El retorno de los Dragones (19 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

BOOK: El retorno de los Dragones
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—Nosotros iremos a Xak Tsaroth. Apreciamos todo lo que habéis hecho por nosotros...

—Pero ya no necesitamos vuestra ayuda —declaró con orgullo Riverwind—. Ya no os pediremos nada más, acabaremos solos, tal como comenzamos.

—¡Y solos moriréis! —susurró Raistlin. Tanis se estremeció.

—Raistlin, ¿puedo hablar a solas contigo?

El mago se dio la vuelta sumisamente y caminó con el semielfo hasta un pequeño soto de nudosos y raquíticos arbustos. La oscuridad los envolvió.

—Como en los viejos tiempos —dijo Caramon inquieto, siguiendo a su hermano con la mirada.

—Y recuerda los problemas en los que nos metimos entonces —dijo Flint dejándose caer al suelo ruidosamente.

—¿De qué estarán hablando? —dijo Tasslehoff. Tiempo atrás, el kender había intentado fisgonear esas conversaciones privadas que mantenían el mago y el semielfo, pero Tanis siempre lo descubría y lo ahuyentaba—. ¿ y por qué no lo discuten con nosotros?

—Porque probablemente le arrancaríamos los ojos a Raistlin —respondió Sturm en voz baja—. No me importa lo que pienses Caramon, pero hay en tu hermano un lado oscuro. Tanis también lo ha percibido, y me alegro. A pesar de ello, él puede tratar con él y yo no podría.

Caramon no dijo nada. Sturm lo miró atónito, pues en otros tiempos, el guerrero hubiera saltado en defensa de su hermano y, en cambio, ahora permanecía sentado, callado y con cara de preocupación. O sea, que realmente Raistlin tenía un lado oscuro y Caramon sabía de qué se trataba. Sturm se estremeció, preguntándose qué suceso acaecido en esos cinco años era el que había ensombrecido el carácter alegre del guerrero.

—Raistlin caminaba junto a Tanis con expresión pensativa, los brazos cruzados bajo la túnica y la cabeza inclinada. A través de los rojizos ropajes del mago, Tanis podía percibir el calor que irradiaba su cuerpo, como si estuviese consumiéndose por un fuego interno. El semielfo, como de costumbre, se sentía incómodo en presencia del joven mago, pero en esos momentos no había nadie más a quien pudiera pedirle consejo.

—¿Qué sabes de Xak Tsaroth? —le preguntó.

—Había un templo..., un templo consagrado a los antiguos dioses —susurró Raistlin. Sus ojos relucían bajo la misteriosa luz de Lunitari— La ciudad quedó destruida por el Cataclismo y sus gentes huyeron, convencidas de que los dioses los habían abandonado. Se perdió en el recuerdo, no sabía que aún existiera.

—¿Qué has visto, Raistlin? —preguntó Tanis en voz baja después de una larga pausa—. Mirabas a lo lejos; ¿qué has visto?

—Soy un mago, Tanis, no un visionario.

—¡Esa no es una respuesta! Ha pasado mucho tiempo, pero no tanto. Sé que no tienes el don de la adivinación. Estabas pensando no adivinando, y has encontrado respuestas. Quiero conocerlas, eres mucho más inteligente que todos nosotros juntos a pesar de ser — el semielfo se calló.

—Sí, a pesar de ser retorcido y deformado soy más inteligente que tú, más inteligente que todos vosotros —el tono de Raistlin fue subiendo en arrogancia—. Y algún día ¡os lo demostraré! Algún día tú, con toda tu fuerza, tu encanto y tu buena apariencia, tú y todos vosotros ¡me llamaréis maestro! —Apretó los puños bajo la túnica y sus ojos relampaguearon rojizos a la luz de la luna escarlata. Tanis, que estaba acostumbrado a estas diatribas, esperó pacientemente. El mago se fue relajando y sus puños se aflojaron—. Pero, por esta vez, te daré un consejo. ¿Me preguntas qué es lo que he visto? Vi a esos ejércitos, Tanis, ejércitos de draconianos que asolaban Solace, Haven y todas las tierras de vuestros padres. Esta es la razón por la que debemos ir a Xak Tsaroth. Lo que allí encontremos supondrá la destrucción de esos ejércitos.

—¿Pero, por qué hay ejércitos? ¿Por qué querría alguien controlar Solace, Haven y las Llanuras del Este? ¿Se trata de los Buscadores?

—¿Los Buscadores? ¡Bah! Abre tus ojos, semielfo. Alguien o algo poderoso ha creado a esas criaturas, a esos draconianos, y no fueron los idiotas de los Buscadores. Además, nadie se toma todo este trabajo para conquistar dos ciudades granjeras o para encontrar una vara de cristal azul. Esta es la guerra de la conquista, Tanis. ¡Alguien quiere conquistar el continente de Ansalon! Dentro de dos jornadas, la vida en Krynn, tal como nosotros la hemos conocido, se habrá acabado. Este es el presagio de las estrellas caídas, la Reina de la Oscuridad ha regresado. Nos enfrentamos contra un adversario que quiere hacernos sus esclavos o, tal vez, destruirnos por completo.

—¿Cuál es tu consejo? —Sentía que se aproximaba un cambio y, como todos los elfos, temía y detestaba los cambios.

Raistlin esbozó una sonrisa amarga y gélida que resaltaba su momentánea superioridad.

—Opino que partamos inmediatamente hacia Xak Tsaroth, si es posible esta misma noche, sea cual fuere el plan del Señor del Bosque. Si no conseguimos ese don, los ejércitos de draconianos nos destruirán.

—¿De qué debe tratarse? ¿Una espada, o monedas, como dijo Caramon?

—Mi hermano es torpe. Tú no crees eso, ni yo tampoco.

—Entonces,¿qué?

Los ojos de Raistlin empequeñecieron.

—Te he dado mi consejo, ahora haz lo que te parezca oportuno. Yo tengo mis propios motivos para ir. Dejémoslo así, semielfo. De todas formas será peligroso; Xak Tsaroth fue abandonada hace trescientos años, aunque no creo que permaneciera realmente abandonada durante tanto tiempo.

—Es verdad... —musitó Tanis. El mago tosió una vez, débilmente—. Raistlin, ¿crees que hemos sido elegidos?

El mago no dudó la respuesta.

—Sí. Así me lo hicieron saber en las Torres de la Hechicería. Me lo comunicó Par-Salian, el gran Maestro de los Magos.

—Pero, ¿por qué? No tenemos condición de héroes; bueno, tal vez Sturm...

—Ah, ¿pero quién nos eligió? ¿ Y para qué? ¡Piensa en ello, Tanis!

El mago le hizo una burlona reverencia, se volvió y caminó por la maleza en dirección al resto del grupo.

12

Sueño alado.

Humo en el este.

Recuerdos oscuros.

—Xak Tsaroth —dijo Tanis —. Esta es mi decisión.

—¿Es eso lo que aconseja el mago? —preguntó Sturm hoscamente.

—Así es, y creo que su consejo es sensato. Si no llegamos a Xak Tsaroth en dos jornadas, otros lo harán, y el «gran don» puede perderse para siempre.

—¡El gran don! —exclamó Tasslehoff con ojos brillantes o ¡imagínatelo Flint! ¡Joyas!

o quizás...

—Un barril de cerveza o la comida de Otik —refunfuñó el enano—. O una chimenea cálida y acogedora. Pero no... ¡Xak Tsaroth!

—Creo que estamos todos de acuerdo —dijo Tanis —. Sturm, si crees que te necesitan en el norte, por supuesto puedes...

—Iré con vosotros a Xak Tsaroth. No tengo nada que hacer en el norte, me he estado engañando a mí mismo. Los Caballeros de mi orden se han dispersado, algunos se han refugiado en fortalezas derruidas, otros están luchando contra bandas de saqueadores y...

El caballero contrajo el rostro con dolor y bajó la cabeza. De pronto, Tanis se sintió cansado, le dolían el cuello, los hombros y la espalda, y tenía entumecidos los músculos de las piernas. Cuando se disponía a hablar, una mano suave le rozó el hombro; alzó la mirada y vio el rostro calmo y sereno de Goldmoon iluminado por la luna.

—Estás fatigado, amigo mío. Todos lo estamos, pero tanto Riverwind como yo estamos contentos de que vengas, nos alegramos de que todos vengáis con nosotros.

Tanis miró a Riverwind, dudando que el bárbaro estuviese de acuerdo con ella.

—Un viaje peligroso —dijo Caramon—. ¿Eh, Raistlin?

El mago, ignorando a su gemelo, miró al Señor del Bosque.

—Debemos partir inmediatamente —dijo fríamente—. Mencionaste algo sobre ayudamos a cruzar las montañas.

—Desde luego. A mí también me alegra que hayáis tomado esta decisión. Espero que mi ayuda os favorezca.

El Señor del Bosque miró al cielo, los compañeros siguieron su mirada. Visto a través de la bóveda formada por los inmensos árboles, el cielo relucía inundado de brillantes estrellas; al aguzar la mirada, los amigos vieron que algo revoloteaba allá arriba, algo, que al pasar ante las estrellas, las eclipsaba por un instante.

—Sólo me falta convertirme en un enano gully, esa subespecie de enanos pestilente y estúpida —dijo Flint con solemnidad—. ¡Caballos voladores! ¿Qué vendrá después?

—¡Oh!

Tasslehoff contuvo la respiración y, maravillado, contempló a aquellos bellos animales que volando cada vez más bajo, describían círculos sobre ellos. Bajo la luz de la luna, la piel de los caballos brillaba con destellos blancos y azules. Tas no había soñado en poder volar; ni en sus fantasías más peregrinas. Sólo esto ya compensaba la lucha contra todos los draconianos de Krynn.

Los pegasos aterrizaron batiendo sus plumosas alas, originando un viento que agitó las ramas de los árboles y alisó la hierba. Un inmenso pegaso de porte noble y orgulloso, cuyas alas llegaban hasta el suelo, saludó al Señor del Bosque con una reverencia. Una tras otra, las bellas criaturas fueron saludando.

—¿Nos has llamado, Señor?

—Sí, amigos. Os he hecho venir porque estos valientes tienen que resolver unos asuntos urgentes en el este. Os ruego que los llevéis allí a la velocidad del viento, a través de las montañas de la Muralla del Este.

El pegaso observó con asombro al grupo y, caminando con paso majestuoso, fue examinándolos uno por uno. Cuando Tas alzó la mano para acariciar al corcel en el hocico, el animal movió las dos orejas hacia delante y apartó la cabeza. Al llegar ante Flint, resopló horrorizado y se giró hacia el Señor del Bosque: un kender, humanos ¡Y un
enano!

—¡A mí no tienes que hacerme ningún favor, caballo! —le gritó Flint.

El Señor del Bosque hizo un leve gesto de asentimiento y sonrió. El pegaso bajó la cabeza.

—Muy bien, Señor.

Con aire majestuoso, caminó hacia Goldmoon y comenzó a doblar las patas delanteras, inclinándose ante ella para ayudarla a montar.

—No, no te arrodilles, noble animal —le dijo ella—. Aprendí a montar a caballo antes que a andar, no necesito ayuda.

Pasándole la Vara a Riverwind, Goldmoon rodeó con sus brazos el cuello del pegaso y de un salto montó en su amplio lomo. Su cabello de oro y plata relucía bajo la luz de la luna, enmarcando su rostro, tan puro y frío como el mármol. Ahora sí que parecía la princesa de una tribu bárbara.

Volviendo a asir la Vara que Riverwind le había sostenido y alzándola en el aire, comenzó a cantar una canción. Riverwind, con los ojos centelleantes de admiración, se subió también sobre la espalda del gran caballo alado y, rodeándola con sus brazos, unió su voz a la de su amada.

Tanis no conocía la canción, parecía un himno de triunfo y victoria que le hizo bullir la sangre; gustosamente hubiese cantado con ellos. Uno de los pegasos galopó hacia él; saltando sobre el animal, se instaló sobre su lomo, entre las poderosas alas.

Cuando todos los compañeros estuvieron sobre las cabalgaduras, pidieron a sus corceles que los aproximasen al Señor del Bosque.

—Señor —empezó a decir Tanis —, intentaremos hacernos dignos de tu confianza y de tu ayuda, y siempre procuraremos llevar el Bien con nosotros.

El Unicornio sonrió complacido:

—Os deseo mucha suerte. El futuro de Krynn depende de vosotros.

Cada uno de los compañeros agitó su mano derecha en señal de despedida, e inmediatamente los pegasos desplegaron sus inmensas alas y levantaron el vuelo. Se elevaron cada vez más, volando en círculos alrededor del bosque. Solinari y Lunitari —las dos lunas que iluminaban el cielo del mundo de Krynn— salpicaban el valle y las nubes de un maravilloso rojo violáceo que poco a poco se fue intensificando, dando paso a una noche profundamente púrpura. A medida que se alejaban, lo último que vieron los compañeros fue al Señor del Bosque, titilando como una estrella caída de los cielos, reluciente, solo y perdido en aquella tierra oscura.

Uno por uno, los compañeros fueron cayendo en un ligero sopor.

Tasslehoff fue el que más se resistió a esta somnolencia mágica. Encantado de sentir el viento contra su rostro, fascinado por la distante imagen de los inmensos árboles que habitualmente lo amenazaban y lo reducían al tamaño de un insecto, Tasslehoff luchaba por mantenerse despierto mientras los demás dormían. La cabeza de Flint reposaba sobre su espalda, el enano roncaba ruidosamente. Goldmoon estaba acurrucada entre los brazos de Riverwind y éste apoyaba su cabeza sobre el hombro de ella, sosteniéndola, protector, incluso mientras dormía. Caramon descansaba sobre el pescuezo de su pegaso, respirando pesadamente, y su hermano se hallaba recostado sobre sus anchas espaldas. Sturm dormía pacíficamente, las huellas de dolor habían desaparecido de su rostro. Incluso la barbuda cara de Tanis parecía libre de preocupaciones y responsabilidades.

Tas bostezó.

—No —murmuró, parpadeando inquieto, pellizcándose para mantenerse despierto.

—Descansa ahora, pequeño kender —le dijo sonriendo el pegaso—. Los mortales no estáis hechos para volar, este sueño es para protegeros, no queremos que sintáis pánico y os caigáis.

—No, no lo haré. —Su cabeza cayó hacia delante. El cuello del pegaso era cálido y confortable y su piel fresca y suave—. No tendré miedo —susurró medio dormido—. Nunca tengo pánico...

Y se durmió.

El semielfo se despertó sobresaltado, estaba tendido sobre una verde pradera y el mayor de los pegasos se hallaba frente a él, mirando hacia el este fijamente. Tanis se incorporó.

—¿Dónde estamos? Esto no es una ciudad. —Miró a su alrededor—. ¿Por qué nos hemos...? ¡Aún no hemos cruzado las montañas!

—Lo
siento —el pegaso se volvió hacia él—. No pudimos llevaros hasta las Montañas de la Muralla del Este, algo extraño está sucediendo allí. El aire está impregnado de .. oscuridad, una indescriptible oscuridad que nunca antes había yo sentido... —Se detuvo, bajó la cabeza y pateó el suelo, inquieto—. No me atrevo a viajar más allá.

—¿Dónde estamos ahora? —repitió el semielfo aturdido—. ¿Y dónde están los demás pegasos?

—Ya se han marchado, yo me quedé para velar vuestro sueño. Ahora que has despertado, también yo debo regresar —el pegaso miró a Tanis severamente—. No sé qué es lo que ha provocado esa calamidad; confío que no sea cosa tuya y de tus compañeros.

Desplegó sus inmensas alas.

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