Read Elegidas Online

Authors: Kristina Ohlsson

Tags: #Intriga

Elegidas (24 page)

BOOK: Elegidas
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—Tendremos que repasar toda la información —señaló Alex, tenso—. En alguna parte se nos ha pasado algo por alto. ¿Cuándo estará listo el retrato robot de la mujer con el perro?

—Ya debe de estarlo, pero la taquillera quería corregirlo esta tarde si hacía falta.

—Vale, entonces continuemos —dijo Alex, y le dio las gracias a Fredrika con un gesto de la cabeza.

Una vez más Fredrika intentó tomar la palabra pero Alex la cortó.

—¿Puedo compartir con vosotros mis impresiones acerca de la conversación que mantuve con Sara y sus padres en Umeå?

Fredrika asintió con la misma curiosidad que los demás.

Alex sintió que los iba a desilusionar.

Les informó de lo que se había dicho a lo largo de la reunión después del trámite de la identificación. Advirtió que Fredrika lo miraba con mucho interés cuando explicó la breve estancia de Sara en Umeå tras el bachillerato.

Cuando Alex terminó su exposición, Fredrika fue la primera en intervenir.

—Yo he hablado con varios amigos y compañeros de Sara —declaró—, y me ha llamado la atención que, en principio, no conserve un solo amigo de la infancia.

—Así es —confirmó Alex—. Me di cuenta que había roto lazos con todos cuando conoció a su marido.

—Exacto —exclamó Fredrika en un tono ansioso—. Ésa es la razón por la que, cuando intentamos realizar un esquema de su vida social, nuestra «línea cronológica» empieza demasiado tarde. No hemos tenido en cuenta ningún aspecto de la vida de Sara antes de conocer a Gabriel.

—¿Pretendes decir que puede haber sido eso? ¿Que alguien ha asesinado a Lilian, en venganza por un hecho ocurrido hace décadas?

—Lo que quiero decir es que no podemos descartarlo —aclaró Fredrika—. Y también quiero decir que, si es así, a día de hoy no tenemos ninguna posibilidad de descubrirlo, porque estamos buscando en el período de tiempo equivocado.

Alex asintió, pensativo.

—De acuerdo, amigos. Es hora de que nuestra mente descanse. Vayámonos a casa y hagamos algo divertido. Mañana nos veremos y volveremos a repasar todo el material de nuevo. Todo, incluidas las pistas que habíamos desestimado, ¿de acuerdo?

El propio Alex estaba sorprendido de haber utilizado el término «amigos» dos veces a lo largo de la misma reunión. Sonrió al pensar en ello.

37

Ellen Lind estaba un poco disgustada cuando se fue a casa. Había trabajado duro desde la desaparición de la niña y, aunque era una mera asistente, su jefe debería valorar también su colaboración. Un detalle que Alex no solía tener demasiado en cuenta. Por no hablar de cómo trataba al pobre analista. ¿Sabía siquiera que se llamaba Mats?

Todos aquellos pensamientos se desvanecieron cuando cogió el móvil y vio varias llamadas perdidas de su enamorado. En el buzón de voz había dejado un mensaje corto y conciso: le encantaría verla más tarde en el hotel Anglais, donde él pasaría la noche. También le pedía disculpas por haber sido tan estúpido la última vez que habían hablado.

El corazón de Ellen dio un vuelco de alegría. A la vez, estaba algo irritada. Le desagradaban las fluctuaciones de su relación.

A cambio de una tarifa bastante alta, Ellen consiguió que su sobrina hiciera de canguro. De hecho, ya estaba en casa porque Ellen solía trabajar hasta tarde.

—¿De verdad necesitan los niños una canguro? —le preguntó su sobrina, que acababa de terminar el bachillerato.

Ellen pensó un momento en Lilian Sebastiansson y respondió con decisión:

—Sí.

Después salió con rapidez hacia casa para que al menos tuviera tiempo de darles las buenas noches a los niños y cambiarse de ropa.

La sobrina observó a su tía mientras ésta corría de un lado a otro en ropa interior buscando algo que ponerse.

—Pareces una adolescente enamorada —se rió.

Ellen sonrió también y se ruborizó.

—Sí, ya sé que es una tontería, pero cada vez que voy a verlo salto de alegría.

Su sobrina le devolvió una cálida sonrisa.

—Ponte ese jersey —le sugirió—. El rojo te queda bien.

Poco después, Ellen iba en un taxi camino del hotel. No se dio cuenta de lo cansada que estaba hasta que se sentó en el asiento trasero del vehículo. Habían sido unos días duros y muy pesados. Esperaba que Carl quisiera escucharla, porque necesitaba hablar de lo ocurrido.

Él la recibió en el vestíbulo del hotel, y en su cara apareció una cálida sonrisa de bienvenida.

—Es la segunda noche que nos vemos en una semana —murmuró ella mientras se abrazaban.

—Algunas semanas son más fáciles que otras —respondió Carl apretándola con fuerza.

Le acarició la espalda, elogió su jersey y le dijo que estaba preciosa, a pesar del cansancio que revelaba su rostro.

Las horas antes de quedarse dormidos pasaron como un suspiro. Bebieron vino, comieron algo, hablaron hasta tarde sobre lo que había ocurrido en el trabajo e hicieron el amor con intensidad antes de intentar dormir.

Ellen estaba relajada en sus brazos, a punto de dormirse, cuando susurró:

—Estoy tan contenta de que salgamos juntos.

Notó su sonrisa detrás de la nuca.

—Yo siento lo mismo. —Le puso la mano sobre el pecho izquierdo, le besó el hombro y susurró—: Me das justo lo que necesito.

Segunda Parte

HUELLAS DE IRA

VIERNES
38

Cuando Jelena se despertó, estaba oscuro. Abrió los ojos y se encontró tumbada de espaldas. No podía abrir uno de sus párpados. Apenas le dio tiempo a pensar que era extraño que le pesara tanto, cuando de pronto el dolor arremetió y la atravesó por dentro. Imposible resistirse, imposible soportarlo. Le corría por todo el cuerpo y la hizo temblar. Cuando se movió sobre la sábana, la espalda se le quedó pegada en diferentes sitios, allí donde las manchas de sangre se habían coagulado y secado sobre la piel.

Jelena se rindió casi de inmediato a su intento de reprimir las lágrimas. Sabía que el Hombre no estaba en casa. Nunca se quedaba después de una reprimenda.

Las lágrimas le rodaban por las mejillas.

Si hubiera podido explicarse, si la hubiera escuchado y no se hubiera abalanzado sobre ella…

Con aquella furia.

Jelena nunca había visto nada parecido.

¿Cómo era capaz de hacer algo así?, pensó mientras lloraba sobre la almohada manchada.

En realidad, aquel pensamiento lo tenía prohibido. No podía cuestionar al Hombre, ésas eran las reglas. Si él la reprendía, era exclusivamente por su bien. Y si no lo entendía, su relación estaba condenada a debilitarse y desaparecer. ¿Cuántas veces se lo había explicado?

Y aun así…

Poco a poco, Jelena había perdido la fe tanto en sí misma como en su entorno. Estaba sola porque se lo merecía. Por eso se había convertido en una persona que sentía agradecimiento y amor cuando alguien como el Hombre la quería.

Sin embargo, en su interior quedaba un hálito de fuerza que el Hombre aún no había conseguido destruir. Tampoco era su intención, ya que sin fuerza nunca podría ser su aliada en la guerra que debían afrontar.

Desnuda en la cama, sola y abandonada, con graves heridas en el cuerpo, Jelena utilizó su última gota de fuerza para atreverse a saborear el coraje de la rebelión. Cuando era más joven, en un tiempo que el Hombre hizo todo lo posible para que ella olvidara, todo su ser se había entregado a la rebelión. El Hombre la sacó de allí. El tipo de rebelión a la que ella se dedicaba era vergonzoso; se lo había explicado la primera vez que la recogió en su coche. Pero había otras formas de rebelarse. Si lo deseaba y se atrevía, él la ayudaría.

Jelena lo deseaba con toda su alma.

Pero el camino hacia aquella perfección que el Hombre consideraba imprescindible para participar en la lucha era infinitamente más largo de lo que Jelena hubiera podido imaginar. Largo y doloroso. Casi siempre le hacía daño, sobre todo cuando la quemaba. Pero a fin de cuentas había ocurrido en contadas ocasiones, y sólo al principio de la relación.

Ahora había vuelto a hacerlo.

Jelena tenía fiebre, le dolía el pecho al respirar y tenía quemaduras en más partes del cuerpo de las que se atrevía a imaginar. Enloquecía de dolor.

Un pensamiento desesperado cruzó por su mente.

«Tengo que conseguir ayuda. Tengo que conseguir ayuda.»

Sólo gracias a su fuerza de voluntad consiguió deslizarse por el borde de la cama y poco a poco se arrastró hasta salir de la habitación. Pedir ayuda para las heridas también era infringir las normas, pero esta vez estaba segura de que moriría si no recibía atención médica.

El Hombre, que tarde o temprano acababa por llegar a casa, siempre la ayudaba. Pero ahora no tenía tiempo, no podía esperar. Sentía cómo las fuerzas la abandonaban demasiado deprisa.

«Sólo debo llegar hasta la puerta de la entrada», razonó.

En alguna parte de su interior empezaba a crecer el pánico. ¿Que significaría aquella traición en su relación con el Hombre?

En realidad, ¿qué quedaría después si hacía aquello a sus espaldas?

Naturalmente, él nunca aceptaría que Jelena demostrara tal independencia como para haber salido del piso en el estado en que se encontraba. La perseguiría y la mataría.

«Tiempo —pensó Jelena mientras, temblando y de rodillas, cogía la manilla de la puerta—. Necesito pensar.» Luchó por levantar la otra mano para poder desbloquear la cerradura. Desbloquear la cerradura y abrir la puerta. Después, ya no recordó nada más.

La puerta se abrió y la cara de Jelena golpeó el duro mármol al caer al suelo.

39

Alex Recht empezó su jornada de trabajo enviando a Fredrika a Uppsala para que interrogara a Maria Blomgren, la antigua amiga de Sara Sebastiansson que había asistido con ella al curso de escritura en Umeå.

Después se quedó sentado tras su escritorio con una taza de café en la mano. Solo y en silencio.

Alex pensó en qué fase el caso se había convertido en una bestia salvaje y sin control que hacía enmudecer a todo el grupo investigador manifestando su voluntad tozuda y perseverante, y eligiendo su propio camino. Era como si tuviera vida propia y su propósito fuera confundir y dirigir al grupo.

«No te atrevas a dirigirme —le susurraba a Alex—. No te atrevas a mostrarme qué camino seguir.» Alex se irguió en la silla. A pesar de que la noche sólo le había deparado unas pocas horas de sueño, rebosaba de energía. Además, sentía una ira limpia y afilada. En todo aquel embrollo había algo de insolente. El pelo enviado a la madre de la niña, el cuerpo hallado en una zona de aparcamiento de un gran hospital, además de la llamada a Urgencias para asegurarse de que encontraran el cadáver. Y todo sin dejar ninguna pista. Al menos ninguna personal, en forma de huellas dactilares, por ejemplo.

—Pero nadie es invisible y, sobre todo, no existe nadie que no tenga defectos —murmuró Alex para sus adentros mientras levantaba el auricular para llamar a la morgue de Solna.

El médico forense que respondió parecía sorprendentemente joven. A juicio de Alex, los médicos eficientes tenían unos cincuenta años cumplidos, y por ello sentía un cierto recelo cuando tenía que colaborar con alguien más joven.

A pesar de sus prejuicios, se dio cuenta de que aquel profesional era muy competente y se expresaba en términos comprensibles para los policías de a pie.

Aquello era suficiente para Alex.

El forense de Umeå había acertado con su primer dictamen: Lilian Sebastiansson había muerto por envenenamiento con una sobredosis de insulina. Se la habían inyectado directamente en la nuca.

Alex se sorprendió a su pesar y la ira fue remitiendo.

—Nunca he visto nada igual —observó el forense en tono de preocupación—. Pero es… cómo te diría, una manera efectiva y clínica de quitarle la vida a alguien. Y delicada para la víctima.

—¿Estaba consciente cuando le pusieron la inyección?

—Es difícil decirlo —vaciló el forense—. Encontré restos de morfina en el cuerpo, así que probablemente la sedaron. Pero no podría jurar que no estuviera consciente cuando le pusieron la inyección mortal. —Después continuó—: Es difícil decir qué beneficio vio el asesino en inyectarle insulina directamente en la cabeza, o en la nuca. Era una dosis tan concentrada que habría sido mortal de necesidad aunque se la hubiera inyectado en el brazo o la pierna.

—¿Crees que puede ser un médico? —preguntó Alex casi en un susurro.

—Yo diría que no —respondió el forense—. El pinchazo parece hecho por un amateur. Y como ya te he dicho, ¿por qué le puso la inyección en la cabeza? Es como si se tratara de un acto simbólico.

Alex reflexionó sobre lo que acababa de oír. ¿Simbólico? ¿En qué sentido?

La causa de la muerte era tan extraordinaria como el caso en su conjunto.

—¿Había comido algo desde que se la llevaron?

El forense hizo una breve pausa antes de responder.

—No —dijo al cabo—. No, no lo parece. Tenía el estómago completamente vacío. Pero no es extraño si estuvo drogada todo el tiempo.

—¿Puedes decirnos en qué condiciones estaba el cuerpo? —preguntó Alex, cansado.

—Como ya constataron en Umeå, habían sido limpiado parcialmente con alcohol. He intentado encontrar restos debajo de sus uñas, pero sin suerte. En algunos sitios he localizado trazas de una clase de talco especial, lo cual demuestra que quien se la llevó usaba guantes de goma, de los que utilizan en los hospitales.

—¿Se pueden conseguir en algún otro sitio, aparte del hospital?

—Deberíamos hacer más pruebas para estar seguros, pero probablemente sean guantes auténticos de hospital. Y no son difíciles de conseguir si conoces a alguien que trabaje en uno, pero no se venden en la farmacia.

Alex asintió pensativo.

—Entonces, si el asesino tenía acceso tanto a la inyección como al alcohol y los guantes… —reflexionó.

—…es probable que una de las personas involucradas se mueva en esos círculos —completó el forense.

Alex se quedó en silencio. ¿Qué era lo que el forense acababa de decir?

—Te has referido al asesino en plural, como si se tratara de varias personas —dijo en tono inquisitivo.

—Sí —respondió el forense.

—¿Y en qué te basas? —quiso saber Alex.

—Lo siento, creía que esa información ya había sido presentada en Umeå —se disculpó el forense.

—¿Qué información?

—El cuerpo de la niña estaba intacto, a excepción de la coronilla. No había sido sometida a ningún tipo de violencia, tampoco sexual. —Alex suspiró aliviado—. Pero —subrayó el forense— hay moretones en los brazos y en las piernas, probablemente ocasionados al ofrecer resistencia mientras alguien la sujetaba. Uno de los pares de manos que la sujetaban era muy pequeño, yo diría que de una mujer. En la parte superior de los brazos los moretones son mayores, y todo apunta a que fueron provocados por unas manos mucho más grandes. Probablemente las de un hombre.

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