Entre sombras (13 page)

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Authors: Lucía Solaz Frasquet

Tags: #Infantil y juvenil

BOOK: Entre sombras
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Acacia ya sabía que Eric era especial, pero no se atrevía a pensar hasta qué punto y si eso constituía una amenaza para Enstel y para ella.

Jonas la besó una vez más en los labios antes de desplomarse a su lado. Acacia se giró hacia él y sonrió mientras lo observaba intentando recuperar el aliento. A pesar de la música que habían puesto, todavía les llegaba el rumor de la actividad incesante que se estaba desarrollando a su alrededor. Jonas estudiaba Derecho en Hertford College y el edificio en el que se encontraba su desordenada habitación era todavía más ruidoso que Waynflete.

—¡Vaya si ha sido intenso! —exclamó el joven.

—¿Más que de costumbre?

Enstel acababa de abandonar el cuerpo de Jonas y la miraba con una sonrisa divertida.

—Diría que sí. No resulta fácil mantener tu ritmo.

—Eso es porque eres demasiado viejo para mí —sentenció Acacia con fingida seriedad.

—¡Solo tengo tres años más que tú! —protestó Jonas.

—Exacto. Todo el mundo sabe que la decadencia comienza a los veintidós.

—¿En serio? —preguntó Jonas frunciendo el ceño con preocupación.

—No te angusties —respondió Acacia deslizando unos dedos sinuosos por su pecho—. No se lo diré a nadie… ¿Crees que te quedan fuerzas para volver a empezar?

Trinity, el tercer y último trimestre del curso, suponía enfrentarse a cuatro exámenes de tres horas cada uno sobre los temas de arqueología, antropología y evolución humana que habían estudiado durante Michaelmas y Hilary. A pesar de la magnitud de los temores que la embargaban y las pesadillas que la mantenían en vela gran parte de la noche, Acacia se esforzó al máximo y logró mantener la calma cuando el pánico comenzó a reinar entre la mayoría de los estudiantes con exámenes finales.

Sin embargo, no lograba quitarse de la cabeza a Eric. No había vuelto a verlo de cerca, aunque lo vislumbró saliendo de Blackwell, donde parecía haber adquirido un cargamento de libros, en una de las bibliotecas y con el profesor Weber al fondo de Eagle and Child, el pub en el que se habían reunido cada martes los Inklings, el grupo literario al que pertenecieron C. S. Lewis y J. R. R. Tolkien. Aunque no quería caer en la paranoia, en varias ocasiones tuvo la clara sensación de estar siendo observada, si bien al mirar a su alrededor fue incapaz de identificar la fuente. Aparte del peligro potencial que suponía Eric, aunque no diera muestras en esa dirección, le intrigaba esa persistente sensación de familiaridad. Estaba segura de no haberlo visto antes. ¿Qué podía ser?

Unos días antes, Enstel le había dicho que, aunque era evidente que Eric debía tener algún tipo de conexión con fuerzas sobrenaturales, no creía que albergara intenciones malignas.

—Eso lo dices porque estás encantado de que alguien te pueda ver —gruñó Acacia sin dejarse convencer—. No estoy dispuesta a que me quemen por bruja solo por satisfacer tu vanidad.

Concluido el último trimestre, Acacia se dispuso a acometer el trabajo de campo que le había asignado el comité, dos semanas en Pembrokeshire, un condado del oeste de Gales, participando en las excavaciones de un castillo normando construido en 1108.

El proyecto del castillo de Nevern, Nanhyfer en galés, estaba dirigido por la Universidad de Durham y contaba con un grupo de entusiastas voluntarios procedentes de distintas instituciones. Solo una pequeña parte de las excavaciones podía realizarse con maquinaria y los días transcurrieron de rodillas en distintas zanjas, cavando armados de picos y palas, descubriendo paredes y restos de utensilios de arcilla. Algunas de las paredes y restos habían sido dañados por las actividades agrícolas que se habían llevado a cabo en la zona y por las raíces de los árboles. Acacia aprendió a recoger muestras de barro que habían de ser examinadas en busca de carbón y semillas y a reconocer la cerámica conocida como Chester, de principios del siglo
XII
, por su burda decoración floral.

En los días secos y soleados, el trabajo parecía avanzar con rapidez. En ocasiones, Acacia también atendía a los visitantes que llegaban en un flujo constante, turistas de Gran Bretaña, Estados Unidos y Canadá, miembros de distintas universidades y habitantes de la zona que descubrían con asombro cómo un castillo medieval enterrado durante siglos se iba desvelando ante sus ojos. Se creía que el castillo había sido crucial en las guerras entre los príncipes galeses y los invasores ingleses durante el siglo
XII
, pero que también era parte de un fuerte que se remontaba a la Edad de Hierro, hacía más de 2500 años.

Por las noches, Enstel frotaba sus músculos doloridos y le curaba rozaduras, cortes y moraduras.

Los días en que era imposible hacer nada debido a la lluvia, Acacia trabajaba en el informe sobre las actividades realizadas que debía presentar en octubre y se divertía con los otros estudiantes. Tuvieron también oportunidad de visitar los alrededores, incluida la iglesia normanda de Nevern y su cementerio con cruces celtas y piedras inscritas.

Acacia regresó a Devon, agotada y feliz por la experiencia, y apenas diez días más tarde se preparaba para volar al norte de España y completar su segundo proyecto.

15

Enstel la acompañó a su clase sobre antropología del arte y la escuchó tocar el piano en una de las salas de prácticas, donde Acacia lo complació interpretando una de sus sonatas de Mozart favoritas. Poco después de llegar a Magdalen con una bolsa repleta de libros se despidieron con un beso.

En el segundo y tercer año en Oxford habían de cubrir cuatro temas principales sobre análisis e interpretación social, representaciones culturales, creencias y prácticas, paisaje y ecología, urbanización y cambio en las sociedades complejas. Existía además una serie de clases opcionales. Los exámenes tendrían lugar al final del tercer año y mientras tanto también debía empezar a trabajar en su tesis. En Michaelmas, el primer trimestre, tenía que hablar con el director de estudios, algo que todavía no se había decidido a hacer aunque ya se encontraban a finales de noviembre. Aún no se sentía preparada para discutir posibles temas y seleccionar a un potencial supervisor de tesis.

De las asignaturas de libre elección, Teorías del género y realidades: perspectivas transculturales estaba resultando ser una fuente constante de fascinación con sus teorías que ligaban el género con la raza, la identidad, la etnicidad y la semántica del cuerpo. Le encantaban las charlas sobre feminismo, sexualidad, masculinidad, simbolismo, tradición y mitología, representación etnográfica de la ideología del género y relaciones de poder.

Acacia tomó otro de los libros de la pila que tenía al lado. Llevaba toda la tarde sentada en una de las mesas bajo la gigantesca chimenea del siglo
XIV
en el Old Kitchen Bar de Magdalen, donde a veces estaba más a gusto que en la biblioteca o en su habitación. En ocasiones, tener un poco de ruido de fondo le ayudaba a concentrarse.

—¿Hasta qué punto son la sexualidad y el género un constructo social? —dijo una voz desconocida leyendo el título de su ensayo—. Prometedor tema.

Levantó la cabeza sobresaltada, tan absorta que ni siquiera se había percatado de que alguien se había acercado a su mesa. Apenas a medio metro de distancia, Eric la estudiaba con insondables ojos azules.

Acacia lo miró fijamente, notando cómo la sangre desaparecía de su rostro y el ritmo de su corazón se disparaba. Había pasado los últimos meses pensando en él, deseando y temiendo volver a encontrarlo. A su regreso a Oxford, la primera semana de octubre, le había parecido sentir su presencia, aunque solo llegó a verlo con claridad en dos ocasiones, al fondo de la sala durante una de las actuaciones del coro y en Jericho Tavern. Casi había asumido que iban a continuar jugando al gato y al ratón de forma indefinida y lo que menos se había esperado era que se presentara frente a ella de improviso.

Echó una rápida ojeada a su alrededor. Se había sentado lejos de la puerta y el bar se hallaba inusualmente desierto, con solo unos pocos estudiantes charlando o comiendo unas mesas más allá. Se sintió atrapada y con el corazón como un caballo desbocado.

—He pensado que ya es hora de que nos presentemos como es debido. Soy Eric Mumford.

Acacia vio su propio brazo levantarse, como si tuviera vida propia, y estrechar la mano que le tendía Eric. El contacto con su piel, suave y seca, provocó un extraño fogonazo de luz detrás de sus ojos.

Eric debió ver el pánico en el rostro de Acacia, pues su expresión se suavizó ligeramente. Soltó su mano y se sentó en una silla frente a ella.

—Y tú eres Acacia Corrigan, ¿verdad? Qué nombre más inusual.

La joven lo miró confusa, sin poder creer lo que estaba ocurriendo, incapaz de moverse, de articular palabra o de apartar la mirada de sus ojos, sintiéndose dividida entre su deseo de huir y una extraña atracción hipnótica.

—Mi hermano me encontró debajo de una acacia cuando era un bebé —se escuchó decir.

Entonces se percató de lo que estaba ocurriendo y cerró los ojos hasta que logró recuperar el control sobre su mente y su cuerpo.

—Muy bien… —murmuró Eric con una sonrisa apreciativa—. Verás, podría haberme acercado a ti con la excusa de que el profesor Weber me ha contado que estuviste en Clunia y que se ha quedado impresionado por tu informe y también con el resultado de tus exámenes, pero estarás de acuerdo conmigo en que este pequeño experimento ha sido más interesante.

Acacia comenzó a levantarse con indignación y Eric hizo un gesto apaciguador con las manos.

—Por favor, no te marches. Eso solo dificultaría las cosas.

Acacia tragó saliva, sopesando la velada amenaza de sus palabras.

—¿Qué cosas? —preguntó manteniendo la voz baja—. ¿De qué demonios estás hablando?

—Siéntate, por favor. Vengo en son de paz.

Acacia lo estudió con recelo. Podía tratarse de uno de sus trucos. Por otra parte, sus profundos ojos azules reflejaban una sinceridad genuina difícil de ignorar.

—Perdóname —le pidió Eric—. No pretendía ofenderte ni jugar contigo, pero tenía que asegurarme.

—¿Asegurarte de qué? —preguntó la joven mientras volvía a tomar asiento. El ritmo de su corazón apenas había empezado a recuperarse.

—De que eres quien creo que eres, alguien no solo capaz de percatarse de lo que estaba haciendo sino hasta de bloquear mi influencia.

Acacia lo miró sin disimulado desmayo. Había caído en la trampa como una tonta.

—Veo que tu amigo no está hoy contigo —pronunció Eric con cuidado.

—Enstel —dijo Acacia respirando hondo y apartando la mirada. Sabía que no serviría de nada fingir inocencia.

Había reprimido el impulso de llamarlo, tratando también de controlar su pánico para no alertarlo y hacer que acudiera a su lado. Enstel haría cualquier cosa por protegerla y no podía arriesgarse a que Eric lo perjudicara de modo alguno.

El joven la observó intrigado, empezando a comprender.

—Antes de nada, quiero asegurarte que no represento ninguna amenaza para vosotros.

Acacia exhaló un gemido ahogado y se cubrió el rostro con la mano al tiempo que notaba mortificada que los ojos se le llenaban de lágrimas de puro alivio. Su propia reacción al escuchar las palabras de Eric y la completa honestidad en su tono la tomó por sorpresa. En ese momento se dio cuenta de que llevaba meses viviendo con el corazón en vilo, sobrellevando una tensión constante ante la posibilidad intolerable de que alguien pudiera dañar a Enstel o poner en peligro su unión. Se obligó a mirar a Eric a los ojos y constató que, tras años de miedo soterrado, la primera persona que era plenamente consciente de la existencia de Enstel no la contemplaba con la condena que tanto había temido.

Eric extrajo un pañuelo del bolsillo de sus vaqueros y se lo tendió mientras continuaba estudiándola en silencio. Acacia percibió con sorpresa que la energía entre ellos se había transformado por completo. De repente, Eric parecía mucho más relajado, casi tan aliviado como ella misma.

—Por favor, acepta mis disculpas —pronunció con sincera contrición cuando Acacia logró recuperar la compostura—. Me doy cuenta de que he sido un bruto insensible.

—¿Por qué dices eso? —preguntó Acacia casi a su pesar, sintiéndose muy extraña.

El inesperado ataque de llanto parecía haber arrastrado consigo gran parte de la desconfianza, el recelo y el temor que había albergado contra Eric. Al mismo tiempo, la curiosa sensación de familiaridad que la había asaltado desde que lo viera por primera vez se estaba intensificando junto a una serie de sentimientos que no entendía.

—Me temo que me he forjado una idea muy equivocada de ti —respondió Eric.

Acacia lo miró, todavía sin comprender.

—Para controlar a un espíritu como Enstel hace falta ser muy poderoso —continuó el joven con tono amable—, pero tú no tienes ni idea de quién eres, ¿verdad?

Sentada en el escritorio de su habitación, miró los correos electrónicos que, como si se hubieran puesto de acuerdo, le acababan de enviar Simone desde Sídney y Theo desde Colorado. Se habían conocido en Clunia, trabajando juntos en las excavaciones al sur de la provincia de Burgos. Tres semanas de convivencia, experiencias compartidas, trabajo duro y fiestas habían forjado vínculos sólidos entre el grupo y se estaban esforzando por mantenerlos vivos a pesar de la distancia.

Simone había descargado las fotos por fin y le enviaba una selección. Allí estaban haciendo el tonto en la habitación que había compartido con ella y Anna en Peñalba de Castro, la pequeña aldea situada en las inmediaciones de la ciudad romana; de rodillas, afanándose con la pala y el pico, cubiertos de polvo bajo el sol abrasador; limpiando con cuidado los huesos que encontraron en la necrópolis visigoda; catalogando utensilios, huesos de animales, clavos, pedazos de columnas y trozos de cerámica; Acacia rememoró la impresión que le causó ver por primera vez el teatro de Clunia, excavado en la roca y con capacidad para nueve mil espectadores, la emoción de recorrer las habitaciones subterráneas que posiblemente utilizaron los actores y gladiadores en el siglo
I
. Observó con cierta nostalgia las fotos en las que aparecían brindando con sangría en el restaurante en el que almorzaban cada día, explorando las termas junto a los directores del proyecto, en las excursiones a diversas localidades celtíberas, romanas y medievales de la zona con sus castillos, acueductos e iglesias.

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