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Authors: Mario Conde

Tags: #Ensayo

El Sistema (20 page)

BOOK: El Sistema
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Es importante constatar que no fuimos nosotros quienes tomamos la iniciativa. Habíamos analizado el sector y teníamos prácticamente tomada la decisión de iniciar contactos. Sin embargo, fue el editor de
La Vanguardia
quien se acercó a nosotros. Posiblemente preocupado por la situación financiera del periódico y de Antena 3 Televisión, además de la necesidad de buscar salida a un paquete accionarial cuya situación jurídica era compleja. Su pretensión inicial era que adquiriéramos ese paquete de acciones de la empresa televisiva, pero comprendió que nuestro proyecto iba más allá y que solo entraríamos en él si admitía el diseño efectuado por nosotros.

La Vanguardia
es un periódico importante, pero un periódico local. Con enorme influencia en Cataluña, sobre todo en Barcelona, pero, en todo caso, prácticamente inexistente a nivel nacional. Tenía características estructurales para ser un magnífico negocio: nivel de suscripción, cuota de mercado en Cataluña, anuncios por palabras, etcétera. Diseñamos un preproyecto para conseguir extender la influencia de
La Vanguardia
en Madrid. El asunto merecía la pena.

Antena 3 Radio ganaba dinero y no representaba especiales problemas. Lo más complejo era precisamente Antena 3 Televisión, con una postura crítica hacia el Gobierno de forma sistemática, aunque quizá tan notoria que en algunos casos podría producir efectos distintos a los deseados, sobre todo si no se conseguía crecer en audiencia para que la actitud crítica llegara a los sectores más amplios de la sociedad. Curiosamente, para algunos la opinión que el Sistema tenía de Antena 3 Televisión era la siguiente: no causa daño por su escasa audiencia y más tarde o más temprano tendrá un problema económico definitivo, puesto que como proyecto empresarial está muriendo lentamente. En todo momento la mayor de las críticas que recibía por el proyecto de inversión en Antena 3 Televisión hacía referencia a la naturaleza «ruinosa» de esa empresa. Nadie le concedía, desde dentro del Sistema, verdadera viabilidad económica y se esperaba en un plazo breve su total colapso económico. Sea o no correcta esta postura del Sistema, lo cierto es que constituía la «doctrina oficial» sobre el futuro de dicho canal de televisión.

Algunas veces me he preguntado cómo se toleraba desde el poder esa especie de situación extraña que derivaba de un diario
La Vanguardia
claramente alineado con el Sistema y una emisora de radio y otra de televisión claramente en contra. Yo supongo que en el momento de conceder el canal privado al grupo liderado por Javier Godó se tomó en consideración la línea editorial de
La Vanguardia
y se esperaba un comportamiento más o menos similar de la televisión que nacía. Pero lo cierto es que no fue así y el poder debió de sentir alguna frustración al respecto. Me consta que en alguna ocasión se intentó cambiar la dirección de la televisión presionando a Javier Godó. Por las razones que fueran, ese intento no fructificó. No hubo otros y el motivo para ello fue el convencimiento de que el fracaso empresarial de Antena 3 Televisión terminaría con el problema a más o menos corto plazo. Se trataría de salvar
La Vanguardia
y dar a la televisión la solución que fuera, incluso su propia desaparición física, como en una ocasión llegó a comentarme un muy destacado miembro del Sistema.

Pero el conjunto
La Vanguardia
-Antena 3 Radio-Antena 3 Televisión era algo distinto. Nadie dudaba de la capacidad de generar resultados positivos en
La Vanguardia
con una gestión empresarial lógica y tampoco se cuestionaba la rentabilidad de Antena 3 Radio. La presencia de Banesto en el capital del
holding
podía introducir factores positivos para una mejora de la posición competitiva de Antena 3 Televisión. Precisamente por ello resultaba atractiva para nosotros. Porque tenía visos evidentes de ser rentable y de serlo en mayor proporción que algunas de las empresas industriales que formaban parte de nuestra cartera.

El primer problema a vencer era lógico: la entrada de un grupo ajeno en el capital de una empresa que, desde siempre, tenía una estructura familiar. Comprendo que fuera difícil para Javier Godó el aceptarlo, pero admitió que de otra manera no invertiríamos en el grupo. Por ello lo aceptó de manera expresa y terminante, delante de Arturo Romaní, Rafael Jiménez de Parga, Manuel Martín Ferrand y yo. Tengo que confesar que siempre creí que el pacto estaba culminado. Sin embargo, cuando comenté el hecho con uno de los mejores periodistas españoles, que conoce muy bien a Javier Godó, me dijo que tuviera mucho cuidado porque el editor catalán no se caracterizaba por respetar sus pactos, incluso los escritos.

Pero el problema que se despertó era político, puesto que nuestra presencia en el
holding
afectaba, de nuevo, a las relaciones de poder en el seno de la sociedad española. Precisamente por ello recibí el consejo de algunas personas de planificar nuestra entrada en medios de comunicación de forma no abierta, utilizando primero a determinadas personas singulares, que no despertaran recelos en el poder, para en un momento posterior producir una transferencia de acciones y consolidar una posición.

Sin embargo, ese método a mí no me parecía razonable. Un grupo como Banesto no podía actuar en un tema de esta envergadura entrando por la puerta trasera. Prefería la transparencia y que la opinión pública conociera lo que estábamos haciendo. Incluso tuve ocasión de informar específicamente de mi diseño íntegro al vicepresidente del Gobierno, Narcís Serra, quien se manifestaba interesado en él en razón de su cargo y, supongo, porque su trayectoria política futura podría estar ligada a Cataluña y
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era influyente precisamente en esa parte de España.

El miércoles 12 de febrero de 1992 almorcé, en Presidencia del Gobierno, con el vicepresidente Serra. Mis notas al respecto indican que se trató de un almuerzo en el que hablamos de economía y, sobre todo, de medios de comunicación social. Salió el asunto de
La Vanguardia
y, al menos en mis notas —insisto—, la idea que yo obtuve es que al vicepresidente del Gobierno no le parecía mal el proyecto, siempre que contribuyera a dar estabilidad al capital y que no supusiera una modificación de la línea de independencia del periódico. Lo que sí le había provocado cierto malestar es que yo no hubiera consultado con el Gobierno antes de decidirme a actuar en este terreno, porque el vicepresidente, según me dijo, no distinguía entre «banqueros buenos» y «banqueros malos» y era un decidido partidario de la colaboración entre el Estado y la sociedad civil.

Por cierto que, en aquella conversación, abordé uno de los temas que más me han molestado en estos años: mi implicación con las actividades del Moshad. Le dije al vicepresidente que yo tenía perfecto derecho a que ese asunto se aclarara, porque no me parecía justo que se mantuviera a una persona bajo sospecha en temas que afectan a la seguridad del Estado y que, por tanto, reclamaba una aclaración. Comprendió mis razones, pero lo cierto es que nunca he recibido explicación alguna al respecto.

Nuestro intento despertó recelos por parte de la competencia periodística. Jesús Polanco estaba puntualmente informado de todo lo relativo a nuestra posición en
La Vanguardia.
Supongo yo que el proyecto despertó igualmente recelos en determinadas áreas del poder político. En este mes de mayo de 1994 se desató un escándalo acerca de un informe elaborado por la empresa Kroll sobre mí, al que haré referencia más adelante. El ex director de la Guardia Civil, señor Roldán, dirigió una carta a
El Mundo
en la que afirmaba que fue el vicepresidente Serra quien le ordenó la investigación. Hace algún tiempo se descubrió una red de información que afectaba al propietario de
La Vanguardia
, Javier Godó. Todos estos hechos sucedieron en 1992, y lo cierto es que temporalmente coinciden con nuestro acuerdo para crear un
holding
multimedia con Javier Godó. ¿Existe alguna relación entre la investigación sobre mí y la efectuada sobre Javier Godó? ¿Tienen estos hechos alguna relación con la alteración del mapa periodístico que suponía nuestro proyecto con el editor catalán? ¿Se trató realmente de algo coordinado por el vicepresidente Serra? Hay algunas personas influyentes en este país que así lo creen. Yo, con toda sinceridad, no tengo ningún dato que demuestre que así fue y supongo que es imposible que exista una prueba de ello.

Independientemente de la importancia que el tema de nuestra presencia en el
holding
con Javier Godó pudiera tener para Cataluña, no cabe duda de que, como decía antes, afectaba a las relaciones de poder en el seno de la sociedad española. Por ello determinadas fuerzas se unieron en contra. Javier Godó, después de haber firmado notarialmente por dos veces y comprometerse verbalmente por una tercera ulterior, se desdijo de sus palabras y de sus firmas. Las presiones recibidas, según él mismo me confesó, fueron la causa. No hay un solo foco de presión distinto del Sistema. Tanto desde el poder político como desde los confines privados del Sistema se sometió al editor catalán a una presión de tal envergadura que le llevó, como decía, a desdecirse de sus palabras y de sus firmas. Supongo que en ese momento no sabía hasta qué punto se estaba dispuesto a llegar para conseguir el objetivo de la ruptura del pacto. La presión fue la causa y el ropaje con el que se quiso vestir el asunto fue el argumento de la «independencia».

EL ARGUMENTO DE LA INDEPENDENCIA Y LAS RELACIONES REALES DE PODER

El proyecto fue abortado. La argumentación teórica se construía sobre la base de que con la entrada de grupos económicos en el capital de empresas periodísticas se atentaba a la independencia de estas últimas. Evidentemente se trataba una vez más de ese ropaje adecuado para tratar de vender algo no cierto.

Ante todo existía el modelo italiano. En Italia, los grandes grupos industriales eran propietarios, en mayor o menor medida y extensión, de medios de comunicación social. Era el caso de la Fiat y de Montedison. La experiencia demostraba que no había sufrido la independencia de esos medios, que el esquema funcionaba y que no había ninguna razón para que no ocurriera lo mismo en nuestro país. Salvo, obviamente, el tratar de mantener el statu quo
.

Ante todo había que preguntarse: ¿independiente de quién? ¿Acaso los medios de comunicación social escritos son independientes de sus propietarios? ¿Acaso son independientes del criterio, ideas, afinidades y desafinidades personales de sus directores? ¿Acaso no existía una especie de afinidad global como la que anteriormente describía? ¿Acaso, por ejemplo,
El País
era independiente de su historia, de sus posicionamientos personales en el tratamiento de la opa del Bilbao sobre el Banesto? ¿Y en el tratamiento —ciertamente negativo— al proyecto de fusión Banesto-Central con algún editorial que sin duda no pasará a la historia del periodismo como ejemplo de objetividad? ¿Acaso
La Vanguar
dia era independiente de la trayectoria, afinidades ideológicas y compromisos personales de su director?

Ciertamente el argumento de la independencia carecía de consistencia. Si se pretendía decir con ello que el medio de comunicación en cuestión iba a tener que falsear u ocultar noticias determinadas sobre su propietario, el asunto se complicaba todavía más. Primero, porque para pensar así era necesario saber que eso era posible y para saberlo había que haberlo practicado antes en relación con los propietarios de medios. En definitiva, era tanto como reconocer que eso ya había ocurrido. En segundo lugar, porque era cuestionar en exceso la capacidad de independencia real de los profesionales de los medios.

No hay otra independencia de un medio que la profesionalidad de quienes prestan sus servicios en él. Ciertamente no puedo ocultar que mi experiencia me demuestra que algunos profesionales del periodismo son receptivos a las «instrucciones generales» recibidas desde la propiedad. Desde luego no me escandalizo por ello, siempre que las cosas se mantengan dentro de un nivel que he visto sobrepasarse en algunas ocasiones.

Hay maneras mucho más sutiles, efectivas, menos obvias de afectar a la independencia de un medio de comunicación. No voy a convertir, ni mucho menos, este capítulo en una especie de denuncia de las prácticas «extrañas» en los medios españoles. Supongo que existen en todos los países en mayor o menor medida y no estoy capacitado para asegurar que dichas prácticas tengan mayor intensidad entre nosotros que en otros países occidentales. Es posible que sea así, pero no lo sé y por tanto no lo afirmo. En todo caso, no es este el asunto que me interesa ahora.

Lo importante es darse cuenta de que el argumento de la independencia era un puro sofisma. En alguna ocasión he declarado, y sigo manteniéndolo, que nadie puede blindarse contra la verdad. Más tarde o más temprano las cosas terminan conociéndose, sobre todo cuando se trata de asuntos que son trascendentes para la opinión pública. El argumento de la «independencia» carece de consistencia no solo lógica en sí mismo considerado, sino, además, la experiencia fáctica demostraba otra cosa. Creo que no era más que un ropaje en el que envolver el problema de las relaciones reales de poder.

Ante todo, una empresa de comunicación, dejando al margen ahora el atributo de la «especialidad» al que anteriormente me refería, es una empresa capaz de producir resultados económicos positivos y, en algunos casos, con un futuro mucho más claro que el de otras empresas industriales. Por tanto, en este primer análisis, nada extraño existe en que un grupo industrial que tiene que reducirse en tamaño pero que tiene vocación de inversor con los fondos obtenidos en otras desinversiones piense como una opción empresarial el invertir precisamente allí donde pueden obtenerse rentabilidades con un horizonte de permanencia.

En segundo lugar, la estructura del sector en España hacía lógica la predicción de una tendencia a la concentración. Ello reclamaba dos cosas: primero, capitales necesarios para abordarla, puesto que las inversiones son y van a seguir siendo significativas, y segundo, aprovechar al máximo las economías de escala que pueden producirse en los elementos comunes a distintos medios de comunicación.

Una cierta tendencia hacia la concentración era, por tanto, inevitable. La capacidad de subsistencia y de abordar proyectos empresariales fuera de España que de ello se derivaría era clara. La capacidad de obtener rentabilidad al dinero invertido, también. Fueron motivos estrictamente empresariales los que presidieron la toma de decisión de invertir y de hacerlo de forma clara, sin oscurantismos, poniendo de manifiesto ante la opinión pública la decisión estratégica del grupo Banesto.

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