El juez de Egipto 2 - La ley del desierto (44 page)

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Authors: Christian Jacq

Tags: #Aventuras, Histórico, Intriga

BOOK: El juez de Egipto 2 - La ley del desierto
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—¿Qué insinuáis?

—Esta relación me incomoda. Sin duda, se trata de una coincidencia desafortunada; solicito una explicación a título amistoso.

Bel-Tran se levantó. Su fisonomía cambió con tanta brutalidad que Pazair quedó pasmado. Unos rasgos coléricos y arrogantes sucedieron al rostro afable y cálido. La voz, nerviosa pero ponderada por lo general, se cargó de violencia y agresividad.

—Una explicación a título amistoso… ¡qué ingenuidad! ¡Cuánto tiempo para comprender, mi querido Pazair, visir de pacotilla! ¿Qadash, Chechi y Denes cómplices míos? Digamos mis devotos servidores, tuvieran o no conciencia de ello. Si os apoyé contra esos tres fue a causa de las estúpidas ambiciones de Denes; deseaba ocupar el puesto de director de la Doble Casa blanca y controlar las finanzas del país. El papel sólo podía ser para mí; era una simple etapa para apoderarme del visirato, ¡que vos me habéis robado! Toda la administración me reconocía como el más competente, los cortesanos sólo pronunciaban mi nombre cuando el faraón les consultaba; y el rey os eligió a vos, oscuro juez destituido. Buena maniobra, querido; me dejasteis asombrado.

—Os equivocáis.

—¡Yo no, Pazair! El pasado no me interesa. O jugáis vuestro propio juego, y lo perdéis todo, o me obedecéis y seréis muy rico, sin tener las preocupaciones de un poder que sois incapaz de asumir.

—Soy el visir de Egipto.

—No sois nada, pues el faraón está condenado.

—¿Significa eso que estáis en posesión del testamento de los dioses?

Un rictus de satisfacción apareció en el rostro lunar del financiero.

—De modo que Ramsés ha confiado en vos. ¡Qué error! Realmente ya no es digno de reinar. Basta de palabras, querido amigo; ¿estáis conmigo o contra mí?

—Nunca he sentido tanto asco.

—Vuestras emociones no me interesan.

—¿Cómo podéis soportar vuestra propia hipocresía?

—Es un arma más útil que vuestra ridícula probidad.

—¿Sabéis que la rapacidad es el peor de todos los males y que os privará de sepultura?

Bel-Tran soltó una carcajada.

—Vuestra moral es la de un niño retrasado. Los dioses, los templos, las moradas de eternidad, los rituales… todo eso es irrisorio y está superado. No tenéis conciencia alguna del nuevo mundo en el que estamos entrando. Tengo grandes proyectos, Pazair; y los pondré en marcha antes incluso de expulsar a Ramsés, ese rey esclerótico, partidario de tradiciones ya superadas. ¡Abrid los ojos, mirad el porvenir!

—Restituid los objetos robados en la gran pirámide.

—El oro es un metal raro y de gran valor; ¿por qué inmovilizarlo en forma de objetos rituales que sólo contempla un muerto? Mis aliados los fundieron. Dispongo de una fortuna suficiente para adquirir muchas conciencias.

—Puedo haceros detener inmediatamente.

—No, no podéis. Con un solo gesto acabaría con Ramsés y os arrastraría en su caída. Pero ya actuaré cuando llegue mi hora, de acuerdo con el plan previsto. Encarcelarme o suprimirme no detendría su marcha. Vos y vuestro rey estáis atados de pies y manos. No sigáis a un muerto viviente, poneos a mi servicio. Os concedo una última oportunidad, Pazair; aprovechadla.

—Os combatiré sin tregua.

—Dentro de menos de un año, vuestro nombre será borrado de los anales. Aprovechaos de vuestra hermosa mujer; a vuestro alrededor, todo se derrumbará muy pronto. Vuestro universo está carcomido, yo he roído las vigas que lo sostenían. Peor para vos, visir de Egipto; lamentaréis haberme menospreciado.

El faraón y su visir hablaban en la cámara secreta de la Casa de la Vida de Menfis, lejos de ojos y oídos.

Pazair reveló la verdad a Ramsés.

—Bel-Tran, el fabricante de papiro, el notable encargado de difundir los grandes textos, el responsable de la economía del país… le sabía negociante, ambicioso y aficionado al beneficio, pero no concebí que fuera un traidor, un destructor.

—Bel-Tran ha tenido tiempo de tejer su tela, establecer complicidades en todas las clases de la sociedad, gangrenar la administración.

—¿Lo destituirás inmediatamente?

—No, majestad. El mal ha descubierto por fin su rostro; ahora tenemos que entender su estrategia e iniciar una lucha sin merced.

—Bel-Tran tiene el testamento de los dioses.

—Probablemente no está solo; suprimirlo no nos aseguraría la victoria.

—Nueve meses, Pazair; nos quedan nueve meses, como en una gestación. Declara la guerra, identifica a los aliados de Bel-Tran, desmantela sus fortalezas, desarma a los soldados de las tinieblas.

—Recordemos las palabras del anciano sabio Ptah-hotep: «Grande es la Regla, duradera su eficacia; no ha sido perturbada desde los tiempos de Osiris. La iniquidad es capaz de apoderarse de la cantidad, pero el mal nunca llevará su empresa a buen puerto. No te entregues a una maquinación contra la especie humana, pues Dios castiga semejante comportamiento.»

—Vivía en tiempos de las grandes pirámides y era visir, como tú. Deseemos que tenga razón.

—Sus palabras han atravesado los tiempos.

—No está en juego mi trono, sino la civilización de mañana. Prevalecerá la justicia, o la traición.

Desde la tumba de Branir, Pazair y Neferet contemplaron la inmensa necrópolis de Saqqara, que dominaba la pirámide escalonada del faraón Zóser. Los sacerdotes del
ka
, servidores del alma inmortal, cuidaban los jardines de las tumbas y depositaban ofrendas en los altares de las capillas abiertas a los peregrinos. Unos talladores de piedra restauraban una pirámide del Imperio Antiguo, otros excavaban una sepultura. La ciudad de los muertos vivía una serena vida.

—¿Qué has decidido? —preguntó Neferet a Pazair.

—Luchar. Luchar hasta el final.

—Descubriremos al asesino de Branir.

—¿No ha sido castigado ya? Denes, Chechi y Qadash han desaparecido en horribles circunstancias; la ley del desierto condenó al general Asher.

—El culpable sigue vivo —afirmó Neferet; cuando el alma de nuestro maestro conozca por fin la paz, aparecerá una nueva estrella.

La cabeza de la joven se posó dulcemente en el hombro del visir. Alimentado por su fuerza y con su amor, el juez de Egipto se lanzaría a un combate perdido de antemano, con la esperanza de que la felicidad de la tierra divina no desapareciera de la memoria del Nilo, del granito y de la luz.

FIN

NOTAS

[1]
Algunos papiros nos proporcionan listas de «días fastos» y «días nefastos», que corresponden a acontecimientos mitológicos.

[2]
Se trata de
karkadé
, bebida que se consume aún en el Egipto moderno. Las flores son las del hibisco.

[3]
El sauce contiene la sustancia que forma el componente esencial de la aspirina que, por lo tanto, fue «inventada» más de 2.000 años antes de J. C.

[4]
Diosa hipopótamo que simboliza la fecundidad, tanto espiritual como material.

[5]
Petróleo.

Escritor francés, CHRISTIAN JACQ nació en París el 28 de abril de 1947. Está considerado uno de los más notables escritores de novela histórica en lengua francesa.

Licenciado en arqueología y egiptología por La Sorbona, la mayor parte de su producción literaria tiene como escenario al Antiguo Egipto. Ha publicado, además, gran cantidad de ensayos académicos al margen de sus novelas.

Jacq ha utilizado distintos nombres a lo largo de su carrera, siendo J. B. Livingstone, Christopher Carter y Celestine Valois, los más conocidos.

Prolífico en su campo, Christian Jacq ha publicado más de cincuenta novelas y ha sido traducido a multitud de idiomas. Sus obras con más éxito son las pertenecientes al ciclo de
El juez de Egipto
, así como la pentalogía de
Ramsés
.

Lo interesante de sus novelas es la mezcla entre ficción e historia real, que atraen tanto a lectores que buscan conocimientos académicos como aquellos que desean disfrutar de una aventura literaria.

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