El loco (2 page)

Read El loco Online

Authors: Gibran Khalil Gibran

Tags: #Clásico, Fantástico, Filosofía, Relato

BOOK: El loco
9.66Mb size Format: txt, pdf, ePub

SEXTO YO: ¿Y yo? Soy el YO trabajador, el insignificante obrero que con sus manos pacientes y sus ojos anhelantes transforma los días en imágenes y da a los elementos amorfos formas nuevas y eternas. Soy YO, el solitario quien debe rebelarse contra este inquieto loco.

SÉPTIMO YO: Qué extraño es que todos queráis rebelaros contra este hombre por tener cada uno de vosotros un destino determinado que cumplir. ¡Ah, ojalá fuera yo como uno de vosotros y tuviera también un YO con un determinado destino! Pero no tengo ninguno, soy el YO sin ocupación, el que se sienta en silencio, vacío de Tiempo y espacio, mientras vosotros estáis ocupados recreando la vida. ¿Sois vosotros o yo, compañeros, quien debe rebelarse?

Cuando el séptimo YO hubo hablado, los otros seis lo miraron apenados, pero no dijeron nada. Y cuando la noche se hizo más profunda uno tras otro se fueron a dormir arropados en una nueva y satisfecha sumisión.

Pero el séptimo YO permaneció despierto, mirando la nada que está detrás de todas las cosas.

G
UERRA

Una noche hubo una fiesta en palacio, y fue un hombre y se prosternó ante el príncipe. Todos los invitados lo miraron y vieron que le faltaba uno de los ojos y que la cuenca vacía sangraba.

El príncipe le preguntó:

—¿Qué te ha sucedido?

Y el hombre respondió:

—Oh príncipe, soy un ladrón profesional y esta noche, al ver que no había luna, fui a robar a la casa del cambista. Cuando entraba por la ventana, me equivoqué y entré en el taller del tejedor. En la oscuridad tropecé con el telar, que me arrancó el ojo. Y ahora, oh príncipe, vengo a pedir justicia contra el tejedor.

Entonces, el príncipe mandó llamar al tejedor, y cuando lo tuvo delante ordenó que le arrancasen uno de sus ojos.

—Oh príncipe —dijo el tejedor—, tu orden ha sido justa. Está bien que me hayas hecho arrancar uno de los ojos, pero, desgraciadamente, mis dos ojos me eran necesarios para poder ver la tela que tejo. Tengo un vecino que es zapatero remendón y posee también dos ojos, y para su oficio no necesita los dos ojos.

Entonces el príncipe mandó llamar al zapatero. Y cuando se presentó ante él le fue arrancado un ojo.

Y así se hizo justicia.

L
A ZORRA

Una zorra miró su sombra al amanecer, y dijo:

—Hoy preciso todo un camello para almorzar.

Y pasó toda la mañana buscando camellos. Pero al mediodía volvió ver su sombra, y dijo:

—Con un ratón me bastará.

E
L REY SABIO

Había una vez un rey sabio y poderoso que gobernaba en la remota ciudad de Wirani. Y era temido por su poder y amado por su sabiduría.

En el corazón de aquella ciudad había un pozo cuya agua era fresca y cristalina, y de ella bebían todos los habitantes, incluso el rey y sus cortesanos, porque en Wirani no había otro pozo.

Una noche, mientras todos dormían, una bruja entró en la ciudad y derramó siete gotas de un extraño líquido en el pozo, y dijo:

—De ahora en adelante, todo el que beba de esta agua se volverá loco.

A la mañana siguiente, salvo el rey y su gran chambelán, todos los habitantes bebieron el agua del pozo y enloquecieron, tal y como había predicho la bruja.

Y durante aquel día, todas las gentes no hacían sino susurrar el uno al otro en las calles estrechas y en las plazas públicas:

—El rey está loco. Nuestro rey y su gran chambelán han perdido la razón. Naturalmente, no podemos ser gobernados por un rey loco. Es preciso destronarlo.

Aquella noche, el rey ordenó que le llenasen un vaso de oro con agua del pozo. Y cuando se lo trajeron, bebió copiosamente y dio de beber a su gran chambelán.

Y hubo un gran regocijo en aquella remota ciudad de Wirani, porque el rey y su gran chambelán habían recobrado la razón.

A
MBICIÓN

Tres hombres se reunieron junto a la mesa de una taberna. Uno era tejedor; el segundo carpintero, y el tercero era un peón.

Dijo el tejedor:

—Hoy vendí una fina mortaja de lino por dos piezas de oro. Bebamos todo el vino que queramos.

—Y yo —dijo el carpintero— he vendido mi mejor ataúd. Comamos un gran asado con el vino.

—Yo sólo he cavado una fosa —dijo el peón—, pero mi patrón me pagó el doble. Comamos también pasteles de miel.

Y toda aquella noche la taberna estuvo llena de animación, porque pedían constantemente vino, carne, y pasteles de miel. Y estaban muy contentos.

El tabernero se frotaba las manos y sonreía a su mujer, ya que sus huéspedes gastaban sin limitaciones.

Cuando los hombres salieron de la taberna, la luna brillaba espléndida en el cielo y caminaron por la calle cantando y gritando.

El tabernero y su mujer, de pie en la puerta de la taberna, los miraban alejarse.

—¡Ah! —exclamó la mujer—, ¡qué grandes señores! ¡Tan generosos y tan alegres! Si así fuera nuestra suerte siempre, entonces nuestro hijo no necesitaría ser tabernero y trabajar tan duro. Podríamos educarlo para que llegara a ser sacerdote.

E
L NUEVO PLACER

Anoche inventé un nuevo placer, y cuando lo estaba experimentando por primera vez, un ángel y un demonio llegaron corriendo a mi casa.

Se encontraron en mi puerta y se pusieron a reñir acerca de mi recién inventado placer.

El uno gritaba:

—¡Es un pecado!

Y el otro protestaba:

—¡Es una virtud!

E
L OTRO IDIOMA

Tres días después de mi nacimiento, cuando estaba en mi cuna de seda contemplando asombrado el nuevo mundo a mi alrededor, mi madre habló con la nodriza para preguntarle:

—¿Cómo está mi hijo?

Y la nodriza respondió:

—Está bien, señora. Lo amamanté tres veces y nunca antes había visto un niño de su edad que estuviera tan contento.

Indignado, grité:

—¡No es verdad, madre! Mi cama es dura, y la leche que he mamado sabe amarga a mi paladar, y el olor del pecho repugna mi olfato, y me siento muy desdichado.

Pero mi madre no comprendió —y la nodriza tampoco—, porque el idioma que yo hablaba era el del mundo del cual yo provenía.

Y al vigésimo primer día de mi vida, cuando me estaban bautizando, el sacerdote dijo a mi madre:

—Naturalmente debe sentirse usted muy dichosa de que su hijo haya nacido cristiano.

Sorprendido, dije al sacerdote:

—Entonces su madre que está en el cielo debe sentirse muy desdichada, porque usted no nació cristiano.

Pero el sacerdote tampoco entendió mi lenguaje.

Y pasadas siete lunas, un adivino me miró un día y dijo a mi madre:

—Su hijo será un estadista y un gran líder.

Mas yo grité:

—¡Ésa es una falsa profecía, porque yo seré músico y nada más que músico!

Pero a pesar de mi edad todavía no se comprendía mi idioma, y fue grande mi espanto.

Han transcurrido treinta y tres años, durante los cuales murieron mi madre, la nodriza, y el sacerdote, pero el adivino todavía vive. Lo encontré ayer junto a la puerta del templo; y mientras conversábamos me dijo:

—Yo siempre supe que llegarías a ser un gran músico. Incluso en tu infancia profeticé y predije tu futuro.

Y le creí, porque ahora también yo he olvidado el idioma de aquel otro mundo.

L
A GRANADA

Una vez viví en el corazón de una granada y escuché a un grano decir:

—Algún día llegaré a ser un árbol, y el viento cantará entre mis ramas, y el sol danzará sobre mis hojas. Seré fuerte y hermoso durante todas las estaciones.

Entonces otro grano habló y dijo:

—Cuando yo era tan joven como tú, también tenía esa clase de sueños; pero ahora que comprendo el valor de las cosas, me doy cuenta de que mis aspiraciones eran vanas.

Y un tercer grano también habló:

—Nada veo en nosotros que prometa un futuro tan espléndido.

Y un cuarto dijo:

—¡Qué inútil sería nuestra vida si no tuviéramos un porvenir mejor!

Dijo un quinto:

—¿Para qué discutir sobre lo que seremos si aún no sabemos lo que somos?

Y un sexto replicó:

—Aunque no sepamos lo que ahora somos, siempre seguiremos siendo lo que ahora somos.

Y un séptimo dijo:

—Tengo una idea muy clara de cómo será todo, pero no logro expresarla en palabras.

Luego hablaron un octavo, un noveno, y un décimo, y muchos otros, y cuando hablaban ya a un mismo tiempo todos, entonces no pude comprender nada de lo que decían en medio de tantas voces.

Por eso, aquel mismo día me trasladé al corazón de un membrillo, en donde los granos son pocos y casi silenciosos.

L
AS DOS JAULAS

En el jardín de mi padre hay dos jaulas. En una vive un león que los esclavos de mi padre trajeron del desierto de Nínive; en la otra, un gorrión que no canta.

Todos los días al amanecer, el gorrión saluda al león diciendo: “Que tengas buenos días, hermano prisionero”.

L
AS TRES HORMIGAS

Tres hormigas se encontraron sobre la nariz de un hombre que dormía al sol. Después de haberse saludado de acuerdo a las costumbres de la tribu de cada una, se pusieron a conversar.

La primera hormiga dijo:

—Estas colinas y llanuras son las más áridas que he conocido en mi vida. Pasé todo el día buscando un grano de cualquier clase y no he encontrado nada.

Dijo la segunda:

—Yo tampoco he encontrado nada, a pesar de haber recorrido cuanto páramo y escondrijo existen. Creo que ésta es la tierra que mi pueblo llama blanda y movediza donde no crece nada.

Entonces, la tercera hormiga alzó su cabeza y dijo:

—Amigas mías; estamos en este momento sobre la nariz de la Hormiga Suprema, la poderosa e infinita Hormiga, cuyo cuerpo es tan grande que no podemos verlo, cuya sombra es tan vasta que no podemos abarcarla, cuya voz es tan potente que no podemos oírla. Y Ella es omnipresente.

Cuando la tercera hormiga terminó de hablar, las otras se miraron y echaron a reír.

En ese momento, el hombre se movió y en su sueño alzó la mano, se rascó la nariz, y aplastó a las tres hormigas.

E
L SEPULTURERO

Una vez, cuando estaba sepultando a mis YO muertos, se me acercó a mí el sepulturero y me dijo:

—De todos los que vienen aquí a sepultar, tú eres el único al que amo.

Le dije:

—Tus palabras me regocijan, pero dime, por favor, ¿por qué me amas?

—Porque todos llegan llorando y se marchan llorando. Y tú eres el único que llega riendo y se marcha riendo.

S
OBRE LAS GRADAS DEL
T
EMPLO

Ayer por la tarde, sobre las gradas de mármol del Templo, vi a una mujer sentada entre dos hombres. Una de sus mejillas estaba pálida y la otra sonrojada.

L
A
C
IUDAD
S
ANTA

En mi juventud me contaron que había una ciudad en la que todos vivían conforme a la Escritura.

Y me dije: “Buscaré esa ciudad y la bendición que hay en ella”. Pero quedaba muy lejos e hice grandes provisiones para el viaje. Y después de cuarenta días contemplé la ciudad, y cuarenta y un días después de mi partida entré en ella.

Mas, ¡ay!, todos los habitantes sólo tenían un ojo y una mano. Quedé asombrado, y me dije: “¿Será acaso que para vivir en esta ciudad es preciso tener un solo ojo y una sola mano?”

Entonces vi que ellos también se asombraban de que yo tuviera dos manos y mis dos ojos. Y al ver que hablaban entre sí, los interrogué, diciendo:

—¿Es ésta realmente la Ciudad Santa, donde todos viven conforme a las Escrituras?

Y ellos me respondieron:

—Sí, ésta es la ciudad.

Pregunté:

—¿Y qué os ha sucedido, dónde están vuestros ojos derechos y vuestras manos derechas?

Quedaron perplejos ante mi ignorancia, y me dijeron:

—Ven y mira.

Y me llevaron al templo, en el centro de la ciudad, y en el templo vi montón de manos y ojos, todos apergaminados. Pregunté:

—¿Qué conquistador ha cometido esta crueldad con vosotros?

Hubo un murmullo entre ellos. Y uno de los más viejos se adelantó y me dijo:

—Nosotros mismos lo hemos hecho. Dios nos hizo vencer el mal que había en nosotros.

Y me condujo a un altar elevado, y todo el pueblo nos siguió. Y me enseñó una inscripción grabada encima del altar, y yo leí:

Si tu ojo derecho te induce al pecado, arráncalo lejos de ti; porque es mejor para ti que uno de tus miembros perezca antes de que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te induce a pecar, córtala y arrójala lejos de ti; porque es preferible que perezca uno de tus miembros antes de que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno.

Entonces comprendí. Me di la vuelta hacia el pueblo y exclamé:

—¿No hay entre vosotros un varón o una mujer que tenga dos ojos y dos manos?

Y me respondieron diciendo:

—No. Ninguno. No hay nadie entero, salvo los que aún son muy pequeños para poder leer las Escrituras y comprender sus mandamientos.

Y cuando salimos del templo, me apresuré a dejar la Ciudad Santa; porque ya no era joven y podía leer las Escrituras.

E
L
D
IOS DEL
B
IEN Y EL
D
IOS DEL
M
AL

El Dios del Bien y el Dios del Mal se encontraron en la cumbre de una montaña.

El Dios del Bien dijo:

—Buenos días, hermano.

El Dios del Mal no respondió.

Y el Dios del Bien añadió:

—Hoy estás de mal humor.

—Sí —replicó el Dios del Mal—, porque últimamente me han confundido muchas veces contigo, llamándome por tu nombre, tratándome como si yo fuera tú, y eso no me agrada.

Y el Dios del Bien dijo:

—Pero también a mí me han confundido contigo y me han llamado por tu nombre.

El Dios del Mal se alejó, maldiciendo la estupidez humana.

D
ERROTA

Derrota, mi Derrota, mi soledad y mi aislamiento.

Eres para mí más querida que un millar de triunfos,

y más dulce a mi corazón que toda la gloria del mundo.

Derrota, mi Derrota, mi conocimiento de mí mismo y mi desafío;

por ti sé que aún soy joven y de pies ligeros,

y desdeñoso de los laureles que se marchitan.

Y en ti encontré la soledad,

y la alegría de ser ignorado y despreciado.

Derrota, mi Derrota, mi espada brillante y mi escudo;

en tus ojos he leído que ser entronizado es ser esclavizado,

y ser comprendido es ser rebajado,

y ser entendido significa alcanzar la plenitud,

y como un fruto maduro, caer y ser devorado.

Derrota, mi Derrota, mi audaz compañera,

tú escucharás mis cantos, mis gritos y silencios,

y nadie sino tú me hablará de batir las alas,

y de la agitación de los mares,

y de las montañas que arden de noche,

y sólo tú escalarás las rocas y peñascos de mi alma.

Derrota, mi Derrota, valor que nunca muere;

tú y yo reiremos juntos en la tempestad,

y juntos cavaremos las tumbas para todo lo que muere en nosotros,

y permaneceremos de pie al sol con una voluntad indomable.

Y seremos peligrosos.

Other books

Los Espejos Venecianos by Joan Manuel Gisbert
On Strike for Christmas by Sheila Roberts
Grave Danger by Grant, Rachel