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Authors: Laura Gallego

Tags: #Aventuras, #Fantástico

El libro de los portales (3 page)

BOOK: El libro de los portales
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—Pon a trabajar a una cuadrilla o dos en ese agujero —dijo—. Queremos más muestras de esa bodarita azul.

—Estaríamos encantados de complaceros —respondió el capataz, eligiendo con cuidado las palabras—; pero, como os decía hace un momento, tenemos a todos nuestros hombres ocupados en…

—Pagaremos el mineral azul al mismo precio que el de siempre —interrumpió maese Nordil—. ¿Bastará con eso?

—¿Queréis decir que funciona?

—Aún lo estamos estudiando —reiteró maese Kalsen, con un tono de voz que sugería que no admitiría más preguntas.

De todas formas, Tembuk se arriesgó a tratar de negociar un poco más:

—Ya habéis visto cuáles son las condiciones de trabajo en la mina, maeses. Si subierais un poco el precio del mineral, mis hombres…

—Os estamos dando una nueva oportunidad, capataz —cortó el pintor, con sequedad—. Esta gente se esfuerza por encontrar bodarita granate, y nosotros estamos diciendo que aceptaremos también la de color azul.

—Es una buena noticia para vosotros —añadió maese Nordil—, así que no abuséis de nuestra generosidad.

Tanto Tash como el capataz torcieron el gesto, indicando con ello lo que opinaban de la «generosidad» de la Academia, pero ninguno de ellos hizo el menor comentario.

Cuando, un rato más tarde, los pintores desaparecieron de nuevo por el portal que los conduciría a Maradia en apenas un instante, Tembuk se reunió a solas con Tash.

—¿Qué hay de esa galería, chico? —le preguntó—. ¿Crees que puedes sacar de ella más mineral azul, o solo te estabas marcando un farol?

—Claro que puedo —replicó él, ofendido—. La veta asoma apenas un poco, pero estoy seguro de que es grande, y de que podré sacar mucho más si sigo picando.

—Muy bien —asintió el capataz, tras un momento de reflexión—. Trabajarás allí a partir de ahora… pero no lo harás solo. Hablaré con tu padre y organizaremos una cuadrilla para que te eche una mano.

—No estoy seguro de que sea buena idea —replicó Tash rápidamente, alarmado—. Es una cámara muy estrecha; trabajaré mejor yo solo.

—La ampliaremos, no te preocupes. Hemos trabajado en peores condiciones. Pero no vas a encargarte de esto tú solo, ¿está claro? Por mucho que te guste ir a tu aire, aquí trabajamos en equipo. Los
granates
se han encaprichado con esas piedras azules, y es lo que vamos a darles. Si tienes razón, y la veta es grande, podría ser lo mejor que le ha pasado a esta mina en mucho tiempo. ¿Me has entendido?

Tash se mordió el labio inferior, pero asintió.

Un proyecto en marcha

«… asimismo establecemos que todo Estudiante deberá probar sus Conocimientos en un Proyecto final que será Evaluado por el Consejo de la Academia tras su Conclusión.

Bajo tales Circunstancias se permite al Estudiante emplear todos los útiles y herramientas propios del rango de Maese, para que su Portal pueda ser Examinado de forma conveniente.

El Estudiante cuyo Proyecto obtuviere la aprobación del Consejo será merecedor de ser llamado Maese y ejercer el muy noble y digno Oficio de los Pintores de Portales.»

Normativa General de la Academia de los Portales
.
Capítulo 35, sección 23, epígrafe 7.º

El pintor de portales llegó cuando el sol ya se ponía por el horizonte.

Fue Yania quien lo vio primero. Yunek estaba trabajando en el campo con su madre, pero no avanzaban gran cosa, porque el joven enviaba a su hermana una y otra vez a otear el camino desde el porche, para que pudiera avisarlos con tiempo de la llegada del maese.

Lo cierto es que llevaban esperándolo todo el día. Yunek se había levantado antes del alba, temiendo que se presentara a primeras horas de la mañana. Después de todo, los pintores de portales viajaban muy deprisa.

Ahora, Yania y su madre habían vuelto al campo, mientras Yunek, apoyado en la valla, contemplaba la delgada figura roja que se acercaba por el sendero, repitiendo mentalmente una y otra vez lo que pensaba decirle.

Pero, cuando el pintor de portales llegó ante él, respirando fatigosamente, con su enorme compás a la espalda y el morral que contenía su instrumental colgándole a un costado, las palabras que Yunek había preparado murieron en sus labios.

—Buenas tardes —dijo el maese, tendiéndole la mano con una sonrisa—. Soy Tabit.

Yunek se la estrechó. La mano del pintor era blanca y delicada, y contrastaba con la suya, fuerte, morena y llena de callos. La mano de un campesino.

—Yo soy Yunek —respondió él; por un momento, no supo qué otra cosa decir. Tras un silencio incómodo, el pintor frunció el ceño y dijo, con cierta inseguridad:

—Quizá me haya equivocado de sitio. Si es así, disculpa; he venido desde muy lejos y no conozco esta región. El portal más cercano está a medio día de camino, así que es posible que me haya perdido.

—No, no os habéis perdido —reaccionó Yunek por fin.

—Has encargado un portal, ¿no es así? —se aseguró Tabit.

—Sí… sí, perdonad, maese. Es solo que… —Yunek sacudió la cabeza, aún desconcertado—. No esperaba… Vaya, creía que… la Academia enviaría a alguien…

—¿… mayor? —completó Tabit, sonriendo de nuevo.

Yunek sintió cierto alivio, porque el maese no parecía ofendido. Se trataba de un muchacho de su edad, quizá incluso más joven. Su pelo negro contrastaba con el tono pálido de su piel. Parecía frágil y delicado, pero sus ojos oscuros le sonreían, sinceros, al mismo tiempo que su boca. A Yunek le cayó bien.

—Sí, yo… Disculpad, es que nunca antes había visto a un pintor de portales. Pensaba que todos eran ancianos de largas trenzas blancas —añadió, devolviéndole la sonrisa.

—Bueno, mis profesores sí son un poco así —reconoció Tabit con una carcajada—. Y puedes tutearme, Yunek. Después de todo, los dos tenemos más o menos la misma edad, y, además, yo todavía no soy un maese.

Yunek iba a responder, pero la última afirmación del pintor le hizo fruncir el ceño. Tabit, ajeno a esto, se adelantó hacia la entrada de la casa.

—En fin, es tarde, así que será mejor que comience a trabajar cuanto antes —dijo—. ¿Dónde quieres el portal?

Yunek lo alcanzó casi en la puerta.

—Espera un momento —protestó—. ¿Qué es eso de que no eres un maese?

—Estoy cursando mi último año de estudios en la Academia —respondió el muchacho—. Pero no te preocupes; sé perfectamente cómo hay que hacer un portal, lo he practicado en clase docenas de veces.

Las palabras de Tabit, lejos de tranquilizar a Yunek, lo molestaron todavía más.

—Eh, eh, no, espera. ¿Es porque somos pobres? Tengo dinero para pagar esto; llevo mucho tiempo ahorrando. Así que merezco el mismo trato que cualquier otra persona. ¿O es que mi dinero vale menos que el de la gente de la ciudad?

Tabit se detuvo y lo miró un momento, dolido.

—Claro que no. Mira, intentaré explicártelo. Tu portal es… mi examen final, ¿entiendes? Si lo hago bien, seré un maese de pleno derecho. Así que ten por seguro que me esmeraré, incluso más que otros maeses que llevan años trabajando. En realidad, sé de algunos profesores de la Academia, verdaderas eminencias en materia de portales, que llevan décadas sin dibujar uno. Pero los estudiantes debemos hacer un portal de verdad para graduarnos, esto es así desde que se fundó la institución. En esta ocasión te ha tocado a ti, y te aseguro que para mí será todo un honor dibujar tu portal. Lo haré lo mejor que pueda, te lo prometo.

Era difícil objetar algo al entusiasmo de Tabit. Yunek, sin embargo, aún encontró un nuevo argumento:

—Espera, ¿has dicho que este será tu primer portal «de verdad»? ¿Es que los otros eran «de mentira»?

El pintor dejó escapar una carcajada.

—No, hombre, los portales que hago están bien; de hecho, soy el mejor de mi clase en Cálculo de Coordenadas, y en Diseño de Trazado estoy entre los primeros. Lo que pasa es que a los estudiantes no se nos permite dibujar portales con pintura de bodarita, ¿entiendes? Así que en teoría todos están bien hechos, pero en la práctica no funcionan, porque hasta ahora no he podido utilizar la pintura adecuada. El tuyo será mi primer proyecto de verdad, y puedes imaginar que estoy muy emocionado y me lo voy a tomar muy, muy en serio. Confía en mí.

Yunek aún albergaba dudas; pero entonces recordó cómo se habían burlado los granjeros de la zona de sus pretensiones de abrir un portal en su propia casa. Tras la muerte de su padre, y con una familia a la que mantener, nadie habría apostado a que un muchacho como él sería capaz de ahorrar tanto dinero.

Por supuesto, no había sido sencillo. Habían vendido sus tierras, reservándose solo una pequeña parcela para cubrir sus necesidades básicas, y también se habían deshecho de la mayor parte de los animales del establo; aun así, Yunek había tardado más de siete años en reunir todo el dinero, a costa de que la familia tuviera que renunciar a muchas cosas. El viejo vestido de Yania le quedaba corto desde hacía un par de estaciones, y los zapatos del propio Yunek estaban casi destrozados. Ya solo comían carne, con suerte, una o dos veces al mes. Y las mantas estaban tan apolilladas y llenas de remiendos que no aguantarían un invierno más.

Pero Yunek no pensaba renunciar a su sueño. Tendrían un portal que los acercaría a la capital, a un futuro mejor para todos… y especialmente para Yania.

Los dos jóvenes entraron en la casa. Allí los esperaba el resto de la familia de Yunek: su madre, Bekia, de rostro cansado pero amable, aparentaba más edad de la que tenía en realidad; y Yania, su hermana, de diez años, era una muchachita inquieta y vivaracha, de ojos oscuros e inteligentes y gruesas trenzas de color castaño claro. Las dos recibieron sonrientes al pintor de portales. Si se sintieron decepcionadas por su aspecto juvenil, desde luego no lo demostraron; y, si él encontró su hogar demasiado humilde, se abstuvo de dejarlo entrever. Yania acarreaba una jarra de loza repleta de agua fresca, y le sirvió un vaso, que Tabit aceptó, agradecido.

Se sentaron en torno a la mesa para que el pintor descansara un poco de su viaje. Se produjo un momento incómodo, porque Yunek no sabía por dónde empezar, y Tabit se preguntaba si estarían esperando a alguien más —tal vez, al cabeza de familia—, mientras Yania, con la barbilla apoyada sobre los brazos, lo observaba con evidente interés.

—De-debería empezar ya a trabajar —tartamudeó entonces Tabit—, si quiero emprender el regreso a Maradia antes de que sea noche cerrada.

—¡Pero, cómo! —se escandalizó Bekia—. Maese, ¿pensáis viajar en plena oscuridad? ¡No podemos consentirlo! Pasaréis la noche en nuestra casa… es decir, si no os molesta que seamos… —se interrumpió de pronto y bajó la cabeza con brusquedad, sonrojada y sorprendida por su propio atrevimiento.

—… pobres —concluyó Yunek con amargura—. Lo que mi madre quiere decir es que suponemos que estás acostumbrado a camas blandas, sábanas suaves y guiso de carne y vino bueno para cenar… y que, sintiéndolo mucho, en nuestra casa no hay nada de eso.

Bekia lo miró, horrorizada por su descaro. Sentía —como la mayor parte de la gente— un respeto reverencial hacia los pintores de la Academia, incluso aunque fueran jóvenes como aquel, y temía ofenderlos.

Pero Tabit no se ofendió. De hecho, la posibilidad de desandar el camino de noche no lo seducía en absoluto, así que se sentía muy agradecido ante su generoso ofrecimiento.

—Y yo tampoco lo necesito —los tranquilizó—. Para mí será un honor pasar aquí la noche. De verdad, me hacéis un gran favor. Muchas gracias.

Bekia se sonrojó de nuevo, complacida. Yania sonrió.

Tabit se levantó, recuperado ya de la caminata.

—Bueno, pero no he venido hasta aquí solo para abusar de vuestra hospitalidad —dijo, y le brillaron los ojos cuando añadió—: Hablemos de portales.

Las explicaciones que Yunek y Yania le dieron resultaron algo confusas, porque se interrumpían el uno al otro en su afán de relatarle la historia cada uno a su manera. Hasta que Tabit dijo:

—A ver si lo he entendido bien: queréis un portal que una vuestra casa con la Academia, ¿no? —Parpadeó, desconcertado—. Pero… ¿nadie os ha explicado que eso no está permitido? Los portales que hay en el recinto de la Academia son para uso exclusivo de los pintores, así que…

—No —cortó Yunek—. Queremos que el portal lleve a la ciudad de Maradia, para que Yania pueda ir y venir cuando quiera, porque… —titubeó—, porque me gustaría… nos gustaría… que en un futuro estudiase en la Academia de los Portales —admitió por fin.

Bekia lanzó una exclamación ahogada y miró a Tabit de reojo, temiendo que el joven se tomaría a mal que una niña campesina como Yania aspirase a tanto. Una cosa era tener un sueño y otra, muy distinta en su opinión, expresarlo con tanto descaro frente a un maese.

Pero Tabit solo comentó:

—Vaya.

—Sabemos que es muy caro —dijo Yunek atropelladamente—, y que quizá no nos lo podamos permitir. Pero…

—Hay becas —respondió Tabit con suavidad—. Todos los años se convoca un examen de ingreso. Al aspirante que obtiene mejores resultados se le admite en la Academia, independientemente de su procedencia o del dinero de su familia. El Consejo sufraga los gastos en esos casos.

A Yunek se le iluminó la cara.

—Sí —asintió—, eso nos habían dicho. Y Yania es muy lista. Sé que puede ser pintora de portales si se lo propone. Pero por aquí cerca no hay ninguna escuela, ni tiene libros ni maestros que la puedan preparar para el examen. Si no viviéramos tan lejos de la capital… —Sacudió la cabeza, pesaroso.

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