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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

El Suelo del Ruiseñor (33 page)

BOOK: El Suelo del Ruiseñor
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Al cabo de un rato, Kenji le pidió a Yuki que nos dejara solos unos minutos, y vino a sentarse a mi lado, para decirme en voz baja:

—¿Qué sabes de esa acusación de que Shigeru está vinculado a los Ocultos?

—El señor Shigeru nunca los mencionó en mi presencia. Lo único que hizo fue cambiarme el nombre de Tomasu y advertirme que no debía rezar.

—Existen rumores de que Shigeru no ha negado ese vínculo, de que se negó a profanar las imágenes -la voz de Kenji sonaba confundida, casi irritada.

—La primera vez que vi a la señora Maruyama, ésta me hizo el signo de los Ocultos en la palma de la mano -dije yo, lentamente.

—Shigeru me ocultó muchas cosas -dijo Kenji-. ¡Y yo que pensaba que le conocía bien!

—¿Se ha enterado él de la desgraciada muerte de la señora Maruyama?

—Parece ser que, con un enorme placer, Iida se lo ha contado.

Reflexioné sobre esto unos instantes. Yo sabía que Shigeru nunca habría negado las creencias que la señora Maruyama tenía tan arraigadas. Compartiera o no sus credos, él nunca cedería a las provocaciones de Iida. Y ahora Shigeru estaba manteniendo la promesa que le había hecho a la señora Maruyama en Chigawa: no se casaría con ninguna otra mujer, y tampoco viviría en un mundo en el que ella no existiera.

—Nunca imaginé que Iida le trataría de esta manera -confesó Kenji.

Me daba la sensación de que intentaba excusarse, pero la traición era demasiado grave para que yo le perdonara. Me alegraba de que Kenji fuera conmigo al castillo, pues sus poderes podían resultarme útiles, pero después de esa noche no quería volver a verle nunca más.

—Vayamos a bajarle del muro -dije yo.

Me incorporé, llamé a Yuki, y ésta volvió a la habitación y los tres nos vestimos con el oscuro atuendo de la Tribu, que nos cubría la cara y las manos de forma que no asomaba ni un centímetro de piel. Tomamos los garrotes, las cuerdas y los garfios; después, cuchillos cortos y otros largos, y, finalmente, las cápsulas de veneno que nos proporcionarían una muerte rápida.

Cuando me disponía a recoger a
Jato
del suelo, Kenji dijo:

—Déjalo aquí. No se puede escalar con un sable largo.

Pero yo no le hice el menor caso. Sabía para qué iba a necesitarlo.

La casa en la que yo había estado escondido estaba situada en el extremo oeste de la ciudad, entre las viviendas de los mercaderes de la orilla sur del río. La zona estaba formada por numerosas callejuelas y pasadizos, por lo que no resultaba difícil moverse sin ser descubierto. Al final de la calle, pasamos por el templo, donde todavía ardían las velas, mientras los sacerdotes se preparaban para los rituales de la medianoche. Un gato descansaba junto a la linterna de piedra, y cuando pasamos a su lado, no hizo el menor movimiento.

Según nos acercábamos al río, pude oír el tintineo del acero y el ruido de las pisadas. Kenji se hizo invisible junto a una cancela, y Yuki y yo saltamos silenciosamente sobre la techumbre del muro y nos tumbamos sobre las tejas.

La patrulla estaba formada por un hombre a caballo y seis soldados de a pie, dos de los cuales llevaban antorchas encendidas. Avanzaban por la carretera que bordeaba el río. Con las antorchas, iluminaban cada uno de los callejones, y se asomaban para comprobar que estaba vacío. Hacían mucho ruido, por lo que no me preocuparon en absoluto.

Las tejas sobre las que yo apoyaba la cara estaban húmedas y resbaladizas; la ligera llovizna seguía cayendo y amortiguaba los sonidos.

La lluvia estaría mojando el rostro de Shigeru...

Salté al suelo desde el muro y nos dirigimos al río.

Junto al callejón, fluía un pequeño canal que, detrás de la carretera, daba paso a un desagüe. Siguiendo a Yuki, nos metimos en él y lo atravesamos gateando, al tiempo que asustábamos a los peces. Al rato, fuimos a dar al lugar en el que el río desembocaba, donde el agua enmascaraba nuestras pisadas. La oscura mole del castillo se elevaba, amenazante, por encima de nuestras cabezas, y la niebla estaba tan baja que apenas se distinguía la silueta de las torres más altas. Entre nosotros y la fortaleza se hallaban, primero, el río; después, el foso.

—¿Dónde está? -le susurré a Kenji.

—En el flanco este, debajo del palacio de Iida, donde vimos las argollas de hierro.

La bilis me subió a la garganta. Intenté contenerme, y dije:

—¿Guardias?

—En la galería situada justo encima de él, estacionarios; en el patio de abajo, patrullas.

Como ya había hecho en Yamagata, me senté y contemplé el castillo durante un largo rato. Ninguno de nosotros habló. Yo sentía que mi oscura persona Kikuta me invadía por momentos, y desembocaba en mis venas y en mis músculos de la misma forma en la que yo iba a desembocar en el castillo, al que forzaría a que me entregara a aquél de quien se había apropiado.

Extraje a
jato
de mi fajín y lo coloqué sobre la orilla, oculto entre la larga hierba. "Espera aquí", dije en silencio. " Te traeré a tu amo".

Nos metimos en el río y lo cruzamos buceando hasta la otra orilla. La primera patrulla se encontraba en los jardines posteriores al foso, y nos tumbamos entre las cañas hasta que se alejó. Entonces, cubrimos corriendo la estrecha franja de tierra pantanosa y cruzamos el foso a nado. El primer muro de fortificación se elevaba directamente desde el foso, y en lo alto tenía una pequeña tapia con techumbre que rodeaba todo el jardín situado frente a la residencia, así como una pequeña franja de tierra a la que daba la parte de atrás de la casa. Kenji se dejó caer en el suelo para observar a las patrullas, mientras que Yuki y yo avanzamos a gatas por la techumbre de tejas en dirección a la esquina sureste. En dos ocasiones escuchamos el sonido del grillo con el que Kenji nos advertía, y nos hicimos invisibles sobre la techumbre, mientras las patrullas pasaban por debajo de nosotros.

Me arrodillé y miré hacia arriba. Por encima de mí estaba la hilera de ventanas del pasillo de la parte posterior de la residencia. Todas estaban cerradas y cruzadas con barras, excepto una, la más cercana a las argollas de hierro de las que Shigeru estaba colgado con una cuerda alrededor de cada muñeca. La cabeza le caía hacia delante, sobre el pecho, y por un momento pensé que estaba muerto, pero entonces vi que sus pies se apoyaban contra el muro para aliviar el peso que sostenían sus brazos. Entonces oí el lento quejido de su respiración: estaba vivo.

Sonó el suelo de ruiseñor, y de nuevo me aplasté contra las tejas. Oí que alguien se asomaba a la ventana de arriba, y después Shigeru gritó de dolor, porque el guardia tiró de la cuerda y sus pies resbalaron de la pared.

—Baila, Shigeru, ¡es el día de tu boda! -se burlaba el guardia.

La ira me quemaba lentamente, y Yuki me puso una mano sobre el brazo; pero yo no tenía intención de estallar. En ese momento mi furia era desapasionada y, por tanto, más poderosa.

Esperamos allí un largo rato. No pasaron más patrullas a nuestros pies. ¿Habría logrado Kenji silenciarlas a todas? La lámpara de la ventana parpadeaba y humeaba, y alguien se asomaba cada 10 minutos aproximadamente. Cada vez que Shigeru encontraba un lugar en el que apoyar los pies, uno de los guardias venía y sacudía la cuerda; pero los gritos de dolor eran cada vez más débiles, y él tardaba en recuperarse cada vez más.

La ventana permanecía abierta y, entonces, le susurré a Yuki:

—Tenemos que escalar hasta arriba. Tú ve matando a los guardias cuando se acerquen a la ventana, y yo lanzaré mi cuerda y ataré a Shigeru. Cuando oigas el bramido del ciervo, corta las cuerdas de las muñecas y yo le bajaré.

—Nos veremos en el canal -murmuró ella.

Inmediatamente, tras la siguiente visita de los torturadores, nos dejamos caer al suelo, cruzamos la estrecha franja de tierra y empezamos a escalar la pared de la residencia. Yuki entró por la ventana, mientras que yo, colgado del alféizar, agarré la cuerda que llevaba en la cintura y la lancé hacia una de las argollas de hierro.

Los ruiseñores cantaron. Apoyado contra la pared, me hice invisible. Oí que alguien se asomaba a la ventana, y entonces escuché un ligero jadeo, el golpe de pies que daban patadas intentando inútilmente liberarse del garrote y, después, el silencio.

Yuki susurró:

—¡Ahora!

Empecé a bajar por la pared en dirección a Shigeru; la cuerda se iba soltando según avanzaba. Casi le había alcanzado, cuando oí el sonido del grillo. Me hice invisible de nuevo, rezando porque la niebla ocultara la cuerda oscilante. Escuché cómo la patrulla pasaba por debajo de mí. Acto seguido, llegó un sonido del foso, un chapoteo repentino, que distrajo la atención de los soldados, y uno de los hombres se acercó al borde del muro y sujetó su antorcha por encima del agua. La luz se mostraba opaca entre la espesa niebla.

—Sólo era una rata de agua -gritó el guardia.

Los integrantes de la patrulla desaparecieron, y yo pude oír cómo sus pisadas se apagaban.

Entonces, el tiempo empezó a correr a toda velocidad. Sabía que pronto aparecería otro guardia por encima de mí. ¿Cuánto tiempo podría seguir Yuki matándolos uno a uno? Las paredes eran resbaladizas y, aún más, la cuerda. Me deslicé el último metro hasta ponerme justo a la altura de Shiseru.

Este tenía los ojos cerrados, pero oyó -tal vez sintió- mi presencia y abrió los ojos, susurró mi nombre sin mostrar sorpresa y curvó los labios en lo que parecía el fantasma de su peculiar sonrisa. Aquello me partió el corazón.

—Esto os hará daño; pero no hagáis ruido -le dije.

Cerró los ojos otra vez y apoyó los pies contra la pared.

Le até a mí lo más firmemente que pude y solté un bramido como el de un ciervo. Yuki cortó entonces las cuerdas que sujetaban a Shigeru y, sin poderlo evitar, éste dio un grito cuando sus brazos quedaron libres. El peso de Shigeru me desplazó en la resbaladiza superficie de la pared y ambos caímos al vacío, mientras yo rezaba para que la cuerda no se rompiera. A continuación, ésta dio una terrible sacudida y quedamos colgando a poco más de un metro del suelo.

Kenji salió de la oscuridad, y entre los dos desatamos a Shigeru y lo llevamos hasta la tapia. Entonces, Kenji lanzó los garfios y nos las arreglamos para subir a Shigeru hasta la techumbre de la tapia; después volvimos a atarle la cuerda alrededor y Kenji le fue bajando. Mientras tanto, yo descendía junto a Shigeru, intentando facilitar la tarea.

No podíamos detenernos al pie del muro, sino que tuvimos que cruzar el foso a nado, al tiempo que arrastrábamos a Shigeru, a quien habíamos cubierto la cabeza con una capucha negra. Si no hubiera habido niebla, nos habrían descubierto de inmediato, pues teníamos que trasladarle por la superficie del agua. Después le llevamos a través de la franja de tierra pantanosa hasta alcanzar la orilla del río. Para entonces, estaba casi inconsciente y el dolor se le hacía insoportable. Sus labios estaban despellejados, pues se los había mordido para no gritar; se había dislocado los dos hombros, como era de esperar, y escupía sangre a causa de alguna herida interna.

Llovía con más fuerza. Un ciervo, verdadero esta vez, bramó al vernos, y se alejó saltando; sin embargo, del castillo no llegaba sonido alguno. Llevamos a Shigeru hasta el río y le transportamos con cuidado hasta la otra orilla. La lluvia era una bendición, porque amortiguaba los sonidos y nos permitía pasar inadvertidos. Cuando miré hacia el castillo, no vi señal alguna deYuki. Alcanzamos la orilla y tumbamos a Shigeru sobre la larga hierba propia del verano. Kenji se arrodilló junto a él, le quitó la capucha y le secó la cara.

—Perdóname, Shigeru -dijo.

Éste sonrió, pero no pronunció palabra. Haciendo acopio de sus fuerzas, susurró mi nombre.

—Estoy aquí.

—¿Has traído
a jato?


Sí, señor Shigeru.

—Úsalo ahora. Lleva mi cabeza a Terayama y entiérrame junto a Takeshi -hizo una pausa, al tiempo que un nuevo espasmo de dolor le recorría el cuerpo.

Entonces, murmuró unas palabras: las oraciones que los Ocultos pronuncian en el momento de la muerte; después, mencionó el nombre del Iluminado. Yo también recé para no fallarle en ese momento, pues estaba más apesadumbrado que cuando, con
lato
en sus manos, él me había salvado la vida.

Levanté el sable -noté entonces el dolor en la muñeca- y pedí el perdón de Shigeru. El sable dio un pequeño salto y, en un último acto de servicio a su señor, le envió al otro mundo.

El silencio de la noche era absoluto y daba la sensación de que los borbotones de sangre hacían un ruido escandaloso. Tomamos la cabeza, la lavamos en el río y la envolvimos en la capucha. Ni Kenji ni yo fuimos capaces de derramar una lágrima de dolor o arrepentimiento.

Oímos un movimiento bajo el agua y, segundos más tarde, Yuki salió a la superficie como si fuera una nutria. Con su habilidad para ver en la oscuridad, se dio cuenta al instante de la situación, se arrodilló junto al cadáver y rezó unos momentos. Levanté la cabeza -sorprendido por lo que pesaba- y la puse en sus manos.

—Llévala a Terayama -le dije-. Allí me encontraré contigo.

Ella asintió, y pude ver el ligero destello de sus dientes al sonreír.

—Debemos irnos ya -susurró Kenji-. Ha sido un buen trabajo, pero ha terminado.

—Primero debemos arrojar su cuerpo al río -dije yo.

No podía soportar la idea de dejar el cadáver en la orilla. Recogí varias piedras de la desembocadura del canal y las até al trapo que Shigeru llevaba puesto por todo atuendo. Kenji y Yuki me ayudaron a llevarle hasta el agua.

Llegué hasta la parte más profunda del río, le solté y me quedé mirando cómo se hundía. La sangre subió a la superficie y su color oscuro contrastaba con la blanca niebla. De inmediato, el agua arrastró su cuerpo. Me acordé de la casa de Hagi, donde el río estaba siempre a la puerta, y de la garza que llegaba al jardín cada atardecer. Ahora Otori Shigeru estaba muerto. Las lagrimas me brotaban de los ojos, y el río también se las llevó.

El trabajo de aquella noche no había terminado para mí. Regresé nadando a la orilla y recogí a
Jato.
Apenas quedaba sangre en la hoja del sable. Lo limpié cuidadosamente y lo metí en la vaina. Yo sabía que Kenji tenía razón al decir que me estorbaría al escalar, pero ahora el sable sin duda me resultaba necesario. No dije nada a Kenji, y me despedí de Yuki diciendo:

—Nos vemos en Terayama.

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