Elegidas

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Authors: Kristina Ohlsson

Tags: #Intriga

BOOK: Elegidas
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En una lluviosa tarde de verano, en una estación cerca de Estocolmo, una niña es secuestrada en un tren. A pesar de haber cientos de potenciales testigos, nadie ha visto nada. Fredrika Bergman, analista criminal de la policía sueca, participa en el equipo especial encargado del caso, bajo la dirección de Alex Recht.

Las primeras sospechas recaen en el padre de la niña, separado de la madre y con un sórdido historial. Pero Fredrika y su equipo pronto descubren que el caso es mucho más que una disputa familiar. La desaparición de la niña no es más que el comienzo de una pesadilla en la que se han de enfrentar a una mente criminal tan astuta como despiadada.

Kristina Ohlsson

Elegidas

Fredrika Bergman 01

ePUB v1.0

Creepy
01.05.12

Título Original:
Askungar
, 2009

Autor: Kristina Ohlsson
[*]

Fecha edición española: 2012

Editorial: Espasa Calpe, S.A.

Traducción: Pontus Sánchez Giménez; Mayte Giménez Giménez

Esta novela fue anteriormente editada bajo el nombre
En el nombre de los inocentes
[**]
por la editorial Círculo de Lectores, S.A. en el año 2011

A Thelma

Primera Parte

PISTA FALSA

LUNES
1

Por alguna razón, siempre que dejaba la mente en blanco acababa pensando en el historial médico. Solía ocurrirle por la noche.

Estaba tumbado en la cama, inmóvil, mientras contemplaba el techo, por donde se paseaba una mosca. La oscuridad y el descanso nunca le habían gustado. Era como si se sintiera indefenso cuando el sol desaparecía y el cansancio y la oscuridad se acercaban a él y le envolvían. La indefensión era algo contrario a su naturaleza. Gran parte de su vida la había pasado atento, dispuesto. A pesar de los años y el entrenamiento, le resultaba muy difícil permanecer alerta mientras descansaba. Estar alerta exigía estar despierto. Se había acostumbrado a no rendirse al cansancio que se apoderaba de su cuerpo cuando él le negaba el sueño.

Lejos quedaban los tiempos en que se despertaba llorando por la noche. Hacía mucho que los recuerdos no le herían ni lo debilitaban. De esa manera había avanzado notablemente en la búsqueda de la paz interior.

Pero aun así…

Si cerraba los ojos y los apretaba con fuerza, y si a su alrededor reinaba un silencio total y absoluto, podía verla delante de él. Su enorme cuerpo emergía de las sombras y se acercaba a él bamboleándose. Despacio, muy despacio, como siempre se movía.

El recuerdo de su olor aún le provocaba náuseas. Oscuro, dulzón y lleno de polvo. Imposible de respirar, como el olor de los libros de su biblioteca. Y aún podía oír su voz de serpiente:

«Eres un vago que no sirve para nada —le gritaba—, un engendro inútil.»

Entonces lo agarraba y lo sujetaba con fuerza.

Las palabras siempre iban acompañadas de dolor y castigo. De fuego. El recuerdo del fuego persistía en algunas partes de su cuerpo. Le complacía pasar un dedo por las cicatrices y sentir que había sobrevivido.

Cuando era muy pequeño aceptaba el castigo como consecuencia del hecho de que lo hacía todo mal. Por eso intentaba, siguiendo aquella lógica infantil, hacerlo todo bien. Desesperado y perseverante. Y aun así, no daba una a derechas.

Cuando se hizo mayor lo comprendió mejor. Simplemente, no era posible hacerlo bien. Le castigaba no sólo por sus actos, sino por el mero hecho de existir. Si él no hubiera existido, Ella no habría muerto.

«¡No deberías haber nacido! —le gritaba en la cara—. ¡Eres un demonio!» El llanto que llegaba después, el que le sobrevenía tras el fuego, tenía que ser siempre silencioso. Muy, muy silencioso, para que ella no lo oyera. Porque si no, volvía. Siempre.

Recordaba que, durante mucho tiempo, las acusaciones le provocaron una profunda angustia. Ella lo acusaba y él no sabía cómo enmendar sus errores. ¿De qué manera podía pagar o compensar su pecado?

El historial.

Fue al hospital donde estaba ingresada y leyó su historial. Sobre todo, para tener una idea de la magnitud de su delito. Entonces ya era mayor de edad. Mayor de edad, pero siempre con una sensación de culpa sobre sus hombros. Sin embargo, el contenido del historial lo transformó inesperadamente de esclavo en un hombre libre. Con la liberación llegaron la fuerza y la recuperación. Empezaba una nueva vida con nuevas preguntas importantes que responder. La cuestión ya no era cómo podía compensar a otra persona, sino de qué manera podría ser compensado
él.

Tumbado en la oscuridad esbozó una sonrisa, mientras miraba de reojo a la nueva muñequita que había elegido. Nunca estaba completamente seguro, pero creía que le duraría más que las otras. Ella sólo tenía que aprender a manejar su pasado, tal como él había hecho. Lo único que necesitaba era una mano firme, y él se la brindaría.

Y montones, montones de amor. Su amor especial, capaz de guiarla.

Le acarició la espalda con cuidado. Por error, o quizá porque realmente no había visto las heridas que le había causado, le pasó la mano por uno de los moretones más recientes. Destacaba en una de sus clavículas como un pequeño lago oscuro. Ella se despertó con un sobresalto y se volvió hacia él. Los ojos le brillaban por el miedo; nunca sabía lo que le esperaba cuando oscurecía.

—Ya estamos listos, Muñequita. Podemos empezar.

En la delicada cara de ella apareció una bella sonrisa adormecida.

—Mañana —susurró él.

Después se tendió boca arriba y fijó de nuevo la mirada en la mosca del techo. Despierto y alerta. Sin descanso.

MARTES
2

La primera niña desapareció a mediados de aquel verano en que no paró de llover. Todo empezó un martes; un día que podría haber pasado como cualquier otro, pero que sin embargo cambió para siempre la vida de unas cuantas personas. Henry Lindgren era una de ellas.

Era el tercer martes de julio y Henry cubría su turno en el tren de alta velocidad X2000 que hacía el trayecto Göteborg-Estocolmo. Henry ya no recordaba cuántos años llevaba trabajando como revisor en SJ, la compañía estatal de ferrocarriles de Suecia, y no sabía muy bien qué sería de él cuando llegara el día en que le obligaran a jubilarse, qué iba a hacer con su tiempo, solo como estaba.

Quizá fue la capacidad que tenía Henry Lindgren para apreciar los detalles lo que, más tarde, le permitiría recordar con tanta exactitud a la joven madre que durante el viaje iba a extraviar a su hija. Una chica pelirroja, con una blusa verde de lino y sandalias abiertas que dejaban a la vista las uñas de los pies, pintadas de azul. Si Henry y su mujer hubieran tenido una hija, probablemente tendría aquel aspecto, porque el pelo de su esposa era de un rojo intenso.

En cambio, la niña no se parecía en nada a su madre, observó Henry mientras picaba sus billetes justo después de dejar la estación de Göteborg. El pelo de la pequeña, de color castaño oscuro y tan ondulado que no parecía natural, le caía suavemente sobre los hombros, encuadrándole la carita. Tenía la piel más oscura que su madre, pero los ojos eran grandes y azules. En su nariz se distinguían diminutos grupos de pecas, lo que le restaba aspecto de muñeca. Henry le sonrió cuando pasó por su lado; ella le devolvió la sonrisa y a él le pareció que la niña estaba cansada. Luego, ella se volvió para mirar por la ventana, con la cabeza apoyada en el respaldo del asiento.

—Lilian, quítate las sandalias si vas a poner los pies en el asiento —oyó que le decía la mujer mientras él se daba la vuelta para picar el billete del siguiente pasajero.

Cuando las miró de nuevo, la niña se había descalzado y había recogido las piernas sobre el asiento. Después de que ella desapareciera, las sandalias seguirían allí.

El viaje de Göteborg a Estocolmo fue ajetreado. Mucha gente se había desplazado a la segunda ciudad más grande del país para ver la actuación de un artista de fama mundial en el campo de fútbol de Ullevi, y ahora abandonaban la ciudad en el tren de media mañana y en el que Henry iba de revisor.

Empezó a tener problemas en el vagón 5, donde dos jóvenes vomitaron sobre sus respectivos asientos a causa de la borrachera del día anterior en Ullevi, y Henry tuvo que ir rápidamente a buscar detergente y trapos mojados. Más o menos al mismo tiempo, dos chicas se enzarzaron en una pelea en el vagón 3. Una rubia acusaba a una morena de haber querido robarle el novio. Henry intentó mediar, pero la paz y el orden no reinaron en el tren hasta que dejaron atrás la estación de Skövde. Entonces, por fin, las camorristas se quedaron dormidas y Henry pudo tomarse un café con Nellie, que trabajaba en el vagón restaurante. Cuando volvió a sus tareas, se dio cuenta de que tanto la mujer pelirroja como su hija Lilian también dormían.

A partir de ahí, el viaje resultó bastante tranquilo hasta que el convoy ya estaba cerca de Estocolmo. Fue el segundo interventor, Arvid Melin, quien dio el aviso justo antes de que el tren llegara a Flemingsberg, a pocos kilómetros de la capital. El maquinista había sido informado de un fallo de señales en el último tramo hacia la Estación Central de Estocolmo, razón por la cual llegarían con cinco minutos de retraso, quizá diez.

Cuando el tren se detuvo en Flemingsberg, Henry advirtió que la mujer pelirroja había bajado sin la niña. Discretamente, la observó a través de la ventana del rincón del vagón 6 reservado al personal del tren. La vio dar unos pasos decididos por el andén, hacia el lado donde había menos gente. Sacó algo de su bolso. ¿Un teléfono móvil tal vez? Supuso que la niña seguiría dormida; por lo menos lo estaba cuando el tren pasó Katrineholm. Henry suspiró y no pudo sino sorprenderse de lo que estaba haciendo. ¿Espiar a las chicas bonitas?

Apartó la vista y se puso a resolver el crucigrama del último número de la revista semanal
Året Runt
. Muchas veces se preguntaría qué habría ocurrido si no hubiera apartado la mirada de la mujer del andén. Le daba igual que todo el mundo tratara de convencerlo de que él no podía saberlo y le instara a que dejara de recriminárselo: Henry estaba y continuó estando completamente seguro de que aquel interés en un estúpido crucigrama malogró por completo la vida de una joven madre. Pero no había nada en el mundo que ahora pudiera hacer para evitar lo ocurrido.

Henry seguía absorto en el crucigrama cuando oyó la voz de Arvid a través de megafonía. Todos los pasajeros debían regresar a sus asientos. El tren estaba listo para proseguir su camino hacia Estocolmo.

Después, nadie recordaba haber visto a una joven corriendo tras el tren, pero tuvo que ser así porque, apenas unos minutos más tarde, Henry recibió un mensaje urgente dirigido al personal de los compartimentos. Una joven que ocupaba el asiento 6 en el vagón 2, junto a su hija, se había quedado en el andén de Flemingsberg cuando el tren reemprendió la marcha y ahora se dirigía en taxi al centro de Estocolmo. Por lo tanto, su hijita viajaba sola en el tren.

—Joder —maldijo Henry al colgar el teléfono.

Nunca podía contar con sus compañeros. Nunca podía tomarse un respiro.

Se descartó la posibilidad de parar el tren en otra estación, pues ya estaban muy cerca del final del trayecto. Henry se dirigió a paso ligero al vagón 2 y constató que la mujer que había perdido el tren tenía que ser forzosamente la pelirroja del andén: enseguida reconoció a su hija, que seguía sentada en su asiento. Informó a través del móvil a la unidad de comunicación que la niña continuaba durmiendo y que consideraba innecesario alarmarla explicándole la ausencia de su madre antes de llegar al destino. Todos estuvieron de acuerdo y Henry prometió que se haría cargo personalmente de la niña cuando el tren se detuviera. Personalmente. Esa palabra le daría vueltas en su cabeza durante mucho tiempo.

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