados y añadió—: Aunque éste no es el mejor momento para explicarte nada.

Un malentendido. Gracias a Dios. Aden era nuevo en aquello de la amistad, y claramente, tenía mucho que aprender.

—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué no has venido a las primeras horas de clase?

—Bueno, he hecho novillos. Y en cuanto a la primera pregunta, he venido para evitar que te fueras corriendo a donde normalmente vayas a la hora de la comida.

Él no le dijo que había tenido que cambiar sus planes.

—Acompáñame a mi taquilla —le dijo él, y ella asintió.

Comenzaron a caminar juntos.

—Entonces, ¿adónde vas a la hora de comer? —le preguntó ella.

—Salgo del campus y me voy al bosque a… Ya sabes.

Ella se quedó boquiabierta.

—¿De verdad? ¿Por qué? Y, Aden, eso no es bueno para ti. Tienes que comer.

—No te preocupes. La esposa de Dan nos hace el almuerzo todas las mañanas. Me lo llevo al bosque y como allí.

—Ah.

A su alrededor se movían muchos estudiantes, y las taquillas se abrían y se cerraban.

—No tienes por qué hacer eso —le dijo ella—. No tienes por qué buscar al lobo. Él y yo hemos hablado.

Al principio, Aden sintió sorpresa. Después ira. Después miedo.

—Ya te he dicho que te alejes de él, Mary Ann. Tienes suerte de seguir viva. Una… amiga mía me ha dicho que los hombres lobo son asesinos.

Ella palideció y se llevó una mano a la garganta.

—¿Qué amiga? ¿Es alguien que sabe lo que está ocurriendo?

—No te preocupes. Ella no es… humana.

—¿Qué quieres decir? ¿Qué es?

¿Debía decírselo, o no? Sí, tenía que hacerlo. Necesitaba su ayuda, y por lo tanto, ella necesitaba toda la información que él pudiera darle, aunque fuera sobre Victoria.

Aden le dijo en voz baja:

—Mi amiga es una vampira. Y una princesa.

Mary Ann no se rió de él. No le dijo que estaba imaginándose cosas. Tragó saliva y asintió.

—Has mencionado antes a los vampiros, pero yo no sabía que conocieras a alguno de verdad. ¿Cómo la has conocido? —preguntó, frotándose el cuello como si ya pudiera sentir sus colmillos en la carne.

—Te lo contaré todo, pero no con tanto público alrededor. Ahora necesito que me prometas que te vas a mantener alejada de ese animal. Aparte de que quiera matarme, tiene algo raro. Yo no debería haber podido… ya sabes, ese día.

Ella frunció el ceño.

—No, no lo sé. Disculpa.

—Poseerlo.

—Ah. ¿Por qué no?

—Cuando estoy contigo, mis habilidades dejan de funcionar. Sin embargo, aquel día en el bosque todas funcionaron perfectamente. Tiene que ser por él. Él era la única variable.

—En primer lugar, quiero saber cuáles son esas habilidades. En segundo lugar, el lobo no es peligroso. Por lo menos, no para mí. Creo que le caigo bien. Me ha estado acompañando al colegio todas las mañanas, y a casa todas las tardes. Además, ya no quiere matarte.

Aden no podía creer que se hubiera pasado tanto tiempo preocupándose por ella, pensando que no quería tener nada que ver con él, y en realidad, lo que ocurría era que ella había estado jugando con un lobo como si fuera su mascota.

—¿Por eso has salido corriendo y huyendo de mí todos los días después de clase?

Ella se ruborizó.

—Sí, pero por favor, no te enfades —le pidió Mary Ann—. No puedo evitarlo. Me siento arrastrada hacia él.

Eso, Aden lo entendía. Le sucedía lo mismo con Victoria.

Llegaron a la taquilla de Aden y él abrió la combinación.

—Estoy seguro de que a Tucker le va a encantar que te guste otro chico. Sobre todo, si es un animal.

—¡Eh! —exclamó ella, y le dio una palmada en el hombro—. No es un animal. No todo el tiempo. Aunque no me ha enseñado todavía su forma humana —murmuró Mary Ann—. Y además, no me importa que a Tucker le guste o no. Hemos roto.

—¿De veras? ¿Habéis roto?

Ella asintió.

—Sí. Se acostó con Penny.

—Ah —dijo él, mientras metía los libros en el armario y volvía a activar la combinación de la puerta—. Por eso estabas tan disgustada esta mañana.

—¿Tú no lo estarías? Me han traicionado y después se han comportado como si no hubiera pasado nada.

—Lo siento. Sin embargo, no me parece extraño que lo ocultaran. A nadie le gusta hacer públicos sus errores.

—Ay. Hablas exactamente igual que el lobo… No importa.

—Estás mejor sin él —le dijo Aden—. Tucker es un…

—¿Idiota? —le preguntó Mary Ann, y ambos se echaron a reír.

—Sí. Un idiota.

—Estoy de acuerdo —le dijo Mary Ann—. Vamos —añadió, y comenzaron a caminar—. Si lo único que podemos esperarnos es deslealtad y traición, ¿para qué nos molestamos en hacer amigos?

A él no le gustaba nada que su optimismo habitual hubiera desaparecido.

—Es por la naturaleza humana. Lo que nos impulsa a vivir es que esperamos siempre lo mejor.

—Pareces mi padre —refunfuñó ella.

—Bueno, pues tu padre es un genio.

Mary Ann se echó a reír.

Llegaron a las puertas de la cafetería. En cualquier momento iban a aparecer Shannon y John O’Conner. Él se colocó a un lado con Mary Ann.

—Tengo que hablar contigo.

—¿Qué ocurre?

—Por favor, no te vayas después de la escuela. Encuentra la manera de librarte del lobo. Tengo que contarte muchas cosas. No sólo acerca de la vampira, sino también de mí mismo. Necesito que me ayudes a conseguir una cosa.

Ella le apretó el antebrazo en un gesto de afecto.

—Sea lo que sea, te ayudaré en lo que pueda. Espero que lo sepas.

Tan fácil y tan rápido. Aden tuvo ganas de abrazarla, y no tuvo nada que ver con sus habilidades, sino con ella misma. Con lo estupenda que era. Teniendo en cuenta toda la gente que le había dado la espalda durante sus años de vida, en parte, Aden se había esperado que ella vacilara.

—Durante toda la semana he estado pensando que no querías tener nada que ver conmigo, que te asustaba. Para ser sincero, no estaba seguro de cómo ibas a reaccionar hoy.

—Oh, Aden, lo siento muchísimo. Debería haberte dicho lo que estaba haciendo, pero tenía miedo de que intentaras protegerme y acabaras herido. Y si hubieras sufrido algún daño por mi causa, la culpabilidad me habría matado.

Él sonrió con alivio, y ella le devolvió la sonrisa.

—Espero que no te importe, pero he quedado para comer con Shannon —dijo—. Ah, y con un chico nuevo muy hablador que se supone que va a venir también.

—¿Un chico nuevo? No sabía que hubiera otro.

—Sí, ha entrado hoy. Se llama John O’Conner y…

—¿Cómo? —ella arrugó la nariz de asombro—. ¿John O’-Conner?

—Sí, ¿por qué?

—Descríbemelo.

—Tiene el pelo rubio, los ojos marrones y la piel como brillante. Es un poco raro.

—Salvo por lo del brillo, ese chico parece el John a quien yo conocía. Sin embargo, alguien te está gastando una broma, porque murió el año pasado de una sobredosis.

Aden se frotó la nuca para relajarse los músculos.

—Una broma.

—Lo siento.

Tuvo ganas de darle un puñetazo a la pared al imaginarse cuánto se estaba riendo alguien a sus expensas.

—Shannon estará dentro —dijo con tirantez.

Mary Ann lo miró comprensivamente antes de entrar en la cafetería.

Minutos después, los tres chicos estaban sentados a una de las mesas.

Aden se dio cuenta de que Penny miraba con tristeza a Mary Ann, y que Tucker miraba a Mary Ann, y después a él con odio. Shannon mantuvo la cabeza agachada, y Mary Ann estuvo hablando de cosas sin importancia. Aden buscó a John, pero no lo vio. Sin embargo, no parecía que nadie se estuviera riendo de él, así que se relajó. Un poco.

Cuando sonó el timbre que indicaba el comienzo de la clase siguiente, todos comenzaron a levantarse.

—Esp-peradme después de clase —les dijo Shannon—. Podemos volver juntos a casa.

Aden y Mary Ann se miraron. Ella se quedó inmóvil a medio camino de levantarse. Se suponía que, después de clase, tenía que evitar al lobo para que ellos dos pudieran hablar.

Shannon debió de percibir la tensión, porque dijo:

—N-no impo-porta —e intentó escabullirse.

Mary Ann sonrió y lo agarró por la muñeca.

—Me parece estupendo que volvamos juntos a casa. Sólo estaba intentando acordarme de si mi padre iba a venir a buscarme o no.

—Ah. De acuerdo —respondió Shannon. Su postura se hizo más relajada.

—Bueno, entonces nos vemos luego —dijo Aden, intentando disimular su decepción, y se fue a su clase.

Parecía que su charla con Mary Ann iba a tener que esperar otra vez. No podían contarse sus secretos con público. A menos que se lo contara sin decir una palabra.

Durante las tres clases siguientes se dedicó a escribir acerca de sí mismo, de su pasado, de las cosas que había hecho, de las cosas que había presenciado y de lo que necesitaba de Mary Ann. No ocultó ningún detalle ni intentó retratarse con benevolencia. Quería que ella supiera la verdad.

«Tengo un mal presentimiento sobre esto», dijo Elijah cuando terminó.

Aden soltó un gruñido. Otro mal presentimiento no. Pero no importaba. Iba a darle aquella carta a Mary Ann.

Lo que ocurriera después era cosa de ella.

Aquel día, más tarde, Mary Ann leyó el final de la nota de Aden por enésima vez.

Tengo que hallar la forma de liberarles, tanto por ellos como por mí. No estoy loco. Son gente, no son sólo voces. Sin embargo, no sé cómo hacerlo. Sólo se me ocurre encontrarles cuerpos, pero eso es imposible, ¿no? Y si me las arreglo para encontrar los cuerpos, tal vez alguien que haya muerto recientemente, ¿cómo voy a sacarlos de mi cabeza y ponerlos dentro de esos cuerpos? Tú eres la primera persona que conozco que puede anular lo que hago. Creo que sabes cosas que yo no sé, aunque ni siquiera te des cuenta. ¿Y tú? Pero entenderé perfectamente que no quieras ayudarme.

Mary Ann bajó los brazos, con el papel sujeto entre los dedos. Su mente era un torbellino de preguntas. Había otras cuatro personas dentro de la cabeza de Aden. Sus voces eran una distracción constante para él, salvo cuando estaba con ella. Por algún motivo, ella las silenciaba.

¿Creía algo de eso? No quería creerlo, y al principio no lo había hecho. Sin embargo, sus dudas habían dado paso a la curiosidad. La curiosidad se había convertido en incertidumbre, y la incertidumbre, al final, se había transformado en aceptación.

Una semana antes, ella no sabía que existieran los hombres lobo y los vampiros, y en aquel momento, ya no podía negarlo. ¿Por qué no podía existir un chico con cuatro almas encerradas dentro de él? Gente que podía viajar en el tiempo y despertar a los muertos, predecir el futuro y poseer otros cuerpos. Eso último, ella lo había visto en persona.

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