El laberinto de agua (57 page)

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Authors: Eric Frattini

BOOK: El laberinto de agua
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Colaiani siguió a Afdera a través de pasillos llenos de vitrinas y atravesaron un luminoso claustro tapizado por un hermoso jardín adornado con fuentes árabes.

—El señor Gershon la está esperando. Pase, señorita Brooks —dijo la secretaria.

Al abrir el despacho, Afdera sólo vio a Ylan, que estaba hablando con alguien que la puerta ocultaba. Nada más entrar, apareció Max, que tenía entre sus manos un libro sobre las tumbas de los cruzados en San Juan de Acre.

Al ver a Afdera, Max se levantó y se dirigió hacia ella, dándole un inocente beso en la mejilla.

—Vaya, veo que os conocéis muy bien —observó Ylan, sin dejar de mirar a Afdera a los ojos. La joven supo interpretar el tono sarcástico de su jefe.

—Hola, Max, ¿cómo estás?

—Preparando mi viaje a Siria.

—¡Oh, vaya! Así que se va usted a Siria...

—Sí, así es. El gobierno de Damasco me ha contratado para traducir unos rollos escritos en arameo.

—Max es un experto en lengua aramea —explicó Afdera, dirigiéndose al director de la AAI.

—Pues tal vez podamos contratarlo aquí en Israel para que nos ayude a traducir varias inscripciones que se encuentran en diversas piezas de alfarería —propuso Ylan.

—Será un placer para mí trabajar con usted, profesor Gershon. He oído hablar muy bien de usted en el mundo académico.

—¿Incluso en Damasco?

—Incluso en Damasco—repitió Max.

—Bueno, pues si quieren, nos sentamos en esta mesa y Afdera me cuenta qué quiere de mí y de Israel.

Cuando los cuatro se sentaron, Afdera extrajo de su bolso el diario heredado de su abuela.

—Este diario fue escrito por mi abuela. En él relata todos los avatares seguidos por el evangelio de Judas, desde que lo descubrieron en la cueva de Gebel Qarara hasta que llegó a sus manos y cómo terminó su andadura en la caja de seguridad de un banco de Hicksville, en Nueva York. Yo he agregado las pistas que hemos ido descubriendo y lo relativo a la llamada carta de Eliezer. Todas las pistas apuntan a que ese documento, escrito supuestamente entre los años sesenta y setenta de nuestra era, debe de estar escondido en la tumba de un caballero cruzado en Acre, y para eso te necesitamos.

—Ya sabes que no hay un registro completo de las tumbas cruzadas halladas en las catacumbas, porque la mayor parte de ellas no tenían ningún tipo de inscripción para ser identificadas. Los sarcófagos están registrados por la AAI con un número y la situación de la propia tumba dentro de la catacumba —aseguró Ylan—. Por cierto, ¿qué te hace estar tan segura de que esa carta o documento está enterrado en Acre?

—Las pistas que hemos encontrado. Seguimos el rastro dejado por los cruzados que acompañaron a Luis de Francia de regreso a Tierra Santa desde Egipto, tras su derrota. Ahí se formaron dos grupos, dirigidos por dos hermanos, Phillipe y Hugo de Fratens. Phillipe, el guerrero, continuó su viaje a Occidente junto a una fuerte escolta varega, los escandinavos...

—Sí, ya sé quiénes son...

—Los varegos fueron dejando pistas a su paso por Antioquía y el Pireo, pistas que acabaron en Venecia. Una estaba en un león, hoy en la entrada del Arsenale. En su lomo aparece grabada una frase en rúnico:
En la puerta del mar, Zara girará alrededor del laberinto, mientras el león protege al caballero y su secreto. Encuentra la estrella que ilumina el trono de la iglesia y te llevará hasta la tumba del verdadero.
Esta pista nos llevó a otra inscripción que encontramos en el respaldo del trono que supuestamente utilizó San Pedro en Antioquía. Está escrita en árabe y por el análisis de su caligrafía pertenece al siglo XIII, la época en la que Phillipe de Fratens y los varegos regresaron a Occidente. La traducción de la frase dice:
Allí donde yace el caballero del león, el sagrado, allí en el lugar en el que se alza la estrella, allí en la ciudad que aún sigue siendo santa, encontrarás la palabra del verdadero, del elegido, el que desciende de la gran estirpe, el que no tiene rey y que deberá guiar a las tribus israelitas.
Necesito que nos ayudes a localizar esa tumba. En la inscripción en árabe se habla de
allí en el lugar en el que se alza la estrella,
pero no sabemos a qué estrella se refiere. Si no nos ayudas, podríamos estar siglos excavando en Acre sin ningún resultado positivo.

—Déjame ver la inscripción en árabe —pidió el director de la AAI.

Después de examinar durante unos minutos el texto original en árabe traducido por Stefano Pisani, Ylan se dirigió a su mesa y marcó un número de teléfono.

—Muy bien, querido amigo, nos vemos mañana en Galilea —se despidió el director antes de colgar.

—O me dices qué has descubierto o me va a dar un infarto —pidió Afdera.

—Me llamó la atención la frase:
Allí en el lugar en el que se alza la estrella.
Posiblemente esté indicando dónde se encuentra la tumba de tu caballero. He llamado a un gran amigo mío, Yigal Mizrahi, del observatorio astronómico del Monte Hermón. Es uno de los grandes expertos de este país en astronomía y astrofísica. Mañana por la mañana os recogeré en la puerta del hotel e iremos hasta el Monte Hermón, en los Altos del Golán. Allí podremos intentar descifrar el lugar donde se encuentra la tumba de tu caballero cruzado. Será mejor eso que ponernos a levantar todo el suelo de Acre.

—Muy bien, pues esperaremos hasta mañana —resolvió Afdera, levantándose de la mesa para dirigirse ya hacia la salida.

—Te recomiendo que lleves a tus amigos a dar una vuelta por Jerusalén, así no se van de esta ciudad sin conocerla.

—De acuerdo, haremos un recorrido por la ciudad —respondió la joven de mala gana, mientras daba un beso en la mejilla al director de la AAI.

—Iros pronto a dormir. Mañana nos espera un día muy largo. Tenemos casi doscientos kilómetros desde Jerusalén hasta el observatorio del Monte Hermón por unas carreteras llenas de curvas.

Al salir del museo, Leonardo Colaiani se disculpó y dijo que deseaba regresar al hotel a descansar. Aquélla era una buena ocasión para quedarse a solas con Max y hacerle cientos de preguntas que la torturaban desde que había salido huyendo de su habitación en la Ca' d'Oro, pero, en contra de sus deseos, prefirió permanecer en silencio.

—Vaya, parece que Colaiani se huele algo, ¿no te parece? —preguntó Max mientras Afdera guardaba silencio—. ¿Es que no vas a hablar conmigo? —volvió a insistir.

—No sé qué quieres que te diga. Estabas conmigo la otra noche y en un segundo habías desaparecido. ¿Qué quieres que te diga?

—Tienes que pensar que para mí no es nada fácil... —¿Y para mí sí lo es?

—Hace mucho tiempo hice votos de castidad por mi condición de sacerdote y pasados los años te encuentro y casi rompo esos votos. Necesitaba pensar, necesitaba descubrir qué es lo que siento por ti, por el sacerdocio, por Dios, algo difícil de hacer en la Ca' d'Oro.

—¿Y has descubierto algo? —preguntó Afdera con sarcasmo.

—Sigues sin entender por lo que estoy pasando. Desde siempre has estado protegida por tus padres, después por tu abuela y luego por esa especie de coraza con la que te vistes cada mañana, pero la gente normal, la gente corriente vivimos de forma más valiente las situaciones con las que nos encontramos en nuestro camino.

—¡Ah! Eso quiere decir que tú eres un valiente por haber violado tus votos de castidad y yo una cobarde por haberte incitado a ello. Como si los dos no fuéramos adultos.

Sin darse cuenta, y mientras discutían, la pareja alcanzó la iglesia del Santo Sepulcro, en el corazón de la ciudad vieja.

—Tal vez podrías entrar y hablar con tu Dios sobre lo que te ha ocurrido. A lo mejor puede aconsejarte sobre cómo vivir tu relación con otras personas.

—No utilices tu sarcasmo conmigo. Estoy de acuerdo en que tal vez no fue lo mejor haberte abandonado aquella noche, pero también debes concederme que no fue fácil tener que renunciar a mi posición como hombre de Dios y convertirme en un hombre a tu lado.

—Eso suena muy bien, pero... ¿y yo qué? ¿Acaso te has parado a pensar en lo que pasé aquella noche cuando saliste a hurtadillas, como un ladrón, de la habitación? Me sentí como si hubiera hecho algo malo. Como si yo fuera la culpable y tú la víctima. Está claro, Max, que o decides quedarte con Dios o conmigo. Es muy difícil que puedas compaginar las dos cosas.

Max permaneció en silencio dando la espalda a Afdera, y se dispuso a entrar en la iglesia en donde, supuestamente, había estado enterrado Jesucristo... Afdera comenzó a llorar mientras veía cómo Max se perdía entre un grupo de turistas mexicanos que intentaba acceder al templo. Su cabeza no paraba de pensar mientras sorteaba a vendedores de dulces y creyentes que se dirigían a la explanada de las mezquitas y enfilaba por las estrechas calles del viejo Jerusalén en dirección a la puerta de Damasco. Esa noche su teléfono no sonó, a pesar de desear fervientemente recibir una llamada de él.

Un poco antes del amanecer, Ylan y Max llegaron en un coche conducido por su chófer a la puerta del American Colony. Colaiani se había provisto de una bolsa de bollos y un termo de café caliente para el viaje. Casi doscientos kilómetros los separaban del observatorio astronómico en la cumbre del Monte Hermón.

Durante todo el viaje, Max y Afdera no se dirigieron la palabra. Sólo podía oírse la voz del director de la AAI explicando a Colaiani las excavaciones que estaban llevando a cabo en las zonas por las que pasaban.

El Monte Hermón era una de las montañas más altas del Oriente Medio y, por tanto, de alto valor estratégico para cualquier país de la región. Con sus 2.814 metros de altura, constituía actualmente la frontera entre tres países claramente beligerantes: Israel, Siria y Líbano. Sus laderas meridionales y occidentales se encontraban bajo control de Israel, como resultado de su victoria en la Guerra de los Seis Días. Un dicho israelí decía: «Quién tenga en su poder el Monte Hermón, podrá escupir en la cabeza de su vecino si quiere», y puede que tuviesen razón.

Pasado el mediodía el vehículo comenzó a ascender por la ladera occidental de los Altos del Golán, en dirección al observatorio. Casi una hora después y tras subir por una carretera endiablada, el coche se detuvo ante unas grandes escaleras de piedra, situadas justo bajo el observatorio.

—¡Qué frío hace aquí, maldita sea! —se quejó Colaiani al bajar del vehículo.

—Es porque estamos a casi tres mil metros de altura —explicó Yigal Mizrahi, director del observatorio astronómico del Monte Hermón mientras descendía por las escaleras para reunirse con los recién llegados.

—¿Cómo estás, querido amigo? —dijo Ylan, dando un abrazo a Mizrahi—. Te presento a Afdera Brooks, al padre Maximilian Kronauer y al profesor Leonardo Colaiani, de la Universidad de Florencia

—Mucho gusto. Pasen dentro, hace menos frío.

El observatorio astronómico del Monte Hermón se había situado entre los más famosos del mundo en el estudio del universo. El equipo del doctor Mizrahi había conseguido descubrir e identificar estrellas de diversas clases con sus planetas y satélites.

—Aunque mi especialidad es la astronomía de posición, conocida como astrometría, y la astrofísica, que no es otra cosa que la aplicación al estudio de los astros de las teorías y técnicas surgidas en la física desde el siglo XX, soy un gran aficionado a la historia de la astronomía, y por eso Ylan les ha obligado a venir hasta aquí. Me dijo que estaban ustedes buscando la posición de una tumba concreta situada en San Juan de Acre.

—Sí, así es. Descubrimos la ciudad donde estaba la tumba gracias a una estela funeraria árabe del siglo XIII. Al traducir la frase de la estela, aparecieron unas extrañas palabras:
Donde yace el caballero del león, el sagrado, allí donde se alza la estrella, allí en la ciudad aún santa, encontrarás la palabra del verdadero, del elegido, el de la gran estirpe que no, tiene rey y que deberá guiar a las tribus de Israel.
Conseguimos descifrar gran parte del significado de la frase, pero nos llamó la atención la parte que hace referencia a
allí donde se alza la estrella
y creemos que puede estar relacionada con la ubicación de la tumba en Acre —explicó Afdera.

—En el siglo XIII, en Oriente Próximo, eran relativamente comunes los relojes de sol con unas curvas dibujadas en el cuadrante para los rezos diarios —explicó Mizrahi mientras se dedicaba a meter datos y cifras en un ordenador—. Éstos marcaban los cuatro puntos cardinales. El cuadrante era horizontal, así que sobre ellos era fácil seguir un ángulo hasta una distancia determinada. Para que ustedes me entiendan, todos ellos mostraban siempre la dirección a la Kaaba, en La Meca, lo que hacía que los musulmanes se tomasen la exactitud de la posición muy en serio, casi como una tarea sagrada. El mihrab de las mezquitas está siempre orientado a La Meca.

—Entiendo que eso sólo podría marcarse si en San Juan de Acre existiese una mezquita del siglo XIII —dijo Max.

—Déjeme explicárselo, padre. Durante la construcción, por ejemplo, de las mezquitas de San Juan de Acre, sería el eje norte-sur y sus constructores lo marcarían. También es posible seguir la dirección del muro de la
qibla
en las mezquitas. Si se colocan dos clavos en el muro, se puede señalar un punto dependiendo de la visibilidad —indicó Mizrahi, mostrando a sus visitantes mapas del siglo XIII del Mediterráneo Oriental.

—Acérquense al ordenador. Se lo enseñaré —invitó el astrónomo—. Si alguien hubiese calculado la distancia exacta entre nuestro lugar, aquí en el Monte Hermón y, por ejemplo, Alejandría, y tuviera un mapa moderno, podría precisar el lugar exacto con un ángulo. La forma aproximada para señalar sería identificar un punto de la costa sabiendo, primero, el punto que está al oeste, al amanecer, y segundo, la distancia desde la costa hasta la tumba. Teóricamente, alguien muy inteligente, como los árabes de Al-Mamun, generó mapas muy exactos. Eratóstenes acertó incluso al calcular el grado terrestre y algunos astrolabios daban una buena exactitud.

—¿Quién era Eratóstenes? —preguntó Max.

—Un sabio que nació en Libia, en el siglo III a.C., y al que se le atribuye la invención de la esfera armilar, que aún se empleaba en el siglo XVII. Aunque debió de utilizar este instrumento para diversas observaciones astronómicas, sólo queda constancia de la que le condujo a la determinación de la oblicuidad de la eclíptica. Determinó el intervalo entre los trópicos, para que ustedes lo entiendan, y obtuvo un valor de 24 grados.

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