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Authors: Hans Magnus Enzensberger

Tags: #Matemáticas

El diablo de los números (25 page)

BOOK: El diablo de los números
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Estrellas de seis puntas dentro de una estrella de seis puntas, rayos que se ramifican en rayos cada vez más pequeños... «¿No son maravillosos estos copos?»

Entonces un dedo le dio unos golpecitos en el hombro, y una voz conocida dijo:

—¿No son maravillosos esos copos?

Era el diablo de los números, que estaba sentado tras él.

—¿Dónde estoy? —preguntó Robert.

—Un momento, voy a encender la luz —respondió el anciano.

De pronto se hizo una luz radiante, y Robert se dio cuenta de que estaba sentado en un cine, una sala pequeña y elegante con dos filas de sillones rojos.

—Un pase privado —dijo el diablo de los números—. ¡Sólo para ti!

—Ya pensaba que iba a morir congelado —exclamó Robert.

—No era más que una película. Toma, te he traído una cosa.

Esta vez no era una simple calculadora de bolsillo. La cosa no era ni verde ni viscosa, y no era tan grande como un sofá, sino gris plata, con una pequeña pantalla que se podía abrir.

—¡Un ordenador! —exclamó Robert.

—Sí —dijo el anciano—. Una especie de portátil. Todo lo que tecleas aparece inmediatamente en esa pared de ahí delante. Además, puedes pintar directamente con el ratón en la pantalla del cine. Si quieres podemos empezar.

—¡Pero, por favor, nada de tempestades de nieve! Mejor calcular un poquito que morirse de frío en el Polo Norte.

—¿Por qué no tecleas unos cuantos números de Bonatschi?

—¡Tú y tu Bonatschi! —dijo Robert—. ¿Es tu favorito o qué?

Tecleó, y en la pantalla del cine apareció la serie de Bonatschi:

—Ahora prueba a dividirlos —dijo el viejo maestro—. Siempre por parejas sucesivas. El mayor dividido entre el menor.

—Bien —respondió Robert. Tecleó y tecleó, curioso por saber lo que leería en la gran pantalla:

»¡Es una locura! —dijo Robert—. Otra vez esos números que nunca cesan. El 18 que se muerde la cola. Y algunos de los otros tienen un aspecto completamente irrazonable.

—Sí, pero aún hay otra cosa —le hizo notar el anciano. Robert reflexionó y dijo:

—Todos esos números varían arriba y abajo. El segundo es mayor que el primero, el tercero menor que el segundo, el cuarto otra vez un poquito mayor, y así sucesivamente. Siempre arriba y abajo. Pero, cuanto más dura esto, menos se alteran.

—Exactamente. Cuando coges Bonatschis cada vez más grandes, el péndulo oscila cada vez más hacia una cifra media, que es

»Pero no creas que éste es el final de la historia, porque lo que sale es un número irrazonable que nunca se termina. Te aproximas a él cada vez más, pero por más que calcules nunca lo alcanzarás del todo.

—Está bien —dijo Robert—. Los Bonatschi son así. Pero ¿
por qué
oscilan así en torno a esa cifra en particular?

—Eso —afirmó el anciano— no tiene nada de particular. Es lo que hacen todos.

—¿Qué quieres decir con todos?

—No tienen por qué ser los Bonatschi. Tomemos dos números apestosamente normales. Dime los dos primeros que se te ocurran.

—Diecisiete y once —dijo Robert.

—Bien. Ahora por favor súmalos.

—Puedo hacerlo de cabeza: 28.

—Magnífico. Te enseñaré en la pantalla cómo sigue:

—Comprendido —dijo Robert—. ¿Y ahora qué?

—Haremos lo mismo que hemos hecho con los Bonatschi. Dividir. ¡Repartir! Prueba tranquilamente a hacerlo.

En la pantalla aparecieron las cifras que Robert tecleaba, y lo que resultó fue esto:

—Exactamente la misma cifra absurda —exclamó Robert—. No lo entiendo. ¿Es que está dentro de todos los números? ¿Funciona esto de verdad
siempre
? ¿Empezando por dos números cualquiera? ¿Sin importar cuáles elija?

—Sin duda —dijo el viejo maestro—. Por otra parte, si te interesa, te enseñaré qué otra cosa es 1,618...

En la pantalla apareció entonces algo espantoso:

—¡Un quebrado! —gritó Robert—. ¡Un quebrado tan espantoso que a uno le duelen los ojos, y que nunca, nunca termina! Odio los quebrados. El señor Bockel los ama, nos asedia con ellos constantemente. Por favor, déjame en paz con ese monstruo.

—Que no cunda el pánico. No es más que un quebrado en cadena. Pero es fantástico que nuestro absurdo número 1,618... se pueda producir a partir de un montón de unos cada vez más pequeños. Eso tienes que admitirlo.

—Todo lo que quieras, pero ahórrame los quebrados, especialmente aquellos que no tengan fin.

—Está bien, Robert. Sólo quería sorprenderte. Si el quebrado en cadena te molesta, haremos otra cosa. Ahora pintaré para ti un pentágono:

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