El frente (13 page)

Read El frente Online

Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Policíaco, #Thriller

BOOK: El frente
6.39Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Alguna vez te han dicho que mentir se te da de pena? —le dice Win—. En Filene's no venden aparatos electrónicos. No es posible que robara un
walkman
. Y no creo que conduzca un Mini Cooper.

—¿Por qué no captas las indirectas? Deja de interrogarme acerca de cosas que no son asunto tuyo.

—Capto las indirectas perfectamente, sobre todo cuando son tan sutiles como un estampido sónico. Voy a lanzarte una indirecta. No pergeñes detalles acerca de lugares en los que no has estado nunca, como grandes almacenes económicos que no tienen probadores íntimos y espaciosos ni un personal reducido y discreto. No es que dé por sentado que te quitas la prótesis cuando te pruebas ropa vaquera; pantalones, por ejemplo. Pero, cuando menos, seguro que tienes unos cuantos comercios selectos que frecuentas, probablemente sitios pequeños,
boutiques
, tal vez, donde te conocen.

—Surgió un problema después de marcharnos de la chatarrería —dice Stump—. Llamó la atención de la persona menos indicada, alguien que la siguió.

—¿Se te ocurre alguien? —pregunta, para ver si tal vez, sólo tal vez, Stump puede estar diciendo la verdad.

—Dijo que una furgoneta, una furgoneta de la construcción. Temía que algún tipo duro de los talleres hubiera sospechado de ella y la estuviera siguiendo. Se asustó, me llamó y yo hice que un coche patrulla la sacara de allí y la detuviera.

—¿De qué se le acusó?

—Dije que tenía una orden de búsqueda, y que ella misma había llamado para entregarse. Dije que estaba acusada de vender cobre robado.

—Dijiste que en realidad no era robado, que era más bien una excusa para introducirse en el taller. Y no puedes detener a nadie sin una copia de la orden de búsqueda…

—Mira. De lo que se trataba era de garantizar su seguridad. Y punto. Hice que la encerraran. Si de verdad la estaban siguiendo, quienquiera que fuese tuvo oportunidad más que de sobra de ver cómo la detenían, la esposaban y la metían en el asiento de atrás de un coche patrulla. Dejaré que se vaya cuando anochezca.

—¿Supone eso que ya no va a volver por las chatarrerías?

—Si no vuelve en algún momento, no hará más que confirmar las sospechas de que pueda andar metida en algo, de que igual trabaja para la poli. Suponiendo que sea cierto lo de que la seguía alguien de los talleres.

Win le dice lo que le contó Cal.

—Estupendo. No me falta más que un maldito periodista que líe más el asunto —responde ella—. Esa gente es implacable. Más le vale andarse con cuidado, no vayan a cargárselo. ¿Qué haces por aquí?

Stump tiene buen aspecto en su BMW rojo, y su rostro resulta atractivo a la luz de última hora de la tarde.

—Vaya, qué poca memoria tenemos —dice Win—. Mi trivial encargo de resolver un homicidio cometido hace cuarenta y cinco años que podría estar vinculado con el Estrangulador de Boston. Aunque sé que eso es imposible.

—Es asombroso que hayas llegado a esa conclusión. Casi diría que es milagroso. ¿Lo has adivinado o qué?

—He echado un vistazo a tus archivos. ¿Estás al tanto de la historia de la mafia en esta pintoresca ciudad tuya?

—Como ya te he dicho, mi pintoresca ciudad era mejor lugar en los buenos tiempos de la mafia. No digas que lo he dicho yo.

—El edificio de apartamentos donde vivía estaba en la calle Galen, a unos dos minutos a pie de la Farmacia Piccolo's, que ya no está allí, claro.

—¿Y?

—En la zona Sur, había un inmenso barrio de la mafia. La mayoría de los apartamentos y casas en torno a la de Janie Brolin estaban ocupados por mafiosos. Por allí se cocía todo lo que te puedas imaginar: loterías, joyería, prostitución, abortos ilegales, todo alrededor de la Farmacia Piccolo's, en la confluencia de las calles Galen y Watertown. ¿Por qué crees que no se cometían crímenes por allí en los viejos tiempos? Y me refiero a ninguno en absoluto.

—¿De dónde demonios sacas todo eso? —Apaga el motor del BMW—. ¿Has visto alguna peli o algo así?

—Son cosas que he ido oyendo a lo largo de los años, algún que otro libro de vez en cuando. Ya sabes, paso mucho tiempo en el coche, los escucho en casetes, en cedé, tengo una memoria pasable. Janie Brolin fue asesinada el cuatro de abril, un miércoles. Los miércoles era día de cobro y aparecía por allí toda clase de gente para que los corredores de apuestas les pagasen. Siempre el mismo día, ojos y oídos por todas partes. Es un dato a tener en cuenta. ¿Por qué fue ella una excepción a la regla, el único asesinato, el único, que se cometió en la zona Sur, sobre todo en día de cobro? Además, hay que tener en cuenta que los federales estaban por allí. Así que piénsalo bien. ¿Los polis, los federales no averiguaron quién mató a la chica? ¿Crees que es posible?

Stump se apea del coche y dice:

—Más vale que no te lo estés inventando.

—Me da la sensación de que los polis andaban involucrados. En plan tapadera. Ya conoces el antiguo dicho: no te metas con un mafioso a menos que tengas otro de tu parte.

—¿Me lo traduces?

—Connivencia, un trabajo de grupo. En absoluto un homicidio sexual, y punto. ¿Recuerdas quién era presidente en mil novecientos sesenta y dos? —le pregunta Win.

—Joder —dice ella—, ahora sí que me estás dando mal rollo.

—Exacto: JFK. Antes de eso fue senador en Massachusetts, nació allí mismo, en Brookline. Ya estás al tanto de las teorías sobre su asesinato. La mafia. ¿Quién sabe? Probablemente nunca se averigüe. Pero a donde quiero llegar es a que un Estrangulador de Boston de mala muerte no se habría atrevido a poner un pie cerca del apartamento de Janie Brolin. Y si era tan estúpido que no sabía en lo que se metía, habría acabado en la bahía de Dorchester, desmembrado y con un hacha enterrada en el pecho.

—Ya has captado mi atención —dice Stump.

Una hora después, los dos están en la sala de archivos, revisando el expediente del caso de Janie Brolin. Ella se sirve de la linterna de Win mientras él toma notas.

—¿Qué pasa? ¿Estáis tan apretados que no podemos ir a tu despacho, o algo así? —dice Win, que otra vez nota escozor en los ojos y la garganta.

—No lo entiendes. Estamos cuatro en un despacho diminuto, sin incluir el ratón de la casa. —Se refiere al administrativo—. Todo el mundo oye lo que dicen los demás. Los polis se van de la lengua. ¿Es necesario que te lo recuerde?

—De acuerdo. El tiempo. —Win va pasando las hojas de anotaciones hacia atrás—. ¿Hay algo sobre el tiempo el cuatro de abril?

—No, no hay nada en ninguno de estos informes. —Stump tiene abierto el expediente de Janie Brolin y está haciendo lo que antes ha hecho Win, con un cajón a modo de mesa porque no hay nada más en lo que apoyarse.

—¿Y qué hay de los artículos de prensa? —pregunta él.

Stump echa un vistazo a alguno que otro, surcados de viejos pliegues muy marcados tras más de cuarenta años doblados.

—Una mención de que, cuando llegó la policía a su apartamento a las ocho de la mañana, llovía —apunta.

—Vamos a repasar lo que sabemos hasta el momento. El novio de Janie, Lonnie Parris, encargado de mantenimiento de Perkins, la recogía para ir a trabajar todas las mañanas a las siete y media. Esa mañana en concreto, se presenta y ella no sale a la puerta, que no está cerrada con llave. El tipo entra, se la encuentra muerta y llama a la policía. Cuando llega la poli, Lonnie ha desaparecido. Ha huido del escenario, lo que lo convierte de inmediato en sospechoso.

—¿Por qué iba a llamar a la policía si fue él quien la mató? —se pregunta Stump.

—Remitámonos a los hechos según aparecen en estos informes. Otra pregunta. —Ojea las fotografías—. Se supone que llueve para cuando llegan los polis. Están por todo el escenario, o deberían estarlo. ¿Has visto algo fuera de lo normal a ese respecto?

Stump mira las fotografías y no tarda mucho en darse cuenta.

—La alfombra, de un color crema en el que se vería la mugre. Si está lloviendo y hay gente venga entrar y salir, ¿cómo es que la alfombra está limpia?

—Exacto —coincide Win—. ¿Igual no había tantos polis como se nos quiere hacer creer? ¿Igual alguien limpió el lugar justo lo suficiente para librarse de pruebas incriminatorias? Vamos a seguir mirando.

—¿La autopsia se realizó en la funeraria? Eso también está fuera de lo normal, ¿no? —dice Stump.

—En aquel entonces, no. —Pasa una página de su libreta de notas.

—Causa de la muerte: asfixia por estrangulación con una ligadura, que era el sujetador atado en torno a su cuello. —Sigue leyendo—. Petequias conjuntivales. Hemorragia en la zona anterior de la laringe y el tejido blando de la espina cervical.

—Coherente con la estrangulación —señala Win—. ¿Hay otras lesiones? Magulladuras, cortes, mordiscos, uñas rotas, huesos rotos, lo que sea.

Stump escudriña el informe, estudia los diagramas y dice:

—Parece ser que tenía magulladuras en torno a las muñecas…

—Te refieres a marcas de ligaduras. De tener las muñecas atadas a las patas de la silla.

—No sólo ésas —dice Stump—. Aquí también dice que hay marcas en torno a las muñecas «coherentes con magulladuras producidas por dedos»…

—Lo que indica que la cogió por las muñecas o se las asió con firmeza. —Win continúa tomando notas—. Forcejeó con él.

—¿No cabe la posibilidad de que fueran post mórtem? ¿Que se produjeran cuando arrastró el cadáver y lo movió para ubicarlo?

—Alguien la cogió por las muñecas mientras aún tenía presión sanguínea —insiste Win—. A los muertos no les salen magulladuras.

—La misma clase de magulladuras en la parte superior de los brazos —observa Stump—. Y también en las caderas, las nalgas y los tobillos. Es como si allí donde la tocó, le hubiera salido una moradura.

—Adelante. ¿Qué más?

—Tienes razón con respecto a lo de las uñas rotas —dice ella.

—A la defensiva. Es posible que le arañase —sugiere Win—. Espero que le hicieran frotis bajo las uñas. Aunque no hacían pruebas de ADN en aquel entonces. Pero es posible que comprobaran los grupos sanguíneos.

—Los informes están ahí. Se hicieron frotis en diversos orificios. Negativo en cuanto a fluido seminal. Nada debajo de las uñas —le dice Stump—. Igual no lo comprobaron. Las investigaciones forenses eran distintas en aquel entonces, por no decir otra cosa.

—¿Qué hay del informe toxicológico? —pregunta Win, que escribe con su singular caligrafía. Abreviaturas y ortografía que sólo él puede descifrar—. ¿Se hace alguna mención a alcohol y drogas?

Hojea el expediente unos minutos y encuentra el informe del laboratorio químico de la avenida Commonwealth en Boston.

—Negativo en lo que se refiere a drogas y alcohol, aunque esto es interesante. —Levanta un informe de la policía—. El relato apunta a que se tenía la sospecha de que Janie se drogaba.

—¿No había droga en el apartamento? —Win frunce el ceño. No tiene sentido—. ¿Qué dice sobre alcohol en el apartamento?

—Lo estoy comprobando.

—¿Hay algo en el informe de la autopsia que pueda indicar que tenía antecedentes de abuso del alcohol o las drogas?

—No encuentro nada al respecto.

—Entonces, ¿por qué iba a sugerir alguien que tenía tales antecedentes? ¿Qué hay de la basura? ¿Encontraron algo en la basura? ¿Y en el botiquín? ¿Qué recogieron en el escenario del crimen?

—Allá vamos —dice Stump—. Una jeringuilla usada con la aguja doblada en una papelera. En el cuarto de baño. Y en el botiquín, un frasquito con una sustancia desconocida.

—Sin duda debieron de enviar el frasco al laboratorio. También la jeringuilla. ¿No se mencionan en el informe?

—Pruebas, pruebas… —Habla consigo misma mientras revisa los informes—. Sí, la jeringuilla y el frasco se enviaron, pero dieron negativo en cuanto a droga. Dice que el frasquito contenía, y cito: «una solución oleaginosa con partículas desconocidas».

—Adelante —la insta Win, que escribe tan rápido como puede—. ¿Qué más se recuperó en el escenario?

—Su ropa —lee Stump—. Falda, blusa, medias, zapatos… Los puedes ver en las fotos. El bolso, el monedero. Un llavero con una medalla de san Cristóbal, menos mal que la protegió…, y dos llaves: una, la de su apartamento, y la otra, una llave de su despacho en Perkins, según dice aquí. Todo eso estaba junto a la puerta, en el suelo. Había caído de su bolso.

—Déjame que eche otro vistazo —Win le coge todas las fotografías y dedica un rato a analizar cada una.

El escenario, el depósito de cadáveres. Nada que no haya visto antes, salvo que el escenario tiene cada vez menos sentido. La cama de Janie estaba hecha, y por lo visto estaba vestida para ir al trabajo cuando fue atacada. Se encontró un frasquito, una jeringuilla usada, una sustancia desconocida. Análisis de droga y alcohol negativo.

—Dermatitis en el torso —lee Stump—. ¿Tal vez una enfermedad de transmisión sexual? El examen fue llevado a cabo por un tal doctor William Hunter, del departamento de Medicina Legal de Harvard.

—Donde solían encargarse de las investigaciones médico-legales para la policía del estado —dice Win—. Allá a finales de los años treinta, principios de los cuarenta. Puesto en marcha por Francés Glessner Lee, una mujer asombrosa en el mundo de la medicina forense, sumamente adelantada a su época. Por desgracia, el departamento que fundó ya no existe.

—¿Crees que aún puede quedar alguna de las pruebas? —pregunta Stump—. ¿Tal vez en las oficinas del médico forense en Boston?

—No estaba en activo por entonces —responde Win—. No hasta principios de los ochenta. Los patólogos de Harvard se encargaban de ciertos casos a modo de servicio público. Cualquier informe que pueda haber estará en la Biblioteca Médica Countway de Harvard. Pero no almacenan pruebas, y hurgar por allí nos llevaría años.

Mira las fotografías tomadas en el dormitorio de Janie Brolin. Cajones registrados, la ropa dispersa por el suelo. Frascos de perfume, un cepillo encima de la cómoda y algo más: unas gafas de sol.

Extrañado, dice:

—¿Cómo es que la gente ciega o con problemas de vista lleva gafas de sol?

—Supongo que para advertir a los demás de que están ciegos —responde Stump—. Y por timidez, para taparse los ojos.

—Claro. No tiene que ver con el tiempo, con que hiciera sol —señala Win—. No digo que los ojos de un ciego no sean sensibles a la luz, pero no es ésa la razón de que los ciegos lleven gafas, incluso de puertas adentro. Mira. —Le enseña a Stump la fotografía—. Si estaba vestida para ir a trabajar, esperando a que pasaran a recogerla, y estaba lista para salir, ¿cómo es que las gafas de sol se encontraban en el dormitorio? ¿Por qué no las llevaba puestas? ¿Cómo es que no las tenía consigo?

Other books

Seduction in Session by Shayla Black, Lexi Blake
Freefalling by Zara Stoneley
Love Simmers by Jules Deplume
Scandal in Skibbereen by Sheila Connolly
Night work by Laurie R. King
Hunted by James Alan Gardner
Beating Heart Cadavers by Laura Giebfried