El hombre que vino del año 5000 (5 page)

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Authors: Keith Luger

Tags: #Ciencia ficción, Bolsilibros, Pulp

BOOK: El hombre que vino del año 5000
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—Espere un momento, Andrómeda; ¿por qué hacen eso con los hombres?

—Por salvar nuestra revolución.

—¿Su revolución?

—Organizamos una revolución en el año 3027. Ése fue el año en que logramos nuestra libertad.

—¿Lograron su libertad? ¿Es que no eran libres?

—Sólo aparentemente. Pero no le voy a contar nada acerca de nuestra revolución, señor Riley. Es usted nuestro prisionero. Será sometido a juicio.

—¿Por qué voy a ser sometido a juicio?

—Usted es un hombre muy peligroso.

—Si soy peligroso, les conviene reenviarme a mi época.

—No hay nada que aconseje tal medida. Usted podría impedir la revolución femenina, que en su mundo tendrá lugar en el año 3027.

—Yo no puedo conseguir nada contra eso. Tengo veintiocho años y vivo en el año 1971. Sepa una cosa, Andrómeda. El término medio de vida en mi época es la de 75 años. Quiero decir que yo viviré todo lo más hasta el año 2000 ó 2030, y eso está a más de mil años de su maldita revolución. ¿Cómo podría yo impedirla?

—No correremos ningún riesgo.

—No se puede ir contra el tiempo, Andrómeda. Aunque yo pregonase en mi mundo lo que he visto, nunca podría variar las circunstancias. Además, en Nueva York, el lugar de donde procedo, me pondrían una camisa de fuerza y sería internado en una clínica de enfermos mentales.

—Guarde sus argumentos, señor Riley. Su juicio se celebrará dentro de una hora en el gran palacio del presidente de la república.

—¿Un hombre?

—No diga tonterías. Nuestro presidente es una mujer.

—¿Y cómo se llama?

—Venus, como todos los presidentes que hemos tenido. Comparecerá ante Venus XXIV, y ella será quien decida si será internado en el valle de las Cavernas, o simplemente convertido en cenizas.

Andrómeda dio media vuelta y se alejó hacia su mesa.

—¡Espere, Andrómeda!

Andrómeda no esperó. Pulsó un botón y su imagen desapareció de la pantalla, que quedó oscurecida. Mark apretó las sienes con la mano y cerró los ojos. Pero cuando los abrió se encontró en el mismo lugar que antes. No, no estaba soñando. El doctor Hollman y su sobrina Susie Garland lo habían enviado al año 5000 y estaba viviendo en el año 5000.

Una puerta se abrió. Aparecieron dos mujeres con metralleta, pero Mark dedujo que no serían como las que él había visto en su mundo, que disparaban balas, sino que lanzarían aquel rayo de la muerte.

Esta vez eran dos morenas.

—Prisionero, síganos —dijo una de ellas, que era enteramente gemela a la otra.

Se cubrían con aquellos pantaloncitos y las blusas que dejaban su estómago al aire y las botas, y poseían piernas muy esbeltas bien formadas, de muslo redondo.

Mark sacudió la cabeza en sentido afirmativo. Pasó entre ambas.

Fuera había otras dos mujeres de la misma talla, la misma figura y el mismo rostro que las dos primeras, y ellas le precedieron en el camino mientras las otras dos quedaban a sus espaldas.

No, no podía pensar en escapar.

Viajaron en un ascensor hasta una planta muy baja de la torre.

Entraron en una gran sala. En una pantalla estaban dando un espectáculo. Era como una película musical, un conjunto de mujeres, que podían llegar al centenar, evolucionaban sobre un lago, con esquíes acuáticos. Pero ellas no necesitaban ser transportadas por canoas, ya que los propios esquíes eran los propulsores y componían bellas y extrañas figuras, aunque la música no era muy melódica, ya que era de percusión, y parecía brotar de instrumentos desconocidos para Mark Riley.

En una mesa en forma de semicírculo había cinco mujeres. La del centro tenía una corona sobre su cabeza.

Todas sonreían contemplando el espectáculo de la pantalla. Ninguna de ellas parecía haberse percatado de la llegada del prisionero.

En un momento determinado, terminó el ballet acuático y la pantalla quedó oscurecida.

Entonces la mujer que tenía la corona sobre la cabeza se levantó y las otras cuatro la imitaron. Mark Riley vio por primera vez un rostro distinto a todos.

La mujer de la corona no se parecía a ninguna otra de las que había visto con anterioridad. Tenía el cabello como la plata, los ojos grandes, rasgados, azul celeste y la boca ancha, de labios gruesos, muy rojos. Se cubría con una túnica bordada en oro que ceñía sus formas espléndidas.

—Que se adelante el prisionero —ordenó.

Mark fue hacia la mesa sin necesidad de que sus guardianes se lo indicasen.

La mujer de la túnica cruzó los brazos bajo los senos y dijo:

—Soy Venus XXIV.

—La presidente de la república de las mujeres.

—No lo ha denominado bien.

—¿Qué es entonces?

—Presidente de la república femenina de la tierra.

—Mi enhorabuena.

—Hay cierto sarcasmo en su voz, señor Riley, y me imagino por qué. Considera que este puesto debe ser ostentado por un hombre. Según la ficha que me han transmitido, usted procede de una época prehistórica

—Venus XXIV apretó un botón de la mesa y se iluminó un trozo de ella. Tras observar la pequeña pantalla la apagó y miró otra vez a Riley—. Viene del año 1971.

—Sí, Venus. Pero nosotros no consideramos que sea una época prehistórica.

—Para nosotros todo es prehistoria antes del año 3027.

—El año de su gloriosa revolución femenina.

—¿Quién le informó?

—Andrómeda.

Venus XXIV apretó otro botón y habló con voz enérgica:

—Andrómeda, es condenada a treinta días de trabajos en las canteras por intromisión en las funciones del presidente.

Una voz le contestó:

—La condena empezará a cumplirse inmediatamente. Venus sonrió a Mark.

—Señor Riley, su ficha dice que tiene un alto grado de inteligencia. Aunque hemos reparado y corregido su dolencia física. Un cáncer... Dígame ahora, ¿con qué objeto fue enviado desde una época tan anterior a la nuestra?

—Sólo vine para que me curasen el cáncer.

—¿Espera que le crea?

—No, no espero que me crea, pero es la verdad. Sin embargo, existe una solución equitativa para ustedes y para mí. Quiero volver a mi época.

Hubo una pausa. Venus miró a las dos mujeres de la derecha y a las dos de la izquierda que presidían la mesa. Cada una de aquellas mujeres era una representante de las morenas, de las rubias, de las pelirrojas y de las mujeres de cabello verde.

Las cuatro levantaron la mano con el pulgar hacia abajo.

Mark Riley recordó aquel gesto. Era el que empleaban los romanos para decidir la vida o la muerte de un gladiador vencido en el circo.

Venus habló.

—Ha sido sentenciado, señor Riley.

—Y por lo que veo, a muerte.

—No.

—¿Cuál es entonces la sentencia?

—Ingresará inmediatamente en una prisión. Pero sólo permanecerá en ella hasta mañana.

—¿Y luego?

—Será transportado con otros reclusos al valle de las Cavernas.

—¿Por cuánto tiempo?

—Para siempre.

—Está cometiendo un error, Venus XXIV. Yo no pretendo acabar con su revolución. No es cosa mía. Yo no vivo en el año 5000. He sido trasladado a esta época gracias a un invento de uno de mis compatriotas, de un hombre de mi época. Le repito lo que le dije a Andrómeda. No tiene nada que temer de mí...

Venus extendió el brazo derecho señalando a Mark.

—Llévenselo a la prisión, y si ofrece resistencia, fulmínenlo.

Las cuatro mujeres morenas apuntaron a Mark con sus armas.

Mark tragó saliva.

—De acuerdo, Venus XXIV —dijo con rabia—. Aceptaré su sentencia.

—Caso fallado —dijo la hermosa rubia de cabello plateado—. Retiren al prisionero.

Mark se apartó de la mesa y emprendió el camino de la prisión con sus cuatro guardianes.

CAPITULO VII

La cárcel estaba en un sótano que rezumaba humedad por sus paredes, lejos de la torre principal, donde Mark había conocido a la presidente de la república femenina de la tierra.

Habían viajado en una de aquellas cintas hasta una construcción de tres pisos.

Mark observó los alrededores en el camino. Había una gran reja que rodeaba el edificio, y no tuvo duda de que la reja estaría conectada con cables de alta tensión, o quizá ya no empleasen la electricidad, sino la energía atómica.

Bajaron por una escalera y Mark oyó gritos y alaridos.

Las carceleras eran indistintamente morenas o rubias.

Mark fue introducido en un gabinete y lo colocaron ante una pantalla.

Una mujer con un uniforme gris acero movió unas llaves.

—Ficha completa —dijo al cabo de unos segundos. Se enfrentó con Mark.

—Señor Riley, tenemos todos sus datos. No puede ir a ninguna parte. Caería en nuestro poder en muy poco espacio de tiempo. Si intentase escapar, gracias a nuestra computadora de localización, seguiríamos su huida a través de una pantalla televisiva.

—¿Cómo se llama usted?

—Atlanta.

—¿Y cómo seguirían mi fuga, Atlanta?

—A través de sus ondas electromagnéticas, que han quedado archivadas. Si usted escapase, su ficha sería introducida en la computadora, y ella nos daría su imagen, donde quiera que usted se encontrase.

Mark apretó los dientes, rabioso. Aquellas mujeres habían inventado la forma más maravillosa de capturar a un fugitivo. Gracias a las ondas electromagnéticas, podían situarle segundo a segundo, donde quiera que fuese. ¿Cómo iba a poder escapar de allí?

—Celda número 4 —dijo Atlanta.

—Perdón, Atlanta —dijo una de las carceleras—. Es la sala de dementes.

—¡He dicho celda número 4!

—Como usted ordene.

Mark fue llevado por un corredor, cuyas puertas se fueron abriendo a su paso.

Vio la primera celda y se horrorizó al descubrir a los reclusos. Eran hombres, si es que se podían llamar así a aquellos seres que se encontraban tras de las rejas. Tenían larga cabellera y barba y se cubrían con pieles. La frente de todos era estrecha, el hocico saliente. Eran la viva imagen del hombre primitivo, antes de que adquiriese inteligencia, y todos emitían gruñidos y lo miraron con la misma curiosidad que lo mirarían los simples monos o gorilas.

—¿Quiénes son ésos?

Atlanta, que caminaba a su lado, le contestó

—Se escaparon del valle de las Cavernas.

—Seguramente porque no se divertirían demasiado.

—Guarde sus chistes, señor Riley. Son seres sin ninguna capacidad para razonar.

En la segunda celda había otra clase de hombres. Ya no tenían la frente tan estrecha, aunque seguían con su cabellera y barba, pero las facciones eran más correctas.

—¿Y ésos? —preguntó Mark.

—Proceden de los pantanos.

—Creí que en su tierra ya no había zonas pantanosas.

—Se producen filtraciones de agua debido a las lluvias artificiales. Esos hombres se dedican a la pesca. Todavía no saben construir canoas. Pescan con arpones que ellos mismos fabrican con cañas de bambú.

En la tercera celda los hombres ya no tenían el cabello tan largo, y algunos carecían de barba.

—Imagino que éstos ya saben hablar —dijo Riley.

—Sí, señor Riley, ya saben hablar, aunque usan un lenguaje muy primitivo.

—¿Y dónde viven?

—En las praderas.

—¿Qué praderas?

—¿Se acuerda de un lugar llamado Europa?

—Sí, he ido alguna vez por allí.

—¿Qué lugar visitó?

—París —Atlanta sonrió.

—Hubo una ciudad que se llamaba París.

—¿Y qué es ahora?

—Una selva. Todo lo que usted conoció con el nombre de Europa es una jungla, tal como estaba hace millones de años. Esos hombres que ve usted ahí proceden de esa jungla. Son los más avanzados entre los hombres. Tienen constancia de que en otros tiempos fueron superiores a nosotros, y, de vez en cuando, tratan de rebelarse, pero nosotras obramos con rapidez y acabamos con sus organizaciones revolucionarias.

Riley se detuvo ante aquella reja.

Los hombres se apelotonaron para verle mejor.

—¿Me entendéis? —dijo Riley.

Atlanta se echó a reír.

—Ande, señor Riley, hábleles.

—Gracias, haré uso de su amabilidad.

Los hombres que estaban encerrados seguían mirando a Mark con curiosidad.

—Oiganme todos —dijo Mark—, tienen una gran ventaja si se encuentran en una selva... La historia de la humanidad ha probado una y otra vez que es en las junglas donde se puede iniciar una guerra de Liberación. Pero lo importante es organizarse. Cien o doscientos hombres harán muy poco, una simple guerra de guerrillas. Hay que organizar un ejército y atacar puntos vulnerables del enemigo, apoderarse de sus armas para obtener las mismas ventajas que ellos.

Atlanta soltó una carcajada.

—Señor Riley, su discurso es muy hermoso, pero ellos no le pueden entender.

—¿Por qué no?

—¿Sabe cómo luchan contra nosotras?

—No lo puedo saber.

—Con lanzas, con arcos y flechas. Ésas son las poderosas armas con las que cuentan para enfrentarse a nuestro rayo exterminador.

Mark dio un paso hacia la reja.

—Hombres, ¿me entendéis?

Ninguno de los reclusos le contestó. Hacían gestos con la cabeza o se miraban unos a otros indicando que no entendían.

Atlanta seguía riendo su triunfo.

—No se canse, señor Riley. Ellos tienen un lenguaje muy primitivo. Nosotras nos hemos ocupado de que no puedan obtener ninguna educación. Hace algunos centenares de años empezaron a trasmitirse sus conocimientos. ¿Y sabe cómo lo hacen? En piedras. Graban y dibujan, y los padres legan esos documentos a sus hijos.

—¿Y las mujeres con las que estos hombres tienen sus hijos?

—Son tan primitivas como ellos.

—¿Y por qué no acaban con ellas y acabarían con la raza que ustedes odian tanto?

—Ha hecho una buena pregunta.

—Déme también una buena respuesta.

—No hemos podido acabar con el hombre. Ellos, a pesar de su corta inteligencia, no se resignan a desaparecer. Tienen mujeres y las guardan en lugares inaccesibles. Apenas las vemos... Las ciudades de Europa desaparecieron en una guerra atómica. Todo el continente fue afectado. Y de pronto, a consecuencia de las reacciones atómicas, al cabo de muchos siglos, la flora estalló incontenible. Crecieron los árboles y las plantas de una forma insospechada. No se le dio importancia a eso. Era una consecuencia de las radiaciones. Aquel continente fue abandonado a su suerte hasta que de pronto, nos dimos cuenta de que en él vivía también el hombre. Indudablemente, la población no se había exterminado cuando tuvo lugar aquella conmoción atómica. Algunos grupos humanos lograron salvarse y ellos continuaron la especie.

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