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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

El jugador (33 page)

BOOK: El jugador
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–Gurgue, veo que se ha hecho daño –dijo Pequil mientras lanzaba una mirada de preocupación al arañazo de su mejilla.

–Sí. –Gurgeh sonrió y se acarició la barba–. Me he cortado al afeitarme.

El Tablero de la Forma sirvió de escenario a una lenta guerra de desgaste.

Gurgeh tuvo que enfrentarse al ataque combinado de los otros nueve jugadores desde el principio, y no tardó en comprender lo que estaba ocurriendo. Había utilizado la ventaja acumulada en el tablero anterior para crear un enclave pequeño pero tan bien protegido que resultaba casi inconquistable, y estuvo dos días sin moverse de él dejando que las ofensivas de los otros jugadores se estrellaran contra sus defensas. Si los ataques hubieran sido llevados de la forma correcta le habrían destrozado, pero sus oponentes intentaban que sus acciones no parecieran demasiado concertadas y los ataques sólo implicaban a unos cuantos jugadores. Aparte de eso, cada jugador temía debilitarse excesivamente porque eso significaría ser aplastado por los demás.

Al final de ese período de tanteos un par de agencias de noticias empezaron a decir que atacar al forastero en grupo era un comportamiento descortés e injusto.

Flere-Imsaho –la unidad ya había olvidado su enfado y volvía a hablarle– opinó que aquella reacción podía ser sincera, pero pensaba que había bastantes más probabilidades de que fuera el resultado de la presión imperial. La unidad estaba convencida de que el Departamento Imperial había utilizado su influencia para llamar al orden a la Iglesia –no cabía duda de que el sacerdote seguía las instrucciones de la Iglesia y estaba asesorado por ella, y la Iglesia tenía que haber sido la que financió sus acuerdos con los demás jugadores–, pero fuera cual fuese la razón al tercer día los ataques concertados cesaron como por arte de magia y la partida empezó a seguir un rumbo más normal.

La sala de juegos estaba repleta. Había muchos más espectadores que habían pagado su entrada, un gran número de invitados había decidido ver qué tal jugaba el alienígena y las agencias de prensa habían enviado un contingente extra de reporteros y cámaras. Los jugadores del club sometidos a la autoridad del Adjudicador consiguieron que la multitud se mantuviera razonablemente silenciosa, y el aumento del público apenas distrajo a Gurgeh, pero sí dificultó considerablemente el desplazarse por la sala durante los descansos. La gente no paraba de acercarse a él para hacerle preguntas o, simplemente, para verle de cerca.

Pequil casi siempre estaba allí, pero parecía más interesado en aparecer delante de las cámaras que en proteger a Gurgeh de las personas que querían hablar con él. Aun así la presencia del ápice servía para distraer un poco la atención de los reporteros, y la vanidad de Pequil permitió que Gurgeh se concentrara al máximo en el juego.

Durante los dos días siguientes Gurgeh se dio cuenta de que la forma de jugar del sacerdote había sufrido un cambio muy sutil y que el estilo de otros dos jugadores también se había alterado, aunque no de una forma tan pronunciada como en el caso del sacerdote.

Gurgeh había eliminado a tres jugadores y el sacerdote había acabado con otros tres sin necesidad de esforzarse demasiado. Los dos ápices restantes habían establecido sus propios enclaves en el tablero y parecían conformarse con desempeñar un papel secundario en el desarrollo de la partida. Gurgeh estaba jugando bien, aunque su estilo no había alcanzado los extremos de frenético virtuosismo que le habían permitido obtener la victoria en el Tablero del Origen. Tendría que derrotar al sacerdote y a los otros dos jugadores sin demasiadas dificultades, y lo cierto es que estaba logrando imponerse, aunque muy despacio. El sacerdote estaba jugando mucho mejor que antes, sobre todo al comienzo de cada sesión, y eso hizo que Gurgeh pensara que el ápice aprovechaba los descansos para ser asesorado por algunos consejeros de primera categoría. Los otros dos jugadores debían estar recibiendo una ayuda similar, aunque no tan intensa y eficiente.

Pero el final llegó al quinto día de partida y fue de lo más repentino. El sacerdote se derrumbó. Los otros dos jugadores decidieron abandonar. Gurgeh tuvo que soportar una nueva oleada de adulaciones y elogios, y las agencias de noticias empezaron a publicar editoriales impregnados de inquietud. ¿Cómo era posible que alguien llegado del Exterior jugara tan bien? Algunos de los medios de comunicación más sensacionalistas incluso publicaron artículos afirmando que el alienígena de la Cultura utilizaba una especie de sentido sobrenatural o artefacto prohibido por la ley. Los periodistas habían logrado averiguar el nombre de Flere-Imsaho, y empezaron a especular con la posibilidad de que la máquina fuera el misterioso origen de las habilidades ilícitas de Gurgeh.

–Me han llamado ordenador –gimió la unidad.

–Y a mí me llaman tramposo –replicó Gurgeh con voz pensativa–. La vida es cruel, como les encanta repetir aquí.

–Tienen toda la razón. La vida aquí es terriblemente cruel.

La última partida en el Tablero del Cambio fue un paseo triunfal, quizá porque ése era el tablero en el que Gurgeh siempre se había sentido más a gusto. El sacerdote entregó un plan de objetivos especial al Adjudicador antes de que empezara la partida, algo a lo que tenía perfecto derecho por ser el segundo clasificado. El sacerdote había decidido conformarse con el segundo lugar. Quedaría fuera de la Serie Principal, pero tendría una posibilidad de volver a participar en ella si ganaba las dos partidas de la ronda siguiente.

Gurgeh sospechaba que podía tratarse de un truco, y al principio jugó con mucha cautela esperando un ataque masivo o que algún jugador le tendiera una trampa con sus piezas; pero los otros jugadores parecían no tener ningún objetivo definido, e incluso el sacerdote empezó a hacer la clase de movimientos ligeramente mecánicos que había empleado en la primera partida. Gurgeh se arriesgó a lanzar unos cuantos ataques exploratorios con efectivos no muy considerables y apenas si encontró oposición. Dividió sus fuerzas en dos grupos y lanzó una incursión a gran escala contra el territorio del sacerdote sólo para divertirse un poco y ver cómo reaccionaba. El sacerdote se dejó dominar por el pánico. La embestida de Gurgeh le dejó tan aturdido que apenas si logró hacer un movimiento medianamente bueno, y al final de la sesión corría un serio peligro de ser aniquilado.

Después del descanso Gurgeh tuvo que enfrentarse a un ataque masivo de los demás jugadores mientras el sacerdote se debatía impotente atrapado en una esquina del tablero. Gurgeh captó la indirecta. Le dio un poco de espacio para maniobrar y dejó que atacara a dos de los jugadores más débiles para recuperar una parte de las posiciones que había perdido. La partida terminó con Gurgeh controlando la mayor parte del tablero y los otros jugadores aniquilados o confinados a zonas muy pequeñas que apenas poseían importancia estratégica. Gurgeh no tenía muchas ganas de continuar la partida hasta su inevitable final y supuso que si lo intentaba los otros jugadores se unirían contra él sin importarles lo obvio que resultara el que habían decidido actuar en grupo. Le estaban ofreciendo la victoria, pero si intentaba vengarse o se dejaba dominar por la codicia tendría que pagar un precio muy alto por ella. Gurgeh decidió aceptar la situación actual y la partida llegó a su fin. El sacerdote quedó clasificado en segundo lugar.

Pequil volvió a felicitarle en cuanto salieron de la sala de juegos. Gurgeh había conseguido llegar a la segunda ronda de la Serie Principal. Había mil doscientos Primeros Ganadores y el doble de Cualificados, y Gurgeh estaba en aquel grupo de escogidos. La segunda ronda se regía por la modalidad singular, y ahora tendría que enfrentarse a un solo jugador. El ápice volvió a suplicarle que diese una conferencia de prensa, y Gurgeh volvió a negarse.

–¡Pero tiene que acceder! ¿Qué pretende lograr con esa actitud? Si no dice algo pronto conseguirá que se vuelvan contra usted. Ese truco de hacerse el enigmático acabará dejando de funcionar. ¡Ahora les cae simpático porque lo tiene todo en contra, y no debería perder esa aureola!

–Pequil –dijo Gurgeh, plenamente consciente de que dirigirse al ápice de esa forma era insultarle—, no voy a hablar con nadie sobre mi forma de jugar, y lo que los periodistas quieran decir o pensar sobre mí no me importa en lo más mínimo. He venido a jugar y no a perder el tiempo con tonterías.

—Es nuestro invitado –dijo Pequil con voz gélida.

–Y ustedes son mis anfitriones.

Gurgeh giró sobre sí mismo dándole la espalda y el trayecto de vuelta al módulo se realizó en un tenso silencio que hizo aún más audibles los zumbidos y chisporroteos de Flere-Imsaho. Gurgeh no pudo evitar la sospecha de que había momentos en que los ruidos emitidos por la unidad apenas lograban ocultar una risita ahogada.

–Bien, ahora es cuando empezarás a tener problemas.

–¿Por qué dices eso, nave?

Ya era de noche. Las puertas traseras del módulo estaban abiertas. Gurgeh podía oír el lejano zumbido del vehículo aéreo de la policía que flotaba sobre el hotel para mantener alejados a los vehículos de las agencias de noticias, y el aire que entraba por el hueco también traía consigo los olores cálidos y extraños de la ciudad. Gurgeh había empezado a estudiar un problema de colocación de piezas en una partida singular, y había tomado unas cuantas notas. El sistema parecía la mejor solución al retraso que dificultaba todas sus conversaciones con la
Factor limitativo
. Gurgeh hablaba, cortaba la comunicación y estudiaba el problema mientras la luz del transmisor hiperespacial se encendía y se apagaba. Cuando recibía la réplica de la nave activaba la modalidad oral del comunicador, y el resultado era bastante parecido a una auténtica conversación.

–Porque ahora tendrás que mostrar tus cartas morales. Has entrado en la fase del juego singular, y tendrás que definir tus principios básicos y revelar tus premisas filosóficas. Eso significa que debes revelar algunas de las cosas en las que crees, y tengo la sospecha de que eso puede traer problemas.

–Nave, no estoy muy seguro de tener ninguna creencia digna de ese nombre –dijo Gurgeh.

Hizo algunas anotaciones en una tablilla sin apartar los ojos del holograma que tenía delante.

–Yo creo que sí las tienes, Jernau Gurgeh, y el Departamento Imperial del Juego querrá saber en qué consisten para incorporarlas a sus archivos. Me temo que deberás inventarte algo.

–¿Y por qué debería hacerlo? ¿Qué importancia tiene todo eso? No puedo conseguir ningún puesto o rango y por bien que juegue no voy a conseguir ninguna clase de poder. ¿Qué importa lo que crea o deje de creer? Ya sé que necesitan averiguar cuáles son las creencias y opiniones de la gente que ocupa posiciones de poder, pero yo sólo quiero jugar.

–Sí, pero ellos necesitan conocer esos datos para sus estadísticas. Puede que tus opiniones no tengan ninguna importancia real en términos de las propiedades electivas del juego, pero ellos necesitan mantener al día sus registros y saber qué clase de jugador sale victorioso en cada modalidad del juego..., y aparte de eso supongo que desearán saber hacia qué extremo se inclinan tus opiniones políticas.

Gurgeh alzó los ojos hacia la cámara.

–¿Mis opiniones políticas? ¿De qué estás hablando?

–Jernau Gurgeh... –dijo la nave, y suspiró–. Un sistema culpable no admite la existencia de los inocentes. Nosotros estamos contra el sistema. Los aparatos de poder convencidos de que todo el mundo está a favor o en contra de ellos necesitan que las posiciones de cada cual estén claramente definidas, y si pensaras un poco en todo este asunto descubrirías que realmente estás contra ellos. Hasta tu forma de pensar te coloca en las filas de sus enemigos. Naturalmente, no eres enemigo suyo porque así lo hayas decidido sino porque cada sociedad impone parte de sus valores a los que crecen y se educan dentro de ella, pero lo que debes comprender es que algunas sociedades intentan maximizar ese efecto mientras que otras intentan minimizarlo. Tú procedes de una sociedad del segundo tipo y se te está pidiendo que des explicaciones públicas ante una sociedad del primero. La prevaricación resultaría bastante más difícil de lo que te imaginas, y la neutralidad... Bueno, probablemente es imposible. Tus creencias y valores políticos no son algo de lo que puedas librarte mediante un acto de voluntad. No son un conjunto de entidades que pueda separarse del resto de tu personalidad: son una función de tu existencia. Yo lo sé y ellos lo saben, y será mejor que lo aceptes.

Gurgeh pensó en lo que le había dicho la nave.

–¿Puedo mentir?

–Supongo que el auténtico significado de tu pregunta es si sería aconsejable presentar unas premisas falsas y no el si eres capaz de enunciar en voz alta algo que no sea verdad. (Gurgeh meneó la cabeza.) Sí, creo que sería lo más prudente... Aunque quizá te resulte bastante difícil encontrar algo que les parezca lo suficientemente aceptable y que no sea moralmente repugnante para ti.

Gurgeh volvió la cabeza hacia el holograma.

–Oh, te sorprendería lo que puedo llegar a inventar –murmuró–. De todas formas, y dado que serán mentiras... ¿Cómo pueden parecerme repugnantes?

–Una observación muy interesante. Si se empieza suponiendo que no hay ninguna oposición moral al acto de mentir, y sobre todo teniendo en cuenta que lo que estamos discutiendo es básicamente y en su mayor parte una mentira que producirá un beneficio a quien la utiliza, por oposición a lo que llamamos mentira desinteresada o compasiva, entonces...

Gurgeh dejó de escuchar y concentró su atención en el holograma. En cuanto supiera con quién iba a enfrentarse tendría que repasar algunas de sus partidas anteriores.

Se dio cuenta de que la nave había dejado de hablar.

–Bien, nave, te diré lo que pienso hacer y tú me dirás qué te parece... –murmuró–. Estoy muy ocupado y todo este embrollo de las mentiras parece interesarte mucho más que a mí, así que... ¿Por qué no buscas un compromiso entre la verdad y las conveniencias lo bastante sofisticado para que nos satisfaga a los dos? Probablemente estaré de acuerdo con lo que me sugieras, sea lo que sea.

–Muy bien, Jernau Gurgeh. Será un placer.

Gurgeh se despidió de la nave. Completó su estudio del problema y desactivó la pantalla. Se puso en pie, se estiró y bostezó. Salió del módulo y empezó a caminar bajo la oscuridad teñida de naranja y marrón del techo del hotel. Faltó poco para que tropezara con un macho muy corpulento que vestía uniforme.

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