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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga, Policíaco

El poder del perro (63 page)

BOOK: El poder del perro
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La Federación había vuelto, con Adán como
patrón
.

Reinaba la paz, y con ella la prosperidad.

El nuevo presidente mexicano juró su cargo el primero de diciembre de 1994. Aquel mismo día, dos agencias de corredores de bolsa controladas por la Federación empezaron a comprar
tesobonos
, bonos del gobierno. A la semana siguiente, los cárteles de la droga retiraron su capital del banco nacional mexicano, lo cual obligó al nuevo presidente a devaluar el peso en un cincuenta por ciento. Después, la Federación cobró sus
tesobonos
y colapso la economía mexicana.

Feliz Navidad.

Como autorregalo de Navidad, la Federación compró propiedades, negocios, bienes raíces y
pesos
, los enterró bajo un árbol y esperó.

El gobierno mexicano no tenía dinero para pagar los
tesobonos
pendientes. De hecho, tenía una deuda de cincuenta mil millones de dólares. El capital huía del país más deprisa que los predicadores de una casa de putas asaltada por la policía.

Faltaban días para que el país anunciara la bancarrota, cuando la caballería norteamericana acudió con cincuenta mil millones de dólares en préstamos para apuntalar la economía mexicana. El presidente norteamericano no tenía otra alternativa: él y todos los congresistas estaban recibiendo frenéticas llamadas telefónicas de los principales contribuyentes a la campaña de Citicorp, y reunieron aquellos cincuenta mil millones como si fuera dinero para una comida.

El nuevo presidente mexicano tuvo que invitar, literalmente, a los señores de la droga a regresar al país con sus millones de narcodólares, con el fin de revitalizar la economía y poder pagar el préstamo. Y los narcos tenían ahora más miles de millones de dólares que antes de la «crisis del
peso
», porque en el período de tiempo transcurrido entre el canje de
pesos
por dólares y la llegada de la ayuda norteamericana, utilizaron los dólares para comprar
pesos
devaluados, que a su vez volvieron a subir cuando los norteamericanos entregaron el enorme préstamo.

Lo que, en síntesis, hizo la Federación fue comprar el país, volver a venderlo a un precio alto, comprarlo de nuevo a precio bajo, reinvertir en él y ver crecer las inversiones.

Adán aceptó de buen grado la invitación del
presidente
, pero el precio que pidió por llevar de nuevo sus narcodólares al país, fue un «ambiente comercial favorable».

Lo cual significaba que el
presidente
podía proclamar aquello de «romper la espalda de los cárteles de droga» cuando le viniera en gana, pero no debía hacer nada al respecto. Podía hablar por los codos, pero sin moverse ni un milímetro, porque eso sería una especie de suicidio político y económico.

Los norteamericanos lo sabían. Entregaron al
presidente
una lista de peces gordos del PRJ que estaban en nómina de la Federación, y de repente tres de aquellos tipos fueron nombrados gobernadores de estados. Otro se convirtió en secretario de Transportes, y otro que aparecía en la lista fue nombrado zar de la droga: jefe del Instituto Nacional de la Lucha contra la Droga.

Todo había vuelto a la normalidad.

Mejor que antes, porque lo que hizo Adán con sus beneficios de la crisis del
peso
fue empezar a construir Boeings 727.

Al cabo de dos años tiene veintitrés, una flota de aviones más grande que la de casi todos los países del Tercer Mundo. Los llena de cocaína en Cali y vuelan hasta aeropuertos civiles, aeropuertos militares e incluso autopistas, cerradas y custodiadas por el ejército hasta que el avión ha sido descargado.

Meten la coca en camiones frigoríficos y la transportan hasta almacenes cercanos a la frontera, donde la dividen en unidades más pequeñas y la cargan en camiones y coches que son obras de ingeniería. Toda una nueva industria ha nacido en Baja, una industria de «tuneadores», que remodelan vehículos con compartimientos ocultos llamados «bodegas de alijo». Tienen techos falsos, suelos falsos y guardabarros trucados huecos que se llenan de droga. Como cualquier industria, ha desarrollado especialistas, tíos que son grandes cortadores, y otros que son lijadores y pintores. Hay tíos que hacen cosas con masilla Bondo que un yesero veneciano solo podría soñar. En cuanto los coches están preparados, cruzan la frontera de Estados Unidos, son entregados en pisos francos, por lo general de San Diego o Los Angeles, para después ser enviados a diferentes destinos: Los Angeles, Seattle, Chicago, Detroit, Cleveland, Filadelfia, Newark, Nueva York y Boston.

La droga también viaja por mar. Desde su punto de partida en México es entregada en ciudades de la costa de Baja, donde la envasan al vacío y la cargan después en barcos pesqueros comerciales y privados, que recorren la costa hasta las aguas de California y tiran la droga al agua, donde flota hasta que es recogida por lanchas motoras, o a veces incluso por buceadores que la llevan a la orilla y la transportan hasta pisos francos.

También viaja a pie. Contrabandistas de poca monta la meten en mochilas y la envían sobre la espalda de
mojados
o coyotes que atraviesan corriendo la frontera con la esperanza de ganar una fortuna (digamos unos cinco mil dólares) por entregarla en un punto acordado de la región situada al este de San Diego. Parte de esta zona son desiertos alejados o montañas elevadas, y no es extraño que la Patrulla de Fronteras encuentre el cadáver de un
mojado
que murió deshidratado en el desierto o por exposición a condiciones climáticas extremas en las montañas, porque no cargaba con el agua o las mantas que le habrían salvado la vida, sino con un cargamento de coca.

La droga va al norte y el dinero al sur. Y ambas patas de este viaje de ida y vuelta son mucho más fáciles porque el TLCAN ha relajado la seguridad fronteriza, lo cual facilita, entre otras cosas, un flujo ininterrumpido de tráfico entre México y Estados Unidos. Y con él, un flujo ininterrumpido de droga.

Y el tráfico es más beneficioso que nunca, porque Adán utiliza su nuevo poder para negociar un trato mejor con los colombianos, que consiste en «Os compramos vuestra cocaína al por mayor y nosotros nos encargamos de venderla al por menor, gracias». Se acabaron los mil dólares por kilo de gastos de envío. Nos hemos independizado.

El Tratado de Libre Comercio (de droga) de América del Norte, piensa Adán.

Dios bendiga el libre comercio.

Adán ha conseguido que el antiguo Trampolín Mexicano parezca un niño pequeño dando saltitos en la cama. Eh, ¿para qué saltar cuando se puede volar?

Y Adán puede volar.

Es el Señor de los Cielos.

Pero la vida no ha vuelto al
status quo ante bellum
.

No. Hasta el siempre realista Adán sabe que nada puede ser igual después del asesinato de Parada. En teoría, es un hombre buscado. Sus nuevos «amigos» de Los Pinos han ofrecido una recompensa de cinco millones de dólares por los hermanos Barrera, el FBI les ha puesto en la lista de los Más Buscados, sus fotos cuelgan en las paredes de los puntos de control fronterizos y en las oficinas gubernamentales.

Es una farsa, por supuesto, de cara a los norteamericanos. Las fuerzas de la ley mexicanas ya no persiguen a los Barrera, del mismo modo que ya no intentan acabar con el tráfico de drogas entendido como un todo.

De todos modos, los Barrera no se lo pueden refregar por la cara, no pueden exhibirse. Es el trato no verbalizado. Los viejos tiempos han terminado. Se acabaron las fiestas en grandes restaurantes, las discos, los hipódromos, los asientos de primera fila en los grandes combates pugilísticos. Los Barrera tienen que facilitar al gobierno que pueda encogerse de hombros ante los norteamericanos y afirmar que de buena gana detendría a los Barrera si supiera dónde están.

Así que Adán ya no vive en la mansión de Colonia Hipódromo, no va a sus restaurantes, no se sienta en la trastienda para anotar cifras en sus libretas. No echa de menos la casa, no echa de menos los restaurantes, pero sí que echa de menos a su hija.

Lucía y Gloria están viviendo en Estados Unidos, en la tranquila zona residencial de Bonita, en San Diego. Gloria va al colegio católico; Lucía, a una iglesia nueva. Una vez a la semana, un coche correo de los Barrera se encuentra con ella en el aparcamiento de un centro comercial y le entrega un maletín con setenta mil dólares.

Una vez al mes, Lucía lleva a Gloria a Baja para que vea a su padre.

Se encuentran en hoteles rurales alejados, o en una zona de picnic que hay junto, a la carretera cerca de Tecate. Adán vive para estas visitas. Gloria ya tiene doce años, y está empezando a entender por qué su padre no puede vivir con ellas, por qué no puede cruzar la frontera de Estados Unidos. Él intenta explicarle que le han acusado falsamente de muchas cosas, que los norteamericanos cogen todos los pecados del mundo y los cargan sobre las espaldas de los Barrera.

Pero sobre todo hablan de cosas más mundanas, de cómo le va en el colegio, qué tipo de música escucha, qué películas ha visto, quiénes son sus amigos y lo que hacen cuando se reúnen. Está creciendo, por supuesto, pero a medida que crece también lo hace su deformidad, y el progreso de la enfermedad tiende a acelerarse en la adolescencia. La hinchazón del cuello empuja todavía más hacia abajo y a la izquierda su cabeza, ya de por sí pesada, lo cual le impide hablar bien. Algunos chicos del colegio (es un tópico que los niños son crueles, piensa él) la llaman la Chica Elefante.

Sabe que es doloroso para ella, pero lo desecha con un encogimiento de hombros.

—Son idiotas —dice la niña—. No te preocupes, tengo amigos.

Pero sí que se preocupa, por su salud, se reprende por no poder estar con ella, sufre por el diagnóstico a largo plazo. Reprime las lágrimas cada vez que la visita va a terminar. Mientras Gloria se queda sentada en el coche, Adán discute con Lucía, intenta convencerla de que regrese a México, pero ella no quiere ni oír hablar de ello.

—No pienso vivir como una fugitiva —le dice. Además, dice que tiene miedo de México, miedo de otra guerra, miedo por ella y por su hija.

Son motivos más que suficientes, reflexiona Adán, pero él sabe el verdadero motivo: ahora siente desprecio por él. Está avergonzada de él, de cómo se gana la vida, de lo que ha hecho para ganársela. Quiere mantenerse alejada de él lo máximo posible, entregarse por completo a su frágil hija, cuidarla en la paz y tranquilidad de una vida residencial norteamericana.

Pero aun así, acepta el dinero, piensa Adán.

Nunca envía de vuelta el coche correo.

Intenta no amargarse por ello.

Nora le ayuda.

—Tienes que entender cómo se siente —le dice—. Quiere una vida normal para su hija. Es duro para ti, pero tienes que comprender cómo se siente.

Es curioso, piensa Adán, la amante defendiendo a la esposa, pero la respeta por ello. Ella le ha dicho muchas veces que, si pudiera reunirse con su familia de nuevo, debería hacerlo, y ella se retiraría a un segundo plano.

Pero Nora es el consuelo de su vida.

Cuando es sincero consigo mismo, tiene que reconocer que el lado positivo de estar separado de su esposa es que le concede libertad para estar con Nora.

No, el Señor de los Cielos vuela alto.

Hasta que...

El suministro de cocaína empieza a secarse.

No sucede de repente. Es como una sequía lenta y gradual.

Es la puta DEA norteamericana.

Primero, acabaron con el cártel de Medellín (Fidel «Rambo» Cardona se revolvió contra su viejo amigo Pablo Escobar, y ayudó a los norteamericanos a localizarle y matarle), y después fueron a por Cali. Detuvieron a los hermanos Orejuela cuando regresaban de una reunión en Cancún con Adán. Tanto el cártel de Medellín como el de Cali se rompieron en pedazos. Las Campanitas, los bautizó Adán.

Es lógico, piensa Adán, una evolución natural debido a la incesante presión norteamericana. Los que sobrevivirán serán aquellos capaces de mantener un perfil bajo. De no ser detectados por el radar norteamericano. Es lógico, pero también complica y dificulta los negocios de Adán. En lugar de tratar con una o dos entidades grandes, tiene que hacer juegos malabares con decenas, cuando no miríadas de pequeñas células, e incluso empresarios individuales. Y, con la desaparición de los cárteles integrados verticales, Adán ya no puede confiar en la entrega incesante y puntual de un producto de calidad. Digan lo que digan de los monopolios, piensa Adán, son eficaces. Pueden entregar lo que prometen donde y cuando dicen que lo harán, al contrario que las Campanitas, con quienes la entrega puntual de un producto de calidad se ha convertido en una excepción más que en una norma.

De modo que el sector de producción del negocio de cocaína de Adán ha empezado a temblar, y la vibración se está propagando a todo el entramado, desde los mayoristas a quienes los Barrera proporcionaban transporte y protección, hasta los nuevos mercados minoristas de Los Angeles, Chicago y Nueva York, de los que Adán se apoderó después de la detención de los Orejuela. Para colmo, tiene Boeings 727 vacíos (caros de comprar y mantener) aparcados en pistas de aterrizaje de Colombia, a la espera de cocaína que, con frecuencia, llega demasiado tarde o no aparece, ocuando lo hace, no es de la calidad y potencia prometidas. Así que los clientes de la calle se quejan a los minoristas, quienes se quejan a los mayoristas, quienes (con educación) se quejan a los Barrera.

Más tarde el flujo de cocaína se paraliza casi por completo.

El torrente se convierte en riachuelo, después en hilillo de agua, luego en gotas.

Por fin Adán descubre el motivo:

Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.

Las FARC.

El movimiento insurgente marxista más antiguo y longevo de Latinoamérica.

Las FARC controlan la remota zona sudoeste de Colombia, además de las decisivas fronteras con Perú y Ecuador, países productores de cocaína. Desde su baluarte de los territorios del noroeste de la selva amazónica, las FARC libran desde hace treinta años una guerra de guerrillas contra el gobierno colombiano, los ricos terratenientes de la nación y los intereses petroleros que operan desde los distritos costeros ricos en petróleo.

Y el poder de las FARC está en alza. Tan solo el mes anterior, las guerrillas lanzaron un osado ataque contra un puesto avanzado del ejército en la ciudad de Las Delicias. Conquistaron el fuerte, utilizando morteros y cargas explosivas de gran potencia, mataron a sesenta soldados y capturaron al resto. Las FARC cortaron la principal autopista que comunica los distritos del sudoeste con el resto del país.

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