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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

El jugador (16 page)

BOOK: El jugador
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–¿Para quién? –preguntó Gurgeh en un tono de voz más bien escéptico.

–Para los habitantes del imperio y para la Cultura. Podríamos vernos obligados a emprender una intervención bastante aparatosa contra el imperio. La intervención difícilmente llegaría a convertirse en guerra porque nuestra tecnología le lleva una delantera muy considerable a la suya, pero controlarles exigiría que nos convirtiéramos en una fuerza de ocupación y eso significaría que tanto nuestros recursos como nuestra moral se verían sometidos a un desgaste inmenso. Estamos casi seguros de que semejante aventura acabaría siendo considerada un error por mucho entusiasmo popular que despertara al comienzo. Los habitantes del imperio saldrían perjudicados porque se unirían contra nosotros en vez de unirse para acabar con el régimen corrupto que les controla, y eso haría que el reloj retrocediera un siglo o dos, y la Cultura saldría perjudicada porque imitaría la conducta de aquellos a quienes más despreciamos: los invasores, los ocupantes y los fanáticos de la hegemonía.

–Parece muy seguro de que la opinión popular se mostraría decididamente a favor de la intervención.

–Déjeme que le explique algo, Jernau Gurgeh –dijo la unidad–. El Azad es un juego que va acompañado de apuestas, y es frecuente que las apuestas lleguen a los niveles más altos imaginables. La forma que toman esas apuestas puede ser bastante macabra. Si accede a participar en el juego dudo mucho de que llegue a los niveles en que el desenlace de una partida puede depender de ese tipo de apuestas, pero es perfectamente normal apostar prestigio, honores, posesiones, esclavos, favores, tierra e incluso... la licencia física.

Gurgeh esperó en silencio durante unos momentos, pero acabó cansándose de esperar.

–Muy bien –suspiró–. ¿Qué es eso de la «licencia física»?

–Los jugadores acuerdan toda clase de torturas y mutilaciones a las que el perdedor de la apuesta debe someterse.

–¿Quiere decir que si pierdes... te..., te hacen todas esas cosas?

–Exactamente. Por ejemplo, es perfectamente posible apostar la pérdida de un dedo contra una violación rectal de macho por ápice con violencia incluida.

Gurgeh contempló en silencio a la unidad durante varios segundos y acabó asintiendo lentamente con la cabeza.

–Bueno... Debo admitir que eso sí es barbarie.

–Es una incorporación bastante reciente al juego y la clase dirigente la considera como una especie de concesión liberal, pues en teoría permite que una persona pobre pueda mantener sus apuestas al mismo nivel que una persona rica. Antes de la introducción de lo que ellos llaman opción de la licencia física una persona rica siempre podía eliminar del juego a los pobres superando sistemáticamente sus apuestas.

–Oh.

Gurgeh podía comprender la lógica de aquella idea, pero por mucho que le dio vueltas no logró encontrarle ninguna moralidad.

–El imperio de Azad no es la clase de sitio sobre el que resulte fácil pensar con frialdad o emitir juicios mesurados, Jernau Gurgeh. Han hecho cosas que el habitante promedio de la Cultura consideraría... Bueno, cosas de las que ni tan siquiera querría oír hablar. Un programa de selección y manipulación genética ha rebajado el promedio de inteligencia del macho y la hembra; el control de los nacimientos mediante la esterilización selectiva, la hambruna por áreas, la deportación en masa y los sistemas impositivos basados en la raza han producido el equivalente de un genocidio, con el resultado de que casi todos los habitantes del planeta sede del imperio tienen el mismo color y la misma constitución física. Su forma de tratar a los cautivos de otras especies, sus sociedades y sus creaciones es igualmente...

–Oiga, ¿está seguro de que todo esto no es una broma? –Gurgeh se levantó del sofá y entró en el campo del holograma. Bajó la vista hacia aquel tablero fantásticamente complejo que parecía estar debajo de sus pies, pero del que se sabía separado por una distancia tremenda–. ¿Me está diciendo la verdad? Ese imperio... ¿Existe realmente?

–Le aseguro que existe, Jernau Gurgeh. Si quiere obtener una confirmación a cuanto le he dicho puedo hacer los arreglos necesarios para que se le conceda un derecho de acceso especial a los VGS y las Mentes que están involucradas en este asunto. Puede averiguar todo lo que desee sobre el imperio de Azad, desde el primer contacto hasta los informes más recientes en tiempo real. Todo es cierto.

–¿Y cuándo se produjo ese primer contacto? –preguntó Gurgeh volviéndose hacia la unidad–. ¿Cuánto tiempo llevan ocultando la existencia del imperio?

La unidad vaciló.

–No mucho –dijo por fin–. Setenta y tres años.

–Vaya, ya veo que no les gusta apresurarse, ¿eh?

–Sólo cuando no tenemos otra opción –dijo la unidad.

–¿Y qué opina el imperio de nosotros? –preguntó Gurgeh–. Deje que lo adivine... Les han contado unas cuantas cosas sobre la Cultura, pero se han callado otras muchas, ¿no?

–Admirable, Jernau Gurgeh –dijo la unidad, y el tono de su voz indicó que le había faltado muy poco para echarse a reír–. No, no se lo hemos contado todo. Eso es algo de lo que le informará más detalladamente la unidad que enviaremos con usted, si es que decide aceptar nuestra oferta. Hemos engañado al imperio desde el primer momento dándole datos falsos sobre nuestros recursos, distribución, número de habitantes, nivel tecnológico e intenciones finales..., aunque, naturalmente, eso sólo ha sido posible gracias a la relativa escasez de civilizaciones tecnológicamente avanzadas que se da en esa región de la Nube Menor. Por ejemplo, los azadianós no saben que la Cultura tiene su base en la galaxia principal. Creen que venimos de la Nube Mayor y que nuestra población sólo es aproximadamente el doble de la suya. Saben muy poco sobre el nivel de manipulación genética promedio existente en los humanos de la Cultura, no tienen ni idea de la sofisticación alcanzada por nuestras máquinas inteligentes y jamás han oído hablar de una Mente o visto un VGS.

»Han estado intentando averiguar más cosas sobre nosotros desde el primer contacto, naturalmente, pero no han tenido ningún éxito. Probablemente piensan que tenemos un planeta central o algo parecido, ya que ellos siguen siendo una especie considerablemente orientada hacia los planetas. Utilizan técnicas de planoformación para crear ecosferas utilizables o, y eso ocurre con bastante más frecuencia, se limitan a conquistar planetas ya ocupados. Son catastróficamente torpes tanto al nivel ecológico como al moral. La razón por la que quieren saber más cosas sobre nosotros es que les encantaría invadirnos. Quieren conquistar la Cultura. Su problema básico, como ocurre con todas las mentalidades tipo matón-de-escuela, es que están profunda y terriblemente asustados. Son una especie paranoica y, al mismo tiempo, xenófoba. No nos atrevemos a permitir que conozcan hasta dónde llega el poder de la Cultura porque tememos que todo el imperio podría autodestruirse..., ya sabe que ese tipo de cosas han ocurrido en el pasado aunque, naturalmente, sucedieron mucho antes de que se creara Contacto. Nuestras técnicas actuales son bastante más refinadas y eficaces. Aun así, es una solución muy tentadora –dijo la unidad, dando la impresión de que estaba pensando en voz alta y de que no hablaba con Gurgeh.

–Dan la impresión de ser unos... –dijo Gurgeh, y tardó un poco en completar la frase. Había estado a punto de utilizar la palabra «bárbaros», pero no le pareció lo suficientemente fuerte–. Son como animales, ¿no?

–Hmmm –dijo la unidad–. Cuidado, cuidado... ¿Sabe cómo llaman a los habitantes de los planetas que conquistan? Animales, así les llaman. Oh, naturalmente que son unos animales, de la misma forma que usted es un animal y de la misma forma que yo soy una máquina. Pero son animales que han llegado a un nivel de conciencia muy considerable, y poseen una sociedad que, como mínimo, es tan complicada como la nuestra..., más en algunos aspectos. El azar ha hecho que les conociéramos durante un momento de su historia en el que su civilización nos parece muy primitiva. Una era glacial menos en Eá y es muy posible que los primitivos fuéramos nosotros.

Gurgeh asintió con expresión pensativa y observó el silencioso desplazarse de las siluetas sobre el tablero de Azad bajo la luz reproducida de un sol muy lejano.

–Pero... –añadió Worthil con voz jovial–. Las cosas son como son y no tenemos por qué preocuparnos pensando en lo que podría haber ocurrido, ¿verdad? Bien... –dijo, y volvieron a encontrarse en la habitación de Ikroh. La holopantalla se desactivó y las ventanas recuperaron su transparencia habitual. El repentino diluvio de sol hizo que Gurgeh parpadeara deslumbrado–. Estoy seguro de que comprenderá que aún quedan muchas cosas por contarle, pero ahora ya sabe cuál es nuestra proposición expuesta en sus líneas más generales. Aún es pronto para pedirle que me responda con un sí, pero... ¿Vale la pena que siga hablando o ya ha tomado la decisión irrevocable de que no quiere ir?

Gurgeh se frotó la barba y se volvió hacia la ventana para contemplar el bosque que se extendía por encima de Ikroh. Lo que la unidad le había revelado era tan increíble que necesitaba algún tiempo para digerirlo. Si el juego era real... Bueno, entonces el Azad era el juego más maravilloso y más lleno de significado con el que se había encontrado en toda su existencia, y posiblemente tuviera más significado que todos los juegos que conocía juntos. Su cualidad de desafío definitivo le excitaba y, al mismo tiempo, le atemorizaba. Se sentía atraído instintivamente hacia él con una fuerza casi sexual, incluso ahora, incluso sabiendo tan poco sobre el juego..., pero no estaba seguro de poseer la autodisciplina necesaria para estudiar con tal intensidad durante dos años seguidos, y no tenía ni idea de si su cerebro sería capaz de contener un modelo mental de un juego tan asombrosamente complejo. Sus pensamientos volvían una y otra vez a la evidencia de que los azadianos eran capaces de ello, pero tal y como había dicho la máquina los azadianos vivían sumergidos en el juego desde que nacían. El Azad quizá sólo pudiera ser dominado por alguien cuyos procesos cognoscitivos hubieran sido moldeados por el mismo juego...

¡Pero cinco años! Todo ese tiempo, y no por el mero hecho de estar lejos de su casa sino porque tendría que pasar la mitad o probablemente algo más de la mitad de esos cinco años sin disponer del tiempo necesario para mantenerse al comente de los progresos que se fueran produciendo en los demás juegos, sin tiempo para leer artículos o escribirlos, sin tiempo para nada salvo para aquel juego absurdo que ya empezaba a obsesionarle. Y todo eso supondría un cambio. Al final de aquellos cinco años sería una persona distinta. El cambio era inevitable, tan inevitable como el que acabaría llevando dentro una parte del juego, por pequeña que fuese. Y cuando volviera... ¿Conseguiría ponerse al día? Le habrían olvidado. Habría estado lejos durante tanto tiempo que aquellos habitantes de la Cultura cuya vida giraba alrededor de los juegos no le prestarían ninguna atención. Se habría convertido en una figura histórica. Y cuando volviera... ¿Le permitirían hablar de su experiencia? El manto de silencio impuesto por Contacto ya llevaba siete décadas de existencia, y quizá siguiera en vigor muchas más.

Pero si aceptaba... Podría conseguir que Mawhrin-Skel le dejara en paz. Podía exigir el precio que la unidad le había pedido a cambio de no divulgar la grabación, podía exigir que volvieran a admitirle en CE.

O –y la idea se le ocurrió en ese mismo instante–, podía exigir que le redujeran al silencio para siempre...

Una bandada de pájaros surcó el cielo, manchas blancas recortándose contra los telones verde oscuro del bosque esparcido sobre las faldas de la montaña. Los pájaros se posaron en el jardín y empezaron a ir lentamente de un lado para otro mientras picoteaban el suelo. Gurgeh se volvió nuevamente hacia la unidad y cruzó los brazos delante del pecho.

–¿Cuándo necesita que le dé una respuesta? –preguntó.

Aún no había tomado una decisión. Tenía que ganar algo de tiempo. Necesitaba disponer del máximo de datos posible antes de decidirse en un sentido o en otro.

–Tendría que saberlo en un plazo de tres o cuatro días como máximo. El VGS
Bribonzuelo
salió hace poco del centro de la galaxia y se dirige hacia aquí. Partirá con destino a las Nubes dentro de los cien días próximos. Si lo pierde el viaje duraría mucho más tiempo. Tal y como están las cosas, su nave tendrá que mantener la velocidad máxima hasta llegar a la cita con el VGS.

–¿Mi nave? –exclamó Gurgeh poniendo cara de sorpresa.

–Necesitará una nave, primero para llegar al
Bribonzuelo
a tiempo y después volverá a necesitarla al final del trayecto para ir desde el punto de mayor proximidad a la Nube Menor alcanzado por el VGS hasta el imperio propiamente dicho.

Gurgeh observó en silencio durante unos momentos a los pájaros blancos como la nieve que picoteaban el suelo del jardín. Se preguntó si debería sacar a relucir el tema de Mawhrin-Skel ahora o si sería mejor esperar. Una parte de su ser quería abordarlo en aquel mismo instante sólo para dejar de sufrir y por si se llevaba la improbable sorpresa de que Contacto accediera a su petición sin hacerse de rogar, lo cual le permitiría dejar de preocuparse por el chantaje a que le tenía sometido la máquina (y empezar a preocuparse pensando en las absurdas complicaciones de aquel juego de locos). Pero sabía que no debía hacerlo. La paciencia es otro nombre de la sabiduría, como decía el refrán. Tenía que esperar. Si acababa decidiendo ir (aunque, naturalmente, no accedería. No podía hacerlo, incluso el pensar en ello era una locura...), dejaría que creyeran que no deseaba nada a cambio; dejaría que hicieran todos los preparativos necesarios y dictaría sus condiciones en el último momento..., suponiendo que Mawhrin-Skel tuviese la paciencia necesaria para esperar todo ese tiempo antes de cumplir su amenaza.

–De acuerdo –dijo volviéndose hacia la unidad de Contacto–. No digo que vaya a ir, pero... Pensaré en ello. Y ahora, cuénteme más cosas sobre el Azad.

 

Las historias ambientadas en la Cultura pertenecientes a la variedad Las Cosas Se Ponen Feas solían empezar con un humano perdiendo, olvidando o prescindiendo deliberadamente de su terminal. Era un comienzo narrativo convencional, el equivalente a salirse del camino e internarse en la espesura del bosque tan socorrido en una era anterior o el de un coche averiándose de noche en una carretera solitaria de otra. Una terminal –en forma de anillo, botón, brazalete, pluma o lo que fuese– era la conexión que te mantenía unido a todo el resto de la Cultura. Con una terminal nunca estabas a más de una pregunta o un grito de casi cualquier cosa que desearas saber o casi cualquier tipo de ayuda que pudieras llegar a necesitar.

BOOK: El jugador
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