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Authors: Michael Ende

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

El ponche de los deseos (18 page)

BOOK: El ponche de los deseos
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¡Rebeldes criaturas en derredor,

obedeced mis órdenes con temblor!

¡De nuevo estáis bajo mi control

y servís solamente a vuestro señor!

De todos modos, con esto no pudo lograr que retornaran los espíritus elementales que habían escapado, pues ya estaban a salvo de su acción mágica. Pero todo el frenesí que reinaba dentro de la villa se detuvo al instante. Las cosas que silbaban por los aires cayeron al suelo entre crujidos y chirridos, las que se mordían o estaban entrelazadas se separaron, y todo quedó inmóvil. Sólo la larga serpiente de pergamino en que se hallaba la receta serpenteaba como una oruga gigantesca, pues había caído en la chimenea abierta y las llamas la estaban reduciendo a cenizas.

Respirando con dificultad. Sarcasmo y Tirania pasearon su mirada por el laboratorio. El panorama era pavoroso: no había más que libros desencuadernados, ventanas y vasijas rotas, muebles volcados y desvencijados, cascos y vidrios. Del techo y de las paredes caían gotas de esencias que formaban en el suelo charcos humeantes. El mago y la bruja no habían salido mejor parados: estaban llenos de chichones, rasguños y cardenales, y tenían los vestidos rotos y embadurnados.

Sólo el ponche genialcoholorosatanarquiarqueologicavernoso seguía intacto en su vaso de fuego frío, situado en el centro del laboratorio.

E
L gato y el cuervo acababan de llegar de la aguja de la torre a la habitación del gato cuando comenzaron a oírse en el pasillo el tintineo y el estallido de los tarros de cristal. Como no podían sospechar cuál era la causa de aquel fragor infernal, habían salido a la oscuridad del jardín y se habían refugiado en la rama de un árbol seco. Allí estaban sentados ahora, muy apretados el uno al otro, y escuchaban asustados el supuesto terremoto que estremecía la villa entera, y contemplaban cómo se rompían los cristales de las ventanas.

—¿Crees que están riñendo? —murmuró Félix.

Jacobo, que seguía teniendo en el pico el trozo de hielo con la lucecita dentro, se limitó a hacer «hum, hum» y a encoger las alas.

Ahora, el viento estaba totalmente en calma. Habían desaparecido los nubarrones negros y el cielo estrellado brillaba como millones de diamantes. Pero hacía más frío.

Los dos animales temblaron y se acercaron más el uno al otro.

Sarcasmo y Tirania estaban sentados frente a frente, separados por la gigantesca ponchera. Se miraban con odio manifiesto.

—¡Maldita bruja! —rechinó él—. ¡Ha sido todo culpa tuya!

—¡El culpable has sido tú, pérfido impostor! —silbó ella—. ¡No vuelvas a hacerlo!

—Has empezado tú.

—No, has sido tú.

—Estás mintiendo.

—Querías deshacerte de mí para beberte el ponche tú solo.

—Eso es lo que querías hacer tú.

Obstinados, se callaron los dos.

—Jovencito —dijo finalmente la bruja—, seamos razonables. Sea lo que fuere lo que ha pasado, lo cierto es que hemos perdido mucho tiempo. Y si no queremos que la elaboración del ponche no nos sirva de nada, debemos apresurarnos.

—Tienes razón, tía Titi —respondió él con una sonrisa sospechosa—. Así que vamos a llamar inmediatamente a los dos espías para empezar, por fin, la velada.

—Será mejor que vaya contigo, muchacho —opinó Tirania—, para que no se te ocurra otra vez hacer alguna tontería.

Y treparon apresuradamente por los montones de escombros y salieron corriendo al pasillo.

—Han salido —susurró Félix, que tenía ojos de gato y podía ver mejor el interior de la casa—. ¡Ahora, rápido, Jacobo! Sal volando. Yo te sigo.

Jacobo voló de la rama a una de las ventanas rotas del laboratorio con aleteos inseguros. Félix tuvo que bajar del árbol gateando con las patas agarrotadas por el frío, afanarse para llegar a la casa cruzando la gruesa capa de nieve, saltar al alféizar y entrar con cuidado por el agujero de la ventana. Vio algunas plumas ensangrentadas en las astillas del cristal y se asustó.

—Jacobo —musitó—, ¿qué te ha pasado? ¿Estás herido?

Luego tuvo que estornudar un par de veces con tanta fuerza que estuvo a punto de caer. Era evidente que, para colmo de desgracias, había cogido un fuerte catarro.

Echó una ojeada al laboratorio y vio la devastación.

—¡Cielos —quiso decir—, qué panorama hay aquí!

Pero su voz no era ya más que un pitido ronco.

Jacobo estaba en el borde de la ponchera e intentaba una y otra vez echar dentro el trozo de hielo. Pero no lo lograba. Se le había helado el pico.

Miraba a Félix en busca de ayuda y hacía constantemente: «¡Hum, hum, hum!».

—¡Escúchame! —pitó el pequeño gato con gesto trágico—. ¿Oyes mi voz? Eso es todo lo que ha quedado de ella. ¡Se acabó para siempre!

El cuervo aleteó airado en el borde de la ponchera.

—¿A qué esperas? —pitó Félix—. Echa el toque al ponche.

—¡Hum, hum! —respondió Jacobo, e intentó desesperadamente abrir el pico.

—Espera, voy a ayudarte —musitó Félix, que al fin había comprendido.

Saltó al borde de la ponchera; pero le temblaban tanto todos los miembros que estuvo a punto de caer dentro. En el último instante, se agarró a Jacobo, que a duras penas logró mantener el equilibrio.

En aquel momento oyeron la voz de la bruja, que decía en el pasillo:

—¿No están ahí? ¿Qué significa eso de que no están ahí? Oye, Jacobito, cuervo mío, ¿dónde os habéis metido?

Y luego la voz ronca de Sarcasmo:

—Maurizio di Mauro, mi querido gatito, ven con tu buen maestro.

Las voces se acercaban.

—Gran Gato del cielo, ayúdanos —balbució Félix, e intentó abrir con las dos patas el pico de Jacobo.

De repente se oyó «plum» y la ponchera comenzó a vibrar; pero no se oía nada. Sólo la superficie del líquido se rizó como si se le hubiera puesto carne de gallina.

Luego se alisó nuevamente, y el trozo de hielo con la campanada dentro se disolvió en el ponche de los deseos sin dejar ninguna huella.

Los dos animales saltaron de la ponchera y se ocultaron detrás de una cómoda volcada.

En aquel instante entró Sarcasmo, seguido de Tirania.

—¿Q
UÉ ha sido eso? —preguntó recelosa la bruja—. Aquí ha pasado algo. Lo noto.

—¿Qué puede haber pasado? —comentó él—. A mí lo único que me preocupa es saber dónde están los dos animales. Si se han largado, habrá sido inútil todo el trabajo que nos ha costado elaborar el ponche.

—¿Inútil? ¿Qué dices? —exclamó la bruja—. Al menos podemos cumplir todas nuestras obligaciones contractuales antes de la medianoche. ¿Te parece poco?

Sarcasmo le cerró la boca.

—¡Chisss! —silbó—. ¿Estás loca, Titi? A lo mejor se encuentran aquí y nos están oyendo.

Los dos escuchaban y, naturalmente, Félix tuvo que estornudar sonoramente en aquel momento.

—¡Anda! —exclamó Sarcasmo—. ¡Jesús, señor cantor de cámara!

Los animales salieron lentamente de detrás de la cómoda. Jacobo tenía una mancha de sangre en las plumas de la pechuga y caminó arrastrando las alas. Félix se acercó renqueando.

—¡Anda! —dijo pausadamente también Tirania—. ¿Cuánto tiempo lleváis aquí?

—Ahora mismo, en este instante, hemos entrado, por la ventana —graznó Jacobo—. Allí me he cortado, como puede ver usted,
madam
.

—¿Y por qué no os habéis estado en la habitación del gato, como se os había ordenado?

—Así lo hemos hecho —mintió descaradamente el cuervo—. Hemos estado durmiendo todo el tiempo. Pero cuando han empezado los crujidos y el alboroto, nos hemos asustado tanto que hemos huido al jardín. ¿Qué ha ocurrido? Ha sido terrible. ¡Y qué aspecto tienen ustedes! ¿Qué les ha pasado?

Le dio un aletazo al gato, y éste repitió con voz débil:

—¿… les ha pasado?

Y en ese momento tuvo un fuerte acceso de tos. Quien ha visto una vez a un pequeño gato sufrir un violento ataque de tos, sabe hasta qué punto es desgarradora esa escena. El mago y la bruja fingieron preocuparse mucho.

—Esa tos no augura nada bueno, pequeño —comentó Sarcasmo.

—Me parece que estás bastante mal —añadió Tirania—. ¿No os ha ocurrido nada más?

—¿Nada más? —gritó Jacobo—. ¡Vaya, muchas gracias! Hemos estado media hora ahí fuera acurrucados en el árbol, y con un frío de perros. ¡Nada más! ¡Yo soy un cuervo,
madam
, y no un pingüino! Siento mi
reumaticismo
en todos los miembros, tanto que no puedo mover las alas. ¡Nada más! ¡Nos hemos librado de la muerte por los pelos! ¡Nada más! Ya lo decía yo, esto va a tener un mal
endesenlace
.

—¿Y aquí dentro? —preguntó Tirania con los ojos semicerrados—. ¿Habéis tocado algo?

—Absolutamente nada —graznó Jacobo—. Tenemos bastante con el susto que nos dio hace un rato la serpiente de pergamino.

—Déjalo estar, Titi —dijo el mago—. Estamos perdiendo el tiempo.

Pero ella negó con un movimiento de cabeza.

—He oído algo, estoy segura.

Echó a los animales una mirada penetrante. Jacobo abrió el pico para contestar algo, pero volvió a cerrarlo: no se le ocurría nada más.

—He sido yo —logró decir Félix con su voz catarrosa—. Perdonen, pero el hielo me había dejado la cola tan rígida como un bastón y completamente insensible. Así que, por descuido, le he dado con ella a la ponchera: pero ha sido un golpe muy débil, y no ha pasado nada, maestro.

El cuervo miró a su colega con un gesto de elogio. El mago y la bruja parecieron tranquilizarse.

—Os extrañará —dijo Sarcasmo— que esto parezca un campo de batalla. Y os preguntaréis, mis pequeños amigos, quién nos ha dejado así a mi anciana tía y a mí. ¿No es cierto?

—Sí, ¿quién? —dijo Jacobo.

—Bien, os lo voy a decir —prosiguió el mago en tono patético—. Mientras vosotros dormitabais en la acogedora habitación del gato, nosotros hemos tenido que librar un combate terrible, un combate contra poderes hostiles que querían aniquilarnos. ¿Y sabéis por qué?

—No, ¿por qué? —dijo Jacobo.

—Os hemos prometido una grande y maravillosa sorpresa, ¿no es cierto? Y nosotros cumplimos lo que prometemos. ¿Podéis adivinar en qué consiste?

—No, ¿en qué? —preguntó Jacobo, y Félix dijo lo mismo en voz baja.

—Entonces, escuchad y alegraos, mis pequeños amigos —anunció Sarcasmo—. Mi buena tía y yo hemos trabajado incansablemente por el bien del mundo entero con grandes sacrificios personales —al decir esto echó a Tirania una mirada penetrante—, con grandes sacrificios personales. El poder del dinero —aquí señaló a la bruja— y el poder del saber —en este momento se llevó la mano al pecho y bajó humildemente los ojos— se alían ahora para derramar felicidad y bendiciones sobre toda criatura doliente y sobre la humanidad entera.

Hizo una pequeña pausa y se llevó teatralmente la mano a la frente antes de proseguir:

—Pero los buenos propósitos ponen inmediatamente en pie de guerra a las fuerzas del mal. Y esas fuerzas se han lanzado contra nosotros y han arriesgado todo para impedir nuestro noble proyecto. El resultado lo tenéis a la vista. Pero como nosotros éramos un solo corazón y una sola alma, no han podido doblegarnos. Los hemos puesto en fuga. Y ahí veis nuestra obra común: esa maravillosa bebida que posee el poder mágico y divino de cumplir todos los deseos. Lógicamente, un poder tan grande sólo puede ponerse en manos de personalidades que estén muy por encima de hacer de él el menor uso egoísta, personalidades como tía Titi y yo…

Al parecer, esto era demasiado incluso para él mismo. Tuvo que llevarse la mano a la boca para ocultar que sus labios se contraían con una sonrisa cínica.

Tirania le hizo un gesto de asentimiento y tomó rápidamente la palabra:

—Te has expresado muy bien, muchacho. Estoy emocionada. Ha llegado el gran momento.

Luego se inclinó sobre los animales, los acarició y dijo en tono muy enfático:

—Y vosotros, mis queridos pequeños, habéis sido elegidos para ser testigos de este fabuloso acontecimiento. Eso es un gran honor para vosotros. Os sentís felices de ello, ¿no es cierto?

—¡No sabe usted cuánto! —graznó Jacobo, irritado—. Yo se lo agradezco muchísimo.

También Félix quiso decir algo, pero tuvo un nuevo acceso de tos.

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