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Authors: James Luceno

El laberinto del mal (27 page)

BOOK: El laberinto del mal
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—¿De qué se trata, pues? ¿De Coruscant o de Sidious?

—¿Por qué no pueden ser ambas cosas?

Obi-Wan calló, súbitamente, asaltado por una sospecha.

—Anakin, ¿es por Padmé?

Anakin puso los ojos en blanco.

—Ya estás otra vez con lo mismo.

—Bien, ¿es por ella?

Anakin apretó los labios tozudamente, pero terminó por responder.

—No te mentiré diciendo que no la echo de menos.

—No puedes permitirte el lujo de echarla de menos de esa forma.

—¿Y por qué exactamente, Maestro?

—Porque no puedes casarte con ambos, con la Orden y con ella.

—¿Quién ha hablado de matrimonio? Es una amiga. ¡Y la echo de menos como amiga!

—¿Olvidarías tu destino por Padmé?

Los labios de Anakin temblaron de rabia.

—Yo nunca dije que yo fuera el Elegido, lo dijo Qui-Gon. No lo creyó ni el Consejo, ¿por qué lo crees tú?

—Porque pienso que tú sí lo crees —dijo Obi-Wan con calma—. Pienso que, en el fondo de tu corazón, crees estar predestinado para algo extraordinario.

—¿Y tú, Maestro? ¿Para qué estás predestinado según tu corazón?

—Para una tristeza infinita —dijo Obi-Wan, aunque sonreía. —Si crees en el destino. todo lo que hacemos se vuelve parte de ese destino... vayamos a Tythe o volvamos a Coruscant.

—Puede que tengas razón. No sé la respuesta, ojalá la supiera.

—Entonces, ¿qué debemos hacer?

Obi-Wan puso las manos sobre los hombros de Anakin.

—Habla con Palpatine. Quizá sea capaz de ver algo que a mí se me escapa.

34

C
incuenta metros por delante de Mace, en el túnel, Shaak Ti levantó la mano haciéndole señas para que se detuviera. Con la hoja púrpura de su sable láser apuntando al suelo, Mace se giró y repitió la señal a los comandos que iban detrás de él.

El susurro de Shaak Ti le llegó a través de la Fuerza:
Algo se muere
ahí
delante.

Señaló la abertura de un túnel que desembocaba un poco más allá de su posición. Su perfil estaba iluminado por el fulgor azul del sable láser. Una luz tenue surgía de la apertura, como si alguien con una luna portátil se aproximase a pie.

Mace hizo otra seña al comandante Valiant, cuyo equipo avanzó furtivamente, pegado a las paredes. El visor en forma de "T" de sus cascos les permitía ver en la oscuridad.

Normalmente las sondas robot iban en vanguardia, explorando con sus luces y sus sensores el suelo polvoriento y las paredes de mosaicos, y enviando un flujo ininterrumpido de datos a Dyne y su equipo de analistas; Mace y Shaak Ti seguían a los agentes montados en sus respectivos deslizadores, entremezclándose con los comandos. Pero de vez en cuando, en respuesta a cualquier anomalía detectada por las sondas, los Jedi se adelantaban un par de kilómetros a los demás. La ventilación de los túneles era cortesía de viejos aparatos que hacían poco más que verter dentro el hollín del exterior; y la única iluminación disponible era la que cl equipo había traído consigo.

Se encontraban en una zona situada bajo Los Talleres, llamada el Bloque de Grungeon. Abarcaba unos veinte kilómetros cuadrados, y originalmente había sido un centro de producción de Serv-O-Droides, Huvicko y Manufacturas Nebulosa, pero los tiempos difíciles llegaran cuando sus tres clientes más importantes se declararon en quiebra. Incapaces de conseguir nuevos clientes, los propietarios del Grungeon permitieron que los stratts y toda clase de alimañas se apoderasen de las instalaciones y las cerraron.

El equipo de Mace había investigado casi cada rincón y cada grieta de la confusión de túneles y conductos de ventilación que minaban el Grungeon y las zonas adyacentes. Una vez recorridos diez kilómetros por el túnel que conducía hasta el subsótano de LiMerge, uno de esos conductos los llevó hasta un túnel más viejo y más profundo que también discurría hacia el Este, pero bajo el Distrito del Senado. En apariencia, ambos túneles paralelos eran similares, salvo que el suelo del más antiguo tenía un viejo rail de flotación magnética. Las sondas robot descubrieron que, en algunos puntos, la acumulación de décadas de polvo y escombros del rail había sido barrida por la rápida circulación de un vehículo repulsar de alguna clase. Sin otras pistas mejores que seguir, el equipo había centrado su investigación en aquel túnel.

A pesar de todo, Mace estaba seguro de que seguían la pista correcta.

Una búsqueda intensiva en el edificio de LiMerge reveló restos de varios droides Elite Duelista de Robótica Trang cortados en pedazos por un sable láser. Sólo Sidious, Dooku o los aprendices de Sidious podían haber realizado aquellas amputaciones.

Y todavía había más.

Poco antes de que Dooku abandonase la Orden Jedi para volver a su Serenno nativo, periodo durante el cual adoptó el título de "Conde" e hizo público su descontento por la República, había frecuentado un bar llamado El Puño Dorado, local con una clientela habitual de senadores, representantes de toda clase de lobbys y ayudantes de todo tipo. Los analistas del Templo estaban estudiando los últimos trece años de holoimágenes tomadas por las cámaras de seguridad, esperando encontrar en ellas a Dooku y a cualquiera con el que se hubiera relacionado más de una vez.

De momento, Dooku no aparecía en las grabaciones que habían sobrevivido al paso del tiempo. Aunque dispusieran de imágenes de los compañeros de bar de Dooku, los Jedi no tenían medios de identificar a cualquiera de ellos como Darth Sidious, pero al menos servirían de punto de partida para nuevas investigaciones.

Ahora, Mace podía oír delante de él movimiento y unas voces suaves.

No sería una buena táctica para cualquier elemento hostil prepararles una emboscada allí abajo, pero nunca se sabía. Agudizó sus sentidos, buscando pistas que le pudieran haber pasado por alto... oscurecidas por el Lado Oscuro o a causa de su propia negligencia.

Cerca de él, Valiant miraba a Mace, esperando alguna señal. Cuando Mace asintió con la cabeza, Valiant gritó:

—¡Luces!

Los comandos corrieron a toda velocidad hacia la intersección de ambos túneles, con las armas preparadas y las granadas de gas y de fragmentación dispuestas para ser lanzadas, apuntando a la oscuridad con sus rifles.

Mace oyó que Valiant gritaba:

—¡Todos al suelo! ¡Que nadie se mueva! ¡He dicho que nadie se mueva!

Rayos láser empezaron a surcar el aire.

—¡Quietos! ¡Manos arriba! ¡Las cuatro! —gritaron varias voces de distintos comandos.

¿Las
cuatro?
, pensó Mace.

Abriéndose paso entre los hombres llegó al lado de Valiant, cuyo BlasTech apuntaba a una muchedumbre agachada formada por unos treinta alienígenas insectoides de cuatro brazos que balbuceaban en un idioma que no era Básico o que lo hablaban con un acento tan marcado que resultaba casi ininteligible.

—Bajad las armas —ordenó Mace a los comandos—. ¡Y que alguien traiga a ese droide intérprete!

La orden de Mace fue transmitida a lo largo de toda la cadena de soldados y, pocos segundos después, un reluciente droide plateado de protocolo apareció en el túnel, murmurando para sí mismo.

—No entiendo cómo he pasado de servir a los separatistas a servir a la República. ¿Me han hecho un borrado parcial de memoria?

—Considérate afortunado —dijo uno de los comandos—. Ahora estás con los buenos.

—Los buenos, los malos... ¿cómo saber cuál es cada uno? Es más, no diría eso si alguien le obligase a cambiar su lealtad en un momento dado.

—¡Droide! —gritó Mace.

—Tengo un nombre, señor.

Mace miró desconcertado a Valiant.

—Tecé y no sé qué más —respondió el CAR a la muda pregunta.

—Está bien —aceptó Mace, sujetando a TC-16 por el brazo y señalando en dirección a los aterrorizados alienígenas—. Intenta encontrar algún sentido a toda esa cháchara.

El droide escuchó los balbuceos y. antes de girarse hacia Mace. respondió en el mismo idioma.

—Son unets, general. Hablan en su lengua materna, el une. Mace miró el grupo acobardado y estremecido.

—¿Qué hacen aquí abajo?

TC-16 escuchó lo que debía de ser una explicación y la tradujo:

—Dicen que no tienen ni la más ligera idea de dónde se encuentran, general. Llegaron a Coruscant en un contenedor que soltaron en una decrépita plataforma de desembarco a unos veinte kilómetros de aquí. La persona que tenía que llevarlos hasta el Sector Uscru les robó todos los créditos y los abandonó en Los Talleres.

—Refugiados indocumentados —comentó Valiant.

Mace frunció el ceño. Los túneles bajo el Bloque Grungeon guardaban innumerables sorpresas.

—Casi consiguen que los matemos.

—Al parecer, eso no es nada nuevo para ellos —dijo TC-16—. Su planeta cayó en manos separatistas y la nave en la que viajaban fue atacada por piratas. Algunos de ellos...

—Ya basta —cortó Mace—. Aseguraos de que no sufran ningún daño y llevadlos a un campamento de refugiados —hizo una seña a Valiant, que transmitió las órdenes a dos de sus hombres.

—No paran de hablar de los fantasmas del túnel —comentó Dyne al ver aproximarse a Mace.


Okupas, yonquis
de palitos de la muerte, droides perdidos, ahora refugiados sin documentación...

—Sólo nos faltan ethones —dijo Dyne, refiriéndose a los humanoides caníbales que muchos habitantes de Coruscant estaban convencidos que habitaban el mundo subterráneo.

Shaak Ti se unió a ellos.

—Estos pasillos son verdaderas autopistas para quienes pretenden entrar ilegalmente en Coruscant.

Dyne suspiró apesadumbrado.

—Nuestras posibilidades de detectar el rastro de Sidious disminuyen con cada ser que transita por aquí.

—¿Estamos muy lejos del Distrito del Senado? —preguntó Shaak Ti.

—A un par de kilómetros —respondió Dyne—. Podríamos ir directamente a los edificios que LiMerge Power tenía en el centro de la ciudad y ver si es posible acceder desde allí a Los Talleres.

Mace consideró la idea, pero negó con la cabeza.

—Todavía no.

Ordenó al grupo que volviera a ponerse en marcha, pero hizo un aparte con Shaak Ti.

—Esto es como cazar gundarks salvajes.

Ella asintió.

—Pero sólo porque nuestra presa es consciente de que cenamos el cerco a su alrededor. No consiguió silenciar a los que encontraron Obi-Wan y Anakin, y sabe que hemos descubierto su guarida y la de Dooku. Es improbable que se quede quieto y espere a que lo sorprendamos.

—Cierto, pero el mero hecho de identificarlo ya es bastante importante para nosotros. Si llegamos a un callejón sin salida, quizá Obi-Wan y Anakin descubran algo en Tythe.

—Suponiendo que quede algo después que Dooku esterilice el planeta. Por lo que sabemos. Sidious y Dooku no cometen muchos errores.

Caminaron largo rato en silencio. Se habían acercado un kilómetro a la zona periférica del Distrito del Senado, cuando Dyne reclamó su atención.

Mace vio que los analistas de Inteligencia y los comandos estaban reunidos veinte metros más allá. Shaak Ti y él estaban tan concentrados en sus pensamientos que ninguno de los dos se dio cuenta que las sondas robot se habían detenido a investigar algo. Cuando llegaron junto al grupo, los Jedi vieron que las sondas flotaban frente a un nicho grande en la pared del túnel.

El sensor portátil de Dyne sólo necesitó un segundo para detectar un pequeño panel que controlaba la puerta corrediza del nicho. Una vez abierta, vieron que daba paso a un pasillo estrecho y tenuemente iluminado.

Y, sobre todo, vieron una motojet a repulsores de diseño semicircular, con un asiento en forma de arco concéntrico y un único manillar direccional.

Mace y Shaak Ti intercambiaron una mirada de sorpresa.

—¿Cómo es posible que hayamos pasado por alto una cosa así? —preguntó ella.

Mace frunció el ceño, preocupado.

—La respuesta está en la pregunta.

35

L
a holoimagen a tamaño natural de Palpatine hablaba desde la mesa proyectora de tina sala privada de comunicaciones a bordo de la MedStar. Mientras R2-D2 permanecía a un lado de la parrilla de transmisión, Anakin no se perdía ni una sola de las palabras del Canciller Supremo.

—Por supuesto, el Consejo no lo entiende —decía Palpatine—. Seguro que no te sorprende.

—Rechazan todas mis sugerencias... y estoy empezando a pensar que lo hacen por principio.

—Es obvio que estés disgustado, Anakin, pero debes tener paciencia. Ya llegará tu hora.

—¿Cuándo, señor?

Palpatine sonrió ligeramente.

—No puedo ver el futuro, muchacho.

—¿Y si le dijera que yo sí puedo?

—Te creería —dijo Palpatine sin dudarlo—. Dime lo que ves.

—Coruscant.

—¿Estamos en peligro?

—No estoy seguro. Sólo siento que tengo que estar allí.

Palpatine desvió la mirada de la holocámara.

—Supongo que podría inventarme algún pretexto, pero... ¿sería inteligente hacerlo?

—No soy el más indicado para responder. Pregúnteselo a cualquier otro.

—¿Qué dice el Maestro Kenobi?

—Él me sugirió que hablase con usted —respondió Anakin.

—¿De verdad? Pero ¿qué cree que deberías hacer?

Anakin soltó un bufido.

—Obi-Wan está convencido de que no puedo cambiar mi destino... haga lo que haga.

—Tu antiguo Maestro es más inteligente de lo que crees, Anakin.

—Si, sí, ya lo sé. Y es el único Jedi que ha matado aun Sith desde hace mil años.

Palpatine hizo un gesto amplio con sus manos.

—Sólo eso ya cuenta para algo. Aunque no estoy seguro de para qué exactamente.

—Obi-Wan es inteligente, señor, pero no tiene corazón. Lo ve todo en términos de su relación con la Fuerza.

—Si quieres consejo sobre la Fuerza tendrás que dirigirte a él, porque en ese aspecto no puedo ayudarte.

—Eso es exactamente lo que no quiero hacer. Vivo en la Fuerza, pero también en el mundo real. Vengo de..., de un mundo real. Tal como usted dijo, tengo la ventaja de haber vivido una infancia normal. Bueno, algo parecido.

Palpatine esperó hasta que estuvo seguro de que Anakin había terminado.

—Muchacho, no sé si es saludable vivir entre mundos distintos. Puede que pronto tengas que elegir uno de los dos.

Anakin asintió con la cabeza.

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