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Authors: Charles Darwin

El origen de las especies (62 page)

BOOK: El origen de las especies
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Como las formas árticas se trasladaron primero hacia el Sur y después retrocedieron hacia el Norte, al unísono del cambio de clima, no habrán estado sometidas durante sus largas migraciones a una gran diversidad de temperaturas, y como todas ellas emigraron juntas, en masa, sus relaciones mutuas no se habrán alterado mucho. Por consiguiente, según los principios repetidos en este libro, estas formas no habrán sufrido grandes modificaciones. Pero el caso habrá sido algo diferente para las producciones alpinas, que, desde el momento de la vuelta del calor, quedaron aisladas, primero en la base de las montañas y finalmente en sus cumbres; pues no es probable que el mismo conjunto de especies árticas hayan quedado en cordilleras muy distantes entre sí y hayan sobrevivido después. Lo probable es que estas especies se hayan mezclado con antiguas especies alpinas que debieron existir en las montañas antes del principio de la época glaciar, y que durante el período más frío fueron temporalmente forzadas a bajar a las llanuras.

Aquellas especies han estado además sometidas a influencias algo diferentes de clima; sus relaciones mutuas habrán sido así alteradas en cierto grado, y en consecuencia las especies habrán estado sujetas a variación y se habrán modificado; pues, si comparamos las plantas y animales alpinos actuales de las diferentes cordilleras principales de Europa, aun cuando muchas de las especies permanecen idénticamente iguales, algunas existen como variedades, otras como formas dudosas o subespecies y otras como especies distintas, pero muy afines, que se representan mutuamente en las diferentes cordilleras.

En el ejemplo precedente hemos supuesto que en el comienzo de nuestro imaginario período glaciar las producciones árticas eran tan uniformes en todas las regiones polares como lo son hoy en día; pero es también necesario admitir que muchas formas subárticas y algunas de los climas templados eran las mismas en todo el mundo, pues algunas de las especies que ahora existen en la base de las montañas y en las llanuras del norte de América y de Europa son las mismas, y puede preguntarse cómo explico yo esta uniformidad de las formas subárticas y de clima templado, en todo el mundo, al principio del verdadero período glaciar. Actualmente las producciones subárticas y de las regiones templadas del Norte, en el Mundo Antiguo y en el Nuevo, están separadas por todo el océano Atlántico y por la parte norte del Pacífico. Durante el período glaciar, cuando los habitantes del Mundo Antiguo y del Nuevo vivían mucho más al Sur de lo que viven actualmente, tuvieron que estar separados entre sí aún más completamente por espacios mayores del océano; de manera que puede muy bien preguntarse cómo es que las mismas especies pudieron entonces, o antes, haber llegado a los dos continentes. La explicación, a mi parecer, está en la naturaleza del clima antes del comienzo del período glaciar. En aquella época, o sea el período plioceno más moderno, la mayor parte de los habitantes del mundo eran específicamente los mismos que ahora, y tenemos razones suficientes para creer que el clima era más caliente que en la actualidad. Por consiguiente, podemos suponer que los organismos que actualmente viven a 60º de latitud vivían durante el período plioceno más al Norte, en el circulo polar, a 66º-67º de latitud, y que las producciones árticas actuales vivían entonces en la tierra fragmentada todavía más próxima al polo. Ahora bien; si consideramos el globo terrestre, vemos que en el círculo polar hay tierra casi continua desde el oeste de Europa, por Siberia, hasta el este de América, y esta continuidad de tierra circumpolar, con la consiguiente libertad, en un clima más favorable, para emigraciones mutuas, explicará la supuesta uniformidad de las producciones subárticas y de clima templado del Mundo Antiguo y del Nuevo en un período anterior a la época glaciar.

Creyendo, por las razones que antes se han indicado, que los continentes actuales han permanecido mucho tiempo casi en las mismas situaciones relativas, aunque sujetos a grandes oscilaciones de nivel, me inclino mucho a extender la hipótesis precedente, hasta deducir que durante un período anterior más caliente, como el período plioceno antiguo, en las tierras circumpolares, que eran casi ininterrumpidas, vivía un gran número de plantas y animales iguales, y que estas plantas y animales, tanto en el Mundo Antiguo como en el Nuevo, empezaron a emigrar hacia el Sur cuando el clima se hizo menos caliente, mucho antes del principio del período glaciar. Actualmente vemos, creo yo, sus descendientes, la mayor parte de ellos en un estado modificado, en las regiones centrales de Europa y de los Estados Unidos. Según esta opinión, podemos comprender el parentesco y rara identidad entre las producciones de América del Norte y de Europa, parentesco que es sumamente notable considerando la distancia de los dos territorios y su separación por todo el océano Atlántico. Podemos comprender, además, el hecho singular, sobre el que han llamado la atención diferentes observadores, de que las producciones de Europa y América en los últimos pisos terciarlos estaban más relacionadas que lo están actualmente, pues durante estos períodos más calientes las partes del norte del Mundo Antiguo y del Nuevo deben haber estado unidas, casi sin interrupción, por tierra, que serviría como de puente -que el frío después hizo intransitable- para las emigraciones recíprocas de sus habitantes.

Durante la lenta diminución del calor en el período plioceno, tan pronto como las especies comunes que vivían en el Mundo Antiguo y en el Nuevo emigraron al sur del circulo polar, quedarían completamente separadas. Esta separación, por lo que se refiere a las producciones de clima más templado, tiene que haber ocurrido hace mucho tiempo. Al emigrar hacia el Sur, las plantas y animales tuvieron que mezclarse en una gran región con las producciones indígenas americanas, y tendrían que competir con ellas, y en otra gran región con las del Mundo Antiguo. Por consiguiente, tenemos en este caso algo favorable a las modificaciones grandes, a modificaciones mucho mayores que las de las producciones alpinas que quedaron aisladas, en un período mucho más reciente, en las diferentes cordilleras en las tierras árticas de Europa y América del Norte. De aquí proviene que, cuando comparamos las producciones que viven actualmente en las regiones templadas del Nuevo Mundo y del Antiguo, encontremos muy pocas especies idénticas -aunque Assa Gray ha mostrado últimamente que son idénticas más plantas de las que antes se suponía- y que encontremos, en cambio, en todas las clases principales, muchas formas, que unos naturalistas consideran como razas geográficas y otros como especies distintas, y una legión de formas representativas, o muy afines, que son consideradas por todos los naturalistas como específicamente distintas.

Lo mismo que en tierra, en las aguas del mar, una lenta emigración, hacia el Sur, de la fauna marina, que durante el plioceno, o hasta en un período algo anterior, fue casi uniforme a lo largo de las ininterrumpidas costas del círculo polar, explicará, dentro de la teoría de la modificación, el que hoy vivan especies afines en regiones completamente separadas. Así, creo yo, podemos comprender la presencia en las costas orientales y occidentales de la parte templada del norte de América de algunas formas muy próximas, todavía vivientes o terciarias extinguidas, y explicará también el hecho aun más llamativo de que vivan en el Mediterráneo y en los mares del Japón muchos crustáceos -según se describe en la admirable obra de Dana-, algunos peces y otros animales marinos muy afines, a pesar de estar completamente separadas estas dos regiones por un continente entero e inmensas extensiones de océano.

Dentro de la teoría de la creación, son inexplicables estos casos de parentesco próximo entre especies que viven actualmente o vivieron en otro tiempo en el mar, en las costas orientales y occidentales de América del Norte, en el Mediterráneo y el Japón, y en las tierras templadas de América del Norte y Europa. No podemos sostener que estas especies hayan sido creadas semejantes en relación con las condiciones físicas, casi iguales, de las regiones; pues si comparamos, por ejemplo, ciertas partes de América del Sur con partes de África meridional o de Australia, vemos regiones, muy semejantes en todas sus condiciones físicas, cuyos habitantes son completamente diferentes.

Alternancia de períodos glaciares en el Norte y en el Sur.

Pero tenemos que volver a nuestro asunto principal. Estoy convencido de que la opinión de Forbes puede generalizarse mucho. En Europa nos encontramos con las pruebas más claras del período glaciar, desde las costas occidentales de la Gran Bretaña, hasta la cordillera de los Montes Urales y, hacia el Sur, hasta los Pirineos. Podemos deducir de los mamíferos congelados y de la naturaleza de la vegetación de las montañas, que Siberia sufrió igual influencia. En el Líbano; según el doctor Hooker, las nieves perpetuas cubrían en otros tiempos el eje central y alimentaban glaciares que bajaban a 4.000 pies por los valles. El mismo observador ha encontrado recientemente grandes morrenas a un nivel bajo en la cordillera del Atlas, en el norte del África. En el Himalaya, en puntos separados por 900 millas, los glaciares han dejado señales de su anterior descenso muy bajo, y en Sikkim, el doctor Hooker vio maíz que crecía en antiguas morrenas gigantescas. Al sur del continente asiático, al otro lado del Ecuador, sabemos, por las excelentes investigaciones del doctor J. Haast y del doctor Hector, que en Nueva Zelandia, en otro tiempo, inmensos glaciares descendieron hasta un nivel bajo, y las plantas iguales encontradas por el doctor Hooker en montañas muy distantes de esta isla nos refieren la misma historia de un período frío anterior. De los hechos que me ha comunicado el reverendo W. B. Clarke resulta también que hay huellas de acción glaciar anterior en las montañas del extremo sudeste de Australia.

Por lo que se refiere a América, en su mitad norte se han observado fragmentos de roca transportados por el hielo, en el lado este del continente, hasta la latitud de 36º-37º, y en las costas del Pacifico, donde actualmente el clima es tan diferente, hasta la latitud de 46º. También se han señalado cantos erráticos en las Montañas Rocosas. En América del Sur, en la cordillera de los Andes, casi en el Ecuador, los glaciares llegaban en otro tiempo mucho más abajo de su nivel actual. En la región central de Chile examiné un gran cúmulo de detritus con grandes cantos que cruzaba el valle del Portillo, y que apenas puede dudarse de que en otro tiempo constituyeron una morrena gigantesca; y míster D. Forbes me informó que en diferentes partes de la cordillera de los Andes, entre 13º y 30º de latitud sur, encontró, aproximadamente a la altura de 12.000 pies, rocas profundamente estriadas, semejantes a aquellas con que estaba familiarizado en Noruega, e igualmente grandes masas de detritus con guijarros estriados. En toda esta extensión de la cordillera de los Andes no existen actualmente verdaderos glaciares, ni aun a alturas mucho más considerables. Más al Sur, a ambos lados del continente, desde 41º de latitud hasta el extremo más meridional, tenemos las pruebas más evidentes de una acción glaciar anterior, en un gran número de inmensos cantos transportados lejos de su lugar de origen.

Por estos diferentes hechos, o sea porque la acción glaciar se ha extendido por todas partes en los hemisferios boreal y austral; porque este período ha sido reciente, en sentido geológico, en ambos hemisferios, por haber perdurado en ambos mucho tiempo, como puede deducirse de la cantidad de trabajo efectuado, y, finalmente, por haber descendido recientemente los glaciares hasta un nivel bajo en toda la cordillera de los Andes, me pareció en un tiempo que era indubitable la conclusión de que la temperatura de toda la Tierra había descendido simultáneamente en el período glaciar. Pero ahora míster Croll, en una serie de admirables Memorias, ha intentado demostrar que un clima glaciar es el resultado de diferentes causas físicas, puestas en actividad por un aumento en la excentricidad de la órbita de la Tierra. Todas estas causas tienden hacia el mismo fin; pero la más potente parece ser la influencia indirecta de la excentricidad de la órbita en las corrientes oceánicas. Según míster Croll, los períodos de frío se repiten regularmente cada diez o quince mil años, y éstos son extremadamente rigurosos a larguísimos intervalos, debido a ciertas circunstancias, la más importante de las cuales, como ha demostrado sir C. Lyell, es la posición relativa de las tierras y de las aguas. Míster Croll cree que el último período glaciar grande ocurrió hace doscientos cuarenta mil años, aproximadamente, y duró, con ligeras alteraciones de climas, unos ciento sesenta mil. Por lo que se refiere a períodos glaciares más antiguos, diferentes geólogos están convencidos, por pruebas directas, que estos períodos glaciares ocurrieron durante las formaciones miocenas y eocenas, por no mencionar formaciones aún más antiguas. Pero el resultado más importante para nosotros a que ha llegado míster Croll es que siempre que el hemisferio norte pasa por un período frío, la temperatura del hemisferio sur aumenta positivamente, por volverse los inviernos más suaves, debido principalmente a cambios en la dirección de las corrientes oceánicas. Otro tanto ocurrirá en el hemisferio norte cuando el hemisferio sur pasa por un período glaciar. Esta conclusión proyecta tanta luz sobre la distribución geográfica, que me inclino mucho a darle crédito; pero indicaré primero los hechos que requieren una explicación.

El doctor Hooker ha demostrado que en América del Sur, aparte de muchas especies muy afines, más de cuarenta o cincuenta plantas fanerógamas de la Tierra del Fuego -que constituyen una parte no despreciable de su escasa flora- son comunes a América del Norte y Europa, a pesar de estar en territorios enormemente distantes en hemisferios opuestos. En las gigantescas montañas de América ecuatorial existe una multitud de especies peculiares pertenecientes a géneros europeos. En los montes Organ, del Brasil, Gardner encontró algunos géneros de las regiones templadas de Europa, algunos antárticos y algunos de los Andes que no existen en las cálidas regiones bajas intermedias. En la Silla de Caracas, el ilustre Humboldt encontró mucho antes especies pertenecientes a géneros característicos de la cordillera de los Andes.

En África se presentan en las montañas de Abisinia varias formas características y algunas representativas de la flora del Cabo de Buena Esperanza. En el Cabo de Buena Esperanza se encuentra un cortísimo número de especies europeas que se supone que no han sido introducidas por el hombre, y en las montañas se encuentran varias formas europeas representativas que no han sido descubiertas en las regiones intertropicales de África. El doctor Hooker, recientemente, ha demostrado también que varias de las plantas que viven en las regiones superiores de la elevada isla de Fernando Poo y en los vecinos montes de los Camarones, en el golfo de Guinea, están muy relacionadas con las de las montañas de Abisinia y también con las de las regiones templadas de Europa. Actualmente también parece, según me dice el doctor Hooker, que algunas de estas mismas plantas de climas templados han sido descubiertas por el reverendo T. Lowe en las montañas de las islas de Cabo Verde. Esta extensión de las mismas formas de clima templado, casi en el Ecuador, a través de todo el continente de África y hasta las montañas del archipiélago de Cabo Verde, es uno de los hechos más asombrosos que en todo tiempo se han registrado en la distribución de las plantas.

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