El libro de Los muertos (12 page)

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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #novela negra

BOOK: El libro de Los muertos
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—A veces la única manera de distinguir si las zonas oscuras o rojizas son auténticas magulladuras consiste en mirar la piel por dentro para tener la seguridad de que se trata de vasos sanguíneos rotos, en otras palabras, magulladuras o lo que denominamos contusiones, y no una consecuencia del lívor mortis —dicta cátedra Marino.

—Esto es increíble —suena la voz de Lucy en el oído de Benton—. Así que ahora el médico forense en jefe es él.

—No es tan increíble —la corrige Benton—. Ocurre que se siente tremendamente inseguro, amenazado, resentido. Lo compensa en exceso y no consigue más que descompensarse. No sé qué mosca le ha picado.

—Lo que le ha picado sois tú y tía Kay.

—¿Consecuencia de qué? —Shandy mira fijamente la bolsita negra.

—De cuando se te detiene la circulación y la sangre se asienta y hace que la piel se ponga roja en algunos sitios. Puede parecer una magulladura reciente. Pero puede haber otras razones para que ciertas cosas tengan aspecto de lesiones, lo que denominamos hallazgos post mórtem. Es complicado —dice Marino, dándose importancia—. Así que, para asegurarse, hay que retirar la piel, ya sabes, con un escalpelo —corta el aire con unos movimientos veloces— para ver el envés. En este caso eran magulladuras, sin duda. El pobrecillo estaba magullado de la cabeza a los pies.

—Pero ¿por qué sacarle los ojos?

—Para realizar más análisis en busca de hemorragias como las que se producen si sacudes a un niño en el aire, cosas así. Lo mismo con el cerebro. Está en un cubo lleno de formalina, no aquí, sino en una facultad de medicina donde realizan análisis especiales.

—Ay, Dios mío. ¿Su cerebro está en un cubo?

—Es lo que hay que hacer, sumergirlo en una sustancia química para que no se descomponga y pueda analizarse mejor. Es algo parecido a embalsamarlo.

—Vaya, sí que sabes. Deberías ser tú el médico por aquí, y no ella. Déjame verlo.

Todo eso dentro de la cámara de refrigeración, con la puerta abierta de par en par.

—Llevo haciendo esto prácticamente tantos años como los que tienes tú —le dice Marino—. Claro que podría haber sido médico, pero ¿quién coño quiere pasarse tanto tiempo estudiando? Además, ¿quién querría estar en su lugar? La doctora no tiene vida propia. No tiene a nadie salvo a los muertos.

—Quiero verlo —exige Shandy.

—Maldita sea, no sé por qué —dice Marino—, pero no puedo estar dentro de una maldita cámara sin que me muera por fumar un pitillo.

Shandy hurga en el bolsillo del chaleco de cuero debajo de la bata y saca un paquete y el mechero.

—Me parece increíble que alguien pueda hacerle algo así a un crío. Tengo que

verlo. Estoy aquí, enséñamelo. —Enciende dos cigarrillos y fuman.

—Una manipuladora casi retrasada mental —dice Benton—. Está vez Marino se ha buscado un lío de los buenos.

Marino hace rodar la camilla para sacarla de la cámara.

Abre la cremallera; se oye el ligero crujir del plástico. Lucy cierra el
zoom
al máximo sobre Shandy, que exhala humo y mira con los ojos como platos el cadáver de la criatura.

Un cuerpecillo demacrado, cortado en pulcras líneas rectas desde la barbilla a los genitales, de los hombros a las manos, de las caderas a los dedos de los pies, el pecho abierto como una sandía vaciada. Los órganos han desaparecido, y tiene la piel retirada del cuerpo y extendida en tiras que dejan al descubierto racimos de hemorragias púrpura oscuro de.diversa antigüedad y gravedad, así como desgarros y fracturas en cartílagos y huesos. Los ojos son huecos vacíos por los que se ve el interior de la calavera.

Shandy grita:

—¡Odio a esa mujer! ¡La odio! ¡Cómo ha podido hacerle esto! ¡Destripado y despellejado como un ciervo! ¡Cómo puedes trabajar para esa puta psicópata!

—Cálmate. Deja de gritar. —Marino cierra la cremallera y vuelve a introducir la camilla en la cámara para luego cerrar la puerta—. Te lo advertí. Hay ciertas cosas que la gente no tiene por qué ver. Puedes acabar con estrés postraumático despues de algo así.

—Ahora seguiré viéndolo en mi cabeza, justo así. Puta psicópata. Maldita nazi.

—No te vayas de la lengua con esto, ¿me oyes? —le advierte Marino.

—¿Cómo puedes trabajar para alguien así?

—Cállate. Lo digo en serio —insiste Marino—. Yo la ayudé con la autopsia, y te aseguro que no soy ningún nazi. Eso es lo que ocurre. A la gente le dan por saco dos veces cuando la asesinan. —Le quita la bata a Shandy y la dobla con ademanes precipitados—. A ese crío probablemente lo asesinaron el día en que nació. No le importaba a nadie una mierda, y el resultado es éste.

—¿Qué sabes tú de la vida? La gente como tú os creéis que lo sabéis todo de todo el mundo, cuando lo único que veis es lo que queda cuando nos troceáis como carniceros.

—Tú pediste verlo. —Marino se está enfadando—. Así que cállate y no me llames carnicero.

Deja a Shandy en el pasillo, devuelve la bata a la taquilla de Scarpetta y conecta la alarma. La cámara en la zona de carga los capta a ellos y también la enorme puerta de acceso que chirría y emite un seco sonido metálico.

La voz de Lucy. Tendrá que ser Benton quien informe a Scarpetta del paseíto de Marino, de la traición que podría destruirla si llegaran a enterarse los medios de comunicación. Lucy va camino del aeropuerto y no regresará hasta última hora del día siguiente. Benton no pregunta. Está casi seguro de saberlo ya, aunque ella no se lo haya dicho. Entonces le cuenta lo de la doctora Self, lo de sus correos a Marino.

Benton no hace ningún comentario. No puede. En la pantalla de vídeo, Marino y Shandy Snook se alejan montados en sus motos.

Capítulo 5

Traqueteo de ruedas de metal sobre suelo de baldosa.

Se abre la puerta de la cámara frigorífica con un reacio chasquido como de ventosa. Scarpetta es inmune al aire frío y el hedor a muerte congelada mientras empuja el carro de acero sobre el que va la bolsita negra para restos humanos. Atada a la corredera de la cremallera hay una etiqueta de las que se cuelgan del dedo del pie, en la que se lee, escrito con tinta negra: «Desconocido», la fecha «30—4—07» y la firma del empleado de la funeraria que transportó el cadáver. En el registro del depósito Scarpetta anotó a «Desconocido» como «varón», «entre cinco y diez años», un «homicidio» de «isla de Hilton Head, a dos horas en coche de Charleston. Es de raza mixta: treinta y cuatro por ciento subsahariano y sesenta y seis por ciento europeo.

Las entradas en el registro siempre las hace ella, y está indignada por lo que ha descubierto al llegar horas antes: que el caso de esa mañana ya había sido registrado, es de suponer que por Lucious Meddick. Increíblemente, se ha tomado la libertad de decidir que la anciana que traía era un óbito «natural» causado por un «paro cardiorrespiratorio». Vaya imbécil presuntuoso. Todo el mundo muere de paro cardiorrespiratorio. Tanto si recibes un disparo como si eres atropellado por un coche o golpeado con un bate de béisbol, la muerte se produce cuando el corazón y los pulmones dejan de funcionar. No tenía derecho ni razones para llegar a la conclusión de que la muerte era natural. Aún no se ha llevado a cabo la autopsia, y no entra dentro de las responsabilidades ni de la jurisdicción legal de ese tipo decidir nada, maldita sea. No es patólogo forense. No debería haber tocado el registro del depósito. No alcanza a imaginar por qué Marino puede haberle dejado entrar en la sala de autopsias y luego haberlo perdido de vista.

Su aliento se convierte en vaho mientras coge una tablilla con sujetapapeles de un carro y cumplimenta la información de «Desconocido», así como la hora y la fecha. Su frustración resulta tan palpable como el frío. A pesar de sus esfuerzos obsesivos, no sabe dónde murió el niño, aunque sospecha que no muy lejos de donde lo encontraron. No sabe su edad exacta. No sabe cómo transportó el cadáver su asesino, aunque tiene la hipótesis de que fue en una embarcación. No ha aparecido ningún testigo, y los únicos vestigios que ha recuperado son unas fibras de algodón blanco, supuestamente de la sábana en que lo envolvió el juez de instrucción del condado de Beaufort antes de meterlo en una bolsa para restos humanos.

La arena, la sal y los fragmentos de conchas y restos de plantas en los orificios y la piel del niño son autóctonos de las marismas donde su cadáver desnudo y en descomposición estaba boca abajo, entre la tierra húmeda y oscura y la hierba dentada característica de la zona. Tras días de servirse de todo procedimiento capaz de hacer que su cadáver le hable, éste no le ha ofrecido sino unas pocas revelaciones dolorosas. El estómago tubular y la demacración indican que pasó hambre durante semanas, posiblemente meses. Las uñas levemente deformadas indican que crecieron de nuevo a distintas edades, lo que sugiere repetidos traumatismos por contusión o alguna otra clase de tortura sufrida por los diminutos dedos de pies y manos. Las sutiles marcas rojizas por todo el cuerpo darta entender que fue brutalmente golpeado con un cinturón ancho con una gran hebilla cuadrada. Las incisiones, la retracción de la piel y los análisis microscópicos han revelados hemorragiasdel tejido blando desde la coronilla hasta la planta de los piececillos. Falleció por exanguinación interna: se desangró hasta morir sin derramar una sola gota por fuera, una metáfora, cabría pensar, de su vida invisible y desgraciada.

Scarpetta ha conservado muestras de sus órganos y lesiones en frascos de formalina, y enviado el cerebro y los ojos para que realicen análisis especiales. Ha hecho cientos de fotografías y notificado a la Interpol por si se hubiera denunciado su desaparición en otro país. Las huellas de manos y pies han sido registradas en el Sistema de Identificación de Huellas Automatizado Integrado (SIHAI) y su perfil de ADN en el Sistema Indexado de ADN Combinado (SIAC), y toda esta información ha quedado registrada en la base de datos del Centro Nacional para Niños Desaparecidos y Víctimas de Abusos. Como es natural, ahora Lucy está indagando en las profundidades de internet. Hasta el momento no tiene ninguna pista, ninguna concordancia, lo que sugiere que no fue raptado, no se perdió, no se escapó y acabó en manos de un sádico desconocido. Lo más probable es que fuera maltratado hasta morir por el padre u otro pariente, un tutor o supuesto cuidador que dejó su cadáver en un área remota para ocultar su crimen. Ocurre continuamente.

Scarpetta no puede hacer nada más desde el punto de vista médico o científico, pero no está dispuesta a darse por vencida. No retirarán la carne ni empaquetarán sus huesos en una caja; ni pensar en una fosa común. Hasta que sea identificado se quedará con ella, transferido de la cámara a una suerte de cápsula del tiempo, un frigorífico aislado con poliuretano a una temperatura de 65 °C bajo cero. Si fuera necesario, puede quedarse con ella durante años. Cierra la pesada puerta de acero de la cámara y sale al luminoso pasillo desodorizado mientras se desata la bata quirúrgica y se quita los guantes. Las fundas desechables para los zapatos emiten un siseo quedo y fugaz al rozar el impoluto suelo de baldosas.

Desde su habitación con vistas, la doctora Self habla de nuevo con Jackie Minor, ya que Benton no se ha molestado aún en devolverle la llamada y son casi las dos de la tarde.

—Está perfectamente al tanto de que tenemos que ocuparnos del asunto. ¿Por qué crees que se ha quedado este fin de semana y te ha pedido que vengas? Por cierto, ¿te pagan las horas extras? —La doctora Self no muestra su ira.

—Me he dado cuenta de que había un VIP de repente. Eso es lo único que suelen decirnos cuando se trata de alguien famoso. Aquí vienen muchos famosos. ¿Cómo averiguó lo de la investigación? —indaga Jackie—. Se lo pregunto porque debo mantenerme al corriente para averiguar cuál es la publicidad más efectiva. Ya sabe, anuncios en prensa y radio, los carteles, la recomendación de otra persona.

—Lo averigüé por un anuncio en el edificio de administración; se pedían voluntarios. Es lo primero que vi al ingresar, y ahora tengo la sensación de que eso fue hace mucho tiempo. Pensé: bueno, ¿por qué no? Pero he decidido marcharme pronto, muy pronto. Es una pena que te hayas quedado sin fin de semana.

—Bueno, es difícil encontrar voluntarios que se ajusten a los criterios de selección, especialmente los normales. Qué desperdicio. Al menos dos de cada tres no resultan normales. Pero piense en ello: si fuera usted normal, ¿para qué iba a querer venir aquí y...?

—¿... entrar a formar parte de un proyecto científico? —La doctora Self termina el comentario descerebrado de Jackie—. No creo que puedas registrarte como «normal».

—Bueno, no quería dar a entender que no lo sea usted...

—Siempre estoy dispuesta a aprender algo nuevo, y tengo una razón poco común para estar aquí —dice la doctora—. Eres consciente de lo confidencial que es esto, ¿verdad?

—He oído algo sobre que usted está aquí escondida por razones de seguridad.

—¿Te lo ha dicho el doctor Wesley?

—Es un rumor. Pero la confidencialidad se da por descontada, según el Aviso de Procedimientos en Asuntos Confidenciales de Salud, al que debemos ceñirnos. No hay ningún riesgo si es que desea marcharse, descuide.

—Bueno, eso espero.

—¿Está usted al tanto de los detalles de la investigación?

—Sólo lo que recuerdo vagamente de ese anuncio —responde la doctora.

—¿No los ha repasado el doctor Wesley con usted?

—Se lo notificaron el viernes cuando informé al doctor Maroni, que está en Italia, de que quería ofrecerme voluntaria para el estudio, pero que deberían ocuparse de mí de inmediato porque he decidido marcharme. Seguro que el doctor Wesley tiene intención de informarme rigurosamente. No sé por qué no ha llamado. Tal vez no ha recibido tu mensaje todavía.

—Se lo dije, pero está muy ocupado. Es una persona importante. Sé que tiene que grabar hoy mismo a la madre de la VIP, es decir, a su madre. Así que supongo que tiene previsto hacer eso primero. Después, estoy segura de que hablará con usted.

—Debe de ser duro para su vida personal. Tantas investigaciones y qué sé yo, que lo retienen aquí los fines de semana. Supongo que debe de tener una amante. Un hombre atractivo y de éxito como él no puede estar solo, desde luego.

—Tiene alguien en el Sur. De hecho, la sobrina de su pareja estuvo aquí hará cosa de un mes.

—Qué interesante —comenta la doctora Self.

—Vino para hacerse un escáner. Se llama Lucy. Tiene aire de agente secreta, o intenta dárselo. Sé que es empresaria informática y amiga de Josh.

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