El trono de diamante (37 page)

Read El trono de diamante Online

Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: El trono de diamante
11.85Mb size Format: txt, pdf, ePub

—En este tipo de asuntos, no suelen salir a relucir los nombres.

—Describidnos su aspecto, entonces.

—No puedo, mi señor.

—Me temo que esta entrevista va a tomar un cariz menos agradable —dijo Kalten.

—Atadlo a una hoguera —propuso Ulath.

—Yo me inclino por verter lentamente resina hirviente dentro de su armadura —agregó Tynian.

—También podemos aplicarle las empulgueras —sugirió sir Bevier.

—Ya veis cuántas sugerencias he recibido, compadre —señaló Sparhawk al prisionero, cuyo semblante se había demudado por completo—. Os obligaremos a colaborar. El hombre que compró vuestros servicios no se halla aquí. Quizás os amenazó con todo tipo de torturas, pero nosotros estamos dispuestos a realizarlas; por tanto, responded a mis preguntas y os ahorraréis muchas molestias.

—Mi señor —gimoteó el hombre—, no puedo, aunque me atormentéis hasta darme muerte.

—Oh, basta de tonterías —intervino Ulath; después descendió del caballo y se aproximó al servil mercenario.

Tendió la mano con el dorso extendido por encima de la cabeza del cautivo y habló en una discordante lengua que Sparhawk no comprendía y le produjo la impresión de no pertenecer a un humano. El prisionero puso los ojos en blanco y se postró de rodillas. Tartamudeó y, con voz totalmente inexpresiva, comenzó a responder en la misma lengua utilizada por el caballero genidio.

—Le han atado la lengua con un hechizo —explicó Ulath—. No habríamos podido sonsacarle ni una palabra con ningún castigo que le hubiéramos infligido.

El prisionero continuó su confesión en aquel horrible idioma, y cada vez se expresaba a mayor velocidad.

—Lo contrataron dos personas —tradujo Ulath—, un estirio cubierto con una capucha y un hombre de pelo blanco.

—¡Martel! —exclamó Kalten.

—Es muy probable —convino Sparhawk.

El mercenario continuó su delación.

—El estirio le lanzó el encantamiento —informó Ulath—. Se trata de un hechizo con el que no estoy familiarizado.

—Creo que yo también lo desconozco —admitió Sparhawk—. Tal vez Sephrenia pueda identificarlo.

—Oh —añadió Ulath—, hay otro dato: este ataque iba dirigido contra ella.

—¿Cómo?

—Estos hombres tenían órdenes de matar a la mujer estiria.

—¡Kalten! —gritó Sparhawk.

Sin embargo, su compañero ya espoleaba a su caballo.

—¿Qué hacemos con este hombre? —inquirió Tynian, señalando al cautivo.

—Dejad que se marche —exclamó Sparhawk mientras galopaba detrás de Kalten—. ¡Venid!

Al ascender el cerro, Sparhawk dirigió la vista atrás y advirtió que los dos extraños pandion habían desaparecido. Poco después los descubrió más arriba. Un grupo de hombres había rodeado el rocoso montículo donde Kurik había conducido a Sephrenia y al resto de la comitiva. Los dos caballeros de negra armadura, que permanecían tranquilamente sentados sobre sus monturas, cerraban el paso a los atacantes. No mostraban ninguna intención de iniciar la lucha, sino que se limitaban a no ceder terreno al adversario. Uno de los enemigos lanzó una jabalina que atravesó el cuerpo de uno de los pandion, mas éste no se mostró afectado en absoluto.

—¡
Faran
! —rugió Sparhawk—. ¡Corre!

Raramente instaba al caballo a que corriera, y ahora confiaba más en su lealtad que en su entrenamiento. El potente ruano se estremeció ligeramente y luego forzó sus posibilidades para emprender una veloz carrera que le hizo tomar la delantera.

Los atacantes eran unos diez aproximadamente. Con visible aprensión retrocedían ante los dos espectrales pandion que se interponían en su camino. Uno de ellos, al otear en torno a sí y advertir que Sparhawk descendía al galope seguido de los otros caballeros, lanzó un grito de alerta. Tras un momento de sorpresa, los desharrapados mercenarios partieron en estampida. Sólo en raras ocasiones Sparhawk había observado en unos profesionales el espantoso terror que aguijoneaba la huida de aquellos hombres. A continuación, ascendió la loma; las herraduras de
Faran
soltaban chispas al tomar contacto con las piedras. Justo antes de coronar la cima, aminoró la marcha.

—¿Estáis todos bien? —preguntó a Kurik.

—Sí —respondió el escudero, al tiempo que se asomaba por encima del parapeto de piedras que entre él y Berit habían erigido apresuradamente—. Sin embargo, el peligro era inminente hasta que llegaron esos dos caballeros.

Los ojos de Kurik se extraviaron un tanto al dirigirse a la pareja de pandion que los habían protegido de los asaltantes. Sephrenia surgió tras él con el rostro mortalmente pálido.

—Creo que ha llegado el momento de presentarnos, hermanos —anunció Sparhawk, a la vez que se giraba hacia los dos extraños personajes—. Os debemos una explicación.

Los interpelados no ofrecieron respuesta alguna. Los escrutó con detenimiento. Sus monturas tenían una apariencia aún más esquelética. Con un estremecimiento, Sparhawk advirtió que los animales tenían las cuencas de los ojos vacías y que sus cuerpos parecían osamentas envueltas en pellejo. De repente, los dos caballeros se quitaron el yelmo. Sus caras presentaban un aspecto luminoso pero indefinido y, al igual que los caballos, también carecían de ojos. Uno de ellos, cuyo cabello recordaba el color claro de la miel, parecía muy joven. Él otro era viejo, con el pelo blanco. Sparhawk retrocedió un paso. Conocía a ambos; sabía que los dos habían fallecido.

—Sir Sparhawk —dijo el fantasma de Parasim con voz cavernosa e impasible—, proseguid vuestra búsqueda con diligencia. El tiempo no se detendrá para vos.

—¿Por qué habéis regresado de la morada de los muertos? —les preguntó Sephrenia con voz trémula.

—Nuestro juramento tenía el poder de concedernos el retorno del mundo de las sombras en caso necesario, pequeña madre —explicó el espectro de Lakus con la misma voz lúgubre y desprovista de emoción—. También perecerán otros y nuestra compañía se incrementará progresivamente hasta que la reina recobre la salud. —La sombra de cuencas vacías se volvió hacia Sparhawk—. Proteged a nuestra bien amada madre, Sparhawk, pues la acecha un grave peligro. Si ella cayera, nuestras muertes habrían resultado inútiles y nuestra soberana fallecería.

—Lo haré, Lakus —prometió Sparhawk.

—Un último aviso: debéis saber que con la muerte de Ehlana no perderíais sólo a una reina. La oscuridad se cierne sobre nosotros, y Ehlana constituye nuestra única esperanza para sostener el reino de la luz.

Ambas siluetas despidieron una luz tenue antes de desvanecerse.

En el instante siguiente los otros cuatro caballeros ascendieron la ladera al galope y refrenaron sus caballos. Kalten tenía el rostro demudado y temblaba perceptiblemente.

—¿Quiénes eran? —inquirió.

—Parasim y Lakus —repuso con calma Sparhawk.

—¿Parasim? Está muerto.

—Al igual que Lakus.

—¿Fantasmas?

—Eso parece.

Tynian desmontó y se desprendió de su macizo casco. También había palidecido y sudaba copiosamente.

—En algunas ocasiones he tenido contactos con la nigromancia —declaró—, aunque, por lo general, contrariamente a mi propia voluntad. Normalmente, hay que invocar a los espíritus, pero a veces aparecen sin necesidad de inducirlos a ello, especialmente cuando han dejado inacabado algún cometido importante.

—Ahora poseían un motivo de vital importancia —afirmó sombríamente Sparhawk.

—¿Existen otros aspectos de los que debáis informarnos, Sparhawk? —preguntó entonces Ulath—. Creo que habéis omitido proporcionarnos algunos detalles.

Sparhawk dirigió la mirada a Sephrenia. Ésta no se había recobrado de su palidez cadavérica, pero enderezó la cabeza y realizó un gesto afirmativo.

—Ehlana estaría muerta —comentó Sparhawk después de inspirar profundamente—, de no ser por el hechizo que mantiene activo su flujo vital mediante una envoltura de cristal. El encantamiento fue ejecutado a través de los esfuerzos conjuntos de Sephrenia y doce caballeros pandion.

—Sospechaba una explicación de ese tipo —comentó Tynian.

—Existe un inconveniente —prosiguió Sparhawk—. Los caballeros perecerán uno tras otro hasta que únicamente quede viva Sephrenia.

—¿Qué ocurrirá después? —inquirió Bevier con voz temblorosa.

—Entonces yo también moriré —respondió Sephrenia simplemente.

—No, mientras quede un hálito de vida en mí —replicó el joven cirínico, al tiempo que contenía un sollozo.

—Sin embargo, alguien intenta acelerar el proceso —continuó Sparhawk—. Desde que abandonamos Cimmura, ésta es la tercera ocasión que pretenden atentar contra la vida de Sephrenia.

—No obstante, he salido indemne —adujo la mujer, como si quisiera restarle importancia—. ¿Habéis podido averiguar quién preparó este ataque?

—Martel y algún estirio —repuso Kalten—. El estirio se encargó de sellar sus lenguas con un hechizo para que no pudieran delatarlos, pero Ulath lo ha neutralizado al interrogar a un prisionero en una lengua que desconozco por completo. El hombre le ha respondido en ese mismo idioma.

Sephrenia miró inquisitivamente al caballero thalesiano.

—Hemos utilizado el lenguaje de los trolls —explicó Ulath, encogiéndose de hombros—. Como no es una lengua humana, he podido burlar el encantamiento.

—¿Habéis apelado a los dioses troll? —preguntó Sephrenia, horrorizada.

—A veces es necesario, señora —replicó Ulath—. Si se toman las precauciones adecuadas, no entraña demasiado peligro.

—Con vuestra venia, mi señor Sparhawk —intervino Bevier, con el rostro anegado de lágrimas—, deseo proteger personalmente a lady Sephrenia. Permaneceré constantemente al lado de esta valerosa dama y os prometo por mi vida que, si se producen nuevos enfrentamientos, saldrá ilesa de ellos.

El semblante de Sephrenia reflejó brevemente la consternación antes de observar a Sparhawk como si quisiera solicitar su ayuda.

—Probablemente es una idea acertada —replicó éste tras desatender la muda súplica—. De acuerdo, Bevier. Cuidad de ella.

Sephrenia lo fulminó con la mirada.

—¿Vamos a enterrar a los muertos? —inquirió Tynian.

—No disponemos de tiempo para hacer de sepultureros —contestó Sparhawk—. Mis hermanos aguardan la muerte y a Sephrenia le espera idéntico final si no conseguimos evitarlo. Si encontramos a algún campesino, le informaremos de dónde hallar los cadáveres. El botín que puede reunir le compensará del trabajo de cavar. Ahora, emprendamos la marcha.

Borrata constituía una ciudad universitaria que había crecido a la sombra de los majestuosos edificios del más antiguo centro de enseñanza de Eosia. En siglos pasados, la Iglesia había solicitado insistentemente el traslado de la institución a Chyrellos, pero la facultad había rehusado siempre, pues sin duda deseaba mantener su independencia frente a la supervisión eclesiástica.

Al llegar a la ciudad a la caída de la tarde, Sparhawk y sus compañeros alquilaron varias habitaciones en una posada. El establecimiento era más cómodo y más aseado que los que jalonaban el camino que habían recorrido desde Cimmura.

A la mañana siguiente, Sparhawk se vistió con una cota de malla y su pesada capa de lana.

—¿Quieres que te acompañemos? —preguntó Kalten cuando apareció su amigo en el comedor de la posada.

—No —repuso Sparhawk—. No conviene hacer ninguna ostentación. La universidad está cerca y yo mismo puedo cuidar de Sephrenia durante el camino.

Sir Bevier se dispuso a protestar esta decisión, ya que se había tomado muy en serio su papel de protector de Sephrenia, y raras veces, durante el viaje hasta Borrata, se había distanciado de ella más de unos pies. Sparhawk dirigió la mirada al aplicado caballero cirínico.

—Sé que habéis hecho guardia ante su puerta cada noche, Bevier —afirmó—. ¿Por qué no vais a dormir un poco? Ni a ella ni al resto de nosotros nos seréis de gran ayuda sobre el caballo si tenéis que luchar con el sueño.

Bevier adoptó una expresión tensa.

—Sparhawk no intentaba ofenderos, Bevier —intervino Kalten—. Lo que sucede es que nuestro amigo todavía no ha logrado desentrañar el significado de la palabra diplomacia. No obstante, todos conservamos la esperanza de que algún día su mente se ilumine con ese conocimiento.

Bevier sonrió levemente y después soltó una carcajada.

—Me parece que necesito algún tiempo para acostumbrarme a la personalidad de los pandion —indicó.

—Podéis considerarlo como un progreso educativo —sugirió Kalten.

—Supongo que sois consciente de que si vos y la dama lográis hallar una cura, seguramente deberemos enfrentarnos a todo tipo de contratiempos durante el regreso a Cimmura —insinuó Tynian a Sparhawk—. Probablemente nos toparemos con ejércitos enteros que intentarán cerrarnos el paso.

—Madel —apuntó crípticamente Ulath—, o Sarrinium.

—No acabo de comprenderos —admitió Tynian.

—Esas tropas que habéis mencionado tratarán de interceptar la ruta hacia Chyrellos para impedir que sigamos nuestro camino de regreso a Elenia. Si cabalgamos en dirección sur hacia uno de esos puertos, podemos alquilar un barco y navegar hasta Vardenais, en la costa occidental de Elenia. Además, viajar por mar implica recorrer la distancia más rápida y cómodamente.

—Decidiremos sobre esa cuestión cuando dispongamos de un remedio eficaz —respondió Sparhawk.

—¿Estáis preparado? —inquirió Sephrenia después de bajar las escaleras en compañía de Flauta.

Sparhawk asintió con la cabeza.

La mujer habló brevemente con la niña y, tras realizar un gesto afirmativo, ésta cruzó la estancia para sentarse junto a Talen.

—Te ha elegido, Talen —anunció Sephrenia al muchacho—. Cuida de ella mientras yo esté ausente.

—Pero… —comenzó a objetar Talen.

—Haz lo que te pide, Talen —ordenó Kurik con impaciencia.

—Iba a salir a dar una vuelta.

—No —dijo su padre—, en realidad, no ibas a ningún sitio.

—De acuerdo —aceptó con expresión sombría Talen, mientras Flauta se instalaba en su regazo.

Dado que se hallaban a tan corta distancia de la universidad, Sparhawk optó por caminar. Sephrenia miraba con interés a su alrededor.

—Hacía mucho tiempo que no visitaba este lugar —murmuró.

—No puedo imaginar qué atractivo puede tener una universidad para vos —inquirió Sparhawk con una sonrisa—, sobre todo si se considera vuestra opinión respecto a la lectura.

Other books

Flesh Gambit by Mark Adam
The Waste Lands by King, Stephen
The Ruined City by Paula Brandon
The Seventh Apprentice by Joseph Delaney
Shadow Games by Ed Gorman
The Choir Director by Carl Weber
The Risen: Dawning by Marie F. Crow
His Pregnancy Bargain by Kim Lawrence