El retorno de los Dragones (9 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

BOOK: El retorno de los Dragones
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—¡Buen trabajo, hermano! —exclamó Caramon. Raistlin parpadeó y pareció regresar al mundo, luego cayó hacia delante. Su hermano pudo sujetarlo y el mago se incorporó, respirando débilmente en medio de un ataque de tos.

—Me pondré bien en un momento —susurró apartándose de Caramon.

—¿Qué les has hecho? —preguntó Tanis mientras buscaba las flechas enemigas para sacarlas del bote pues, a veces, los goblins envenenaban las puntas de las flechas.

—Hice que se durmieran —susurró Raistlin tiritando a causa del frío— y ahora debo descansar. —Se acurrucó de nuevo en un costado de la nave.

Tanis observó a Raistlin; indudablemente el mago había ganado habilidad y poder. Ojala pudiera confiar en él, pensó el semielfo.

El bote avanzaba sobre el lago inundado de estrellas. El silencio, aparte del rítmico chasquido de los remos en el agua y de la tos seca y tormentosa del mago, era absoluto. Tasslehoff destapó la bota de vino que Flint había conseguido conservar a pesar de la accidentada huida e intentó que el congelado enano tomara un trago y dejara de tiritar. Pero Flint, agachado en la popa, tembloroso, no quiso moverse y continuó mirando fijamente al agua.

Goldmoon se acurrucó todavía más, envuelta en su capa de pieles. Vestía los suaves pantalones de ante de su tribu cubiertos por un faldillín y una túnica con cinturón, y calzaba unas botas de piel. Cuando Caramon había arrojado a Flint a bordo, el bote se había llenado de agua, por lo que el ante se había adherido a la piel de la mujer y al poco rato ésta se hallaba helada de frío y temblando.

—Toma mi capa —le dijo Riverwind en su idioma mientras comenzaba a desabrocharse su capa de piel de oso.

—No —Goldmoon negó con la cabeza—. Has tenido fiebre. Yo nunca me pongo enferma, tú lo sabes. Pero... –le miró a los ojos y sonrió— puedes rodearme con tu brazo, guerrero. El calor de nuestros cuerpos nos ayudará a ambos.

—¿Es una orden, princesa? —le susurró Riverwind importunándola y acercándose más a ella.

—Lo es —dijo ella apoyándose en él y lanzando un suspiro de satisfacción. Dirigió la mirada hacia el estrellado cielo y de pronto se sobresaltó y dio un respingo.

—¿Qué ocurre? —preguntó Riverwind mirando hacia arriba.

Los demás, aunque no habían entendido la conversación, se dieron cuenta de que algo sucedía y alzaron la mirada. Caramon, dándole un codazo a su hermano le preguntó:

—¿Qué sucede Raistlin? Yo no veo nada.

El mago se incorporó, tosiendo, y se sacó la capucha. Cuando el espasmo pasó, observó el cielo. Su cuerpo se puso tenso y abrió los ojos de par en par. Alargando su mano delgada y huesuda, Raistlin agarró firmemente a Tanis por el brazo.

—Tanis... —el mago hablaba entrecortadamente, le fallaba la respiración—. Las constelaciones...

—¿Cómo? —Tanis miraba al mago sorprendido por la palidez de su dorada piel metálica y del brillo febril de sus extraños ojos—. ¿Qué dices de las constelaciones?

—¡Han desaparecido! —dijo Raistlin crispado, en medio de un fuerte ataque de tos. Caramon le rodeó con sus brazos, estrechándolo fuertemente, intentando proteger el frágil cuerpo de su hermano. Raistlin se recuperó y se frotó la boca con la mano, sus dedos estaban manchados de sangre, respiró profundamente y luego habló.

—Han desaparecido dos constelaciones: la Reina de la Oscuridad y la del Guerrero Valiente. Ella ha venido a Krynn y El ha venido a luchar contra ella. Todos los rumores maléficos que oímos son verdaderos... Guerra, muerte, destrucción... —Su voz se fundió en un nuevo ataque de tos.

Caramon lo sostuvo.

—Vamos, Raistlin —le susurró—, no te preocupes, son sólo un puñado de estrellas.

—Sólo un puñado de estrellas —repitió Tanis. Sturm comenzó a remar de nuevo, esforzándose por alcanzar la orilla opuesta.

6

Noche en la gruta.

Discordia.

Tanis toma una decisión.

Comenzó a soplar un viento helado y por el norte se aproximaron nubes tormentosas que fueron rellenando los huecos dejados por las constelaciones desaparecidas. Empezó a llover y los compañeros se acurrucaron en el fondo del bote arropados con sus capas.

Caramon se reunió con Sturm e intentó hablarle, pero el caballero lo ignoró, remando silenciosamente con el semblante severo, murmurando de tanto en tanto para sí en el idioma Solámnico.

—¡Sturm! ¡Allá, a mano izquierda, entre esas rocas inmensas! —le gritó Tanis, señalando.

Sturm y Caramon remaban con fuerza. A causa de la lluvia era difícil distinguir el perfil de las rocas y, por un momento, creyeron que se habían perdido en la oscuridad, pero segundos después apareció ante ellos el acantilado. Sturm y Caramon aproximaron el bote a la costa y Tanis saltó al agua, empujando la embarcación hasta la orilla. Llovía torrencialmente, por lo que los compañeros abandonaron la barca empapados y helados de frío. A Flint tuvieron que sacarlo, pues el enano parecía un goblin muerto; estaba totalmente rígido de pánico. Mientras Riverwind y Caramon escondían el bote entre la frondosa maleza, Tanis condujo al resto por un pedregoso sendero hasta una pequeña abertura del acantilado. Parecía una simple grieta en la superficie, pero al pasar al interior vieron que era lo suficientemente amplia para que todos pudiesen instalarse confortablemente.

—Bonita casa —dijo Tasslehoff mirando a su alrededor—. Bastante austera en lo que se refiere a los muebles, pero...

Tanis le sonrió socarronamente.

—Servirá para pasar la noche; ni el enano se quejará, y si lo hace ¡será enviado a dormir al bote!

Tasslehoff le devolvió una amplia sonrisa. Le alegraba ver de nuevo al viejo Tanis. Cuando se habían reunido, había encontrado al semielfo extrañamente malhumorado e indeciso, muy diferente de aquel valeroso «líder» que él recordaba, pero ahora que estaban de nuevo en marcha sus ojos brillaban otra vez; había salido de su concha y volvía a hacerse cargo de la situación, tomando una vez más su papel habitual. Una aventura como ésta le sentaría bien para dejar de pensar en sus problemas, cualesquiera que éstos fuesen.

Caramon transportó a su hermano desde el bote y lo depositó lo más suavemente que pudo sobre la cálida arena que cubría el suelo de la gruta. Riverwind intentó encender un fuego con ramas húmedas, que crujieron, chisporrotearon y prendieron al poco rato. El humo serpenteaba hacia el techo y salía por una grieta. El bárbaro cubrió la entrada de la cueva con maleza y ramas caídas, evitando así que desde afuera pudiera verse la luz del fuego o que entrase la lluvia.

Lo hace bien, casi podría ser uno de nosotros, pensó Tanis mientras observaba cómo trabajaba el bárbaro. Suspirando, el semielfo volvió a fijar su atención en Raistlin y arrodillándose junto a él, miró al joven mago con preocupación. El reflejo oscilante de las llamas del fuego en el pálido rostro de Raistlin, le recordó a Tanis una ocasión en que él, Flint y Caramon habían rescatado al mago de una violenta muchedumbre que pretendía quemarle en la hoguera. Raistlin había osado desenmascarar a un clérigo charlatán que estafaba dinero a la gente de la ciudad y, en lugar de enojarse con el clérigo, la gente se había enojado con el mago. Tal como Tanis le había dicho a Flint, la gente necesitaba creer en algo.

Caramon arropaba con su capa a su hermano. A éste, sacudido por espasmos de tos, le manaba sangre de la boca y sus ojos brillaban febriles. Goldmoon se arrodilló a su lado con una copa de vino en la mano.

—¿Puedes beber esto? —le preguntó amablemente.

Raistlin negó con la cabeza, intentó hablar, tosió y apartó con la mano la copa que ella le brindaba. Goldmoon miró a Tanis.

—¿Tal vez mi Vara? —preguntó.

—¡No! —Raistlin, que apenas podía hablar, hizo un gesto para que Tanis se acercara. A pesar de estar muy cerca, Tanis casi no podía escuchar las palabras del mago, sus frases entrecortadas se veían interrumpidas por ataques de tos, pues Raistlin necesitaba tomar aire para continuar hablando—. La Vara no me curará, Tanis —murmuró—, no la gastéis en mí. Es un artefacto bendito..., su poder sagrado es limitado. Mi cuerpo fue el sacrificio que hice... por mi magia. Esto es irrevocable..., nada ni nadie puede ayudarme... —Su voz se apagó y sus ojos se cerraron.

De pronto el fuego comenzó a llamear y el viento se arremolinó en la caverna. Tanis vio que Sturm apartaba la maleza para entrar en la gruta con Flint, que caminaba dando traspiés. El caballero acompañó al enano hasta el fuego y lo dejó allí. Ambos estaban empapados. A Sturm se le veía fuera de sus casillas; Tanis lo observó preocupado, reconociendo en él los signos de las depresiones que le sobrevenían de tanto en tanto. Al caballero le gustaba el orden y la disciplina, por lo que la desaparición de las estrellas y la ruptura del orden natural de las cosas le habían afectado.

Tasslehoff envolvió en una manta a Flint, que se hallaba acurrucado en el suelo con los dientes rechinándole de tal forma, que hasta el casco le temblaba.

—B-b—b-barca... —era la única palabra que el enano podía pronunciar. El kender le sirvió una copa de vino que Flint bebió con avidez.

Sturm miró a Flint enojado.

—Haré la primera guardia —dijo mientras caminaba hacia la entrada de la gruta.

Riverwind se puso en pie.

—Yo vigilaré contigo.

Sturm se detuvo y se giró lentamente hacia el alto hombre de las Llanuras. Tanis observó el rostro del caballero, iluminado por la luz del fuego. Alrededor de su boca severa se dibujaban marcadas líneas oscuras. A pesar de ser más bajo que Riverwind, el aire de nobleza y la rigidez de su figura hacían que ambos pareciesen de igual estatura.

—Soy un Caballero de Solamnia —dijo Sturm—. Mi palabra es mi honor y mi honor es mi vida. En la posada di mi palabra de que os protegería a ti y a tu dama. Si dudas de mi palabra dudas de mi honor y por tanto me ofendes. No puedo permitir que esta ofensa quede entre nosotros.

—¡Sturm! —Tanis se había puesto en pie.

Sin apartar los ojos del bárbaro, el caballero levantó una mano.

—Tanis, no te metas —dijo Sturm—. Bien, ¿qué eliges, espadas o cuchillos? ¿Con qué peleáis los bárbaros?

La estoica expresión de Riverwind no varió; contempló al caballero con sus intensos ojos castaños. Luego habló escogiendo cuidadosamente sus palabras.

—En ningún momento he querido poner en duda tu honor. No conozco a los hombres ni a sus pueblos y voy a hablarte con sinceridad, tengo miedo. Es mi temor lo que me hace hablar de esta manera, tengo miedo desde que me entregaron la Vara de Cristal Azul y, sobre todo, tengo miedo por Goldmoon. —El hombre de las Llanuras miró hacia la mujer y en sus ojos se reflejó el destello del fuego—. Sin ella, moriría. ¿Cómo puedo confiar...? —La voz le falló. Su máscara de estoicismo se quebró, destrozado por la pena y la fatiga; sus rodillas se doblaron y cayó hacia delante. Sturm lo sostuvo.

—No podrías, lo comprendo —dijo el caballero—, estás cansado y has estado enfermo. —Ayudó a Tanis a recostar al bárbaro en el fondo de la gruta—. Ahora descansa. Yo haré la guardia. —El caballero, sin decir una palabra más, apartó la maleza y salió de la gruta.

Goldmoon, que había escuchado el altercado en silencio, trasladó sus escasas pertenencias al fondo de la caverna y se arrodilló junto a Riverwind. Ella rodeó con el brazo y la apretó contra sí hundiendo el rostro entre sus cabellos de oro y plata. Envueltos en la capa de pieles de Riverwind, pronto se quedaron dormidos. La cabeza de Goldmoon descansaba sobre el pecho del bárbaro.

Tanis suspiró aliviado y se volvió hacia Raistlin, que estaba sumido en un sueño irregular. De tanto en tanto murmuraba extrañas palabras en el idioma de los magos y alargaba el brazo para tocar su bastón. Tanis miró a su alrededor. Tasslehoff estaba sentado con las piernas cruzadas delante del fuego, seleccionando los objetos que había «obtenido» y que tenía extendidos delante suyo. Había un reluciente anillo, unas cuantas monedas extrañas, una pluma de pájaro chotacabras, pedazos de bramante, un collar de perlas, una muñeca de jabón y un silbato. El anillo le resultó familiar, estaba hecho por un elfo y le había sido entregado a Tanis años atrás por alguien que él recordaba muy bien. Era un anillo de doradas hojas de hiedra delicadamente talladas.

Tanis se acercó al kender caminando con cuidado para no despertar al resto

—Tasslehoff... —Le dio unos golpecillos al kender sobre el hombro y señaló el aro—.Mi anillo...

—¿Es tuyo? —preguntó Tasslehoff con expresión inocente—. ¿Este anillo es tuyo? Me alegro de haberlo encontrado, se te debió caer en la posada.

Tanis recogió el anillo esbozando una sonrisa irónica y se instaló al lado del kender.

—¿Tienes algún mapa de esta zona? Los ojos del kender brillaron.

—¿Un mapa? Claro, Tanis, por supuesto.

Recogió todos sus tesoros y los metió en una de sus bolsas, de un bolsillo sacó una caja, tallada a mano, para guardar pergaminos, y extrajo un fajo de mapas. Tanis había visto anteriormente la colección del kender, pero nunca dejaba de sorprenderle. Debía haber unos cien, dibujados sobre cualquier cosa: pergaminos, cuero blando e incluso sobre hojas de palmera.

—Pensaba que conocías perfectamente cada árbol de esta zona, Tanis —Tasslehoff iba seleccionando los mapas y sus ojos brillaban cuando veía alguno de los que más le gustaban.

El semielfo negó con la cabeza.

—He vivido por aquí muchos años, pero no nos engañemos, no conozco ni una sola de las sendas ocultas y secretas.

—No hay muchas que vayan a Haven —Tasslehoff escogió uno de los mapas y lo extendió sobre el suelo de la gruta—. El camino a Haven a través del valle de Solace es el más rápido, eso por descontado.

Tanis examinó el mapa bajo la luz de la casi extinguida hoguera.

—Tienes razón —dijo—, este camino no sólo es el más rápido sino que, por lo que parece, es la única ruta transitable en bastantes kilómetros. En dirección norte y sur están las Montañas Kharolis y por ahí no hay ningún paso —Tanis arrugó la frente, enrolló el mapa y se lo devolvió a Tasslehoff—. Eso es exactamente lo que pensará el Teócrata.

El kender bostezó.

—Bueno —dijo metiendo cuidadosamente el mapa en la caja—, es un problema que deberá ser resuelto por mentes más sabias que la mía. Lo mío es la diversión —introduciendo de nuevo la caja en el bolsillo, Tasslehoff se tendió en el suelo y encogiendo las piernas a la altura de la barbilla, pronto se durmió pacíficamente como un niño.

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